martes, 25 de septiembre de 2012

¿DE QUE CONVERSAMOS A DIARIO? ¿QUE NOS PREOCUPA?




“Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó:
¿De qué hablaban en el camino? Ellos callaban, porque habían
estado discutiendo sobre quién era el  más grande”
 
Mc. 9, 33-34
 

 

En el contacto personal, frecuente y distendido se suele conocer mejor a una persona. Es ahí donde uno muestra a cabalidad sus intereses, sus objetivos, su forma de ver la vida y sus expectativas personales y familiares. En la cátedra, en la oficina, en el templo, quizás puede haber espacio para el disimulo, la apariencia o sencillamente el ocultamiento de tu verdadera personalidad. Hay un momento, en que eres lo que eres y nada más que eso.

 

Algo parecido, supongo, le ocurrió a los apóstoles cuando van discutiendo por el camino quién de ellos era el más grande, quizás, el más importante, el más sabio, el que tenía más derechos adquiridos con respecto a su Maestro Jesús.

 

Mientras él les hablaba de su muerte y resurrección, de que debían cargar la cruz cada día y seguirlo, de asumir el conflicto como parte inherente y constitutiva del seguimiento cristiano, los apóstoles se dan de codazos en busca de ser primeros y el más importante.

 

Todavía no habían entendido bien lo que significó que un día el Maestro pasara por Galilea, a la orilla del mar y los hubiera llamado a ser “pescadores de hombres”. Tiene que venir el mismo Jesús a enmendarles la plana para decirles que el primero debe ser el último siempre. Que un niño es el paradigma sobre la cual se ha de construir la vida cristiana. Que al final de todo, hay que vivir en la misma lógica del Maestro: entregarse y servir a los demás.

 

Sin duda alguna, este es un lenguaje que descoloca y que necesariamente incomoda.

 

Cuando estamos discutiendo cuántas parcelas de poder puedo tener en la política. Cuando en la Iglesia nos vemos a veces con desconfianza porque este grupo no se acopla a mi sensibilidad religiosa. Cuando la autoridad se transforma en dominio en desmedro del grupo al cual debo servir y conducir, estas palabras de Jesús nos suenan extemporáneas y extrañas.

 

Pero la lógica del Evangelio está ahí. Jesús la proclamó y es una palabra que debemos asumir y creer.

 

La grandeza de un ser humano no pasa por los primeros puestos, ni por la grandilocuencia, ni por el ascenso social o material. Ella se da cuando se hace presente en la vida de una persona, la entrega y el servicio. Un esfuerzo, en definitiva, para que los seres humanos hagamos más habitable nuestro entorno social y cultural.

 

¿Imposible vivir ante una sociedad exitista y materialista? A lo mejor.

 

Pero para un cristiano que tome en serio a Jesús, todo es posible.