viernes, 27 de noviembre de 2009

VENGA TU REINO




"Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres Rey? Jesús respondió:

Tu lo dices: Yo soy Rey".


Jn. 18,37



El domingo recién pasado la Iglesia católica ha celebrado en su calendario litúrgico la fiesta de Cristo Rey, en donde Jesús aparece enfrentado, cara a cara con Pilato, he interrogado por éste, asume su condición de ser Rey. Con esta fiesta, el pueblo cristiano cae en la cuenta que Jesús es el comienzo y el fin de todo, Alfa y Omega, como dice el libro del Apocalipsis.

Esta fiesta de Cristo Rey nos permite reflexionar sobre el sentido de su reinado, qué entendemos o queremos decir que Cristo es “Rey” y cómo esta fiesta tiene una proyección en la vida de nosotros.

Por de pronto, hay que decir que su “reino no es de este mundo” ni El se asemeja a los reyes de este mundo. No es de este mundo, en el sentido que su reinado no está amparado en la ostentación, la fuerza militar, política o económica, en la opresión de un pueblo, en el usufructo de los bienes de los pobres en beneficio propio. El es REY porque se pone a servir a sus hermanos, porque le lava los pies a sus discípulos, porque su fuerza está basada en la debilidad, porque su corona no es de oro, sino de espinas y porque su trono es la cruz donde entrega su vida por fidelidad y consecuencia de vida con su pueblo y los pobres y marginados de su tiempo, siendo fiel así al proyecto de su Padre.

Jesús fue un apasionado del reino. De hecho este es el meollo de su predicación. Todo lo que El hace, dice, gesta, ofrece, predica, tiene esta lógica de ofrecer y anunciar BUENAS NOTICIAS para los desfallecidos, leprosos, ciegos, hambrientos, paralíticos, pecadores, mujeres, niños, enfermos, poseídos … Su reino, el de su Padre, que El venía a hacer patente, no fue más que la oferta de un Dios que trae vida y vida abundante a su pueblo. El reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús da a su vida y para entender el proyecto que quiere ver realizado en Galilea, en el pueblo de Israel y, en definitiva, en todos los pueblos.

Esta experiencia de Jesús es el gran desafío de los cristianos en la hora actual. Acoger con más fuerza la potencia liberadora de esta semilla nueva que el Señor sembró en el corazón de la historia y de la humanidad para que siga germinando y pueda dar los frutos esperados.

De ahí que la súplica del padrenuestro “venga a nosotros tu reino” no sea más que la demanda de los orantes de todos los tiempos, para que el reino de Dios entre en nuestros corazones y pueda continuar su marcha indefectible hasta la consumación de los siglos. Es el esfuerzo cristiano por continuar con la obra inconclusa de Jesús mientras estuvo predicando en Galilea, de que la vida le gane a la muerte. La paz a la violencia, la injusticia a la iniquidad, la libertad a la esclavitud, la solidaridad a la acumulación.

Es el esfuerzo por acoger este nuevo estilo de vida que se llama “reino”, donde las coordenadas sobre las cuales vamos gestando la vida personal y social, son las coordenadas, distintas, desafiantes, proféticas, del Evangelio y de la predicación de Jesús.

La pasión por el Reino, que fue la pasión de Jesús, sea también HOY nuestra pasión y energía desbordante.

jueves, 12 de noviembre de 2009

DAR Y DARSE




“Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera


de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba,


pero ella, de su indigencia, dio todo


lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”



Mc. 12, 43-44





Jesús se sentó a mirar como la gente depositaba su limosna en el Templo. Muchos ricos daban en abundancia, pero al Señor esa limosna no le tocó el corazón.



Junto con esa danza de personas que daban abundante limosna, llegó una viuda de condición humilde quien depositó dos pequeñas monedas de cobre, este gesto, sí, que tocó el corazón del Señor. ¿Cuál fue la razón? Muy simple, esta viuda pobre había dado todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir. Los demás, en cambio, dieron lo que les sobraba. No sólo eso, daban para sobresalir y sentirse respetables ante los demás. Sólo cumplían formas exteriores que no nacían del corazón.



Dar cosas, dar dinero, dar nuestro tiempo, es importante, pero darse uno mismo, en toda su dimensión, colocando toda la vida y nuestras proyecciones es mucho más importante y rescatable para el Señor.



Es reconocer que nada nos pertenece, que todo es de Dios y cuando damos algo sólo estamos retribuyendo o devolviendo lo que es de Dios.



Los pobres, esta viuda del Evangelio, han comprendido esta lógica del desprendimiento y del compartir, en cuanto han entendido que toda la vida le pertenece a Dios y que sólo somos administradores de los bienes que podamos poseer. La viuda que dio poco, materialmente hablando, dio mucho existencialmente hablando. Dio lo que necesitaba para vivir, se dio ella misma en toda su plenitud.



Dar y darse por completo, es el aporte cristiano al mundo de la especulación, de los accionistas, de los directorios, de las ganancias extravagantes que algunos logran en desmedro de muchos que apenas tienen para vivir y que sin embargo, son ricos en generosidad y en desprendimiento.



¿Quién no ha visto alguna vez a una mujer pobre, campesina, analfabeta, que abre generosamente su monedero para apoyar una causa a favor de alguien situado en la marginalidad y el abandono?



Cuando se vive en la lógica de la donación y la entrega, el tarro de harina no se agotará, ni el frasco de aceite se vaciará (1R 17, 14 como lo demuestra la viuda de Sarepta que atiende al profeta Elías). Es que todo se multiplica por mil cuando el corazón se ensancha y el amor se hace operativo y eficaz. Es la promesa de Dios.



Dar y darse por entero sin ninguna reserva. Lo demás vendrá por añadidura. Que puede ser ésta una lógica romántica ante una realidad cada vez más individualista, quizás, pero es el camino del Evangelio.



Aprendamos a recorrer este camino. No nos defraudará el Señor.