lunes, 29 de octubre de 2012

QUIERO VER





“Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga?
El ciego respondió:

Maestro, que yo vea”


Mc. 10,51



Este sería un día especial para el ciego Bartimeo. Sería su gran día, su gran oportunidad. Quizás la primera, la última y la única oportunidad que este ciego sabrá aprovechar de muy buena forma.



Jesús va caminando hacia Jerusalén. En este camino se había encontrado con un hombre rico que le había preguntado por la vida eterna. Igualmente, había escuchado la petición de Santiago y Juan que pedían puestos de privilegios cuando él estuviera en su gloria. Ahora, es el turno de un ciego.



¿De quién hablamos?



Pues, de un hombre que pedía limosna tendido a la orilla del camino. Hablamos de un pobre, de un indigente, de un hombre limitado, necesitado, con evidentes carencias. Seguramente había pasado muchos años en esta condición de limosnero, de alguien marginado.



Se trata de un hombre que no puede ver: no sólo no veía objetos, físicamente hablando, era una persona que no podía ver más allá, no podía alzar la vista al cielo. De este ciego estamos hablando.



¿Qué hace el ciego?



Advertido del paso de Jesús por el camino (llama la atención como había agudizado la capacidad de saber escuchar), el ciego se pone a gritar de manera ensordecedora a Jesús: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Es el grito de la fe. El grito de un hombre que sabe que esta es SU oportunidad para comenzar algo nuevo en su vida. Si no grita ahora, no será nunca más.



Su grito no hace más que poner en evidencia su indigencia profunda, por eso pide misericordia y compasión. Y su grito no queda sin ser escuchado. Jesús que siempre escucha el grito de los pequeños no se hace el sordo y lo manda llamar.



Al momento del llamado el ciego hace tres gestos importantes: arroja el manto (un gesto de desprendimiento, es lo único que tiene); da un salto (un gesto de confianza total, inaudito ver a un ciego saltando) y va donde Jesús (haciendo un gesto de credibilidad en la palabra de Jesús).



Preguntado por Jesús sobre lo que desea de él, el ciego le dice: Maestro, que yo vea. Y el ciego, por el poder liberador de Jesús, deja atrás su ceguera y se pone en camino para seguir con el Maestro hasta Jerusalén, siendo, así, quizás, el último discípulo en ser llamado por el Señor.



El ciego que había creído, le confiaba su vida, su ser, su despojo, su abandono y marginalidad al paso liberador de Jesús. Es la actitud de nosotros que, advertidos de nuestra ceguera, hemos de pedir con insistencia que se nos abran los ojos para ver distinto y mejor.



Necesitamos que nuestros ojos se nos abran de manera total para dejar atrás todo atisbo de miopía por la que podamos estar pasando. Miopes, o sencillamente ciegos como estamos, necesitamos adquirir una mirada distinta que no sea otra que la misma mirada del Señor Jesús. Y la mirada del Evangelio.



Aprovechemos esta nuestra oportunidad, como el ciego. Puede que sea la primera, la última o quizás la única oportunidad en que podamos decir: MAESTRO, QUE VEA.




miércoles, 17 de octubre de 2012

ALGO TE FALTA: VENDE TODO



“Jesús lo miró, sintió cariño por él y le dijo: Sólo te falta una cosa:


… Vende todo lo que tienes…”




Mc. 10, 21




Un hombre (no pareciera ser precisamente un joven, como muchas veces se ha insinuado) se acerca a Jesús para preguntarle por la vida eterna. Qué hacer para heredarla?, era su pregunta.




Después de caer en la cuenta que esta persona había cumplido desde joven los mandamientos de la Ley, Jesús le dice “algo te falta” “vende todo”, “entrega tus bienes a los pobres y luego ven y sígueme”. Este hombre se sintió golpeado, dice el Evangelio, porque tenía muchos bienes. Al final, se marchó muy triste.




Un hermoso texto que nos permite mirar nuestra vida respecto del seguimiento de Jesús y de la libertad que tenemos para enfrentar el desafío de seguirlo como discípulos de él.




Preguntar por la vida eterna, para algunos supone algo no menor, que da cuenta de una persona bien enfocada y que tiene una mirada trascendente de su vida. Podríamos decir, alguien que tiene un vuelo alto y que pone sus ojos en lo último y más definitivo. Era el caso de este hombre que nos relata el evangelio.




Para otros la pregunta por la vida eterna, daría cuenta de un hombre ajeno a la realidad temporal, que no ha podido conjugar que la vida eterna en el fondo tiene que ver con las opciones y estilos que se lleven en la vida de cada día y no haciendo abstracción de ella. Es el caso del hombre del evangelio que en definitiva se marcha triste ante la imposibilidad de despojarse de las riquezas que poseía.




A veces nos puede ocurrir que siendo muy religiosos, viviendo ciertos simbolismos de esta especie de una forma permanente, yendo de continuo al templo, “cumpliendo” meticulosamente las observancias religiosas, nuestro corazón se quede “fuera” y no se produzca la conversión que el Señor espera de nosotros. Esta persona tenía todavía su corazón apegado al dinero, aun cuando en la práctica era una persona rigurosa en el cumplimiento de los mandamientos.




Trayendo este episodio a nuestra vida, ¿creemos que Jesús nos diría hoy día ALGO TE FALTA para ser verdadero cristiano, discípulo mío? ¿Qué debería vender, enajenar, dejar, para crecer en libertad y situarme en el grupo de los que se van detrás de Jesús?




Cada uno puede hacer una lectura específica de su vida. Lo concreto es que Jesús nos dice que siempre tenemos que tener esa disposición para “dejar” aquello que obstaculiza y se interpone entre Jesús, los valores del Reino y nosotros. Venderlo todo, obviamente tendrá una connotación distinta para un empresario que para una dueña de casa o un profesional. Pero cada cual en su contexto, se preguntará qué debo vender para crecer en mi vida cristiana. Qué debo dejar, a qué situaciones o esquemas o lugares me he aferrado que no me permiten marcharme junto al Maestro.




Siendo buenos, el Señor espera que seamos mejores. Algo te falta, algo me falta, para ser en el mundo como creyentes, una presencia digna, inspiradora y cautivante para los que se debaten entre la duda, el escepticismo y la indolencia.




Siéntete mirado con cariño por Jesús, el cual una vez más te sigue diciendo, ALGO TE FALTA para que te vengas a mi lado.