martes, 28 de septiembre de 2010

DESEANDO COMER MIGAJAS ... AL MENOS




"Había un hombre rico ... y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta ... yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba
saciarse con lo que caía de la mesa del rico"


Lc. 16, 19-21


Las paradojas de la vida, de ahora y de siempre, en la que unos tienen mucho y otros tienen poco o nada, se ve meridianamente bien retratada, en esta parábola que Jesús le cuenta a los fariseos y que ahora nos la propone a nosotros el evangelio de Lucas.

Se trata de un hombre rico, que no tiene nombre, pero que lleva una vida fastuosa y regalada y la de un pobre llamado Lázaro, que si tiene nombre, el cual yace postrado en la puerta de este hombre rico, queriendo saciar su hambre con lo que cae de la mesa de este hombre derrochador y banquetero.

La parábola de Lázaro y el rico, es la reproducción fiel de lo que pasa muchas veces en nuestra sociedad contemporánea: Unos llevan una vida plácida y llena de bienes materiales y lujos, y otros, que apenas tienen lo suficiente para vivir e incluso muchas veces se tienen que contentar con sobrevivir conformándose con las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es la fiel reproducción de una realidad acuciante, que toca el corazón de los cristianos y de todos aquellos que desearían ver que la mesa estuviera distribuida de tal manera, que todos los comensales pudieran sentarse en ella y vivir dignamente.

Es la fiel expresión de una sociedad que no ha sabido encontrar caminos adecuados para estrechar esa enorme brecha y distancia que hay entre los grupos humanos que habitan nuestro mundo y que habla de una injusta distribución de los bienes, que el Creador, se supone, nos ha entregado a nosotros para que los administremos rectamente y no nos adueñemos de ellos, menos para que los usemos sólo en beneficio personal y en desmedro de los que generalmente quedan a la vera del camino y llevan sobre sus hombros el peso de la vida que los abruma enormemente.

Es una parábola que desafía nuestra fe, el tipo de compromiso cristiano que tenemos y la creatividad que deberíamos tener para morigerar o erradicar en un tiempo no muy lejano, el escenario anti evangélico que nos presenta el estilo de vida del rico derrochador y gozador y el pobre Lázaro que yace postrado en la puerta de su amo.

Es la parábola que nos provoca en orden a saber botar todas aquellas murallas que hemos levantado y que nos hacen vivir de espaldas a la realidad de empobrecimiento en la que vastos grupos humanos se ven inmersos.

Botar murallas (ideológicas, culturales, sociales, religiosas) para ver y escuchar el gemido del pobre. Dar recto uso a los bienes materiales. Somos administradores, no dueños. Llevar un estilo de vida sobrio y austero y no marcadamente aparatoso y consumista. Son tareas ineludibles para los cristianos que imperiosamente debemos acoger e implementar, si no queremos que esta parábola se siga repitiendo una y otra vez en nuestro mundo.

Duro desafío nos espera por delante. De cómo lo habremos enfrentado, daremos cuenta en la vida futura.

domingo, 12 de septiembre de 2010

EL REGRESO DEL HIJO A LA CASA PATERNA




El corazón del Padre, es el corazón de la misericordia.


¡Haz el camino del retorno! Dios te espera.


Al final encontrarás la LUZ.




"Se marchó a un lugar lejano"

Lc. 15, 13



El capítulo 15 de Lucas, nos muestra como es el corazón de Dios, es el evangelio de la misericordia y la compasión infinita que Dios tiene para con sus hijos.

Se trata de 3 parábolas que nos cuenta Jesús, a propósito de las murmuraciones de los fariseos y maestros de la ley que contemplan cómo publicanos y pecadores se agolpan en torno al Maestro para escuchar su enseñanza. En el criterio farisaico y de los escribas, era inaudito que El se juntara con pecadores y comiera con ellos.

Aparece entonces la parábola de la oveja perdida, de la moneda que extravía una mujer y la famosa y emblemática parábola del Padre misericordioso, más conocida como la parábola del hijo pródigo.
En estas tres parábolas, aparece el mismo esquema: la pérdida (de algo, una oveja, una moneda y de alguien, un hijo), el encuentro y el festejo que se suscita producto del encuentro.

Me detengo un momento en la última parábola.

El hijo menor queriéndose emancipar y vivir su libertad de manera plena, le pide a su padre que le de la herencia que le corresponde. Y parte a un país lejano. Este hijo hizo, así, un corte drástico con su padre a tal punto que cortó con todo, con su forma de vivir, de pensar y de actuar. Dejó el hogar, negó su vínculo con su padre y fue en busca de nuevos horizontes. Pero en el camino se gastó todo, comenzó a convivir con la miseria y el hambre, perdió radicalmente su dignidad y acabó en el abismo. Frente a tal situación no le quedaba otra que volver a la casa, al hogar donde se había criado y era hijo y no esclavo. El padre apenas lo ve de vuelta a la casa, se conmueve profundamente (como el buen samaritano), se abalanza sobre él, lo abraza y ordena que hagan fiesta porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.

Esta es la experiencia de cada uno de nosotros que, de tanto en tanto, nos vamos una y otra vez de la casa del Padre. Con la pretensión de querer construir nuestra propia vida, abandonamos el hogar, queremos la parte de la herencia que nos corresponde y cortamos radicalmente con aquellos principios o valores orientadores que alguna vez fueron parte de nuestra existencia. Nos vamos de la casa para vivir “a nuestro aire”, en una pretendida libertad plena que no tendríamos en la casa y cortamos todo vínculo espiritual que nos pueda coaccionar en nuestro libre albedrío. Esos “hijos pródigos” que andan por ahí, enfrascados en un ambiente secularista y de abandono a todo arraigo religioso, dan cuenta que esta parábola se sigue viviendo en nuestros días.
Es la realidad de muchos de nosotros que un día nos fuimos a un “país lejano” porque ya no queríamos estar sujetos a una forma de vida que nos podía quitar el aire que necesitábamos para respirar y ser libres. Y en esta opción no nos ha ido bien.

Pero podemos hacer el camino del regreso a casa. Y en esta parábola aparece con nitidez la “verdadera cara de Dios”. La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que SALE A BUSCARME y que no descansará hasta que me haya encontrado. Dios siempre te buscará. Irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama y te quiere en casa y no descansará hasta que estés con El. "
La cuestión entonces no es: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? sino ¿cómo puedo dejar que Dios me encuentre? La cuestión no es: ¿Cómo puedo conocer a Dios? sino ¿Cómo puedo dejar que Dios me conozca? Y la cuestión no es: ¿Cómo voy a amar a Dios? sino ¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?" (El Regreso del Hijo Pródigo, H. Nouwen).

Dios nunca ha retirado sus manos y por eso nos puede volver a abrazar y ponernos el vestido nuevo, el anillo en el dedo y zapatos en los pies (signo de la nueva dignidad de hijos) y hacer fiesta a condición de que haga el camino del retorno redescubriendo mi yo más profundo: TODAVIA SIGO SIENDO HIJO DE MI PADRE.