miércoles, 15 de octubre de 2014

SALIR A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS



“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.

Mt. 22, 8-9

El Rey había preparado meticulosamente el banquete de bodas de su hijo, sin embargo, todos los invitados, indistintamente, por diversos motivos se excusaron y no participaron del banquete que para ellos había sido preparado.

La pasión de Jesús fue anunciar el Reino. Hacia allá se orientó siempre su predicación y a las palabras le acompañaban gestos y actitudes concretas, que lo verificaban y lo hacían realidad en todo su apostolado.

Para hablarnos del Reino, Jesús toma la figura del banquete de bodas para subrayarnos que todos estamos invitamos a pertenecer a él, buenos y malos, pues este llamado es gratuito y es una oferta que Dios le hace a su pueblo y a cada persona en particular.

No habiendo comensales para el banquete (porque prefirieron otras cosas, su negocio, el campo …), la orden es perentoria: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Es esta palabra la que hoy ha de resonar en nuestros oídos y corazones para instalar entre nosotros, lo que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”, una Iglesia desinstalada que no se conforma simplemente con una cómoda situación de instalación, sino que sale a buscar “comensales” que se interesen por hacer del Reino su causa última de vida.

Ante la sorpresa del Rey, la sala se llena de convidados, son los pobres, los marginados, los excluidos, los miserables, aquellos que no cuentan, quienes sintonizan de verdad con la invitación a ser parte del Reino de Dios. Todos aquellos que son parte de las “periferias existenciales” (Papa Francisco) del mundo y de nuestros pueblos, siempre se mostrarán proclives a escuchar esta invitación y hacerla suya.

Por eso necesitamos como Iglesia hacer este tránsito. Esforzarnos sinceramente para que  los últimos, los pobres, se sientan como en casa. Nos cabe como discípulos de Jesús, ser los OIDOS que escuchan el clamor de los que sufren. Sus MANOS para tocar leprosos y generar lazos de amistad y fraternidad. Ser su BOCA para pronunciar palabras que lleven luz y una buena noticia a los desheredados. Sus OJOS para mirar con ternura y cariño al que necesita amor y comprensión y ser sus PIES para llegar al que está alejado y no tiene a nadie que lo  consuele en su soledad, enfermedad o vejez.

El banquete del Reino está preparado y sólo hace falta acceder a él asumiendo la invitación que nos hace Jesús.

¿Cómo no ser parte del banquete de la solidaridad y la fraternidad? ¿Cómo no asumir en nuestra vida ser parte del banquete de la justicia y la paz entre hermanos, pueblos y naciones?

¿Acaso puede un verdadero cristiano excluirse, sin no poca responsabilidad personal, de hacer suyo el proyecto del Reino predicado por Jesús, aferrándose a una religión intimista, que te aleja y más encima no te permite ver la realidad que te acompaña cada día?

La invitación está extendida para todos. ¡Salgamos! En los cruces de los caminos y en las plazas de nuestras ciudades, pueblos y campos, hay suficientes potenciales invitados que esperan ser parte del banquete de bodas. Sólo hace falta, SALIR, no tan sólo hacer un movimiento físico, geográfico (que no nos haría nada de mal, dejar el “centro” e ir a los extremos), sino por sobre todo, SALIR presupone vaciarnos de nuestra seguridades y costumbres y relaciones habituales, para ir al encuentro del “desconocido”, del que está “fuera” de nuestro círculo habitual, hacer una salida “afectiva” en la cual puedan entrar otros rostros en nuestros corazones. Si la sala se llena de todos, "buenos y malos”, quiere decir que la tarea de la evangelización andará por caminos correctos y estará en la dirección que nos plantea el Señor en su evangelio.

¡Vayamos, pues, a los cruces de los caminos, más de alguien espera por nosotros!





1 comentario:

Anónimo dijo...

Parece difícil pensar en salir a invitar personas por el camino, y con tanta agudeza que nos permita hacernos el propio Jesús que nos lleva al Padre Bueno, sin embargo, las maneras y estilos están muy cerca, reconociendo que hay veces que nuestra comodidad nos inhibe postergarnos y atrevernos, comenzando por justificar la desidia hasta convencerse que eso está bien. La gente del camino está a la espera, al lado mío en mi colegio, en mi trabajo, entre mis vecinos y aquellos que casualmente podrían cruzarse por donde voy, y quién sabe que tal vez los mandó el Señor. Si somos conscientes y atentos a esos signos, nos acercamos a ser parte de los que ayudan a la llegada del Reino de Dios.