miércoles, 15 de febrero de 2012

TOCANDO LEPROSOS





“Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc. 1, 40 ss), así nos cuenta el evangelista de Marcos el encuentro emblemático de Jesús con un leproso.

El leproso era una persona triplemente marginada:

Con relación a Dios: pues el hecho de ser una persona “impura” se encontraba lejos de la comunión con Dios. De hecho la enfermedad en el A.T. (cf. Levítico, 13) era considerada un castigo de Dios, y todavía más la lepra hacía de quien la padecía una persona que debía considerarse al margen de la comunidad y debía vivir al margen de ella.

Con relación al pueblo: era el leproso apartado de la Comunidad de Israel. Debía mantenerse lejos de la gente. Perdía toda relación con los demás, con sus familiares, amigos y conocidos. En el fondo, era una persona muerta. Se le tenía asco, debía identificarse como impuro para que nadie se le acercara y pudiera contaminarse.

Con relación a sí mismo: En categorías de hoy día, el leproso tenía una autoestima baja, va perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor y ve como se va despedazando y desintegrando como ser humano. Es obvio que en esta situación vital, el leproso sea una persona absolutamente excluida. En lo religioso, social y cultural. No pertenece al pueblo, se le excluye totalmente.

Este es el leproso “no convencional” que desoyendo la normativa legal de entonces, va al encuentro de Jesús. Delante de él se pone de rodillas y le suplica: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Jesús que vino a vivir el amor como su religión fundamental y que vino a traer vida a los caídos y abatidos no duda un momento y traspasa la norma legal, se deja conmover hasta las entrañas, extiende su mano y toca al leproso. Le dice, “quiero, queda limpio” Así, de ahora en adelante este leproso se integrará al tejido social y será parte de la comunidad de Israel. Dejará de ser marginado y excluido por su lepra. Habrá adquirido una nueva dimensión su vida.

Y ahora el mismo Jesús será considerado leproso. Ya no podrá entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que deberá quedarse afuera, en lugares desiertos.

Este episodio lo podemos mirar desde dos perspectivas:

Yo como leproso, necesito ponerme de rodillas delante del Señor para suplicarme que me limpie. A veces nos vamos desintegrando en nuestra humanidad. No estamos limpios, hay heridas que sangran, lepras que nos despedazan, necesitamos ser sanados. Que el Señor nos toque con sus manos y nos reinserte en el seno de una vida mejor. Como leproso que soy necesito acudir a su conmoción interior para que nazca un nuevo ser humano.

Pensar a los demás como leprosos, a quienes hemos discriminado, marginado o excluido. Cuántas veces no miramos en menos a un indígena, un homosexual, una empleada, un reo, un drogadicto o un analfabeto? Me puedo preguntar, cuáles son mis leprosos hoy? Seguramente muchos de nosotros hemos tenido la pretensión de ponernos por encima de los demás, mirar en menos a quienes la sociedad excluye. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de Jesús, para reactivar su gesto revolucionario,
debemos saber TOCAR leprosos hoy día. Mancharnos las manos, no con sangre inocente, sino con el encuentro vital de aquellos leprosos que también hoy gritan ser incorporados al devenir de la historia y de la comunidad eclesial.

Pues bien, que Jesús venga y extienda su mano y nos libre de nuestras lepras y que en nombre de él también nosotros salgamos a tocar y limpiar corazones. A tocar historia muertas, a levantar a los decaídos. A hacer de esta página bíblica
una osadía y una profecía para nuestro tiempo.