jueves, 31 de mayo de 2012

UN NUEVO PENTECOSTES




Es la plegaria que surge desde Aparecida, cuando los obispos reunidos en este santuario mariano en Brasil (2007), llegan a la conclusión que se hace del todo necesario que ese mismo hecho espiritual de los comienzos de la vida cristiana, se verifique en la vida de nuestra Iglesia que peregrina por este Continente latinoamericano y caribeño. Es una plegaria que nace de la constatación que algo nuevo debe surgir en nuestra Iglesia, de tal modo que el Espíritu Santo sople tan fuerte como lo hizo en esos Pentecostés que nos narra el libro de los Hechos.

¿Que podría suponer entre nosotros un nuevo Pentecostés? ¿Qué supone? ¿Qué condiciones deberían darse para vivir un acontecimiento de esta magnitud en las actuales circunstancias de nuestra vida?

Se trata de volver a ser nuevamente evangelizados y llegar a ser verdaderamente  discípulos del Señor, el cual sigue llamando como un día lo hizo en el mar de Galilea. Volver a ser evangelizados por la fuerza del Espíritu para penetrar en el corazón del Evangelio y hacer de esta Palabra una forma de vida, un proyecto, que le de consistencia a nuestra vida.

Este nuevo Pentecostés, consistirá en “comenzar de nuevo desde Cristo”. El es la PIEDRA ANGULAR sobre la cual se deberá fundamentar todo el andamiaje pastoral y organizativo de nuestras Comunidades, de lo contrario simplemente seremos una empresa religiosa que entrega sacramentos, doctrinas, pero que no suscita el encuentro con una Persona Viva que es el mismo Jesús.

Vivir un nuevo Pentecostés, se me figura un tiempo nuevo, de mayor audacia y coraje, con nueva creatividad y libertad, de mayor sensibilidad para oír la voz de los pequeños, de los acontecimientos de la vida y abiertos para dejarse interpelar y corregir por la voz del Espíritu que nos lleva a la VERDAD última de Dios.

Un nuevo Pentecostés, nos debe liberar de toda pretensión humana de poder, prestigio, preeminencia social o cultural. Y hacernos más sencillos, más humildes, más abiertos, porque sólo a los que se reconocen pequeños de corazón, el Espíritu Santo viene sobre ellos en abundancia de dones.

Vivir Pentecostés, es ser capaces de zafarnos de lo superfluo e innecesario en nuestra vida cristiana. Zafarnos de tradiciones y conservadurismos que impiden la novedad del Espíritu. Dejarnos impregnar por ese viento impetuoso que sopla donde quiere y en la persona que quiere.

Un nuevo Pentecostés nos debe ayudar para dialogar con el mundo. Aún en lenguas distintas, ser capaces de entendernos y comprometernos en aquello que es más definitivo y verdadero.

Un nuevo Pentecostés imploramos de corazón, espero que asumamos los riesgos y compromisos que esto significa.

sábado, 12 de mayo de 2012

MADRE




Cuando pronuncias la palabra mamá: ¿En qué piensas? ¿Qué sientes? ¿Qué recuerdas? ¿Qué añoras? ¿De qué te arrepientes? ¿Qué le dirías? Mi madre está frágil, cansada y sus arrugas dan cuenta de una vida gastada y entregada por siempre. Tiene el corazón amplio, grande y hermoso. Sus manos tiernas y fuertes todavía pueden acoger y acariciar. Su mirada profunda y limpia para ver lo que otros no ven. Es que es contemplativa. Decir madre, es pensar en quien es la primera en levantarse y la última en acostarse. La que le sirve el mejor plato a su hijo y ella se queda con lo que va quedando, así al menos lo viví yo cuando chico. Es ella la que te amamantó, te cuidó, te valorizó y te dio alas para que volaras. De repente, tu madre te miraba de reojo y se preguntaba, ¿qué llegará a ser mi hijo?, Dios te proteja siempre hijo, seguramente era su plegaria silenciosa.

Amiga del silencio, mi madre, como pidiéndole a él que hable por ella. Por sus manos han pasado centenares de rosarios hablando con el SILENCIO del cual escucha lo definitivo, lo mejor, lo más bello. Me acaba de decir, “como me gustaría ser un pájaro para ir volando a saludarte”. Siempre creativa, soñadora, impetuosa, así son las madres. Son como un trocito de Dios presente en el mundo. Decir madre, es sentir que el amor se hace verdadero, que la palabra se hace compromiso, que el cansancio se hace descanso y que la vida se hace canción y poesía.

Vive madre tu vocación materna, no renuncies a ella, más allá de cómo te salgan tus polluelos. Ama madre, sirve mamá, háblame de las cosas lindas de la vida, enséñame a vivir, háblame de amor, sana mi corazón. Madre, sigue caminando con los pasos que  hoy día tienes. Te pienso, te siento, te recuerdo, te añoro, te llevo en mi alforja. Te recuerdo cuando me dabas la mamadera de la tierna infancia, o cuando me mandabas a comprar pan, o cuando me escribías tus lindas cartas al seminario o cuando te quedabas pegada en la puerta, emocionada, y te despedías de mí cuando volaba en la aventura de seguir a Jesús. Te recuerdo cuando te acompañaba en tu dolor de aquellos años, deambulando por calles y tocando puertas. Y cuando, cada vez, no te cansas de decir, “hijo, te quiero”. Y, también, cuando me dabas consejos, “son para tu bien”, me decías.

La madre es como sentir que todavía se puede amar gratuitamente. Sin esperar nada a cambio. Ser madre es anonadarse, hacerse pequeña, vaciarse de si, alejar la pretensión y la imagen de lo que no existe. La madre tiene los ojos limpios, el corazón rebosante, las manos cálidas. La madre confía, espera, escucha, no se cansa. La madre cobija y estrecha. Sobre todo al más débil.

Madre, tu hijo está contigo, como tú has estado conmigo todos estos años. Gracias por todo, gracias por enseñarme a ser libre y a volar. Gracias por tu entereza que muchas veces me animó. Gracias a todas las mamás por lo que son. Sigan siendo madres, por siempre, hasta el final, esa es su vocación. Madre, madre. Madre por siempre.

Con todo el cariño de un hijo que sabe lo que es tener una madre.