miércoles, 24 de septiembre de 2014

DESACTIVANDO BOMBAS


“¿Cuántas veces deberé perdonar?”
“No guardes rencor a tu prójimo”


Hace unas semanas, una bomba, que detonó en una estación del Metro en Santiago, sembró el pánico entre la población, además de algunos heridos que trajo como consecuencia la explosión de dicho artefacto. Dicha bomba, según un movimiento anarquista que se la adjudicó, no buscaba atentar contra las personas inocentes que transitaban a esa hora por dicha estación, sino un acto en contra del poder establecido y de la clase dominante que oprime y se vale de los más desposeídos y excluidos de la sociedad.

Sin duda, todavía queda mucho por investigar y llegar a los responsables y conocer su método de actuar y descubrir su móvil e inspiración. La justicia deberá hacer su trabajo y la ciudadanía confía que aquello ocurrirá en cuanto llegar a los culpables, conocer de sus pruebas acusatorias, realizar el juicio en cuestión y, en definitiva, castigar dicha acción temeraria que tanto daño provoca a la sociedad en su conjunto. Porque es claro que cualquier bomba que sea colocada en el corazón de la sociedad, nada bueno puede traer y más aún, provocará que el miedo se instale en los ciudadanos y merme la sana convivencia entre los mismos. Una bomba nada bueno puede traer, aunque para algunos sea un método atendible a sus objetivos e inspiraciones.

Haciendo un parangón con este acto violentista, podemos decir que también hay ciertas bombas en nuestro corazón que necesitamos desactivar con urgencia. Nadie puede vivir cohabitando con sentimientos malos o negativos que no hacen más que horadar y destruir a la misma persona que los va incubando en su interior.

A este respecto una página bíblica del A.T. (Eclesiástico, 27,30 – 28,7), nos señalaba que “el rencor y la ira son abominables … perdona el agravio a tu prójimo … acuérdate del fin, y deja de odiar … acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo … piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa …” El odio, el rencor, el ánimo de venganza, la ira, el enojo, la ofensa, son verdaderas bombas que a veces se instalan dentro de nosotros y que imperiosamente necesitamos desactivar para que nuestra vida irradie luz y tengamos paz en el corazón. Nadie puede vivir –si no es a un precio muy alto de deshumanización- vivir con estos sentimientos y actitudes que van mutilando nuestro interior y nos pueden dañar hasta la misma muerte.

El perdón, que está en el ADN del cristianismo y es uno de los aportes esenciales al mundo occidental, es una expresión clara del mandamiento del amor que nos ha dejado como legado de su apostolado y anuncio evangélico el mismo Jesús. Perdonar y pedir perdón hace bien al corazón y la vida de cada ser humano que ha entendido el corazón mismo del evangelio. Es un ejercicio tremendamente liberador, que si bien es cierto es un camino difícil y complejo, que requiere de mucho coraje y valentía por quien lo vive, es una experiencia que ciertamente devuelve a la persona su dignidad y luminosidad. Porque cuando el alma se llena de sentimientos malos, ciertamente la vida se torna oscura y mezquina. Porque: ¿acaso el odio, el rencor, la venganza pueden ser una fuerza movilizadora para una  persona bien inspirada? Me temo que no.

¿Cuántas veces debo perdonar?, pregunta Pedro a Jesús (cf Mt. 18, 21-35) queriendo cuantificar la experiencia del perdón que ha de vivirse en el seno de la Comunidad de los discípulos. El perdón no tiene límites, dice el Señor, debe ser “setenta veces, siete”, siempre, y realizado con todo el corazón. Al perdón sin límites de Dios para con la criatura, equivale el perdón que ha de ofrecer el discípulo a quien lo ha ofendido.

Debemos profundizar esta experiencia del perdón en nuestra vida cotidiana. No es sólo un tema de fe (sin bien es cierto lo exige Jesús a quienes lo siguen y lo tienen como su Maestro para vivirlo en la Comunidad), sino también es una experiencia que hace bien vivirla en las relaciones humanas cotidianas, pues el perdón es capaz de romper el círculo vicioso que puede darse cuando se anidan sentimientos de rencor, venganza y odio como a veces nos toca experimentar.

Los padres deberían enseñar de continuo a sus hijos a vivir la doble y noble experiencia de PERDONAR y PEDIR PERDON. Perdonar cuando dos hermanos se han atacado y han tenido malos entendidos, de manera permanente y continua. Y  pedir perdón cuando uno ha ofendido al otro en un acto de coraje y audacia. Este mero ejercicio cotidiano, me parece puede construir en la persona una estructura humana que lo puede capacitar mejor para luego insertarse en la sociedad y vivir en esta dimensión la vida de cada día.

Hace falta desactivar esas “bombas existenciales negativas” que a veces se pueden incrustar en nuestro ser para que la vida tenga una dimensión más luminosa y plena. El odio, la venganza, el rencor, nada aportan, sólo limitan y llevan muerte a la persona.  En cambio el camino del perdón, aun cuando siendo complejo y difícil, siempre traerá algo mejor para la persona y su red de relaciones, sea la familia, la sociedad o la misma comunidad cristiana.


Vivamos esta dimensión de la vida, con la intensidad y la originalidad, con la que nos la pide el mismo Jesús: setenta veces siete. Y de seguro que muchas experiencias hermosas podrán nacer en nuestros corazones.