domingo, 29 de junio de 2008

Y TU, ¿QUIEN DICES QUE SOY YO?


Una pregunta, que requiere de una respuesta
vital y existencial.
(Mt. 16, 13-19).
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Jesús sale a conocer la realidad realizando entre sus apóstoles un sondeo de opinión con una pregunta de rigor: "¿Qué dice la gente de mí?" Por el tipo de respuestas que le dan los apóstoles, se advierte que hay un nivel de confusión importante entre la gente que lo conoce, aún cuando se le considere una persona bastante importante, pues es colocado al nivel de los grandes profetas como Juan Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas.

Pero, Jesús queriendo dar un paso más pregunta a los mismos apóstoles: Y ustedes, "¿quién dicen que soy?" Y ahí aparece Pedro, que en nombre de la comunidad apostólica hace esa famosa profesión de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado, el Ungido de Dios, realmente el Hijo mismo de Dios. Me temo que detrás de esa pregunta de Jesús, podemos decir que en El estaba la intencionalidad de hacer tomar conciencia en los apóstoles, acerca del nivel de experiencia que tenían de El y de la identidad que poseían en torno a su misión como Mesías e Hijo de Dios. Era una pregunta que invitaba a los apóstoles a “mirarse hacia su interior”. Una pregunta para revisar convicciones y develar el verdadero rostro que ellos tenían de Aquel que un día les había llamado a su seguimiento.

Esa misma pregunta nos la hace hoy a cada uno de nosotros, volviéndonos a interrogar como un día a sus apóstoles: “¿Y tú, quién dices que soy yo?" En otras palabras te está preguntando: "¿Para ti, quién soy yo?".

Por supuesto, que las respuestas de cada uno de nosotros, y que precisa Jesús, no pueden quedarse en el ámbito de lo teórico y de la mera retórica. No se puede responder a esta pregunta interpeladora y desafiante sólo desde lo aprendido “de memoria” en el camino de nuestra existencia (sea por el catecismo, las tradiciones familiares, o por los ritualismos que mantengamos vivos). Se trata, más bien, de mirar nuestra experiencia personal de Jesús y de comprobar cuán importante es su Persona en mi vida; qué nivel de profundidad ha alcanzado en mí su Evangelio; de qué forma el horizonte y la orientación de mi existencia está mediatizada por la Persona de Jesús; en qué forma Jesús no sólo está en mí por una convicción intelectual o teórica, sino, por una experiencia que me ha ido moldeando en el curso de mi vida.

Así como Pedro tuvo su encuentro con Jesús en el mar de Galilea y Pablo lo tuvo en su camino a Damasco, también nosotros debemos ser capaces de reconocer un momento de nuestra historia de fe, donde Jesús irrumpió “existencialmente” en nuestra vida, ya que por los tiempos que hoy nos toca vivir, con más fuerza se hace necesario que los cristianos lo seamos por una experiencia vivida, más que por una cuestión meramente coyuntural y un tanto anecdótica.

La experiencia tiene que ver con lo profundo del ser humano. Una cosa es hablar y teorizar sobre el amor, otra muy distinta es enamorarse y sentir el amor dentro del corazón. Lo mismo cuenta en la experiencia de Jesús. Más que una teoría, Jesús se tiene que transformar en una experiencia de vida que no esté expuesta a los vaivenes de la vida cotidiana, necesariamente.

¿Para ti, quién soy yo?, nos vuelve a preguntar Jesús, como en Cesarea de Filipo a los apóstoles. Y nuevamente El nos invitará a revisar nuestras experiencias y convicciones y a ponerlas en entredicho a la luz de su Palabra y de su Persona.

Nuevamente nos tendremos que preguntar con honestidad y sinceridad, si acaso Jesús es más que una idea que adorna mi intelecto, más que un “personaje” (equiparado a Sócrates, Buda, Mahoma o Confucio), más que un profeta o más que un reformador social. Es, simplemente, el Mesías, el Señor, el Ungido de Dios, Aquel que orientó para siempre mi vida por el camino liberador del Evangelio.
Es una pregunta personal que requiere de una respuesta personal. Y que tendrá una expresión, necesariamente, vital y existencial.
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miércoles, 25 de junio de 2008

QUEDATE CON NOSOTROS SEÑOR, PORQUE SE HACE TARDE

(Para meditar al terminar la jornada)

La tarde está cayendo, el sol comienza a declinar, una jornada más y el retorno a casa para compartir con los nuestros.

El sentimiento de haber hecho lo que teníamos que hacer. O, quizás, la sensación de haber podido hacer más.

Con todo, deja tu ser, tu jornada laboral, tus preocupaciones, tus pensamientos ... todo ... en manos del Señor. Y deja reposar tu corazón en el silencio abrazador del Señor que una vez más ha confiado en Ti y te ha enviado al mundo para vivir la pasión del Reino. Y anda a tu casa tranquilo(a) y serenamente a estar con los tuyos.

Y, una vez más, agradece por la jornada vivida y préparate para comenzar de nuevo con la luz y la sabiduría de los que esperan y confían en Dios.

PLANTA TU VIDA EN LA ACEQUIA DEL SEÑOR


"Dichoso el hombre ... que su gozo es la ley del Señor,
y que medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia:
da su fruto a su tiempo y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin".

Salmo 1


Como el árbol que plantado junto a la acequia tiene vida abundante, así también nuestra vida tendrá mayor plenitud, verdadera plenitud, tanto en cuanto ella esté enraizada en Dios nuestro Padre.

Todas esas fatigas y cansancios, que a veces se hacen parte de tu vida, de alguna manera se aminorarán y, por fin, terminarán por desaparecer, en cuanto "plantes" tu vida en la acequia verdadera que es Dios.

En El encontrarás, progresivamente, la paz en tu corazón.

Por eso, te invito a exclamar de corazón, junto con el salmista: "Sólo en Dios descansa mi alma". (Salmo 62).


miércoles, 18 de junio de 2008

¿QUE NOS ESTA PASANDO?: ¡ADIOS DEPRESION!


“Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos. Enseñaba en las sinagogas, proclamaba la Buena Nueva del Reino y sanaba todas las enfermedades y dolencias". (Mt. 9, 35).


Cualquier estudio de opinión acerca de la salud mental de los chilenos, va arrojar resultados que preocupan y dejan muchas interrogantes. Sin ir más lejos, un estudio de la consultora Gemines-Finis Terrae, realizado recientemente en la Región Metropolitana, nos informa que un 78 % de chilenos reconoce haber tenido depresión en el último año, siendo una de las causas fundamentales el tema económico expresado en el endeudamiento exagerado en el cual incurren buena parte de nuestros compatriotas (un 48%), amén de otros factores como la cesantía y la sensación de soledad (con un 16 y 15% respectivamente). Junto con este dato revelador, se nos dice que un 88% de chilenos reconoce que alguna vez se ha sentido deprimido.

Para paliar este fenómeno, muchos son los que recurren a pastillas para dormir, consumen tranquilizantes, antidepresivos o estimulantes para sobrellevar o aminorar este fenómeno. Y procuran enfrentar esta problemática refugiándose en la familia o en su pareja (54%), compartiendo los problemas con amigos (16%) y sólo un 6% encuentran en la fe religiosa un auxilio o apoyo para enfrentar estas problemáticas que de un tiempo a esta parte se han venido a instalar en nuestra sociedad.

Sin entrar a hacer un análisis pormenorizado y científico (no es mi competencia ni tampoco mi objetivo) de este “fenómeno depresivo”, es sintomático caer en la cuenta que hoy día una de las grandes causas que llevan a un estado depresivo (si bien no única, pero mayoritaria), es el mal enfoque que le estamos dando los chilenos al tema económico y al uso del dinero. Pareciera que para muchos el dinero, el consumo y la capacidad que se tenga de endeudarse vienen a definir su identidad, sea en forma personal, como también en el entorno familiar que cada cual se va estructurando.

Si bien es cierto estamos insertos en una sociedad competitiva, exigente, bastante despersonalizadora e individualista y un tanto “rabiosa” y poco amable, no es menos cierto que la persona debería tener la capacidad para dimensionar en su justa medida “el por qué está en este mundo”; “qué es lo que lo define como ser humano”; “dónde está el secreto de su felicidad”; en definitiva, “qué es lo que hace que como persona tenga un valor inconmensurable, en cuanto es hijo e hija de Dios y objeto de su predilección y amor personal desde siempre y para siempre”.

No valemos por lo que tenemos o hacemos. No valemos por el auto que tengamos, por los títulos que adquiramos, por el dinero que logremos acumular o por las vacaciones de las que pueda disfrutar y por la tecnología a la cual tenga acceso y pueda desarrollar. No valgo más por las redes de relaciones que vaya creando, ni por el nivel de consumo del cual pueda usufructuar, o por el barrio en el cual vivo.

Si bien es cierto tenemos derecho a tener una vida más digna, ésta pasa por desarrollar el cultivo de la interioridad y por hacer crecer el corazón y la vida espiritual.

Lo que necesitamos es hacer un camino espiritual verdadero y liberador. En la medida que lo hagamos, nos sentiremos libres de toda atadura que nos oprima y nos desgaste buscando la felicidad fuera de nosotros, donde de seguro que no la vamos a encontrar.

Jesús, que conocía el corazón humano, ya en su tiempo sanaba todas las enfermedades y dolencias de la gente. Por eso sentía compasión por aquellos que estaban cansados y decaídos. Hoy también Jesús quiere hacer esa tarea en cada uno. Y es esta misma tarea la que como Iglesia tenemos que realizar cada día, es decir, ayudar a focalizar bien los niveles de intereses que tengamos, donde el cultivo de la interioridad y hacer un camino espiritual deberían ocupar un lugar preponderante y definitivo.

Si lo hacemos, vamos a decir adiós a la depresión, al estrés y a todos aquellos fenómenos que inquietan hoy nuestro corazón. Porque sabremos apuntar al objetivo verdadero de la vida. Y, por ende, seremos más felices.

Al menos ese es mi sueño y esperanza.

domingo, 8 de junio de 2008

"SIGUEME"


“Un llamado que seduce y compromete”

“Jesús, al irse de ahí, vio a un hombre llamado Mateo, en su puesto de cobrador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y lo siguió”. (Mt. 9,9).

De esta manera comienza el relato evangélico proclamado en las Eucaristías de este domingo, en donde se nos narra el llamado de Jesús a un cobrador de impuestos como Mateo.

Este llamado que Jesús hizo un día a Mateo, se verifica hoy día en cada uno de nosotros. Hoy también Jesús, mientras pasa por nuestro camino, pone sus ojos en nosotros (como un día los puso en Zaqueo, en el joven rico, en la multitud hambrienta …), se fija en nuestra historia y desde el lugar en el cual estamos insertos, sea viviendo en nuestra casa, trabajando en la empresa, estudiando en un liceo o universidad, ya sea que seamos niños, jóvenes o adultos, a toda hora y en cualquier circunstancia,
nos invita a seguirle para iniciar con El una experiencia nueva, transformadora, plena y cargada de sentido.
También, nosotros, como Mateo, nos levantaremos de la mesa de los impuestos, o sea desde el lugar donde estamos, quizás algunos con el corazón oprimido y necesitado, para seguirle con todo entusiasmo y decisión, sabiendo de antemano que nos espera una aventura para la cual el mismo Señor nos capacitará, teniendo la convicción que El nos llama no porque seamos justos, sino pecadores y necesitados permanentemente de su amor gratuito y transformador.

Este pasaje bíblico, nos debería hacer pensar un momento sobre nuestra vocación, o sea, sobre el llamado que un día nos hizo el Señor y sobre los llamados permanentes y cotidianos del cual somos objeto. La vocación es siempre una iniciativa de Dios que se da en un ámbito de gratuidad, amor y misericordia. Es una llamada personal, única e intransferible. Y siempre está hecha en un contexto de libertad, pues sólo así la respuesta que se de podrá ser un acto verdaderamente humano.

El Señor es el que llama y para hacerlo rompe todos los esquemas. Como lo hizo con Mateo, un cobrador de impuestos, oficio que en manos de un israelita, provoca el rechazo del pueblo, entre otras cosas porque con este oficio está sosteniendo al imperio romano que oprimía al mismo pueblo. De esta manera, queda claro que la persona “llamada” no lo es en cuanto tenga méritos para tal llamamiento, sino que Jesús invita al seguimiento a cualquiera que esté necesitado de su salvación y que quiera emprender un camino nuevo como fue el caso del mismo Mateo.

Me parece importante, revisar el llamado de Jesús en nuestra vida. ¿Cuándo fue? ¿En qué circunstancias ocurrió? ¿Cómo lo estoy viviendo en la actualidad? ¿De qué manera este “sígueme” pronunciado en muchos hombres y mujeres de todos los tiempos está vivo y latente en mi corazón?

De igual modo, creo importante estar sensibilizados y atentos para “sentir” las llamadas que HOY Jesús nos hace. En el lugar que hoy nos toca vivir, trabajar, estudiar, también Jesús PONE SUS OJOS en nosotros y nos invita a proyectar un estilo de vida diferente. Tengo la convicción, ojalá también sea la tuya, que nunca es tarde para cambiar el paradigma de nuestra vida. Nunca es tarde para “levantarnos de la mesa de cobrador de impuestos” para partir detrás de Jesús, ahora en una dimensión nueva de nuestra vida.

Me parece que nunca será tarde para reordenar y rediseñar nuestra vida. Darle otro enfoque, otro cauce, otra fisonomía. Y esto, por supuesto, por la fuerza de Dios que opera en cada cual.

Sólo hace falta agudizar el oído del corazón para volver a escuchar de parte de Jesús esta invitación seductora: ¡SIGUEME!


DEJA QUE SUS OJOS TE MIREN


¡Qué profunda es tu mirada Jesús!

Nadie, nunca, ha mirado como Tú.

Tus ojos denotan misericordia, predilección y comprensión. También conocimiento, ternura y serenidad. Y, sobre todo, mucho amor.

Con tus ojos, Señor, cautivaste a muchos.

Entre otros, a Mateo que rápidamente se levantó de la mesa de los impuestos y te siguió, aceptando así la invitación que le habías hecho.

¡De qué magnitud y profundidad habrá sido esa mirada, Señor!

¡Tus ojos, Señor!

Pon tu mirada en mí, Señor y lléname con tu cariño y predilección.

No siempre me han mirado con cariño Señor, sin embargo Tú nunca has despegado tus ojos de mí. Hoy los siento en mi corazón.

Sí, Señor.

Vuelve a mirarme con cariño. Como un día lo hiciste con Pedro, con Zaqueo, con el joven rico, con tu Madre, con la mujer adúltera, en fin, con todos los cansados y agobiados que te buscaban sin cesar por los caminos de la vida.

En tu mirada me quiero quedar Señor, para que me regales tus ojos y comience a mirar como Tú lo haces.

Sí, Señor.

Ojos nuevos, ojos transparentes, ojos profundos que se conduelen, ojos que miran al corazón y al ser íntimo de cada cual.

Con tus ojos en mis ojos quiero botar la venda de mis ojos y mirar nuevamente con esperanza y fe.

¡Pasa de nuevo, Señor, por mí!

Y mírame de nuevo con cariño y ternura e invítame a unirme a Ti.

Si, Jesús, hoy nuevamente quiero que tus ojos me vuelvan a mirar. Como un día en Mateo.

Y como ha sido desde siempre.

Amén.
M.A.P.V.