“TODOS QUEDARON LLENOS DEL ESPIRITU SANTO”
(Hech. 2, 4)
Esta experiencia de la venida del Espíritu Santo, (Hech. 2, 1-13) en el Pentecostés que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (hay también otros cuatro Pentecostés en este libro, vea: Hech. 4,31 ; 8,17 ; 10,44 ; 19,6) es la misma experiencia transformadora que necesitamos realizar hoy todos nosotros, ya sea a nivel personal como en un sentido comunitario.
Estas experiencias de la venida del Espíritu Santo, marcaron definitivamente a los primeros cristianos, y a la Iglesia que nacía, de tal suerte que fue el Espíritu quien les dio la fuerza necesaria para llevar adelante el cometido misionero del cual eran depositarios.
Es el Espíritu Santo quien también hoy quiere llegar a todos nosotros, de tal manera que toda la Iglesia y cada uno de sus miembros, vivan una suerte de “conmoción interior” que los transforme enteramente y les capacite para impregnar el mundo y la sociedad con la novedad del Evangelio, como forma de vida nueva, que el Señor Jesús vino a instaurar y a encabezar.
Estaremos de acuerdo, que cuando el Espíritu Santo nos inspira, nos ilumina y nos anima, algo nuevo comienza a nacer en la Iglesia. Por eso que nuestro Obispos en Aparecida lanzan un grito potente para decirnos que: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso, se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn. 17,21)” (Aparecida, 362).
Cuando el Espíritu Santo irrumpe con toda su potencia, cambian las personas, cambia la Iglesia y cambia el mundo. El Espíritu Santo es fuerza creadora que da vida. Es fuerza que impulsa a la misión. Es fuego que quema y purifica. Es viento que sopla donde quiere y que renueva los corazones y las estructuras de nuestras comunidades.
El Espíritu Santo nos alienta en la fatigas, nos enseña a descubrir la voluntad de Dios, nos capacita para comprender la Palabra y pone en nuestros labios las palabras oportunas para dar testimonio del Resucitado en el mundo.
El no permite que nos instalemos en la vivencia tibia de una vida cristiana sin mayor compromiso y superficial. El nos da el coraje suficiente para enfrentar los desafíos que se nos presentan a diario y nos entrega la audacia y la creatividad para buscar caminos nuevos para llevar adelante la obra de la evangelización.
El Espíritu Santo nos da la libertad suficiente para no dejarnos atrapar por la letra de la ley, nos libera de la carne, del pecado, de la muerte e injusticia. Nos da la “libertad de los hijos de Dios” para romper con todo aquello que esclaviza y oprime. El Espíritu es libre, imprevisible y sorprendente. Es de todos y nunca de alguien en particular. Quien es atrapado por El, puede ser invitado a recorrer caminos insospechados y del todo originales.
El Espíritu Santo genera comunión a partir del nacimiento de una gran diversidad de ministerios y carismas al servicio del bien común dentro de la comunidad. Es lazo total de unión. Cuando el Espíritu está presente, entonces la diversidad se transforma en riqueza y se promueve el compartir sereno en torno a la multiplicidad de ministerios y carismas que se dan en su interior. Lo diverso se hace complementario y a la vez totalizante.
El Espíritu Santo no permite que nos estacionemos en “el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (Aparecida, 12).
En suma, hoy queremos vivir la experiencia de Pentecostés para “quedar llenos del Espíritu Santo”. Si El entra en nuestra casa interior y en nuestras Comunidades, entonces entrará aire fresco a ella, volveremos al amor primero, tendremos una raíz sólida, nos asomaremos con esperanza a lo que viene, seremos capaces de “re-crear” la experiencia del Evangelio y corrientes de AGUA VIVA recorrerá por todos nosotros.
Les invito, pues, a hacer la experiencia del Espíritu para que así podamos decir con el libro de los Hechos, “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” como aquel día, en Pentecostés.
Para reflexionar:
¿Invocas de continuo al Espíritu Santo en tu vida?
¿Te has dejado sorprender alguna vez por la acción transformadora del Espíritu en tu vida? ¿Te ha desinstalado alguna vez invitándote a vivir algo nuevo?
¿Es tu Comunidad un lugar apto para “vivir según el Espíritu”?
¿Transcurre tu vida y la vida de tu Comunidad en una suerte de tibieza y rutina paralizante? ¿Necesitarías que entre “aire fresco” en tu vida y en la de tu Comunidad?
(Hech. 2, 4)
Esta experiencia de la venida del Espíritu Santo, (Hech. 2, 1-13) en el Pentecostés que nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (hay también otros cuatro Pentecostés en este libro, vea: Hech. 4,31 ; 8,17 ; 10,44 ; 19,6) es la misma experiencia transformadora que necesitamos realizar hoy todos nosotros, ya sea a nivel personal como en un sentido comunitario.
Estas experiencias de la venida del Espíritu Santo, marcaron definitivamente a los primeros cristianos, y a la Iglesia que nacía, de tal suerte que fue el Espíritu quien les dio la fuerza necesaria para llevar adelante el cometido misionero del cual eran depositarios.
Es el Espíritu Santo quien también hoy quiere llegar a todos nosotros, de tal manera que toda la Iglesia y cada uno de sus miembros, vivan una suerte de “conmoción interior” que los transforme enteramente y les capacite para impregnar el mundo y la sociedad con la novedad del Evangelio, como forma de vida nueva, que el Señor Jesús vino a instaurar y a encabezar.
Estaremos de acuerdo, que cuando el Espíritu Santo nos inspira, nos ilumina y nos anima, algo nuevo comienza a nacer en la Iglesia. Por eso que nuestro Obispos en Aparecida lanzan un grito potente para decirnos que: “La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso, se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn. 17,21)” (Aparecida, 362).
Cuando el Espíritu Santo irrumpe con toda su potencia, cambian las personas, cambia la Iglesia y cambia el mundo. El Espíritu Santo es fuerza creadora que da vida. Es fuerza que impulsa a la misión. Es fuego que quema y purifica. Es viento que sopla donde quiere y que renueva los corazones y las estructuras de nuestras comunidades.
El Espíritu Santo nos alienta en la fatigas, nos enseña a descubrir la voluntad de Dios, nos capacita para comprender la Palabra y pone en nuestros labios las palabras oportunas para dar testimonio del Resucitado en el mundo.
El no permite que nos instalemos en la vivencia tibia de una vida cristiana sin mayor compromiso y superficial. El nos da el coraje suficiente para enfrentar los desafíos que se nos presentan a diario y nos entrega la audacia y la creatividad para buscar caminos nuevos para llevar adelante la obra de la evangelización.
El Espíritu Santo nos da la libertad suficiente para no dejarnos atrapar por la letra de la ley, nos libera de la carne, del pecado, de la muerte e injusticia. Nos da la “libertad de los hijos de Dios” para romper con todo aquello que esclaviza y oprime. El Espíritu es libre, imprevisible y sorprendente. Es de todos y nunca de alguien en particular. Quien es atrapado por El, puede ser invitado a recorrer caminos insospechados y del todo originales.
El Espíritu Santo genera comunión a partir del nacimiento de una gran diversidad de ministerios y carismas al servicio del bien común dentro de la comunidad. Es lazo total de unión. Cuando el Espíritu está presente, entonces la diversidad se transforma en riqueza y se promueve el compartir sereno en torno a la multiplicidad de ministerios y carismas que se dan en su interior. Lo diverso se hace complementario y a la vez totalizante.
El Espíritu Santo no permite que nos estacionemos en “el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (Aparecida, 12).
En suma, hoy queremos vivir la experiencia de Pentecostés para “quedar llenos del Espíritu Santo”. Si El entra en nuestra casa interior y en nuestras Comunidades, entonces entrará aire fresco a ella, volveremos al amor primero, tendremos una raíz sólida, nos asomaremos con esperanza a lo que viene, seremos capaces de “re-crear” la experiencia del Evangelio y corrientes de AGUA VIVA recorrerá por todos nosotros.
Les invito, pues, a hacer la experiencia del Espíritu para que así podamos decir con el libro de los Hechos, “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” como aquel día, en Pentecostés.
Para reflexionar:
¿Invocas de continuo al Espíritu Santo en tu vida?
¿Te has dejado sorprender alguna vez por la acción transformadora del Espíritu en tu vida? ¿Te ha desinstalado alguna vez invitándote a vivir algo nuevo?
¿Es tu Comunidad un lugar apto para “vivir según el Espíritu”?
¿Transcurre tu vida y la vida de tu Comunidad en una suerte de tibieza y rutina paralizante? ¿Necesitarías que entre “aire fresco” en tu vida y en la de tu Comunidad?
1 comentario:
hola hermano Mario, como siempre...nos dejan pensando sus reflexiones, recién compartí con una amiga de la Capilla Nuestra Sra. de Covadonga esta reflexion suya de "un nuevo pentecostes" y las dos concluimos que lo que fue nuestra comunidad ya no es un lugar de acogida para el Espiritu Santo,esta transcurriendo nuestra vida como usted dice de una manera tibia y paralizante. ¿Pero que podemos hacer? si nos bajan las manos hasta cuando nuestra oración quiere contagiar alegria?... a mi personalmente el Espiritu Santo me ha cambiado la vida, me ha dado fuerza, valentia, serenidad, paciencia... pero sobre todo la alegria de vivir y servir a mis hermanos en el nombre del Señor... estamos seguras que en las situaciones mas adversas que nos ha tocado vivir en nuestra comunidad solo el Espiritu Santo nos ha dado la fortaleza para seguir y no desmayar.
Gracias hermano por regalarnos parte de su sabiduria, lo que nos da mas animo de seguir y confiar que algun dia las cosas cambiaran.
un abrazo. Tity.
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