lunes, 26 de julio de 2010

ORANTES EN EL CAMINO

A la escuela con Jesús para aprender a orar.

En tu casa está Dios, o sea en tu corazón.


Orar, un camino largo para contemplar al Creador.



"Señor, enséñanos a orar"


Lc. 11, 1


Señor, enséñanos a orar, fue el pedido que le hizo a Jesús uno de sus discípulos después que lo habían visto orar.

Los apóstoles eran hombres de oración. Seguramente, como todos los judíos, orarían en las sinagogas y a distintas horas del día, pero ahora querían aprender a orar de una manera diferente. Orar como lo hacía su Maestro, el mismo Jesús.

Jesús oraba en todo momento. En Lucas se le muestra orando en el bautismo en el Jordán, en la Transfiguración, en el envío de los Apóstoles, cuando regresan de la misión los Setenta, en la pasión (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, será su oración del final), por eso que de El dimanaba una fuerza tal, que para sus apóstoles fue difícil sustraerse al magnetismo y fuerza interior que de Jesús brotaba cuando se comunicaba con su Padre y no pedirle que les enseñara a orar.

¿Y qué les enseña Jesús? Básicamente, les enseña a decir: ¡PADRE!, así, con todas sus letras, ¡PADRE!, como queriendo decir, con Francisco, ¡MI DIOS Y MI TODO! Detrás de esta expresión de Jesús, está el contenido total de su oración y la relación que El tiene con su Dios. El no es más que ternura, compasión, misericordia, cariño, amor. Es su Padre y al padre se le habla con naturalidad y afecto y se le escucha con dedicación y agradecimiento.

Hay dos gestos potentes que los seres humanos podemos realizar con respecto al Padre en la oración: esto es, abrir nuestras manos vacías y ponernos de rodillas. Abriendo nuestras manos vacías en la oración, no hacemos más que ABANDONARNOS plenamente en Dios y AGRADECER de manera infinita todo lo que recibimos. Con respecto a Dios todo es gratuidad, nada podemos ofrecerle, por eso nuestras MANOS ABIERTAS y VACIAS. Nos abandonamos de corazón, porque todo lo esperamos de El y en El ponemos nuestra vida, nuestra historia, el camino de nuestro pueblo, la vida toda.

Y nos ponemos de rodillas. en un gesto potente de ADORACION máxima y de CONTEMPLACION. Solamente el ser humano se pone de rodillas delante de Dios y del pobre y en la oración lo que hacemos es doblar nuestras rodillas para adorar con todo el corazón a Aquel que es plenitud de amor.

Orar es entrar en una dinámica de diálogo con el Padre. Es entrar en la pieza, cerrar la puerta y orar a nuestro Padre que conoce todos nuestros secretos. La oración nos cualifica para un mejor apostolado y para una vida más intensa e integrada. Cuando oramos, entramos en nuestra casa y nos revelamos delante del Padre con toda desnudez en lo que somos, en nuestras luchas, esperanzas y heridas.

En la oración vamos alcanzando esa mirada contemplativa y sacramental que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos y mirar con ojos de fe a las personas, las criaturas (como San Francisco), los acontecimientos, la vida misma. Ella nos hace tener “un fondo interior”, una mayor consistencia en nuestra fe y una intensidad distinta para vivir. Nos lleva al CENTRO y nos saca de la periferia. Vamos al fondo y no merodeamos por la orilla de nuestra vida y de los acontecimientos.

En definitiva, en la oración son dos corazones que se unen para tratar en amistad y hablar el lenguaje del AMOR. El Corazón en nuestro corazón, nuestro corazón en el Padre. Y como esto no siempre es tan evidente en nosotros, es que necesitamos ir a la escuela de JESÚS todas las veces que sea necesario y volverle a decir:

"SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR".

martes, 13 de julio de 2010

SAMARITANOS PARA HOY




"Vete y haz tú lo mismo"


Lc. 10,37



Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y en el camino fue asaltado, apaleado, maltratado quedando mal herido y moribundo. Casualmente pasó un sacerdote, lo vio y pasó de largo. Un levita, lo mismo, lo vio y pasó de largo. Entre tanto pasó un samaritano que se detuvo en el camino, vio al caído, lo atendió, se esmeró por él, le curó sus heridas (o sea le entregó los primeros auxilios), luego lo llevó a un albergue, se encargó de cuidarlo y luego dejó dos denarios para que siguieran atendiendo al caído y pudiera recuperar la salud. A la vuelta de su viaje, pasaría a obtener más información por el caído para ver si hacía falta todavía destinar más tiempo y recursos en su recuperación.

Ante la pregunta del doctor de la ley a Jesús sobre quién era su prójimo, el Señor respondió con esta parábola emblemática que nos trae el evangelista Lucas. Una página clásica que ha quedado para siempre en la conciencia colectiva de la humanidad y de todos aquellos que de alguna forma han reconocido en Jesús a su Maestro y Camino de Vida.

¿Qué hizo en definitiva el samaritano? ¿Cuál fue su lógica? Veamos.

El samaritano VIO. Es decir, en primer lugar este hombre fue capaz de ampliar su mirada y ver la desgracia del hombre que estaba caído. A veces miramos, pero no vemos, necesariamente. No vemos porque sencillamente estamos enfrascados en nuestras propias problemáticas, en nuestro mundo interior, a veces bastante egoísta, que no nos permite salir del círculo en el cual nos movemos de continuo. Los que pasaron antes del samaritano, miraron, pero no vieron. Iban muy ocupados, tenían sus propios planes, actuaron sobre seguro, no quisieron correr ningún riesgo. Hace falta abrir los ojos profundamente para VER lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, para ver a los que están a la vera del camino esperando por alguien que se haga prójimo de su dolor y maltrato.

Con todo, el samaritano no sólo VIO, sino que también se COMPADECIO. Vivió un proceso de conmoción interior profundo hasta las mismas entrañas de su ser. Su corazón latió más fuerte, algo íntimo y profundo ocurrió en su vida que no pudo, sino detenerse ante el caído que yacía medio muerto en el camino. Lo mismo le ocurrió a Francisco de Asís en el beso al leproso que fue su camino de conversión. Y algo parecido vivió Teresa de Calcuta cuando encontró a una mujer moribunda en la calle que era carcomida por las ratas y las hormigas, llevándola al hospital para que muriera dignamente.

Este samaritano, que no tenía ninguna obligación de detenerse y sentir compasión, (ya que los samaritanos no se podían ver con los judíos, por lo tanto el caído no era “su prójimo”), hizo un salto cualitativo, derribó las murallas ideológicas y culturales, y dejó que en su corazón el caído del camino comenzara a existir, que fuera “su prójimo” haciéndose él mismo “prójimo” del caído. Así, su corazón se ensanchó y explotó donándose por completo.

Sin embargo, su lógica no quedó aquí. El samaritano también ACTUO, o sea hizo operativa la caridad y se las ingenió en concreto para hacer que su compasión no se quedara sólo en el terreno de la lástima y el lamento y puso en acto, con medidas concretas, específicas, creativas, la demanda que le venía a su corazón y a su mirada del hecho de encontrar a un hombre caído y medio muerto en el camino.

Se acercó y vendó sus heridas … lo puso sobre su propia montura …lo condujo a un albergue … lo cuidó … sacó dos denarios … y a la vuelta de su viaje preguntará si se debe algo por él.

Se trata de acciones concretas, que conllevan a hacer eficaz y creativa la manera de vivir la solidaridad entre nosotros. Poco o nada habría sacado el samaritano con preguntarle al caído, “¿tienes seguro médico?” “¿te pueden venir a buscar?” “lo siento mucho”, “¿qué le pasó”, “¿para dónde se fueron los bandidos?”, etc, todas preguntas o afirmaciones que no haría más que dilatar la solución al problema y claramente inoficiosas e inconducentes.

También nosotros hoy debemos ser capaces de reeditar esta página bíblica. Hoy ella nos interpela fuertemente y nos invita a ver, compadecernos y actuar en concreto. Hacer que los caídos se levanten y se incorporen nuevamente a la vida abundante que Jesús nos quiere dar. A hacer un salto cualitativo profundo de nuestra fe, más allá de consideraciones ideológicas, racistas, culturales, de religión, etc.

Cuando el doctor de la ley preguntado por Jesús por quién se había portado como prójimo dice: “El que tuvo compasión”, el mismo Señor le dirá, entonces: “ANDA Y HAZ TU LO MISMO”.

Entonces viviendo nuestra fe en esta CLAVE SAMARITANA (ver, compadecerse y actuar), estaremos cerca de heredar la Vida Eterna.