martes, 31 de diciembre de 2013

PISTAS PARA CONSTRUIR NUESTRAS FAMILIAS



Todos nosotros necesitamos de un hogar, de una familia, un lugar donde crecer, madurar, cultivar nuestros talentos, en definitiva alcanzar un crecimiento integral en los diversos aspectos de nuestra vida.
Con todo, esto a veces no lo logramos cabalmente por cuanto nuestras familias adolecen del mínimo necesario, lo cual nos permita alcanzar nuestra mayor potencialidad como seres humanos, tanto porque nuestras familias están fracturadas, sea porque descuidamos aspectos esenciales, sea porque definitivamente no la tenemos.
Para salvaguardar este bien tan preciado como es la familia, célula básica de la sociedad e iglesia doméstica, podemos mirarnos en la Familia de Nazaret, donde ella sea un espejo y nos miremos de continuo y venga a ser un elemento paradigmático en la construcción de nuestro hogar y de la familia en su conjunto.
En este contexto, quisiera compartir algunas pistas que veo necesarias cultivar y vivir en el seno de la familia, para que éstas alcancen la estatura por Dios deseada y que late también en nuestro corazón.
Veamos.

Promover una cultura del diálogo, de la apertura, abriendo los corazones de continuo, expresándonos cariño mutuo y así vencer todo atisbo de aislamiento, individualismo y anonimato en el cual podemos caer cuando los corazones permanecen herméticos e infranqueables.

Reconocer la individualidad de cada uno de los componentes de la familia. Cada cual tiene un PROYECTO DE VIDA, que se tiene que cuidar y realizar. Vivir la vocación propia. En la familia debemos encontrar el escenario ideal para que cada componente se realice a si mismo en su individualidad y vocación. La familia no puede sofocar el carácter propio de cada uno de sus miembros, por el contrario, debe contribuir para que la persona viva para lo cual fue creado.

Atención preferencial por el más débil: Ancianos, niños, enfermos, caídos, etc. El Papa Francisco ha dicho que un buen síntoma de que la familia anda bien es cuando se atiende bien a los niños y ancianos. No cabe duda que el ser más débil debe contar desde siempre con el particular y solícito apoyo y cercanía de los distintos componentes de la vida familiar.

Saber dar gracias y reconocer todo lo bueno y lindo que recibo del otro. Una costumbre no muy arraigada por estos días, donde todo lo ganamos y lo compramos. Cuando se aprende a dar gracias en el seno de la familia, entonces el ambiente es más sano, diáfano y cercano. Un gracias de corazón dado a alguien en la familia, puede transformar fuertemente la realidad de cada familia, por cuanto detrás de esa actitud de agradecimiento, uno está reconociendo que necesito de la otra persona para desarrollarme como tal.

Vivir momentos gratuitos, tiempo para descansar. Sentarse a la mesa y compartir. Esto se hace más evidente en estos tiempos donde nos invade un activismo desenfrenado, exceso de trabajo, vida vivida a mil, sin tiempos para realizar cosas que nos alimenten en el espíritu (escribir, escuchar música, orar, leer, practicar deportes), simplemente, darnos espacios de ocio para recuperar la lozanía de la vida que a veces perdemos por la dinámica de vida que nos ofrece la sociedad.

Vivir el perdón como expresión del amor. Hace tanto bien pedir perdón y perdonar. La persona crece cuando hace esa experiencia por difícil que sea. El perdón es el mejor antídoto a la venganza, el revanchismo, el pasarse cuentas eternamente, etc. Uno no se achica ni se disminuye porque pide perdón a quien ha ofendido, o porque sencillamente perdona cuando uno ha sido el ofendido. Para perdonar y pedir perdón se necesita coraje, audacia y valentía. El perdón viene muy bien para volver al amor primero en la familia. En el perdón no existe el nunca más, en definitiva vivir esta experiencia de continuo conlleva a que la familia se levante de nuevo y despunte la aurora en su seno. Hagamos esta experiencia, aunque nos cueste, porque al final encontraremos la luz para nuestras vidas.

Asumir una espiritualidad a la manera de la Familia de Nazaret. Primero alimentar el espíritu, luego vendrá lo material. No distorsionar las cosas. Cristo siempre en el centro. Es urgente dotar de una espiritualidad evangélica a nuestras familias para no tener arrinconado al Maestro en el patio trasero de la casa. Una familia que se construye a partir de los parámetros del evangelio, tendrá mejores recursos para enfrentar los enormes desafíos y problemáticas que afectan hoy día a nuestras familias.
Hagamos este camino y el sol se asomará en nuestros hogares.

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD



La luz brilla en las tinieblas.

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es sólo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados sólo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerraos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en  nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.
J. A. PAGOLA

martes, 17 de diciembre de 2013

DIMENSIONES DE NUESTRA FE



La fe debe ser EDUCADA Y FORMADA:
Un aspecto de primera importancia, tiene que ver con el esfuerzo permanente que tiene que hacer el creyente por profundizar aquello que se cree. La fe tiene que ser renovada constantemente. Uno se tiene que hacer cargo de lo que cree y por lo mismo debe encaminarse hacia una fe adulta. Si la fe no se educa y se renueva puede apagarse y morir definitivamente. Es lo que le decía Jesús a Pedro:
“He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc. 22,32). Uno no puede quedarse en una fe básica, lo aprendido en el catecismo en la primera hora de nuestra vida o simplemente aferrarse a cuestiones menores que no tienen que ver con el corazón del mensaje cristiano.
 
Esta educación y formación de la fe, debe trascender lo meramente teórico y abstracto (sin conexión con la vida), sino que debe ser experiencial y que tenga una directa relación con los quehaceres de la vida ordinaria. Una formación desde la vida y para la vida. No se trata de acumular contenido en la cabeza, sino de profundizar desde el corazón el Misterio de Dios y la Persona de Jesús.
           
Si nosotros descuidamos la formación de nuestra fe  nos puede pasar el peligro que advierte el Papa y que les decía a los jóvenes en Brasil: "Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí"
 
La fe se vive en COMUNIDAD:
 
Un peligro siempre presente entre nosotros, es que hagamos de la fe un asunto privado, intimista e individualista. Privatizar la fe, como se dice. Se trataría de vivir aislado de los demás y no sentirse parte de una Comunidad de creyentes y esto no es así. Jesús conformó un grupo de DOCE apóstoles, llamó a otros SETENTA discípulos y en Pentecostés nos regaló su Espíritu para que conformáramos una Iglesia, el grupo de los creyentes. Así lo demuestra el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42) cuando nos señala que los creyentes acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones… vivían unidos y compartían todo lo que tenían. Y esto lo reafirma  el Concilio Vat. II en la Constitución “Lumen Gentium”, cuando nos dice: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (N° 9).
 
Vencer el aislamiento y el  individualismo, será una tarea preponderante, en particular cuando tenemos la tendencia de separar la fe de nuestra pertenencia a la Iglesia-Comunidad-Pueblo de Dios. Y esto se hace más evidente cuando se oyen voces que dicen: “Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia”, particularmente cuando esta Iglesia se ha visto manchada por la conducta impropia de algunos de sus miembros.
 
La fe se CELEBRA:
 
Los seres humanos necesitamos vivir ciertos ritos y rodearnos de algunos símbolos que le den una identidad a nuestra vida comunitaria. Lo vivimos esto en nuestras familias, en nuestras diversas culturas y pueblos que tienen sus fechas memorables, sus mártires y sus propios héroes.
           
De la misma manera, para que la fe no se apague o sencillamente se acabe, el creyente necesita alimentar este don con la fuerza de los sacramentos, la Palabra y la oración, comunitaria y personal. A través de los sacramentos recibimos la gracia de Dios que nos permite levantar la mirada y caminar por los senderos de este mundo dando testimonio alegre y convencido de Jesús y su Evangelio.
 
El sentido de la fiesta también se tiene que expresar en la vivencia de nuestra fe y en este aspecto un lugar preponderante lo alcanza el sacramento de la Eucaristía, que para la Iglesia es fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Necesitamos descubrir o redescubrir la Eucaristía como eje fundamental de nuestra vida de fe. Redescubrir el sentido el domingo como día de descanso y día de fiesta para celebrar el paso de Dios por nuestra historia personal y comunitaria.
Pienso que el acento marcado por el consumismo, el materialismo y, sobre todo, el secularismo (desprendernos de Dios y dejarlo en el patio trasero de la casa), ha conspirado fuertemente para que esta DIMENSION FESTIVA de la fe no se exprese en toda su intensidad. Mucho bien nos haría plantearnos la posibilidad cierta de celebrar de continuo la eucaristía, especialmente el día domingo o, al menos en las grandes fiestas de nuestra fe. La eucaristía más que un rito vacío, se ha de constituir en una PROFECIA para nosotros. Debe ser un reto, un desafío para vivir cada día.
 
La fe se debe TESTIMONIAR Y VIVIR:
 
El encuentro personal con Jesús, cuando ha sido auténtico, conlleva la necesidad de anunciar el Evangelio y vivirlo en un compromiso real en las situaciones variadas en la cual se ve inserto el creyente. Ya lo dice el Papa Francisco en una catequesis reciente: Todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero. Por eso, los Sacramentos constituyen una invitación a comunicar a los otros lo que hemos visto y oído, a llevar a los demás la salvación que hemos recibido”.
 
Por eso la fe tiene esta DIMENSION MISIONERA que nos hace ser sal de la tierra y luz del mundo y procurar ser como la levadura en medio del mundo, siendo fermento en la masa. Aquí vale bien la pena recordar, el texto bíblico en donde Jesús nos recuerda que: La lámpara no se esconde en un tiesto, sino se pone en un candelero para que alumbre a todos los de la casa” (Mt. 5, 15). Estamos llamados a proyectar y prolongar la fe en los diversos ámbitos de la vida.
 
En este contexto se hace necesario preguntarnos como estamos llegando a aquellos espacios que requieren de la luz de la fe, como por ejemplo, el ámbito familiar, el ámbito laboral, la búsqueda del bien común,  la inserción creativa y comprometida que los creyentes deberíamos hacer en aquellos organismos como son sindicatos, juntas de vecinos, clubes deportivos, grupos culturales, etc.
 
En la realidad actual que vivimos, siento que los cristianos tenemos muchos retos que enfrentar y de alguna manera iluminar con la luz del Evangelio. Hay una diversidad de temas que requieren de nuestra atención, como por ejemplo: Fe y promoción humana; fe y vida (desde su concepción hasta la muerte); fe y familia; fe y trabajo; fe y política, etc.
 
En suma, la fe debe iluminar TODOS LOS AMBITOS DE NUESTRA VIDA, no puede quedar ninguna área fuera de la fuerza del evangelio y esa tarea nos corresponde llevarla a cabo con sabiduría, en diálogo con los demás y con total convicción que hemos abrazado una causa justa como es la que nos ha  propuesto Jesús de Nazaret.

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA FE ES EVANGELIO, RIESGO Y APERTURA



LA FE, ENCUENTRA EN EL EVANGELIO UNA BUENA NOTICIA:
            La fe junto con suponer un encuentro personal con JESUS, supone también la capacidad de aceptar un MENSAJE, propiamente tal. Este mensaje se llama EVANGELIO. El evangelio no es una palabra muerta, sino que es un proyecto de vida, una forma de mirar el mundo, un modo de relacionarse entre si, una manera de concebir la realidad, un modo de “leer” e interpretar los signos de los tiempos y todo lo que sucede a nuestro alrededor (cf. Encuentro de Francisco con el evangelio).
            Desde esta perspectiva, la fe supone poner al Evangelio como paradigma de nuestra vida. Porque la fe no es sólo creer un par de dogmas o conceptos doctrinales, es más bien, asumir un ESTILO DE VIDA que en el caso nuestro está dado por la Buena Noticia de Jesús. Desde este ángulo, tendremos una mirada particular hacia los pobres, los pecadores, los ricos, la creación, el dinero, la mujer, los discriminados, etc. El evangelio no puede ser un barniz superficial para el creyente, sino que tiene que ser su fuente de inspiración permanente para estructurar su vida acorde a la buena noticia que se ha descubierto y se le ha revelado.
LA FE, COMO RIESGO Y APERTURA:
            La Encíclica Lumen Fidei, en el núm. 57 dice una frase que ilustra bien lo que se quiere señalar con respecto a la fe como un riesgo y una aventura. Dice: “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar”.
            Se ha señalado por ahí que la fe es como un salto al vacío, tiene mucho de gratuidad, de riesgo, conquista, esperanza, aventura y confianza, como la que tiene  un niño pequeño en su padre o en su madre. La fe no es un seguro de vida que tú puedes comprar para asegurarte contra las adversidades que puedan pasar. Podríamos decir que no es como un GPS, donde todo lo tienes previamente diseñado y establecido, con información completa y acabada, sino que más bien se podría decir que la fe es como una BRUJULA que medianamente te va indicando el camino para que hagas tus  propias opciones de vida.
             El ejemplo más potente lo encontramos en nuestra Madre la Virgen María, que ante el llamado del ángel Gabriel, no sabía a ciencia cierta que significaba el SI que ella estaba dando. Ahora bien, mirando en perspectiva el SI de María (su hágase) podemos deducir o suponer que ella nunca dimensionó lo que vendría más adelante en su vida. Fue un SI abierto, generoso, no exento de preguntas y discernimiento, pero al final un SI sin condiciones. Nada supo que debía partir a atender a su prima Isabel (estando ella misma embarazada), de las condiciones y lugar de su parto, del exilio y la amenaza de muerte para su Hijo. No podía saber que a los 12 años perdería a su Hijo en el templo, que iba a quedar sola al final de sus días, que le harían la desconocida (¿quién es mi madre?, pregunta Jesús), no sabía de la muerte violenta en la cruz, etc. Nada de eso sabía.
            La fe es abrirse con esperanza y confianza al Misterio. Para Dios nada es imposible, pero hay que saber confiar en él. La fe es ponerse de rodillas y abrir las manos vacías para saber que todo lo espero de Dios, que en él, hemos puesto nuestra confianza, aunque a veces nos toque caminar por la noche oscura, la fe es lámpara que guía nuestro caminar y eso basta, como nos decía el Papa Francisco. Cuando el panorama se haga oscuro y pudiésemos haber estado toda la noche sin pescar nada, entonces volveremos a echar las redes, pero ahora en el NOMBRE del Señor.