martes, 31 de diciembre de 2013

PISTAS PARA CONSTRUIR NUESTRAS FAMILIAS



Todos nosotros necesitamos de un hogar, de una familia, un lugar donde crecer, madurar, cultivar nuestros talentos, en definitiva alcanzar un crecimiento integral en los diversos aspectos de nuestra vida.
Con todo, esto a veces no lo logramos cabalmente por cuanto nuestras familias adolecen del mínimo necesario, lo cual nos permita alcanzar nuestra mayor potencialidad como seres humanos, tanto porque nuestras familias están fracturadas, sea porque descuidamos aspectos esenciales, sea porque definitivamente no la tenemos.
Para salvaguardar este bien tan preciado como es la familia, célula básica de la sociedad e iglesia doméstica, podemos mirarnos en la Familia de Nazaret, donde ella sea un espejo y nos miremos de continuo y venga a ser un elemento paradigmático en la construcción de nuestro hogar y de la familia en su conjunto.
En este contexto, quisiera compartir algunas pistas que veo necesarias cultivar y vivir en el seno de la familia, para que éstas alcancen la estatura por Dios deseada y que late también en nuestro corazón.
Veamos.

Promover una cultura del diálogo, de la apertura, abriendo los corazones de continuo, expresándonos cariño mutuo y así vencer todo atisbo de aislamiento, individualismo y anonimato en el cual podemos caer cuando los corazones permanecen herméticos e infranqueables.

Reconocer la individualidad de cada uno de los componentes de la familia. Cada cual tiene un PROYECTO DE VIDA, que se tiene que cuidar y realizar. Vivir la vocación propia. En la familia debemos encontrar el escenario ideal para que cada componente se realice a si mismo en su individualidad y vocación. La familia no puede sofocar el carácter propio de cada uno de sus miembros, por el contrario, debe contribuir para que la persona viva para lo cual fue creado.

Atención preferencial por el más débil: Ancianos, niños, enfermos, caídos, etc. El Papa Francisco ha dicho que un buen síntoma de que la familia anda bien es cuando se atiende bien a los niños y ancianos. No cabe duda que el ser más débil debe contar desde siempre con el particular y solícito apoyo y cercanía de los distintos componentes de la vida familiar.

Saber dar gracias y reconocer todo lo bueno y lindo que recibo del otro. Una costumbre no muy arraigada por estos días, donde todo lo ganamos y lo compramos. Cuando se aprende a dar gracias en el seno de la familia, entonces el ambiente es más sano, diáfano y cercano. Un gracias de corazón dado a alguien en la familia, puede transformar fuertemente la realidad de cada familia, por cuanto detrás de esa actitud de agradecimiento, uno está reconociendo que necesito de la otra persona para desarrollarme como tal.

Vivir momentos gratuitos, tiempo para descansar. Sentarse a la mesa y compartir. Esto se hace más evidente en estos tiempos donde nos invade un activismo desenfrenado, exceso de trabajo, vida vivida a mil, sin tiempos para realizar cosas que nos alimenten en el espíritu (escribir, escuchar música, orar, leer, practicar deportes), simplemente, darnos espacios de ocio para recuperar la lozanía de la vida que a veces perdemos por la dinámica de vida que nos ofrece la sociedad.

Vivir el perdón como expresión del amor. Hace tanto bien pedir perdón y perdonar. La persona crece cuando hace esa experiencia por difícil que sea. El perdón es el mejor antídoto a la venganza, el revanchismo, el pasarse cuentas eternamente, etc. Uno no se achica ni se disminuye porque pide perdón a quien ha ofendido, o porque sencillamente perdona cuando uno ha sido el ofendido. Para perdonar y pedir perdón se necesita coraje, audacia y valentía. El perdón viene muy bien para volver al amor primero en la familia. En el perdón no existe el nunca más, en definitiva vivir esta experiencia de continuo conlleva a que la familia se levante de nuevo y despunte la aurora en su seno. Hagamos esta experiencia, aunque nos cueste, porque al final encontraremos la luz para nuestras vidas.

Asumir una espiritualidad a la manera de la Familia de Nazaret. Primero alimentar el espíritu, luego vendrá lo material. No distorsionar las cosas. Cristo siempre en el centro. Es urgente dotar de una espiritualidad evangélica a nuestras familias para no tener arrinconado al Maestro en el patio trasero de la casa. Una familia que se construye a partir de los parámetros del evangelio, tendrá mejores recursos para enfrentar los enormes desafíos y problemáticas que afectan hoy día a nuestras familias.
Hagamos este camino y el sol se asomará en nuestros hogares.

LA NOSTALGIA DE LA NAVIDAD



La luz brilla en las tinieblas.

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor.
No es sólo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos.
La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La nostalgia no nos deja vivir encadenados sólo a este mundo.
Es fácil vivir ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerraos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es nuestro destino último
Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le abrimos lo mejor que hay en  nosotros.
A pesar del tono frívolo y superficial que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si la vivimos con fe sencilla y corazón limpio.
J. A. PAGOLA

martes, 17 de diciembre de 2013

DIMENSIONES DE NUESTRA FE



La fe debe ser EDUCADA Y FORMADA:
Un aspecto de primera importancia, tiene que ver con el esfuerzo permanente que tiene que hacer el creyente por profundizar aquello que se cree. La fe tiene que ser renovada constantemente. Uno se tiene que hacer cargo de lo que cree y por lo mismo debe encaminarse hacia una fe adulta. Si la fe no se educa y se renueva puede apagarse y morir definitivamente. Es lo que le decía Jesús a Pedro:
“He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc. 22,32). Uno no puede quedarse en una fe básica, lo aprendido en el catecismo en la primera hora de nuestra vida o simplemente aferrarse a cuestiones menores que no tienen que ver con el corazón del mensaje cristiano.
 
Esta educación y formación de la fe, debe trascender lo meramente teórico y abstracto (sin conexión con la vida), sino que debe ser experiencial y que tenga una directa relación con los quehaceres de la vida ordinaria. Una formación desde la vida y para la vida. No se trata de acumular contenido en la cabeza, sino de profundizar desde el corazón el Misterio de Dios y la Persona de Jesús.
           
Si nosotros descuidamos la formación de nuestra fe  nos puede pasar el peligro que advierte el Papa y que les decía a los jóvenes en Brasil: "Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí"
 
La fe se vive en COMUNIDAD:
 
Un peligro siempre presente entre nosotros, es que hagamos de la fe un asunto privado, intimista e individualista. Privatizar la fe, como se dice. Se trataría de vivir aislado de los demás y no sentirse parte de una Comunidad de creyentes y esto no es así. Jesús conformó un grupo de DOCE apóstoles, llamó a otros SETENTA discípulos y en Pentecostés nos regaló su Espíritu para que conformáramos una Iglesia, el grupo de los creyentes. Así lo demuestra el libro de los Hechos de los Apóstoles (2,42) cuando nos señala que los creyentes acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones… vivían unidos y compartían todo lo que tenían. Y esto lo reafirma  el Concilio Vat. II en la Constitución “Lumen Gentium”, cuando nos dice: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (N° 9).
 
Vencer el aislamiento y el  individualismo, será una tarea preponderante, en particular cuando tenemos la tendencia de separar la fe de nuestra pertenencia a la Iglesia-Comunidad-Pueblo de Dios. Y esto se hace más evidente cuando se oyen voces que dicen: “Yo creo en Dios, pero no en la Iglesia”, particularmente cuando esta Iglesia se ha visto manchada por la conducta impropia de algunos de sus miembros.
 
La fe se CELEBRA:
 
Los seres humanos necesitamos vivir ciertos ritos y rodearnos de algunos símbolos que le den una identidad a nuestra vida comunitaria. Lo vivimos esto en nuestras familias, en nuestras diversas culturas y pueblos que tienen sus fechas memorables, sus mártires y sus propios héroes.
           
De la misma manera, para que la fe no se apague o sencillamente se acabe, el creyente necesita alimentar este don con la fuerza de los sacramentos, la Palabra y la oración, comunitaria y personal. A través de los sacramentos recibimos la gracia de Dios que nos permite levantar la mirada y caminar por los senderos de este mundo dando testimonio alegre y convencido de Jesús y su Evangelio.
 
El sentido de la fiesta también se tiene que expresar en la vivencia de nuestra fe y en este aspecto un lugar preponderante lo alcanza el sacramento de la Eucaristía, que para la Iglesia es fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Necesitamos descubrir o redescubrir la Eucaristía como eje fundamental de nuestra vida de fe. Redescubrir el sentido el domingo como día de descanso y día de fiesta para celebrar el paso de Dios por nuestra historia personal y comunitaria.
Pienso que el acento marcado por el consumismo, el materialismo y, sobre todo, el secularismo (desprendernos de Dios y dejarlo en el patio trasero de la casa), ha conspirado fuertemente para que esta DIMENSION FESTIVA de la fe no se exprese en toda su intensidad. Mucho bien nos haría plantearnos la posibilidad cierta de celebrar de continuo la eucaristía, especialmente el día domingo o, al menos en las grandes fiestas de nuestra fe. La eucaristía más que un rito vacío, se ha de constituir en una PROFECIA para nosotros. Debe ser un reto, un desafío para vivir cada día.
 
La fe se debe TESTIMONIAR Y VIVIR:
 
El encuentro personal con Jesús, cuando ha sido auténtico, conlleva la necesidad de anunciar el Evangelio y vivirlo en un compromiso real en las situaciones variadas en la cual se ve inserto el creyente. Ya lo dice el Papa Francisco en una catequesis reciente: Todo encuentro con el Señor tiene un carácter misionero. Por eso, los Sacramentos constituyen una invitación a comunicar a los otros lo que hemos visto y oído, a llevar a los demás la salvación que hemos recibido”.
 
Por eso la fe tiene esta DIMENSION MISIONERA que nos hace ser sal de la tierra y luz del mundo y procurar ser como la levadura en medio del mundo, siendo fermento en la masa. Aquí vale bien la pena recordar, el texto bíblico en donde Jesús nos recuerda que: La lámpara no se esconde en un tiesto, sino se pone en un candelero para que alumbre a todos los de la casa” (Mt. 5, 15). Estamos llamados a proyectar y prolongar la fe en los diversos ámbitos de la vida.
 
En este contexto se hace necesario preguntarnos como estamos llegando a aquellos espacios que requieren de la luz de la fe, como por ejemplo, el ámbito familiar, el ámbito laboral, la búsqueda del bien común,  la inserción creativa y comprometida que los creyentes deberíamos hacer en aquellos organismos como son sindicatos, juntas de vecinos, clubes deportivos, grupos culturales, etc.
 
En la realidad actual que vivimos, siento que los cristianos tenemos muchos retos que enfrentar y de alguna manera iluminar con la luz del Evangelio. Hay una diversidad de temas que requieren de nuestra atención, como por ejemplo: Fe y promoción humana; fe y vida (desde su concepción hasta la muerte); fe y familia; fe y trabajo; fe y política, etc.
 
En suma, la fe debe iluminar TODOS LOS AMBITOS DE NUESTRA VIDA, no puede quedar ninguna área fuera de la fuerza del evangelio y esa tarea nos corresponde llevarla a cabo con sabiduría, en diálogo con los demás y con total convicción que hemos abrazado una causa justa como es la que nos ha  propuesto Jesús de Nazaret.

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA FE ES EVANGELIO, RIESGO Y APERTURA



LA FE, ENCUENTRA EN EL EVANGELIO UNA BUENA NOTICIA:
            La fe junto con suponer un encuentro personal con JESUS, supone también la capacidad de aceptar un MENSAJE, propiamente tal. Este mensaje se llama EVANGELIO. El evangelio no es una palabra muerta, sino que es un proyecto de vida, una forma de mirar el mundo, un modo de relacionarse entre si, una manera de concebir la realidad, un modo de “leer” e interpretar los signos de los tiempos y todo lo que sucede a nuestro alrededor (cf. Encuentro de Francisco con el evangelio).
            Desde esta perspectiva, la fe supone poner al Evangelio como paradigma de nuestra vida. Porque la fe no es sólo creer un par de dogmas o conceptos doctrinales, es más bien, asumir un ESTILO DE VIDA que en el caso nuestro está dado por la Buena Noticia de Jesús. Desde este ángulo, tendremos una mirada particular hacia los pobres, los pecadores, los ricos, la creación, el dinero, la mujer, los discriminados, etc. El evangelio no puede ser un barniz superficial para el creyente, sino que tiene que ser su fuente de inspiración permanente para estructurar su vida acorde a la buena noticia que se ha descubierto y se le ha revelado.
LA FE, COMO RIESGO Y APERTURA:
            La Encíclica Lumen Fidei, en el núm. 57 dice una frase que ilustra bien lo que se quiere señalar con respecto a la fe como un riesgo y una aventura. Dice: “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar”.
            Se ha señalado por ahí que la fe es como un salto al vacío, tiene mucho de gratuidad, de riesgo, conquista, esperanza, aventura y confianza, como la que tiene  un niño pequeño en su padre o en su madre. La fe no es un seguro de vida que tú puedes comprar para asegurarte contra las adversidades que puedan pasar. Podríamos decir que no es como un GPS, donde todo lo tienes previamente diseñado y establecido, con información completa y acabada, sino que más bien se podría decir que la fe es como una BRUJULA que medianamente te va indicando el camino para que hagas tus  propias opciones de vida.
             El ejemplo más potente lo encontramos en nuestra Madre la Virgen María, que ante el llamado del ángel Gabriel, no sabía a ciencia cierta que significaba el SI que ella estaba dando. Ahora bien, mirando en perspectiva el SI de María (su hágase) podemos deducir o suponer que ella nunca dimensionó lo que vendría más adelante en su vida. Fue un SI abierto, generoso, no exento de preguntas y discernimiento, pero al final un SI sin condiciones. Nada supo que debía partir a atender a su prima Isabel (estando ella misma embarazada), de las condiciones y lugar de su parto, del exilio y la amenaza de muerte para su Hijo. No podía saber que a los 12 años perdería a su Hijo en el templo, que iba a quedar sola al final de sus días, que le harían la desconocida (¿quién es mi madre?, pregunta Jesús), no sabía de la muerte violenta en la cruz, etc. Nada de eso sabía.
            La fe es abrirse con esperanza y confianza al Misterio. Para Dios nada es imposible, pero hay que saber confiar en él. La fe es ponerse de rodillas y abrir las manos vacías para saber que todo lo espero de Dios, que en él, hemos puesto nuestra confianza, aunque a veces nos toque caminar por la noche oscura, la fe es lámpara que guía nuestro caminar y eso basta, como nos decía el Papa Francisco. Cuando el panorama se haga oscuro y pudiésemos haber estado toda la noche sin pescar nada, entonces volveremos a echar las redes, pero ahora en el NOMBRE del Señor.

lunes, 25 de noviembre de 2013

UNA REFLEXION SOBRE LA FE: I° PARTE




EN EL AÑO DE LA FE, UNA REFLEXION
PARA NUESTRA VIDA.

 
“He pedido por ti, para que tu fe no se apague”

Lc. 22,32

 
1.- INTRODUCCION:

En el día de ayer, en la fiesta de Cristo Rey, la Iglesia Católica, en el mundo entero, ha concluido el AÑO DE LA FE, que fue convocado por el Papa Benedicto XVI con el objeto de celebrar los 50 años de la realización del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. A raíz de esto, se suscitaron diversas iniciativas, todas ellas, tratando de profundizar este don de la fe recibido y que necesitamos cada vez profundizar con mayor convicción, especialmente por la actuales circunstancias que nos toca vivir.
En este contexto, quisiera compartir con ustedes unas simples reflexiones, sobre esta virtud teologal de la FE, con el objeto de que ella (la fe), la podamos vivir a cabalidad y desde las distintas realidades que nos toca vivir.
2.- LA FE, UN DON Y TAREA:
Es claro a nuestros ojos, que la fe es un DON, una gracia, un regalo, que hemos recibido de parte de Dios en distintas horas de nuestras vidas. En algunos este don se hizo evidente desde la primera hora de la vida, como en otros se hizo más clara esta realidad en la adolescencia, la juventud, la madurez e incluso en la edad adulta o sencillamente en la misma ancianidad. Es evidente que Dios, por medio de Jesús, a través de su Espíritu, puede dar “la luz de la fe” en distintos momentos de la vida y a través de circunstancias muy diferentes para cada persona. Incluso yo diría que se puede llegar a la fe por situaciones muy ambiguas e “imperfectas” por decir un término (tenemos los casos de personas que reciben la luz de la fe estando en la cárcel, o cuando viven una enfermedad dolorosa, o cuando experimentan una situación límite sea en el ámbito familiar, laboral o personal (una adicción, soledad, etc.) En una palabra, podríamos decir que los caminos de Dios para llegar al ser humano son muy variados y diversos y cada persona es tocada por el Señor desde un ángulo muy personal y único.
 
Junto con ser la fe un DON (algo que no ganamos u obtenemos), también este don comporta una RESPUESTA por parte del que recibe la FE. La fe hay que alimentarla, formarla, robustecerla, vivirla, pregonarla, proponerla a los demás y en ese sentido quien recibe este don está llamado a dar una respuesta CREATIVA, comprometida y también única y personal, porque corresponde que cada cual, desde su propia realidad y ambiente, haga un camino de MADURACION de su fe en el Señor. No basta con recibir este don y quedar sumido en una especie de contemplación pasiva del don recibido, es muy necesario que cada persona, logre encaminarse a un compromiso activo de cara a que este don crezca y se haga más operativo y concreto para las distintas realidades de nuestra vida.
3.- LA FE, COMO ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO:
La fe es en primer lugar creer en una PERSONA, tener un contacto directo y vivencial con ella y saberse profundamente amado por quien te ha llamado a su seguimiento y te ha regalado el don de creer en él. En concreto, la fe presupone o exige que el creyente haga la experiencia de conocer a JESUS en persona. Que Jesús no sea alguien extraño o lejano, sino que por el contrario, tenga un trato familiar, permanente y cercano con el mismo Señor. Es como hacer la experiencia de Zaqueo, o sea, que Jesús entre en nuestra casa y podamos establecer con él una relación coloquial que afecte a la realidad misma de nuestra vida. Se trata de vivir la fe en primera persona, dando cuenta de una experiencia de vida con el Señor. “Hemos visto y oído y eso venimos a anunciar”, dirá san Juan. Se trata de ver y oír para poder compartir después con el mundo y en nuestro medio ambiente la sugestiva persona de JESUS y su Evangelio.
Como discípulos alegres porque han aprendido a valorar el gran tesoro recibido como don gratuito e inmerecido. «Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos iluminados por la luz de Jesucristo resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a nuestros pueblos…, y a cada una de sus personas» (Aparecida 18). Necesitamos reavivar en nosotros la conciencia del don recibido, que nos permita vivir el gozo de la fe y nos de la capacidad de mirar el mundo con los ojos de Jesús: «La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver» (Lumen Fidei, 18).

jueves, 31 de octubre de 2013

SABER DAR GRACIAS


“Se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra,
dándole gracias”

 Lc. 17,16

 
Mientras Jesús se dirige a Jerusalén, cumpliendo, así, meticulosamente con su itinerario que al final de cuentas lo llevará a la crucifixión y muerte violenta, se le interpone en el camino un grupo de diez leprosos que le gritan desde lo más hondo del corazón: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Es el grito angustioso de diez hombres que se saben profundamente marginados y discriminados de la comunidad y de la sociedad en sí misma. Son un lastre para todos. Se sienten excluidos y solamente Jesús, a través de su palabra y gesto liberador, podrá devolverles la salud.
 
Siguiendo la costumbre de aquel tiempo, Jesús manda que los leprosos vayan a presentarse donde los sacerdotes  para que sean éstos los que certifiquen que estos leprosos están sanos. En el camino, quedaron purificados.
 
Advertido de semejante realidad un leproso (samaritano, extranjero) vuelve alabando a Dios en voz alta y se arroja a los pies de Jesús para darle las gracias. Había caído en la cuenta que su nueva condición humana era producto del poder salvífico que emanó del mismo Jesús.
 
Saber dar gracias cada día, en cada momento, a toda persona, en cualquier circunstancia puede cambiar profundamente la tonalidad de nuestra vida. También nosotros, necesitamos gritarle a Dios por nuestras lepras que nos asfixian y degradan. Necesitamos sacudirnos esos lastres que nos provocan dolor y tristeza. Sentimos que el peso de nuestras lepras, sólo las puede sanar definitivamente nuestro Señor. Y por eso, experimentada dicha realidad, no cabe más que postrarnos en tierra cada vez y dar gracias infinitamente.
 
Con todo, es fácilmente constatable que a partir de la realidad que nos toca vivir, pareciera que la gratitud está desapareciendo del “paisaje afectivo” de nuestra vida moderna. Casi se ha hecho dogma de fe que nadie puede dar nada, si no es porque espera algo a cambio. Se pueden sospechar intenciones poco claras u ocultas cuando alguien tiene la osadía de dar o de darse.
 
Es claro que en la  actual civilización que estamos viviendo, marcadamente mercantilista, egoísta e individualista (con matices, por cierto), cada vez hay menos espacio para lo gratuito. Todo se tiende a comprar y vender. Todo se transa, se intercambia, se presta, se debe, se exige, se merece … en esta lógica del mercado, obviamente que no hay espacio para saber dar gracias.
 
Bueno desde este punto de vista, algo parecido puede ocurrir en la vivencia de nuestra fe. De alguna manera, uno puede decir: “Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y tú me aseguras tu protección. Yo cumplo lo estipulado y tú me recompensas” (Pagola).
 
Pero debemos dejar en claro de una vez, que delante de Dios solamente podemos vivir dando gracias. Nada merecemos, todo lo recibimos. No me gano el favor de Dios con una lista de acciones buenas (cf. El fariseo y el publicano que van al templo a orar, Lc. 18, 9-14), sino que Dios en su infinita bondad y de manera gratuita, nos hace partícipes de su poder sanador.
 
Este mismo hecho hace que la persona misma tenga otra mirada respecto de sí misma (es una mirada más compasiva e integradora), una forma distinta de relacionarse con las cosas (ellas son mis hermanas, de ellas necesito) y otra forma de convivir con los demás (esa persona es mi hermano, lo respeto, le reconozco su estatura de hijo de Dios).
 
Vayamos, pues, de regreso al encuentro de Jesús, para postrarnos en tierra y dar gracias por todas aquellas oportunidades en que nos hemos sanado en el corazón de aquellas lepras que nos oprimían profundamente y que nos tenían excluidos y marginados de la vida en todas sus dimensiones.
 
Sepamos, además, ser agradecidos en todo momento y en toda circunstancia de la vida, porque nada merecemos y todo se nos regala. Saber dar gracias, es la lección que nos da este leproso sanado.

lunes, 21 de octubre de 2013

EN EL AÑO DE LA FE: MARIA, MUJER CREYENTE


“Dichosa tú porque has creído”

 Lc. 1, 45.

 
Ante el anuncio del ángel de que María será madre, Ella pregunta: ¿Cómo será esto?. Es una pregunta inteligente, es la pregunta de una fe adulta, de alguien que necesita discernir. ¿Será verdad esto? parece preguntarse María. ¿Será una pura ilusión? La fe siempre necesita aprender y comprender. Una fe que se hace cargo de lo que se le pide a la persona. De la misión a la cual se le está llamando. Tener fe no supone dispensarnos del necesario discernimiento y de preguntarle a Dios por nuestra vida, por las opciones que tenemos que hacer, de los caminos que debemos recorrer. Una fe adulta, pregunta, interroga, discierne.
 
Después que el ángel le explica como será todo poniéndole como ejemplo a Isabel le dice al final una sentencia: PORQUE PARA DIOS NADA ES IMPOSIBLE. ¿Creo esto en mi vida? Creo que para Dios todo puede ser reversible y transformador. No sólo es suficiente decirlo con las palabras, es preciso también asimilarlo en el corazón y en la vida, para Dios nada es imposible, incluso en los momentos de prueba y de angustia, nuestra percepción y sentimiento ha de ser de ABANDONARNOS completamente en él.
 
Entonces que se haga su Palabra, es la respuesta de María ante el anuncio del ángel. Es la respuesta  creyente de alguien que sabe que para Dios nada es imposible. Es en el fondo la sensación de estar inmersa en la inmensidad de un Dios que te cobija, te sostiene y te capacita para la misión que recibes.
 
“Dichosa tú que has creído” es la primera bienaventuranza del Evangelio. Felices los que creen porque en ti se cumplirá lo que te ha prometido el Señor. Creer, como lo hace la Madre, para darle un nuevo color y sentido a la vida.
 
Necesitamos creer para poner sobre bases sólidas la existencia de nuestra vida, para darle una proyección evangélica a las apuestas que nos toca hacer día a día, sea como laicos (insertos en el mundo); como religiosos (siendo testigos del Evangelio): o como ministros de la Comunidad (al modo del Buen Pastor y en lenguaje del Papa Francisco: teniendo “olor a oveja”).
 
Ahora bien, mirando en perspectiva el SI de María (su hágase) podemos deducir o suponer que ella nunca dimensionó lo que vendría más adelante en su vida. Fue un SI abierto, generoso, no exento de preguntas y discernimiento, pero al final un SI sin condiciones. Nada supo que debía partir a atender a su prima (estando ella misma embarazada), de las condiciones y lugar de su parto, del exilio y la amenaza de muerte para su Hijo. No podía saber que a los 12 años perdería a su Hijo en el templo, que iba a quedar sola al final de sus días, que le harían la desconocida (¿quién es mi madre?, pregunta Jesús), no sabía de la muerte violenta en la cruz, etc. Nada de eso sabía.
 
Cuando damos el SI al Señor ni soñamos lo que ello puede significar y el precio que vamos a pagar. La fe es lanzarse con decisión y convicción a navegar por las aguas profundas del Misterio. No podemos calcular todo. La fe no es un “GPS”, un sistema de radar, en el cual tenemos todo configurado de antemano, donde encontramos toda la información pertinente, de manera rápida, segura e instantánea. Consagrarnos al seguimiento de Jesús, al modo de la vocación recibida, no es más que una aventura de amor, un desafío, donde sobran las preguntas y faltan las respuestas. Sólo que al final sabemos que para Dios nada es imposible y que sí tiene sentido la causa que uno ha abrazado.
 
La fe es mantener este SI en el tiempo e irlo renovando cada día. Teniendo en cuenta que nuestro SI siempre será posible en el SI del Señor. No tengas miedo, yo te sostengo, nos dirá Jesús. Así de claro, un SI que se hace historia y toma cuerpo en las variables de cada día.
 
Si tengo fe, entonces el SI a Jesús será cada día nuevo, sabiendo de antemano que todo lo podemos en El que nos reconforta, como dirá San Pablo.
 
No hay un SI basado sólo y exclusivamente en tus fuerzas, primero está el SI de Dios que es irreversible y definitivo para contigo.
 

lunes, 30 de septiembre de 2013

JESUS CAMINA SOBRE LAS AGUAS


JESUS CAMINA SOBRE LAS AGUAS:
NO TENGAS MIEDO.
 
Mt. 14, 22-33:
 

           
El evangelio describe la travesía difícil y cansada del mar de Galilea en un barco frágil empujado por el viento contrario. Después de la multiplicación de los panes, Jesús obliga a los apóstoles a subir a la barca e iniciar la travesía por el mar. La barca (que representa a la comunidad) es agitada fuertemente por las olas, pues el viento es contrario. A pesar de estar remando toda la noche falta mucho para llegar a tierra. Jesús no fue con los discípulos, ellos debían aprender a enfrentarse con las dificultades, unidos y fortalecidos por la fe en Jesús quien los envió.
 
El contraste es grande: Jesús en paz junto a Dios rezando en lo alto de la montaña y los discípulos medio perdidos abajo, en el mar revuelto.
 
Cuando la barca está siendo fuertemente zarandeada, Jesús se acerca y ellos no lo reconocen. Y bien de madrugada, Jesús se fue al encuentro de los discípulos. Andando sobre las aguas, llega cerca de ellos, PERO ELLOS NO LO RECONOCEN.
 
Más bien creyeron ver un fantasma. Esto es una experiencia de realidad pero que no es auténtica, no es real. Gritan de miedo. Jesús los calma diciendo: “¡Animo! ¡Soy yo! ¡No teman!”. A estas palabras, Pedro pide ir donde Jesús caminando sobre las aguas. Quiere participar del poder de Dios. Pero Pedro tiene miedo.
 
Pedro comienza a hundirse cuando deja de mirar a Jesús y se concentra en si mismo y en sus miedos y temores. Es un hombre de poca fe, le dice Jesús.
 
Nosotros nos hundimos cuando nos concentramos en nuestras propias tormentas en lugar de mirar a Jesús. Quedarnos en nuestros propios laberintos y no mirar con fe a Jesús. Y si un día lo dejamos de mirar, basta que le digamos: ¡SEÑOR, SALVAME!, en la que el viento se calmará y vendrá la profesión de fe postrándose delante de Jesús: ¡Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios!
 
En el Año de la Fe, aunque sintamos que de repente nos invade el miedo a hundirnos en nuestras experiencias límites, sepamos abandonarnos plenamente en Jesús y confiemos que su mano nos tomará para evitar que nos hundamos en la desesperanza. Dios siempre nos pasa su mano para nunca dejar que nos hundamos.

jueves, 5 de septiembre de 2013

EN EL AÑO DE LA FE: REMAR MAR ADENTRO

Lc. 5, 1-11

Jesús sube a la barca de Simón para enseñar. Simón estuvo pescando y no produjo nada. Echa las redes en MI nombre, le dice Jesús. Echala a partir de la fuerza de mi palabra. Echaré las redes porque TU lo has dicho, le dice Pedro. Esto muestra una suerte de confianza y también de desafío. Yo soy pescador de profesión dirá Pedro, no es normal salir a pescar a media mañana, por eso mismo tú Señor serás responsable si acaso la pesca no resulta. Mal que mal habían estado toda la noche y nada había ocurrido.
 
Navegar mar adentro. Esa es la tarea de hoy. Echar las redes en el nombre del Señor para que otros también se constituyan en discípulos de Jesús. El Señor sube a la barca de Pedro, El no se queda en la orilla y en esa figura podemos decir que también Jesús sube a la barca de mi vida, a la barca de mis fracasos y me ayuda en la travesía de mi vida. En Pedro, estamos nosotros, donde Jesús hace un acto de fe en mi persona para llamarme a echar las redes en su nombre.
 
Yo te lo pido, vuelve a intentarlo, es su iniciativa contra nuestra desesperanza o descreimiento. El nos pide que no nos quedemos anclados en la orilla de nuestro corazón, anclados en los fracasos de la vida. El va con nosotros MAR ADENTRO, no nos deja solos.
 
Después de la inmensa pesca, Pedro se postró delante de Jesús al caer en la cuenta de su condición como hombre pecador. Jesús le dice, NO TEMAS (ser un pobre pecador), yo estoy al lado tuyo, no me aparto de ti. Jesús no se aparta de nosotros, no siente náuseas de nosotros, no le da asco nuestra vida.
 
A este Pedro, un fracasado, le confía una misión, ser pescador de hombres, para lo cual él se había dado cuenta que no era capaz solamente por sus propias fuerzas.
           
Luego dejaron las barcas para siempre y lo siguieron.
Jesús se retira a un lugar solitario para orar. Mientras tanto nos convoca a cada uno de nosotros para que junto con El podamos REMAR MAR ADENTRO. Jesús nos espera sentado en la barca de nuestra vida para volvernos a dar una nueva misión que es vivir nuestra propia vocación de DISCIPULOS MISIONEROS, hombres y mujeres que  a partir de un acto de fe, pueden hacer de nuevo la pesca con el Señor.

viernes, 19 de julio de 2013

¿QUIEN ES MI PROJIMO?


Lc. 10, 25-37


El doctor de la ley sabía la teoría pero no la praxis. Había coleccionado doctrinas, conceptos, (de hecho recita muy bien y de corrido lo que está escrito en la Ley ante la pregunta de Jesús), pero todavía no había dado el paso fundamental del acercamiento “vivencial” a la misma Palabra.
 
Porque de otra manera no se explica que le pregunte a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Es que para el mundo judío, prójimo era simplemente el familiar, aquel del círculo más cercano, el connacional. Preguntar por quién es mi prójimo, es como decir: ¿Y a quién debo amar como a mí mismo como lo exige la Ley?
 
En este contexto, Jesús le narra esa famosa parábola del “buen samaritano” que ha inspirado a tantos creyentes a lo largo de estos veinte siglos. Parábola que sigue interpelando el corazón de aquel que con actitud de discípulo se acerca a ella y la guarda en su corazón y, con la ayuda del Señor, la intenta vivir en los diversos acontecimientos de su vida.
 
Las lecciones que podemos sacar de esta parábola son muchas. Me atrevo a sugerir algunas, para que cada cual en su fuero interno, las siga reflexionando y pueda añadir otras tantas enseñanzas que podemos sacar.
 
VIVIR LA VIDA EN CLAVE SAMARITANA
 
Uno puede ordenar su vida desde muchas ópticas y claves. Muchas serán legítimas, otras carecerán de sustento evangélico, sin embargo para un creyente, la fe ha de ser vivida desde la clave que nos plantea el buen samaritano, es decir, desde la clave de aquel que es capaz de salir de su propio camino para entrar en la realidad del que está caído y herido. Sin cálculo egoísta y menor, vivir en clave samaritana es “ponerse en los zapatos” del otro para ver y conmoverse ante la realidad de menoscabo que puede estar viviendo aquel que requiere de unos ojos y corazones que se abren y se hace prójimo del mal herido. En esta lógica, ¿puedo identificar a los que HOY están heridos y han sido maltratados por esta sociedad, bastante desigual y discriminatoria? No vaya a ser que por atender a mis asuntos personales, PASE DE LARGO y deje en el camino al que se debate entre la vida y la muerte.
 
TRASPASAR FRONTERAS
 
El samaritano no tenía ninguna obligación de detenerse ante el que estaba herido, pues se suponía que éste era judío y todos sabemos la enemistad que había entre los judíos y los samaritanos (el mismo Señor vio truncado su deseo de permanecer en Samaría ante lo tuvo que partir de la ciudad al no ser bien recibido).
 
Se trataría de traspasar todo tipo de “fronteras” que nos separan y nos dividen. Fronteras ideológicas, culturales, raciales, religiosas, sociales, etc. A veces como que estamos parapetados en nuestros reductos y somos incapaces de instaurar una cultura del diálogo, del encuentro, con aquel que es diferente y diverso a mí. En este sentido, nos podríamos preguntar: ¿Qué fronteras debería traspasar hoy día para hacer que esta Palabra tenga incidencia concreta en mi vida?
 
UNIR LITURGIA Y VIDA
 
El sacerdote y el levita iban preocupados por llegar pronto al templo. La liturgia les demandaba atención exclusiva, no había nada ni nadie que podría distraerlos por el camino.
 
Puede pasar que nuestras liturgias estén despegadas de la vida y que nos asomemos más bien a la vivencia de una espiritualidad más bien individualista, abstracta y a-histórica. El texto evangélico nos dice otra cosa. De esta forma, cuidemos que nuestras liturgias y celebraciones recojan y proyecten lo que es la vida misma. Fe y vida, van de la mano, como lo son también la liturgia y la historia concreta de nuestro pueblo.
 
En suma, la parábola del “buen samaritano” nos interpela hacia una fe situada en la realidad de cada día y es un desafío permanente de cuantos pretendemos ser discípulos de Jesús que la hagamos nuestra y sea la plataforma sobre la cual vayamos viviendo UN NUEVO ESTILO DE VIDA.
 
¿Cuál de los tres se portó como prójimo (el sacerdote, el levita o el samaritano)?, le preguntó Jesús al doctor de la Ley. El que tuvo compasión, le respondió. Como aquel y hoy a mí, nos dice Jesús: VETE Y HAZ TU LO MISMO.