domingo, 23 de mayo de 2010

UN NUEVO PENTECOSTES


"Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Reciban el Espíritu Santo"


Jn. 20,22



Estando los discípulos con las puertas cerradas por temor a los judíos, irrumpe en ellos Cristo Resucitado para regalarles el don de la paz; enviarlos por el mundo a perdonar y sanar; y, sobre todo, para hacerlos partícipes de su mismo Espíritu. Tanto es así, que sopló sobre ellos y les llenó para siempre de la fuerza del Espíritu Santo. Con esta fuerza, que recibieron para la misión, los discípulos acabaron con el miedo, abrieron todas las puertas (las del corazón y de la mente, primordialmente), y comenzaron a vivir de manera distinta la aventura del Evangelio, predicándolo con la palabra y el testimonio al mundo entero.

Este Espíritu que es fuerza para la misión y es vida nueva para la criatura y la Comunidad, es el motor de la evangelización y de la historia. Es viento impetuoso que sopla donde quiere y que invita a la renovación constante de la vida. Es agua que da vida y que purifica los corazones. Es aceite que marca y consagra y capacita para llevar el Evangelio a todas partes. Es fuego que quema y llena de amor los corazones. Es paloma que trae la paz al corazón herido y que invita a ser portador de buenas noticias para los demás. Son manos que sanan y que cobijan y que acogen al que necesita de la misericordia y la compasión.

Este soplo divino es el que necesitamos recibir hoy día también en nuestros corazones y en el seno de nuestras Comunidades Cristianas. Este soplo de Dios, es el aliento que viene de lo Alto que nos transformará profundamente en nuestra praxis cristiana y que nos ayudará a recuperar el amor primero, el encanto por el Evangelio, la fidelidad creativa a la Palabra de Dios pronunciada por Jesús en la región de Galilea.

Este soplo de Dios es la fuerza que necesitamos para no desmayar y que nos fortalecerá para enfrentar los desafíos de esta hora. Es la fuerza que nos lanzará a la misión y que provocará la desinstalación necesaria para pasar de una vida cristiana sosegada y tranquila, a una vivencia comprometida en la solidaridad y el amor fraterno vivida en profundidad y vitalidad.

Es el soplo divino que HOY pedimos recibir con abundancia de dones en cada uno de nuestros corazones. Soplo que nos reanimará en la búsqueda incesante por hacer creíble el Evangelio y por compartir con otros el sueño de Dios por un mundo más humano y más fraterno.

Soplo de Dios, soplo de Jesús, sopla sobre nosotros. Sopla de nuevo, como un día en el Cenáculo, como un día en Pentecostés, para que todo alcance un nuevo dinamismo, una nueva dimensión, un nuevo reencantamiento.

Fatigados como podemos estar. Cansados por el arduo camino que nos toca recorrer. Desdibujados en nuestra vida creyente como a veces nos podemos sentir, el soplo de Dios lo pedimos con humildad e insistencia.

Sólo así, todo será renovado. Habrá espacio para el compromiso asumido, para la novedad vivida como realidad, para el nacimiento de una nueva criatura y una nueva Iglesia. Sopla de nuevo Señor, para que no nos venza el miedo y así poder tener coraje y sacudirnos de todo aquello que se torna mundano y estéril. Sopla Señor, para buscar con pasión y decisión el camino que hoy día nos toca recorrer en este nuevo milenio que hemos iniciado.

Soplo divino, sopla de nuevo, como un día en el Cenáculo y en Pentecostés. Nuestros corazones así lo esperan, así también lo anhelan nuestras Comunidades.

Sí, Señor, sopla de nuevo. Lo pedimos y lo esperamos de todo corazón.



martes, 11 de mayo de 2010

DISCERNIMIENTO CRISTIANO







"El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido ..."

Hech. 15,28



Se había suscitado una seria controversia en el seno de la Iglesia naciente, en el sentido de si un pagano podía ser cristiano sin pasar por la observancia de la ley judía, entre ella guardar la ley de la circuncisión como expresión de la alianza hecha a Dios, como se practicaba normalmente en el mundo judío y como lo establecía la ley de Moisés.

La controversia no era menor. Se trataba de dar un salto hacia delante en el sentido que el evangelio estaba siendo predicado fuera del ámbito judío y abriéndose campo entre el mundo pagano, con lo cual esos nuevos “creyentes”, venidos de otro ámbito cultural, debían recibir la Buena Noticia de Jesús a partir de otros códigos, haciendo más amplia la propuesta de Jesús.

En este contexto, Pablo, Bernabé, los “ancianos” y los apóstoles reunidos en la Comunidad Madre de Jerusalén, bajo la guía y la luz del Espíritu Santo, deciden que para ser cristiano sólo bastaba creer en Jesús y bautizarse, sin pasar previamente por los mandamientos y costumbres religiosas del mundo judío, entre las cuales la circuncisión era fundamental. Acuerdos que nacieron en lo que se llama el Concilio de Jerusalén.

Ante esta decisión pastoral, estamos frente a un acto propio de discernimiento cristiano. Los Apóstoles, escuchando en verdad al Espíritu Santo y dejándose iluminar por él, de acuerdo a su legítima potestad apostólica, zanjan una controversia fundamental para el futuro de todos aquellos paganos, que comenzaban a abrirse en la fe del Resucitado.

Este hecho de la primera hora del cristianismo, nos viene a recordar la necesidad perentoria que tenemos hoy día los cristianos de ejercitarnos de continuo en el discernimiento. No deberíamos tener miedo a preguntar de continuo al Espíritu Santo, ¿qué será lo que le agrada al Señor HOY y AQUÍ? Porque de eso se trata, que personal y comunitariamente, sepamos discernir los signos de los tiempos para hacer que nuestra fe sea una respuesta adecuada a las necesidades de hoy.

El discernimiento cristiano, ejercido de continuo en nuestras Comunidades Cristianas y en la Iglesia institucional, nos va a ayudar para mantener “la frescura” del Evangelio anunciado por Jesucristo y llevado a todo el mundo por la Iglesia naciente. Cuando nos ejercitamos en el discernimiento, nos hacemos co-protagonistas en la causa de la evangelización. Nos hacemos cargo de la fe que profesamos de una manera adulta y consciente.

El discernimiento nos ayuda a ser más libres de todas aquellas leyes, costumbres, ciertas “ramificaciones” que se van instalando en nuestro quehacer cristiano, que no necesariamente hoy día son una respuesta válida para la realidad que nos toca vivir.

Discernir, bajo la luz y la guía del Espíritu Santo, es reconocer que el Mensaje tiene mucho de novedad y que no siempre éste lo podemos encapsular en nuestras tradiciones, estilos de vida o formatos religiosos que para un cierto tiempo fueron una respuesta clara, pero que para hoy puede que estén obsoletos.

Discernir en clave cristiana es abrirnos con valentía a que el Espíritu Santo nos lleve a recorrer caminos insospechados como un día lo hicieron Teresa de Calcuta, Juan XXIII o el obispo Romero en San Salvador.

Discernir, en el fondo, para poder ser más fieles al espíritu del Evangelio en este siglo XXI que nos toca vivir.