martes, 31 de marzo de 2009

VIVIENDO EN LA LOGICA DEL GRANO DE TRIGO





“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere,
queda solo; pero si muere, da mucho fruto”.

Jn. 12,24





Jonathan y Aníbal, eran dos jóvenes bomberos de Concepción, que el año pasado, murieron tratando de salvar la vida de la señora Adriana, de 75 años, que estaba siendo consumida por un voraz incendio, el cual a la postre terminó con su casa y con su propia vida.

Estos jóvenes vivieron en la lógica del grano de trigo que nos plantea Jesús en este evangelio. Es decir, concibieron su vida como una oportunidad para darla en beneficio de los demás. Si ellos hubiesen pensado en salvar su vida, no habrían tratado de salvar la vida de esa anciana, y, en definitiva, según Jesús, la habrían perdido, porque “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna, (Jn. 12,25).

Ejemplos como los de estos dos jóvenes bomberos, hay muchos, sin duda. Muchas personas han captado que la vida tiene un verdadero sentido cuando uno sale de si mismo, deja de girar en torno a sus propios intereses y mira más allá para establecer con el prójimo una relación de fraternidad y solidaridad. Que la vida se la gana, cuando se la pierde. Hacen que el eje de sus vidas no gire en torno a sus, quizás, legítimos derechos, para pasar por este mundo en una actitud de servicio y lavado de los pies, siguiendo así el ejemplo paradigmático de Jesús. Como Teresa de Calcuta, que se convirtió al Señor al encontrarse con una mujer moribunda que estaba siendo carcomida por las ratas, a la que tomó en sus brazos, la llevó a un hospital e hizo que ella pudiera morir un poco más dignamente. Para esa mujer moribunda, esa cama que pidió Teresa, fue la primera, la única y la última cama que tuvo en su vida. Para la madre Teresa este hecho fue su segundo nacimiento, en verdad, su primer y verdadero nacimiento, era el 10 de septiembre de 1948.

El reverso de la medalla, lo hemos contemplado en estos días cuando con estupor nos hemos enterado que tres cadenas de farmacias, las más importantes del país, se han coludido para subir mañosamente los precios a los usuarios, afectando, así, de manera preferencial a los pobres y a los ancianos, que obviamente son quienes más demandan de remedios para poder sobrevivir.

La voracidad y la codicia no tienen límites. El dinero enceguece. La ganancia fácil no escatima ningún mecanismo o esfuerzo, por inmoral que sea, con tal de allegar dinero fácil a las arcas de los sedientos por dinero y riqueza.

En este caso, la lógica del grano de trigo que nos plantea Jesús, está muy lejos de hacerse realidad. Eso puede pasar cuando el eje de nuestras opciones y comportamientos, sólo están construidos en torno a nuestros propios intereses. Y lo paradojal puede resultar que más de algún ejecutivo o director de esas empresas, sean hombres piadosos y apegados a más de alguna devoción que guardan con estricto celo.

Jesús nos invita a mirar la cruz en estos días para aprender de El. No nos cansemos de preguntarle al Señor por dónde ha de girar nuestra vida, de qué manera se puede ser feliz en verdad, cuál es la pasión verdadera que han de mover nuestros actos y opciones.

Y aunque escuchemos incesantemente voces que nos hablen que no vale la pena pensar en los demás, sino sólo en uno mismo, aprendamos de El y vivamos la lógica del grano de trigo.

Como Jonathan y Aníbal que dieron la vida por una anciana mujer. Y como Jesús, que al morir, hizo que nosotros la tengamos en abundancia.

miércoles, 25 de marzo de 2009

SALVADOS GRATUITAMENTE




“Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él”


Jn, 3,17




Nos hemos movido en la vida entre el premio y el castigo. Nos dijeron cuando niños, “si te portas bien, recibirás un premio”, por el contrario, “si te portas mal, te vamos a castigar”. Esta mentalidad del premio y del castigo, muchas veces se ha metido en nuestra mentalidad religiosa y en nuestro trato con Dios. A Dios hay que agradarlo, si no, nos va a castigar. En el fondo, hay una mentalidad sutil e implícita entre nosotros, en la que serían nuestros méritos los que moverían a Dios en el trato que tiene con la criatura humana.

Muchas veces fue también nuestra predicación la que fue caldo de cultivo para sentir que la amistad del hombre con Dios y de éste con la criatura humana, estaría supeditada a nuestros comportamientos. Dios sería un juez enérgico que estaría al acecho para castigarnos por nuestras malas obras o para aprobarnos por nuestros buenos comportamientos.

Pera la realidad es otra.

En el diálogo que sostiene Jesús con el fariseo Nicodemo, (que de hecho era un hombre entendido en la ley de Moisés), en el cual lo invita a nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, Jesús le dice que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo, no para condenar al mundo, sino para salvarlo, para que quienes crean en El tengan vida eterna.

De eso se trata, considerar que el mensaje de Jesús, fue esencialmente un mensaje de liberación plena del ser humano, de todo aquello que le puede esclavizar en su crecimiento humano. Jesús vino a salvar y esto lo hace gratuitamente porque gratuito es el amor de Dios. De hecho, el mismo Juan en una de sus cartas nos dice que “Dios nos amó primero”, independientemente de las obras que el ser humano puede presentar a Dios.

Es el mensaje que el mismo apóstol san Pablo se empeña en transmitir al mundo pagano de la primera era del cristianismo, en donde el mensaje del cristianismo traspasa las fronteras del mundo judío para hacerse también parte de otras culturas que no siendo judíos, sí estaban llamados a abrirse al mensaje nuevo de Jesús. No son las obras las que salvan, sino el amor misericordioso de Dios. “¡Por gracia han sido salvado!, nos dirá el apóstol (Ef. 2,5), para confirmar que Dios nos salva sólo por la fe y no por las obras.

Esto, por supuesto, trae para nosotros cristianos del siglo 21 el enorme desafío de compartir con la sociedad de hoy, un mensaje de salvación que atraiga a todos aquellos a depositar en Dios su vida y sus angustias de cada día. No podemos ser profetas de desventuras, como nos recuerda Aparecida. “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (Aparecida, 30).

En nuestra relación con Dios, no nos movemos entre el premio y el castigo. Entre las obras que le podríamos presentar a Dios y que nos permitirían la salvación.

Sólo nos relacionamos con El en la gratuidad y el amor. De un Dios que nos amó primero y sin condiciones. Y a partir de esta experiencia, estará la respuesta del ser humano que sabiéndose amado, le sabe corresponder a Dios viviendo de manera diferente su vida.

Porque el amor suscita amor.

miércoles, 18 de marzo de 2009

EL CULTO QUE LE AGRADA A DIOS

Adoremos al Padre en Espíritu y en verdad.

Construyamos el templo sobre la base del amor fraterno.






“Destruyan este templo y en tres días lo volveré
a levantar”

Jn. 2,19




Jesús, como buen judío que era, va a Jerusalén para celebrar la pascua judía que celebraban anualmente para hacer memoria agradecida de la gran gesta liberadora del éxodo. El pueblo oprimido había sido liberado de la esclavitud egipcia, liderado por el gran caudillo Moisés a quien le correspondió, enviado por Dios, encabezar dicha gesta liberadora.

Pues bien, el texto de este domingo recién pasado, nos dice que entrando Jesús en el Templo, para celebrar la pascua, se encuentra con un espectáculo de talla mayor. Una fiesta que debía ser oportunidad para alabar y agradecer a Dios, se había transformado en una oportunidad para hacer negocios y abusar de los peregrinos. Un lugar (el templo), lugar propio y único donde habitaba Dios, se había transformado en un lugar de transacciones comerciales. Se había profanado el templo. Se había distorsionado el sentido de dicha fiesta. Se había desvirtuado todo, había que remediar este fenómeno y darle una orientación distinta a estos excesos en los cuales se había caído.

Y Jesús lo hace de manera radical. Expulsa del Templo a todos los vendedores y comerciantes. Les enrostra su actitud mercantilista a los que cambiaban dinero para ofrecer en el Templo. En definitiva, haciéndose un látigo de cuerdas, el Señor quiere poner las cosas en su justo lugar y volver a rescatar el verdadero sentido que ha de tener la relación con Dios. Y, además, de hacer este gesto profético (que no se encuentra en algún otro lugar de los evangelios, sobre todo en su grado de fuerza y decisión), Jesús hace un viraje sustancial situando la presencia de Dios ya no en el mismo Templo de Jerusalén, en lo meramente material, sino en su propio Cuerpo. Jesús es ahora el “templo verdadero”, El es el rostro verdadero del Padre Dios a quien nadie ha podido ver ni tocar.

De esta manera, con Jesús, los cristianos no situamos la presencia de Dios en un lugar específico de manera especial. Si bien es cierto necesitamos de iglesias, catedrales, capillas, para celebrar nuestra fe, es también cierto que a Dios se le alaba en espíritu y en verdad. De ahí que, en un sentido, Dios “no necesita” que le construyamos templos para adorarlo, sino que nuestra adoración y alabanza se sitúa en nuestro mismo ser, con nuestro corazón, con lo que somos, con lo que anhelamos y con la pobreza de nuestro propio ser. El verdadero templo es el que construimos cada vez en el seno de la Comunidad. Ahí está o no está Dios. En la Comunidad y en cada persona.

El culto que le agrada a Dios es aquel que está construido sobre la roca de la justicia, del amor y de la contrición del corazón. No rasguen vestiduras, sino el corazón, nos recordaba el profeta Joel al comenzar la Cuaresma en la liturgia del miércoles de ceniza.

Para el mundo cristiano, el dilema del Antiguo Testamento, profano-sagrado, no existe. Profano, sería todo lo que se da en el mundo, sagrado sería el templo y todo lo que se realiza en torno a él. Ahora no, el binomio verdadero es culto y justicia social. Por eso que con propiedad cantamos cada vez: “Señor, ¿quién entrará en tu santuario para alabar? El de manos limpias, de corazón puro, que no es vanidoso y que sabe amar”.

El culto verdadero se hace con todo el ser y con nuestra historia. Cuando éste se transforma en un negocio, en la vivencia de una espiritualidad a-histórica, añeja, rutinaria y expresión de una relación con Dios más bien capitalista de la “oferta y la demanda” “tanto te pido, tanto te doy”, se torna obsoleta e impropia.

Entonces Jesús con justa razón, derribará todo y nos interpelará para hacer de nuevo nuestra espiritualidad y la vivencia sincera del culto que Dios se merece.



lunes, 9 de marzo de 2009

A LA ESCUCHA DEL MAESTRO.





Ponte a sus pies para escucharlo con atención.



“Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”

Mc. 9, 7
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Camino hacia Jerusalén, en la mitad del camino, Jesús lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan a una montaña y delante de ellos se transfiguró. Su aspecto cambió tan radicalmente que los apóstoles quedaron impresionados y estupefactos ante tamaño episodio. La reacción de Pedro, no demora un instante: ¡Qué bien estamos aquí!, llega a decir. Seguramente sería nuestra misma reacción si tuviéramos la gracia de un éxtasis de esa magnitud. Pero no, el Señor le dice a los apóstoles que deben volver a la llanura, regresar a la realidad para seguir profundizando el camino del discipulado y que lo visto y vivido es una sinopsis de lo que será el fin del camino: la vida transformada y liberada para siempre, una vida transfigurada y resplandeciente y que el camino continúa hasta llegar a la cruz y por ella a la vida.

Mientras los apóstoles eran testigos de la Transfiguración de su Maestro, una voz sale de lo alto asegurando que Jesús es el Hijo Amado a quien se le debe ESCUCHAR. En este contexto, me parece altamente importante que en este tiempo de Cuaresma y en cualquier circunstancia de nuestra vida, sepamos conjugar de continuo el verbo escuchar como una dinámica permanente de nuestra vida cristiana.

¿Escuchar, a quién?

La respuesta pareciera obvia, pero no lo es tanto. Hoy hay muchas “voces” que alzan su voz y quieren ser escuchadas. Desde un periodista de “farándula”, pasando por el político de turno, o el “maestro espiritual” de moda, o el autor de libros de relajación, pasando por predicadores callejeros o ideologías envolventes y seductoras, desean hacer llegar su voz a todos los que ávidamente andan buscando sendas atractivas o novedosas para caminar. Pero no todas las voces tienen el mismo peso ni la misma importancia y profundidad. Por eso, es legítimo que nos preguntemos, ¿a quién escuchar HOY para alcanzar certeza y plenitud?

No me canso de señalar que Jesús es la Palabra salvadora que HOY debemos saber escuchar con esmero y decisión. Escuchar para atender a su voz y dejarnos guiar por ella. Escuchar para obedecer y así llegar a la fe.

¡ESCUCHENLO! Nos repetía la voz que salía de la nube mientras Jesús se transfiguraba delante de los apóstoles.

¡Escucha de continuo a Jesús!. ¿Dónde escucharlo?, nos preguntamos. Pues bien, escúchalo en su Palabra que interpela y siempre es actual y nueva. Escúchalo en la voz de los Pastores que quieren acompañar el caminar de su pueblo, la voz de aquellos pastores que están dispuestos a dar la vida por sus ovejas. Escúchalo en tu corazón, ahí donde late más fuerte por las vivencias de cada día. Escúchalo en el santuario de tu conciencia, que de tanto en tanto, te recuerda (como esas chicharras que llevan los buses para anunciar el exceso de velocidad) lo que tienes que hacer, lo que tienes que dejar, aquello que debes asumir y vivir.

Escucha a Jesús más profundamente hoy día. Y pregúntale, ¿qué quieres de mí, Señor? ¿Qué me quieres decir HOY a mi vida?

Aprendamos a escuchar, como Abrahám, como María que escuchó al ángel, como Pablo que se convierte camino a Damasco y que escuchó decir: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hech. 9,4).

Y lo mejor será que vayas a tu pieza (a tu corazón), cierres la puerta (es decir, que te abstraigas de todo aquello que te pueda distraer) y te pongas a ESCUCHAR a Jesús, el Hijo muy querido del Padre.

martes, 3 de marzo de 2009

EXODO, DESIERTO Y PASCUA.

Cuaresma: Una oportunidad para ir al corazón de Dios.



“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”

Mc 1,15
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Con Cuaresma ha comenzado un tiempo fuerte desde el punto de vista litúrgico, a través del cual se nos invita a hacer un camino profundo de renovación espiritual, de cara a la celebración de la Pascua, meta final de este tiempo cuaresmal.

En este contexto, nos podemos preguntar: ¿Qué puede significar para nosotros vivir este tiempo cuaresmal hoy en nuestra vida cristiana?

Siguiendo la invitación de Jesús, en el evangelio de Marcos, Cuaresma ha de ser el tiempo en que demos un viraje sustantivo en la vivencia de nuestra fe, de tal manera que podamos vivir un cierto itinerario espiritual que podríamos situar en este trinomio: éxodo, desierto y pascua.

Este ha ser el tiempo oportuno en que podamos salir de todas aquellas “amarras” que nos aprisionan y nos someten para que yendo al desierto, nos purifiquemos de todo aquello que se hace periférico e insustancial, y podamos llegar a la liberación plena en la que el proyecto de Dios y la persona de Jesús, se hagan más evidentes en nuestros estilos de vida y forma de encarar la vida cristiana.

Pero este proceso no es fácil ni se da de manera automática. El Tentador, Satanás, como lo muestra este primer domingo de Cuaresma, en el que tienta a Jesús en el desierto durante cuarenta días, no deja de intentar de atraparnos y hacernos desviar del camino verdadero que nos plantea Jesús. Las tentaciones no hay que verlas desde el ángulo de la moral, primordialmente, sino desde la perspectiva de que la tentación mayor es apartarnos del camino de Dios, desoír su Palabra y no recibir el Reino que ya está en medio de nosotros.

De ahí, entonces, que la Cuaresma ha de ser una buena oportunidad para hacernos más férreos en nuestra voluntad de seguir a Jesús y sea un tiempo oportuno en la cual podamos examinar con hondura el estilo de vida que estamos llevando. Así como de vez en cuando tenemos necesidad de ir al médico porque el organismo nos ha mandado algunas señales de alerta y el facultativo nos somete a diversos exámenes y luego saca sus conclusiones, también Cuaresma puede ser la oportunidad para “chequearnos espiritualmente”, tomarnos el pulso en la profundidad de nuestra fe y en el encanto por el Señor que todavía pueda latir en el corazón y asumir los acentos y cambios que debemos realizar en orden a una vida cristiana más plena y cautivadora.

Un tiempo para vivir aquellos medios que nos planteaba la liturgia del Miércoles de Cenizas, en la cual Jesús nos invitaba a vivir la oración en la intimidad de nuestro ser
; vivir la limosna como expresión de nuestra caridad fraterna; y el ayuno como disposición del corazón para estar más ávido de Dios y de su Mensaje.

Dejemos que en este tiempo, de manera particular, actúe la gracia de Dios en nuestra vida, y no la echemos en un saco roto como nos previene el apóstol San Pablo. Si ello ocurre, es decir, que Dios actúe en nuestra persona, como el alfarero con la greda, entonces, un “vaso nuevo” seremos, se habrá gestado una nueva creación y habremos vivido a cabalidad la Cuaresma que ya hemos iniciado.

Así habrá habido verdaderamente entre nosotros: éxodo, desierto y pascua.