jueves, 24 de diciembre de 2009

EL LENGUAJE DE DIOS





"Cuando estaban en Belén, le llegó el día en que debía tener su hijo.
Y dio a luz su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la sala común"

Lc. 2, 6-7

Parafraseando a la carta de los Hebreos, Dios nos ha hablado y nos sigue hablando de muchas maneras. Lo hizo a través de los profetas, por los mártires, los místicos y ahora nos lo hace a través de Jesús. ¡Y qué potente se torna hoy su Palabra!

Pues claro.

¿Y de qué nos habla Dios? ¿Desde dónde nos habla? ¿A quién de preferencia le llega su voz?

Dios nos habla con un lenguaje único, original y cautivador. Lo hace por intermedio de Jesús y lo hace con propiedad y autoridad. Por cierto, su lenguaje es casi otro, distinto al nuestro. El suyo nos habla del amor universal, de la fraternidad vivida en igualdad y respeto, del compartir los bienes porque éstos son dados a todos por el Creador, nos habla del respeto a los frágiles y pequeños y nos dice que su anhelo es que todos tengamos vida y vida abundante.

Su lenguaje es una sinfonía suave, melodiosa y cautivante, sin embargo muchos todavía no lo logran percibir en el seno de sus corazones. O prefieren otros lenguajes, más bien belicosos, bulliciosos, extravagantes, de corto aliento.

Y nos habla desde la periferia, el desplazamiento, la minoridad y la simplicidad. Dios nos habla hoy desde un PESEBRE y nos seguirá hablando desde el silencio y la soledad. Se ubica en el margen para que nosotros vayamos al centro y recuperemos la dignidad. Hoy nos habla desde la sencillez y la debilidad. Desde la pequeñez y la bondad. En el pesebre de Belén, como hoy, Dios hace una apuesta: quiere compartir nuestra humanidad para que nosotros compartamos su divinidad. ¡Qué admirable intercambio!

Y serán precisamente los pequeños, los frágiles, los pobres, los contemplativos quienes lograrán captar este nuevo lenguaje y lo harán suyo y lo podrán transmitir a los demás.

Anda, pues, al PESEBRE DE BELEN y contempla el nuevo lenguaje de Dios y procura asumirlo en ti como una propuesta de vida para compartir y desarrollar con los demás.

Recuperemos la osadía de Belén y la profecía del pesebre. En que la paz y la justicia cohabiten, en la que el amor y la solidaridad se tomen de la mano. En la que cada ser humano tenga su espacio y su dignidad por siempre.

En la escuela de Belén, aprendamos, pues, el nuevo lenguaje de Dios.

viernes, 27 de noviembre de 2009

VENGA TU REINO




"Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres Rey? Jesús respondió:

Tu lo dices: Yo soy Rey".


Jn. 18,37



El domingo recién pasado la Iglesia católica ha celebrado en su calendario litúrgico la fiesta de Cristo Rey, en donde Jesús aparece enfrentado, cara a cara con Pilato, he interrogado por éste, asume su condición de ser Rey. Con esta fiesta, el pueblo cristiano cae en la cuenta que Jesús es el comienzo y el fin de todo, Alfa y Omega, como dice el libro del Apocalipsis.

Esta fiesta de Cristo Rey nos permite reflexionar sobre el sentido de su reinado, qué entendemos o queremos decir que Cristo es “Rey” y cómo esta fiesta tiene una proyección en la vida de nosotros.

Por de pronto, hay que decir que su “reino no es de este mundo” ni El se asemeja a los reyes de este mundo. No es de este mundo, en el sentido que su reinado no está amparado en la ostentación, la fuerza militar, política o económica, en la opresión de un pueblo, en el usufructo de los bienes de los pobres en beneficio propio. El es REY porque se pone a servir a sus hermanos, porque le lava los pies a sus discípulos, porque su fuerza está basada en la debilidad, porque su corona no es de oro, sino de espinas y porque su trono es la cruz donde entrega su vida por fidelidad y consecuencia de vida con su pueblo y los pobres y marginados de su tiempo, siendo fiel así al proyecto de su Padre.

Jesús fue un apasionado del reino. De hecho este es el meollo de su predicación. Todo lo que El hace, dice, gesta, ofrece, predica, tiene esta lógica de ofrecer y anunciar BUENAS NOTICIAS para los desfallecidos, leprosos, ciegos, hambrientos, paralíticos, pecadores, mujeres, niños, enfermos, poseídos … Su reino, el de su Padre, que El venía a hacer patente, no fue más que la oferta de un Dios que trae vida y vida abundante a su pueblo. El reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que quiere ver realizado en Galilea, en el pueblo de Israel y, en definitiva, en todos los pueblos.

Esta experiencia de Jesús es el gran desafío de los cristianos en la hora actual. Acoger con más fuerza la potencia liberadora de esta semilla nueva que el Señor sembró en el corazón de la historia y de la humanidad para que siga germinando y pueda dar los frutos esperados.

De ahí que la súplica del padrenuestro “venga a nosotros tu reino” no sea más que la demanda de los orantes de todos los tiempos, para que el reino de Dios entre en nuestros corazones y pueda continuar su marcha indefectible hasta la consumación de los siglos. Es el esfuerzo cristiano por continuar con la obra inconclusa de Jesús mientras estuvo predicando en Galilea, de que la vida le gane a la muerte. La paz a la violencia, la injusticia a la iniquidad, la libertad a la esclavitud, la solidaridad a la acumulación.

Es el esfuerzo por acoger este nuevo estilo de vida que se llama “reino”, donde las coordenadas sobre las cuales vamos gestando la vida personal y social, son las coordenadas, distintas, desafiantes, proféticas, del Evangelio y de la predicación de Jesús.

La pasión por el Reino, que fue la pasión de Jesús, sea también HOY nuestra pasión y energía desbordante.

jueves, 12 de noviembre de 2009

DAR Y DARSE




“Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera


de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba,


pero ella, de su indigencia, dio todo


lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”



Mc. 12, 43-44





Jesús se sentó a mirar como la gente depositaba su limosna en el Templo. Muchos ricos daban en abundancia, pero al Señor esa limosna no le tocó el corazón.



Junto con esa danza de personas que daban abundante limosna, llegó una viuda de condición humilde quien depositó dos pequeñas monedas de cobre, este gesto, sí, que tocó el corazón del Señor. ¿Cuál fue la razón? Muy simple, esta viuda pobre había dado todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir. Los demás, en cambio, dieron lo que les sobraba. No sólo eso, daban para sobresalir y sentirse respetables ante los demás. Sólo cumplían formas exteriores que no nacían del corazón.



Dar cosas, dar dinero, dar nuestro tiempo, es importante, pero darse uno mismo, en toda su dimensión, colocando toda la vida y nuestras proyecciones es mucho más importante y rescatable para el Señor.



Es reconocer que nada nos pertenece, que todo es de Dios y cuando damos algo sólo estamos retribuyendo o devolviendo lo que es de Dios.



Los pobres, esta viuda del Evangelio, han comprendido esta lógica del desprendimiento y del compartir, en cuanto han entendido que toda la vida le pertenece a Dios y que sólo somos administradores de los bienes que podamos poseer. La viuda que dio poco, materialmente hablando, dio mucho existencialmente hablando. Dio lo que necesitaba para vivir, se dio ella misma en toda su plenitud.



Dar y darse por completo, es el aporte cristiano al mundo de la especulación, de los accionistas, de los directorios, de las ganancias extravagantes que algunos logran en desmedro de muchos que apenas tienen para vivir y que sin embargo, son ricos en generosidad y en desprendimiento.



¿Quién no ha visto alguna vez a una mujer pobre, campesina, analfabeta, que abre generosamente su monedero para apoyar una causa a favor de alguien situado en la marginalidad y el abandono?



Cuando se vive en la lógica de la donación y la entrega, el tarro de harina no se agotará, ni el frasco de aceite se vaciará (1R 17, 14 como lo demuestra la viuda de Sarepta que atiende al profeta Elías). Es que todo se multiplica por mil cuando el corazón se ensancha y el amor se hace operativo y eficaz. Es la promesa de Dios.



Dar y darse por entero sin ninguna reserva. Lo demás vendrá por añadidura. Que puede ser ésta una lógica romántica ante una realidad cada vez más individualista, quizás, pero es el camino del Evangelio.



Aprendamos a recorrer este camino. No nos defraudará el Señor.


miércoles, 28 de octubre de 2009

OJOS NUEVOS

Con los ojos de un niño.

Para contemplar y admirar.

Ojos para ver las maravillas de Dios.

Con la mirada de los sencillos.



“Qué quieres que haga por ti?
Maestro, que yo pueda ver”

Mc. 10,51


Bartimeo era una mendigo ciego que esperaba a la orilla del camino por Jesús. Su realidad de mendigo ciego lo hacía un hombre necesitado y marginado por eso su grito desgarrador mientras Jesús pasaba acompañado de una gran muchedumbre y de su apóstoles: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”. Es el grito de un hombre que pone toda su confianza en el Maestro, su única tabla de salvación y esperanza.

Es también nuestro grito.

El grito de todos quienes nos sabemos mendigos y ciegos que necesitamos ver, tener nuevos ojos, mirar de distinta manera para salir de nuestra marginalidad y desesperanza.

En el ciego Bartimeo, nos vemos representados quienes le decimos a Jesús de corazón: “Maestro, que yo pueda ver” cuando El nos pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Es la conciencia de aquel que necesita adquirir unos nuevos ojos para ver desde otra dimensión, la dimensión de la fe, lo que ocurre a nuestro lado. Podemos tener ojos pero no ver, especialmente cuando nuestra mirada es miope y de corto alcance, de ahí entonces la urgencia de pedirle a Jesús que nos devuelva la mirada, que nos abra los ojos para contemplar la vida de una manera más profunda y verdadera.

Ojos nuevos para ir a la esencia de las cosas y de las realidades. Ojos nuevos, ojos limpios y transparentes para ver como Dios mira, con paciencia y misericordia, con ternura y compasión, con transparencia y verdad.

No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el adagio popular. Y es verdad, a veces creemos que nuestros ojos ven lo que es nuestra vida, pero no hacemos más que ver lo que nos conviene o sencillamente legitimamos nuestras miradas cargadas de oportunismos o miopías.

¡Ábrenos los ojos Maestro! para dejar nuestra mendicidad y levantarnos a un nuevo amanecer. Para tirar el manto y correr al encuentro contigo y exponerte nuestra vida para que la sanes de raíz.
Danos ojos intensos y profundos. Ojos nuevos para mirar con esperanza la realidad compleja que nos toca vivir.

Que nuestros ojos no se contaminen con la mirada interesada u oportunista de quienes todo lo ven desde su ángulo materialista o individualista. Danos la luz de la fe, con ella, nuestros ojos contemplarán distinto y nuestra ceguera espiritual cederá el paso a una nueva luz que brillará en nuestros ojos.

Ojos nuevos para una vida nueva que comienza a nacer en el encuentro con Jesús, como en el ciego Bartimeo. Es todo lo que te pedimos Señor. Es lo que anhela nuestro corazón.

Ojos nuevos para una vida nueva.

martes, 13 de octubre de 2009

SOLO TE FALTA UNA COSA: LA VIDA CRISTIANA COMO DESAFIO PERMANENTE




“Anda, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres,
y así tendrás un tesoro en el Cielo.
Después, ven y sígueme”

Mc. 10, 21



Un hombre va al encuentro de Jesús y poniéndose de rodillas delante de él, le dice: "Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?"

Por mucho tiempo, se asociaba este texto del llamado “joven rico” (el texto no habla específicamente de que sea joven) al llamado del cual son objeto los religiosos y religiosas, quienes dejando bienes, personas, lugares, escuchan a Jesús que les llama a seguirle y, así, entraban en un camino de “perfección evangélica” y santidad. Pero claro, hoy está meridianamente precisado, que este llamado de Jesús no es sólo para este tipo de cristianos, sino para todos los que también en su estado secular de vida, quieren tomar en serio el Evangelio y vivirlo desde su propia condición laical.

Como esta persona es consciente que ha vivido los mandamientos desde joven, Jesús le pide que de un paso más en libertad para lo cual lo exhorta a vender todo, compartir con los pobres el beneficio de esa venta y luego seguirlo. El texto nos atestigua que este hombre se sintió golpeado profundamente y se puso triste porque era muy rico. Todavía no había dado el paso hacia la libertad como riqueza en su propia vida. Y tuvo que echar pie atrás y volver a su vida anterior que no era mala, pero que el Señor quería que fuera mejor. Así, la riqueza se tornó para este hombre en valla insalvable para un crecimiento cualitativo de su persona.

Algo parecido nos puede pasar a nosotros.

La vida cristiana la podríamos comparar con alguien que practica atletismo. El deportista de esta especialidad, si quiere ser coherente con su deporte, siempre se irá colocando metas más altas. Intentará batir cada vez sus propios récords, como una manera de darle dinamismo a su propia disciplina deportiva. La vida cristiana es algo parecido.

Nosotros no podemos contentarnos con una vida religiosa más o menos formal y rutinaria. O con llevar una vida “sólo buena”. Por el contrario, hoy mismo Jesús nos dice claramente que TODAVIA NOS FALTA ALGO para poder estar en la línea de aquellos que han tomado en serio su vida y la van orientando en dirección al Evangelio.

Algo nos puede faltar todavía para profundizar aún más nuestra vida, nos preguntamos: ¿Qué puede ser? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor padre o madre de familia? ¿Qué te falta todavía para ser un mejor hermano o hijo, un mejor vecino, un mejor profesional, un mejor religioso o laico comprometido?

A pesar de todas nuestras carencias, ¡qué lindo es saber que Cristo espera todavía más de cada uno! Todavía espera nuevas marcas en nuestro propio desarrollo espiritual y humano.

Anda, pues, hermano, vende todo, si, todo, todo lo que no te conviene, lo que te estorba, lo que te impide ser más libre para encontrar mayores caminos de libertad y así tener un corazón más disponible para seguir a Jesús.

Jesús espera más de tí. Porque la vida cristiana es siempre un desafío permanente por alcanzar nuevas metas y nuevos logros.

Confía en tí y confía en el Señor que te mira con cariño cada día.


domingo, 4 de octubre de 2009

FRANCISCO VEN A NUESTRA CASA





HERMANO FRANCISCO



El otro Cristo que pasó haciendo el bien por este mundo.
El otro pobre que siguió al POBRE, desnudo y sin poder.

Necesitamos de ti hermano Francisco.

Ven a recrear nuestra vida cristiana y franciscana
y nuestra propia vocación.

Tráenos tu audacia y originalidad,
para vivir el Evangelio en las actuales circunstancias.

Haznos artesanos de la paz y hombres y mujeres
del diálogo y el encuentro.

Danos fortaleza para abrasar a los leprosos de hoy.

Y enséñanos a vivir la fraternidad universal.

¡Ven hermano Francisco!, hoy más que nunca necesitamos de ti.

Amén.



miércoles, 16 de septiembre de 2009

TODAS LAS CARTAS SOBRE LA MESA


“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?
Pedro respondió: ‘Tú eres el Mesías’

Mc. 8, 29-30



En época de encuestas, Jesús también hace la suya. Quiere saber qué piensa la gente de él y qué dicen los apóstoles de él mismo. O sea, qué concepción se ha ido formando la gente de él y qué identidad tienen los que conforman su círculo más estrecho, en este caso los mismos apóstoles, encabezados por Pedro.

La gente lo sitúa en la línea de los profetas. Algunos piensan que es Juan Bautista, otros que es Elías o uno de los profetas. Para los apóstoles él ES EL MESIAS. Hasta aquí todo bien. Cuando Jesús comienza a desentrañar su identidad y misión como Mesías, viene el escándalo y la crisis.

No es lo mismo conocer a alguien desde lo cognitivo, que conocerlo en su corazón y desde el corazón y plasmar en la vida su enseñanza. Una cosa es hablar de Jesús desde la intelectualidad de la fe, otra cosa muy distinta es aprehender con el corazón, el centro del Mensaje evangélico y hacer suyo el contenido de su enseñanza y comenzar a recorrer su camino.

Jesús juega con todas las cartas sobre la mesa, no se esconde ninguna. Y aquí nos dice que conocerlo a él de verdad, significa seguirlo desde la renuncia a sí mismo hasta cargar con la cruz y seguirlo. Se trata de perder la vida por el evangelio para ganarla de manera definitiva. O sea, la vida no en el interés personal, sino puesta en el bien común, especialmente en los desplazados de este mundo.

Quizás cada uno de nosotros, frente a la pregunta de ¿quién es Jesús para mí? muy suelto de cuerpo podrá decir, “él es TODO para mí”, “él es mi FUERZA y mi energía”, “él es la RAZON de mi vida”, y así, muchas respuestas en esta dirección, que hablan de una PERSONA que nos abarca completamente. Y está bien. Pero, con la misma honestidad, nos podemos preguntar: ¿Y sigo sus pasos?, ¿Es Jesús el PARADIGMA sobre el cual “leo” la realidad que me circunda?, ¿Es el evangelio algo consubstancial a mi forma de ser de tal manera que su lógica es la que intento vivir cada día?

Una cosa es teorizar sobre Jesús, otra muy distinta es asumir su proyecto de vida.

Pedro “sabía” de Jesús, mas todavía no internalizaba por completo el contenido de la misión de este Mesías, llamado Jesús. Debía colocarse todavía detrás de él para seguir siendo formado y así ir esclareciendo el proyecto del Reino que Jesús encarnaba y venía a predicar.

Tenía clara la ortodoxia de la fe, el recto saber. Mas su concreción en la vida todavía adolecía de lagunas. Algo parecido sucede en algunos cristianos y ciertas espiritualidades. Podemos saber de Cristo, pensar rectamente de él y su doctrina, mas no necesariamente haber cambiado el corazón y estar viviendo dicho mensaje en las circunstancias variadas de cada día. Porque saber de Cristo rectamente, es incorporarnos a la fila de los discípulos de Jesús para hacer de la vida una entrega constante hacia los demás, como lo hace el Mesías en su caminata liberadora hacia Jerusalén.

Ahí, crucificado y resucitado, nos enseñará cabalmente que significa ser Mesías. Y será el camino que cada cristiano deberá recorrer. En ese momento, la pregunta de Jesús será respondida NO desde la ortodoxia, sino desde la vida entregada.


martes, 8 de septiembre de 2009

EFFETA, ABRETE: EL ARTE DE ESCUCHAR


“Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:
Efatá, que significa Abrete. Y en seguida se abrieron sus oídos,
se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente”

Mc. 7, 34


Le llevan a Jesús a un hombre sordo y tartamudo para que le imponga las manos y lo sane. Para ese tiempo, dicha enfermedad era considerada un castigo. Quien la sufre es visto como un pecador o es tal vez hijo de pecadores (cf. El ciego de nacimiento, Jn. 9). Jesús al abrir los oídos y soltar la lengua del hombre que le había sido presentado, le devuelve la salud y éste deja de ser un enfermo. Pero al mismo tiempo lo reintegra a la vida social y a sus derechos religiosos, deja de ser marginado. Este hombre aislado, solo e incomunicado de los demás, ahora se integra a la vida social y comunitaria con plenos derechos. Se le devuelve la capacidad de escuchar y de hacerse oír a través de su palabra.

En el colmo de la algarabía y la admiración, todos los que fueron testigos de este hecho, llegan a exclamar: TODO LO HA HECHO BIEN; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Esta página del evangelio también hoy quiere encarnarse en nosotros y ha de hacerse vida en cada uno y en las mismas comunidades.

Necesitamos saber escuchar. Necesitamos que el Señor nos abra el oído para escuchar la multiplicidad de voces que nos envían mensajes de todo tipo y de los cuales no nos hacemos cargo porque a veces estamos incomunicados y aislados en nuestras propias consideraciones y realidades.

Aprendamos a conjugar el verbo ESCUCHAR.

Escuchemos la voz del Padre Dios y los susurros del Espíritu que nos hablan cada día, en cada momento, especialmente en la Palabra que debemos meditar y guardar en el corazón.

Escuchemos la voz de los pobres y marginados, que desde su condición social, cultural o de cualquier índole nos hablan de continuo para aprender a vivir en solidaridad la vida.

Y por qué no escuchar a quienes viven cada día en nuestra casa. Los cónyuges que se escuchen en sus alegrías y tristezas. Como los hijos y los padres han de instaurar una suerte de mesa común para escucharse desde sus propias amenazas y descubrimientos. Escucharnos unos con otros. ¡Qué bien nos haría!

Escucha, hermano, hermana, la voz de tu conciencia que te seduce y te interpela a asumir compromisos verdaderos y humanizadores para tu propia vida.

Escucha al “hermano cuerpo”, diría San Francisco, cuando te reclama más descanso, menos trabajo, más cuidados a tu organismo, más espacios gratuitos, más relajo en este mundo estresado, un tanto depresivo y trabajólico en el cual podemos estar inmersos.

Escucha a la “hermana creación” que en su magnificencia te habla del Creador y por el cual podemos dar gracias y bendecir cada día.

Destapa Señor nuestros oídos, mete tus dedos para que salgamos de nuestro pequeño mundo de aislamiento e incomunicación y podamos oír la voz que hoy también nos repite: EFFETA, ABRETE.

martes, 25 de agosto de 2009

RECUPERAR EL AMOR PRIMERO






“También ustedes quieren irse? Simón Pedro le respondió:
Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de Vida eterna”

Jn. 6, 67-68



Durante cinco domingos consecutivos hemos proclamado el evangelio de Juan en donde se nos habla del PAN DE VIDA. Comenzó el texto con la multiplicación de los panes y termina este capítulo de manera dramática. Si al inicio eran muchos los que oían y seguían a Jesús, al final serán pocos los que se quedarán con El, la mayoría dará un paso al costado y dejarán de seguir al Maestro. Su lenguaje era muy duro, sus enseñanzas muy exigentes, no podían seguirlo porque definitivamente no creían, no tenía fe. Es lo que se suele llamar como la crisis de Cafarnaúm en donde Jesús sintió en carne propia el fracaso de su apostolado y la soledad que le hería su corazón.

En este contexto, la pregunta a los Doce es sin duda una interpelación que Jesús les hace a la comunidad apostólica para que se definan en su seguimiento, hagan más consciente su opción por El y asuman los riesgos que supone seguirle por el camino del discipulado.

Pedro toma la palabra y le dice a Jesús, algo así como: ¿A dónde vamos a ir, si no es a Ti que eres el Maestro, que tiene palabras de Vida eterna y que nos ha dado Espíritu y Vida? ¿Quién más que Tú puede darle un sentido más pleno a nuestra vida? ¿En quién, si no es en Ti, vamos a encontrar el horizonte más hondo para construir una vida más potente y con raíces profundas? Pedro le quería decir a Jesús, ¿Para dónde vamos a ir si Tú eres la LUZ del mundo, el Camino verdadero que nos lleva a la Vida, el Principio y el Fin de todo?

También hoy nosotros somos interpelados y urgidos por Jesús a definirnos con respecto a su Persona y su Mensaje. De la respuesta que demos a la urgente pregunta de Jesús ¿también ustedes me dejarán? nacerá la consistencia de nuestra fe y del compromiso que podremos vivir cada día.

Hoy no son pocos los católicos que están desertando. Se están yendo. Van en busca de otros horizontes. Están confundidos. Están tocando otras puertas para vivir su fe religiosa. Se van. Dejan solo al Señor. Razones pueden haber muchas, desde la indiferencia religiosa o la relativización de las opciones creyentes, hasta las fragilidades que se hacen presentes en nuestra misma Comunidad y que llevan a desilusiones y abandonos.

¿Que nos queda pues? Me parece que volver a responder como Pedro y re-encantarnos con el proyecto de vida de Jesús. Hacernos cargo de nuestra opción creyente y hacerla vida cada día. Formarnos de continuo para que nuestras opciones respondan a la vivencia de una fe adulta y comprometida. Volver a asombrarnos por el encuentro con el Maestro. Recuperar el amor primero desgastado y volver a sentir en el corazón, junto con Pedro, esta pregunta ¿a dónde vamos a ir? A ninguna parte que no sea a tu encuentro Señor Jesús.

Conscientes que sólo Jesús nos puede dar palabras que son Espíritu y Vida. Entonces no dejemos solo a Jesús y no dejemos sola a nuestra Comunidad.

Aunque los demás lo abandonen y dejen de acompañarlo en el camino hacia Jerusalén.

viernes, 14 de agosto de 2009

SIGO A UN HOMBRE LLAMADO JESUS




"Mirando el pesebre me gustaría poder gritar:
“Miren, nosotros los cristianos seguimos a un hombre
que no tiene cuna de reyes, sino brazos de un carpintero”.
Sigo a un hombre que no es de mi raza, ni es de mi siglo siquiera.
Sigo a un tal Jesús de Nazaret que no ha escrito libros ni ha mandado ejércitos.
Todo lo que El ha dicho es mi palabra y mi alimento.
Todo lo que El ha hecho es lo que más quiero.
Y su camino es mi camino.
Y su Padre es mi Padre; y su causa es la mía.
Mi Madre, por él, se llama también María.
De El voy aprendiendo paso a paso la lección “Mansedumbre”, la tarea “Libertad”. Su ejemplo es la “Justicia” transida de humildad.

Sigo a un hombre que me cogió por el centro de la vida, por mi profunda interior raíz, por lo mejor de mí mismo.
Sigo a un hombre que me quiere libre, sin cadenas.
Sigo a un hombre que, siendo mi Señor, es mi mejor amigo.
A El le reconozco por el calor de la verdad, por su pecho herido, entregado, abierto, que me hace vivir hermano de todos.
Sigo a un hombre por este pequeño sendero estrecho y frágil.
Sus huellas son tan únicas que caben los pasos de los grandes santos y los pies de un niño.
Si ustedes han escuchado su voz o su murmullo; su canto, su dura y suave verdad …


Si ustedes han divisado su gesto o han percibido su estilo de hacer grandes cosas al tamaño de los pequeños …
Si ustedes han pedido perdón y han recibido a torrentes la paz de un abrazo invisible …
Si ustedes han sentido un cierto perfume sobrio de esperanza, y han gustado un pan con sabor a trabajo y a cansancio de pobres …
Si ustedes lo han divisado en la larga fila de los que lloran …
Si lo han encontrado entre los perseguidos, los postergados, los desaparecidos, los exiliados, los marginados …
Si ustedes han tocado unas manos heridas, traspasadas de clavos, pero llenas de la fuerza del Espíritu …
Déjenme que les diga: ese es Jesús, el Maestro, que nos llama.

Y ahora, a ponerlo todo arriesgadamente patas arriba …
lo grande a servir a lo pequeño …
el rico hecho pobre para vestir al desnudo …
el pan, para compartirlo …
y dejar de ser cada cual instalado en lo que era …
para ser cada cual mucho mejor que lo que era …
y mi barco y el tuyo, quilla al cielo, mástil al agua …
y el mundo transformado en casa para todos …

Y hermanos tú y yo y ustedes todos".


Esteban Gumucio, ss.cc


A este Jesús te invito a seguir, escuchando ahora su llamado. Seguro que te irá bien. Te lo doy firmado.

martes, 4 de agosto de 2009

PAN PARA TODOS: EL PAN DE JESUS



"Señor, danos siempre de ese pan"

Jn. 6, 34



Comieron muchos, hasta quedar plenamente satisfechos y quedó todavía mucho más para los que aparecerían después en el camino de la vida buscando verdadero alimento.

Es el pan que no se acaba y que alcanza para todos. Es Jesús el PAN DE VIDA.

Danos, Señor, ese pan que sacia para siempre y que deja plenamente satisfecho.

El pan de la libertad y la fraternidad.

El pan del amor fraterno y de la solidaridad.

El pan de la fiesta y la gratuidad.

El pan del perdón y del diálogo.

El pan de la misericordia y la acogida.

Sí, Señor, de ese pan necesito y creo suponer que también necesita mi pueblo y la sociedad toda.

El pan de la verdad y la tolerancia.

El pan de la justicia y el derecho.

El pan de la diversidad y del respeto.

Sí, Señor, ese PAN único bajado del cielo que satisface por siempre el corazón.

¡Necesitamos verdadero pan, Señor!

¿Quién nos lo podrá dar en abundancia?

Levanta tus ojos, Señor, y míranos en nuestras búsquedas y en nuestras inquietudes.

Nos falta pan. Pan verdadero.

Nos han dado otros panes que no sacian el hambre. Son una mera ilusión. Quitan el hambre por un momento, pero al final seguimos y sigo desfalleciendo.

Es un pan que aparentemente nos puede nutrir, pero que en definitiva nos debilita y tarde o temprano nos hace desfallecer. Ese pan no quiero para mí ni tampoco lo quiero para los demás.

Tu pan, Señor, multiplícalo por doquier. De los mismos panes que tenemos y que tú multiplicarás en abundancia.

Pan para todos. Pan para mí. Como aquella multitud que comió hasta saciarse.

De ese PAN queremos comer Señor para siempre. Amén.



martes, 21 de julio de 2009

LA MISION, LA FORMACION Y EL DESCANSO











“Vengan ustedes solos a un lugar desierto,
para descansar un poco”

Mc. 6,31




De regreso de la misión, los Apóstoles van a contarle todo a Jesús sobre lo que habían hecho y enseñado. De esta realidad, se desprende que los Apóstoles tenían la conciencia absoluta de que la misión que se le había confiado no les pertenecía, sino que correspondía evaluar todo lo vivido junto al Maestro que los había enviado.

Como no tenían tiempo ni siquiera para comer, Jesús les invita a retirarse a un lugar desierto con el doble propósito de seguir educándolos en el apostolado y para que pudieran recuperar las fuerzas, desgastadas por el intenso trajín misionero al cual ellos se habían sometido. De esta manera Jesús, quiere que sus discípulos no entren en la dinámica del “activismo” diríamos hoy día, tan nociva para la calidad de vida que ha de tener todo aquel que pretenda ser apóstol de Jesús.

El texto nos señala, inmediatamente, que a pesar de este intento de abstraerse de la multitud, no logran cabalmente sus objetivos, tanto es así, que el Señor teniendo compasión de la multitud comienza a enseñarles porque eran como ovejas sin pastor.

De este texto, me parece importante aprender de Jesús de la necesidad que tenemos todos nosotros de buscar y vivir espacios de soledad y silencio en el cual el Maestro siga formándonos en nuestra calidad de apóstoles.

Sabemos que la misión es ardua. Hay muchas tareas que cumplir, muchos desafíos que asumir y muchas vallas que saltar, de ahí que una buena lectura de la realidad que nos toca vivir, va a ser sumamente aconsejable que cada creyente tenga la sabiduría y la posibilidad de darse tiempos personales, más íntimos, en donde cada cual pueda tomar distancia de lo que está haciendo en la vivencia de su compromiso cristiano, y pueda escuchar sosegadamente al Maestro que le quiere hablar al oído y al corazón.

Hoy es normal ver a muchas personas estresadas, apuradas, depresivas, marcadas por una intensa actividad que no les permite mirar en perspectiva su vida cristiana.

Desde el silencio y la soledad que viviremos de vez en cuando, vamos a poder contarle TODO al Señor. Todo lo que hay en nuestro corazón. Todo lo que hemos vivido. Todos nuestros dramas y dolores, todas nuestras alegrías y esperanzas. Al Señor se le cuenta todo, nada se le oculta, a El le abrimos de par en par el corazón para que nos siga formando como discípulos misioneros.

Es tan dinámica nuestra vida, que HOY seguramente tenemos mucho que contarle al Señor, algo que seguramente no estaba en el ayer de nuestra vida. Por eso nos podemos preguntar, ¿qué tengo hoy para contarle a Jesús?, ¿qué situaciones o experiencias habitan hoy día en mi corazón? Y desde esta experiencia de intimidad, Jesús nos seguirá enseñando y hablando con cercanía y cariño como una madre habla con su hijo.
Vamos, entonces a un lugar tranquilo, para descansar un poco. Apaguemos la radio y la TV, dejemos por un momento el Internet y no nos dejemos aturdir por el ruido ambiente, que invariablemente nos podrán desajustar aún más de lo que podríamos estar.

Busquemos el silencio y la soledad, porque ahí está Dios esperándonos para formarnos, y a quien con naturalidad y sencillez le contaremos todo lo que HOY es nuestra vida.



miércoles, 15 de julio de 2009

DE DOS EN DOS POR EL MUNDO: LLEVANDO SENTIDO A LA VIDA.

De dos en dos, en comunión y fraternidad por el mundo
Siempre entrelazados como hermanos.



“Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos”

Mc. 6,7



“¡Qué caos de opiniones! ¡Qué pavorosa inquietud acosa a los hombres por todos lados! Uno se aferra a la belleza, el otro se mofa de todo y de pronto sus carcajadas se quiebran en un sollozo desgarrador; un tercero se suicida porque la vida le parece realmente una ocupación demasiado estúpida, sin objeto alguno; un cuarto se pone a gritar para no oír los angustiosos clamores de su propio espíritu; un quinto busca el infinito en los pecados más abyectos y más vulgares; un sexto se deja hundir en el océano de la desesperación, un séptimo vive como un rey en el destierro y canta la gloria de su perdida patria. Otro escala las más elevadas cumbres de la soledad, quiere crear una nueva doctrina para dársela a los hombres, pero llega un momento en que su espíritu se resquebraja a consecuencia de la excesiva tensión impuesta, la perturbación mental extiende sobre él su oscuro manto y le retiene por siempre ciego en la angosta estrechez del balbuceo patológico. Uno coge violentamente la vida como si fuera su mujer y quiere poseerla con suprema pasión; aquel vive en la bienaventuranza bajo los reflejos dorados de su sueño; el de más allá no se explica por qué se sufre tanto en la tierra. Los hay que invocan a Dios, los hay que le maldicen. Hay quienes con su fría inteligencia tratan de concebir la historia de la gestación del universo, desde el principio hasta el fin, y al lado de todos ellos la masa obtusa, bestial, rastrera. ¿Dónde puedo encontrar yo lo fijo, lo inquebrantable, lo eternamente increado, lo inmutable? ¿O acaso no existe nada de todo esto? Entonces ¿por qué me es dado pensar en ello, por qué tengo que anhelarlo con toda la profunda vehemencia de mi alma? ¿Por qué tengo que anhelarlo, cuando poseo ya la profunda dicha del amor’ ¿O lo anhelo quizás precisamente por eso?”.

“Nostalgia de Dios”
Peter Van Der Meer

Para llevar sentido al hombre contemporáneo, que se debate en una infinidad de preguntas e interrogantes, y a veces encerrado en un callejón que pareciera no tiene salida, más allá de las evidencias empíricas, de los razonamientos cortoplacistas, de carácter más bien materialista, los cristianos de hoy (como por lo demás lo han hecho desde siempre), tenemos que ser capaces de asumir esta dimensión misionera y apostólica de nuestro seguimiento de Cristo y de la fe en El, para ir de dos en dos por el mundo, llevando la alegre noticia del Evangelio.

Y eso aunque algunos nos quieran ver encerrados en cuatro paredes, (metidos en nuestras sacristías), reducidos a una presencia insignificante e irrelevante dentro del concierto amplio y variado de “ofertones” de sistemas de vida que hoy se hacen evidentes.

Vayamos con alegría de dos en dos por los amplios senderos de este mundo, asumiendo que el Evangelio y Jesús nos pueden ayudar para encontrarle sentido a la vida.

Que ese sea nuestro aporte y nuestra humilde contribución.

viernes, 3 de julio de 2009

TALITA KUM: ¡LEVANTATE!

Jesús: ¡LEVANTAME!

Manos que acarician, bendicen y sanan.
Son las manos de Jesús.




“La niña no está muerta, sino que duerme … La tomó de la mano
y le dijo: Talita kum, que significa: Niña, yo te lo ordeno,
levántate. En seguida la niña, que ya tenía doce años,
se levantó y comenzó a caminar”

Mc. 5, 39.41-42



Un padre, jefe de la sinagoga, llamado Jairo, acude compungido al encuentro del Señor para pedirle que vaya a su casa a imponerle las manos a su hija que se está muriendo.

Gesto tierno, que cualquier padre, consciente de su misión de saber cuidar la integridad de sus hijos, haría si estuviera en la circunstancia de Jairo.

Jairo, puede ser el nombre de cualquier padre, de cualquiera de nosotros, que atormentados por el dolor de uno de los nuestros, no sabe más que volver sus ojos a Dios para implorarle su misericordia. Jairo es el nombre de cualquier ser humano, que hoy día puede estar padeciendo el sufrimiento del cuerpo y del alma, que sólo puede encontrar abandono y paz para su corazón en las MANOS DEL SEÑOR.

Claro que sí, las manos del Señor siempre se extendieron para acoger, perdonar, bendecir, sanar. Son manos solidarias, fraternas, misericordiosas. Sus manos están puestas para hacer sentir el calor divino en el corazón del ser humano. Son manos que aprietan, pero no ahogan. Son manos cálidas de las cuales brotan la salvación y la paz. Son manos abiertas y acogedoras para atraer hacia El a todos los que se sienten cansados y agobiados. Jairo algo sabía de esto, por eso con fe se pone de rodillas delante del Señor y le suplica que vaya a imponerle las manos a su hija.

Es el gesto permanente que nuestra Iglesia realiza hoy día cuando bendice a sus hijos en la celebración de los sacramentos, cuando, sobre todo, administra el sacramento de la reconciliación y opera la sanación del corazón de aquel que ha sido perdonado. Hoy también se siguen imponiendo las manos, al niño que será bautizado, al enfermo que está postrado en cama, al joven que es ordenado sacerdote, al penitente que es absuelto de su falta.

Hoy también las manos de Jesús se prolongan en las manos de todos aquellos que bendicen, santifican, acogen, perdonan, entregan misericordia.

Y esas manos del Señor fueron a la casa de Jairo a pesar de la noticia que había recibido de que su hija estaba muerta. Muerta no estaba, sólo dormida, dice Jesús, por eso, sólo hace falta fe, el milagro ocurrirá por la fuerza de Dios.

Talita kum, levántate, es la palabra liberadora que el Señor pronuncia sobre esa adolescente de 12 años que yacía moribunda en su lecho.

LEVANTATE, es el grito potente que hoy día Jesús quiere pronunciar sobre todos nuestros queridos jóvenes que a veces se sienten menoscabados, aturdidos, indefensos, subyugados u oprimidos por tantos males que les pueden acechar.

JOVEN, A TI TE DIGO: LEVANTATE. Escucha querido joven, querida joven, esta palabra sanadora de tu amigo Jesús y ponte a convivir nuevamente con la vida, con las nuevas ilusiones, con las nuevas perspectivas que pueden despuntar del encuentro personal con Jesús.

Talita kum, levántate, tú también que no siendo joven, también necesitas que Jesús te imponga las manos y te restituya a la vida plena.

En Jesús deja atrás la muerte.
No estás muerto, estás dormido, en Jesús todo será una nueva vida.

Como lo fue para esa pequeña niña de 12 años. Y para alegría de su papá, Jairo.

martes, 23 de junio de 2009

PASEMOS A LA OTRA ORILLA ... AUNQUE SE DESATE EL TEMPORAL

Mar adentro y tomado de la mano de Dios.






“Jesús dijo a sus discípulos: Crucemos a la otra orilla… Entonces
se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca,
que se iba llenando de agua”

Mc. 4, 35.37



La jornada había estado intensa.

De hecho, Jesús tenía jornadas intensas de apostolado y ésta no había sido la excepción. Ya al atardecer, el Señor invita a los apóstoles a partir e internarse mar adentro para asumir otros desafíos y seguir con la predicación de la Palabra.

En esos estaban, cuando se desata un fuerte temporal en el mar de Galilea. Las olas amenazan la seguridad de las barcas, éstas comienzan a zozobrar y evidentemente la seguridad e integridad física de los apóstoles y del mismo Señor están en peligro.

De ahí el grito desgarrador de los apóstoles “¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?”, quien dormía plácidamente. Sintieron miedo y el miedo les hizo lanzar ese grito profundo buscando refugio en Jesús.

Lo llaman Maestro. Detrás de este grito, está la convicción que sólo Jesús puede intervenir eficazmente en sus vidas para enfrentar el desafío de hacer que las barcas no naufraguen y por fin salgan adelante de tamaña experiencia.

Este es también el grito de muchos contemporáneos nuestros. Pueden ser nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, jóvenes insatisfechos, niños maltratados, nuestros ancianos o simplemente cada uno de nosotros, que desde el fondo del corazón le gritamos a Dios, con temor y temblor: “¡Ven, Señor, y ayúdame”. Toma nuestras manos Señor y no permitas que nos hundamos. Que nuestras barcas, sacudidas por las intensas marejadas en las cuales a veces nos vemos inmersos, no terminen por minar nuestra fe y la esperanza que nos permite creer y esperar que después de la tempestad viene la calma.

Tener miedo no es algo incompatible con tener fe. Pero por cierto, no debe ser el miedo el que nos paralice, sino por el contrario, aún teniendo miedo (por las circunstancias que sean), sepamos abandonarnos en Dios y saber que El tiene en su mano la vida y el futuro de cada uno de nosotros.

Aunque de repente nos visite el dolor y los desafíos de la vida nos sacudan fuertemente, no olvidemos que el Señor VA SIEMPRE EN NUESTRA BARCA. El hecho que duerma no significa que se desentiende de uno, al contrario.

Por eso, hermanos, hermanas, PASEMOS A LA OTRA ORILLA sin temor. Naveguemos mar adentro y contra viento y marea, dejemos que la vida nos abra hacia otros horizontes y asumamos con decisión esa nueva carta de navegación que hoy Dios nos invita a recorrer.

No tengas miedo, el Señor no duerme, el Señor espera por ti. Nunca te vas a hundir, a pesar de las muchas contrariedades que hoy o mañana te toque vivir.

En la barca de tu vida, hoy Jesús te quiere hacer sentir su amor. No lo olvides.

martes, 16 de junio de 2009

COMULGAR CON CRISTO Y CON EL PROJIMO








“Mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan y, después
de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
‘Tomen; esto es mi cuerpo”.

Mc. 14, 22



La Iglesia vive de la Eucaristía, nos recordaba el Papa Juan Pablo II en su encíclica publicada sobre este tema en el año 2003. Luego de esta Encíclica, llamaría a toda la Iglesia Católica a vivir el AÑO DE LA EUCARISTIA a partir de octubre de 2004.

En verdad, la Eucaristía, su celebración cotidiana y especialmente dominical (en aquellos lugares donde todavía esto es posible), viene a ser el momento más denso y privilegiado de encuentro con Cristo y con los hermanos. Es el momento en donde hacemos memoria de la ULTIMA CENA, donde el Señor, previo a ser crucificado, en la intimidad del Cenáculo, junto a sus amigos, nos dejó este recuerdo de su presencia real y verdadera, además de permanente y para siempre, en el sacramento de la Eucaristía. Hacía así verdad lo que nos decía el domingo pasado: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).

¿Cómo celebrar este sacramento? ¿Qué sentido darle? ¿Qué dimensiones de nuestra vida pueden verse tocadas cada vez que “asistimos” a la Misa?

De la fuente inagotable que es la Eucaristía, me apresuro a relevar algunos aspectos para abrir la reflexión y que cada cual saque sus conclusiones.

Cada Eucaristía, es el momento perfecto para colocarnos de rodillas y con las manos vacías adorar a Dios que se hace presente en cada celebración. La Alianza Nueva que Jesús selló con su Sangre, en cada Eucaristía se renueva y se hace patente en la vida del discípulo. También HOY Jesús vuelve a entrar en la vida de cada ser humano y quiere encontrar un corazón bien dispuesto, para entrar en su casa y compartir el PAN QUE DA VIDA. Alianza, Adoración, Contemplación, Gratuidad, Seguimiento, Entrega: todo, vivido en profundidad en cada Eucaristía.

Si Cristo quiere comulgar con cada uno y nosotros comulgamos con El, o sea, hacemos suyo su PROYECTO DE VIDA, su Persona, su Mensaje, esto también tiene su proyección en la “horizontalidad” de la vida eucarística. Ella es “plataforma”, sustento, sobre la cual nos vaciamos de nosotros mismos y nos abrimos al prójimo. La Eucaristía nos ayuda, y al mismo tiempo, nos interpela, a dejar todo atisbo de individualismo y materialismo para ser capaces de revivir hoy la parábola del buen samaritano (Lc. 10,25 ss) y crear relaciones nuevas en este mundo donde nos toca vivir.

De esta manera la Eucaristía nos ayuda a profundizar la eclesialidad de nuestra fe, profundiza la vida comunitaria y le da un sentido más hondo, además de recordarnos que debemos llevar una vida cada vez más “eucaristizada” siendo discípulos misioneros en el lugar donde nos toca vivir. No es sólo un momento de intimidad con el Señor, es también el momento para abrir los ojos, las manos, los oídos, los corazones y toda la vida a las realidades que nos desafían cada día más a los cristianos.

La Eucaristía vivida como una FIESTA y como el momento más denso y verdadero de la semana y de la vida de la Comunidad, sin duda nos llevará a conjugar muy bien el desafío de COMULGAR CON CRISTO Y COMULGAR CON EL HERMANO.

No separemos, pues, lo que Dios ha unido.


jueves, 4 de junio de 2009

ESPIRITU SANTO, ENTRA EN MI CASA



BIENVENIDO, ESPIRITU



Bienvenido, Espíritu. ¡Eres Tú!
Pasa, no te quedes a la puerta. Pasa hasta la sala de estar.
Toma asiento, vamos, con toda confianza.
No sabía si vendrías. Lo esperaba, bueno, lo deseaba, pero dudaba:
pensaba si serías sólo para los importantes, los sabios, los santos, los perfectos ...
Veo que vienes a todas las casas, las grandes y las pequeñas.
Tenía esperanza, pero a veces me asaltaba la duda.
¿Vendrá también a mi casa, tan pobre, tan pequeña?
No sabes cuánto me alegro.
Has venido, ya estás aquí. No eres un lujo ni un regalo caro.
Has venido y estamos aquí juntos. ¡Casi no me lo puedo creer!
Te enseñaré mi casa, ¿quieres? Está un poco abandonada, ya lo ves.
Algo de polvo que siempre entra. Mucho desorden.
Ropa sucia que no acabo de lavar.
Hay también barro en los rincones y en el pasillo.
Quizás Tú, que eres aire fino y persistente, lo limpies todo.
No tengas miedo de soplar.
Hace frío, ¿verdad?
Si, no es una casa caliente. Hay poco ambiente aquí dentro.
Quizás Tú, que eres fuego, la puedas caldear y ambientar.
No tengas miedo de arder y calentar todas las habitaciones.
Me gustaría repartir calor a todos los que vengan donde mí.
¿Para cuánto tiempo vienes?
¡Ojalá te quedes mucho rato! Tenemos tanto que hablar ...
Puedes quedarte todo el día, y mañana, y pasado mañana.
¡Ojalá no te vayas nunca! ¡Ojalá no te eche nunca!
No te vayas aunque te eche, te lo suplico.
Me agrada que estés aquí, los dos juntos mano a mano.
Tengo tantas cosas que contarte ... ¡Mil proyectos!
Y quiero remover mi casa de arriba abajo.
Te lo contaré todo. Pero el caso es que ahora mismo no se me ocurre nada.
Estoy contigo y tengo tanto que decirte ...
Pero me emociono y no me sale nada.
Estoy a gusto junto a Ti. No sabes la ilusión que me hace tu visita.
Dicen que Tú haces profetas. No sé bien lo que puede ser eso, pero lo intuyo. Hombres que nunca están quietos. Mujeres que rompen moldes y no repiten la historia.
Siempre andando en busca de lo nuevo más allá de los senderos trillados.
Dejarlo todo, superarlo todo, darlo todo ... Y abrir caminos.
Estoy un poco lejos de esas maravillas con esta casa tan sucia y tan desambientada.
Pero si Tú has venido pensarás que ha llegado el momento.
Me gustaría. De verdad que me gustaría, ¡te lo juro!

A. Loidi.

lunes, 25 de mayo de 2009

CON LOS PIES EN LA TIERRA Y LOS OJOS EN EL CIELO





“Después de decirles esto, el Señor Jesús
fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”

Mc. 16, 19




En la Ascensión del Señor en cuerpo y alma al cielo, contemplamos la meta final a la que camina la humanidad y cada ser humano. Estamos en la tierra, para ello se nos confió una misión de ir por todo el mundo para predicar el evangelio a toda la creación, sin embargo nuestro camino definitivo y total tendrá su sentido en la estancia suprema que es el cielo y a la cual Jesús nos ha ido a preparar un lugar preferencial.

La Ascensión, nos invita a unir la tierra y el cielo. Nos recuerda nuestro compromiso histórico como cristianos de trabajar por la liberación integral del ser humano (arrojarán a los demonios … impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán …) y, al mismo tiempo, acentúa esta dimensión de “peregrinos”, de una Iglesia que está de tránsito y que vive de la esperanza y la eternidad como estancia final y plena.

Una cita de A. Grun me parece iluminadora al respecto: “Claramente la liturgia entiende la ascensión como si nosotros, que estamos encerrados en nosotros mismos o encadenados por Satán, fuéramos elevados por Jesús. A menudo vivimos sobre la Tierra cautivos en la prisión de nuestros miedos y nuestra tristeza. Estamos atados a nosotros mismos, entretejidos en el vaivén de nuestras emociones, necesidades y pasiones, en nuestra culpa y sentimiento de culpabilidad. Estamos involucrados en relaciones confusas, en intrigas y mascaradas. Estamos pegados a nosotros mismos, a nuestro orgullo, que nos prohíbe reconocer la propia verdad. Estamos encadenados a nuestro cuerpo, que nos mantiene a menudo sujetos. En su ascensión al Cielo, Jesús depositó su mano sobre nosotros, nos cautivó con su amor. Y así fue como transformó nuestra prisión. Nos llevó consigo en su amor. Nuestra prisión, nuestra oscuridad, nuestro frío, nuestra soledad, nuestro alejamiento, todo ello Cristo en su ascensión lo introdujo en el terreno divino, en el Cielo, en el espacio del amor de Dios. Hasta allí hemos sido elevados, superándonos a nosotros mismos, y ahora ya estamos en casa” (La resurrección de cada día”, p 100).

Dejémonos, pues, que Jesús nos lleve al Cielo para que así podamos ser auténticamente humanos y libres.

Se lo pido de corazón al Señor. Tómame Señor y llévate todo lo mío. Mientras sigo caminando con los pies en la tierra, muchas veces pegados en el barro, pero con los ojos y el corazón puestos en el Cielo para siempre.