miércoles, 31 de diciembre de 2014

JESUS NOS PREGUNTA: ¿ME AMAS?


Jn. 21,16


Al terminar un nuevo año y próximos a comenzar uno nuevo, vale la pena dejarnos preguntar por Jesús sobre nuestro amor por El.

¿Me AMAS?, es la pregunta final que le hace Jesús a Pedro después que él había resucitado. Esa pregunta caló hondo en el corazón de Pedro. Lo desinstaló, lo hizo caer en la cuenta de su completa debilidad y de que el llamado y la decisión de seguir a Jesús es pura gratuidad.

Pedro pudo experimentar el triple proceso que todo discípulo al final del día le tocará vivir. Al comienzo, a la orilla del lago Galilea, su respuesta al llamado de Jesús se hace instantánea. Suelta las redes, deja su oficio de pescador, deja su familia y parte detrás de Jesús. Parecía que el protagonista de esa historia, era, fundamentalmente, él. En el camino fue conociendo a Jesús, compartió con él, escuchó sus enseñanzas, fue testigo de sus milagros, al final, HIZO CAMINO CON EL, pero no fue suficiente. En la hora de la prueba, del desgaste, del compromiso, del martirio, LO NEGO: “No conozco a ese hombre”, habría dicho. Negó a su Maestro, se negó a si mismo en sus convicciones. Quizás si no hay peor cosa, que negarse uno mismo en su identidad, en sus  convicciones, en aquello que lo ha sostenido en la vida.

Tuvo que resucitar su Señor para que Pedro cayera en la cuenta que el llamado y la respuesta a esa invitación, tiene como protagonista absoluto al mismo Jesús, al mismo Dios. El llamado es GRATUITO, no lo merecemos, es pura gracia, simplemente. Recién en esa circunstancia, Pedro se hace consciente de esa realidad. No mereció ser llamado, Jesús lo hizo sólo por amor gratuito.

Pedro, ¿me amas? Esta pregunta es como si quisiera decirle el Señor, “¿Pedro, todavía puedo contar contigo?”; “¿aún hay en tu corazón amor por mí?”; “¿todavía quedan ilusiones en tu vida?”; “¿aún recuerdas mis palabras, todavía tu corazón late por mí?”; “¿todavía crees en mi proyecto de vida?”; “¿aún tu corazón guarda mis consejos, mis enseñanzas?”; “¿todavía quieres irte conmigo a pesar que me dejaste solo?”; “Pedro, ¿todavía me crees?”; “¿aún quedan sueños e ilusiones en tu vida?”; “todavía puedes amar aunque viviste el desamor?”; “¿aún queda espacio en ti para nacer de nuevo?”; ¿todavía puedes recuperar el amor primero, aquel que te animó a la orilla del lago Galilea?; “¿sientes que YO soy la LUZ, el AGUA VIVA, el CAMINO de tu vida, el PAN que saciará para siembre tu hambre?”; “¿me amas, más que antes, mejor que antes, definitivamente más fuerte que antes?

El amor es la energía más maravillosa que puede sentir un ser humano.

Cuando uno ama todo florece, todo se hace diferente, el corazón está pletórico, los caminos se andan con más energía, con más ilusiones. Vale la pena la vida. Se amplían los horizontes. Amanece más temprano, la vida se hace luminosa, hay más energías para enfrentar los desafíos de cada día. El amor, mueve, energiza, provoca, crea y renueva los corazones.

Pues bien, hacia allá nos quiere llevar Jesús en nuestra vida cristiana. La pregunta en rigor, es la misma que le hizo a Pedro en la hora final de su estadía en este mundo. Pon tu nombre ………………… y déjate preguntar por Jesús. ¿Me amas? ¿De verdad? ¿Con toda tu historia? ¿Con lo que ahora mismo estás viviendo? ¿Me amas a pesar de tus caídas? ¿Me amas con toda tu virtuosidad y también con todo tu pecado? ¿Me amas a pesar que te pido más de lo que te crees capaz de dar?
¿Me amas más que a ti mismo, más que a tus bienes, más que a tu propia comodidad? ¿Me amas aunque la vida a veces se te dibuja como no quisieras y quizás pudieses estar en el Gólgota viviendo tu propia pasión? ¿Todavía me amas, hermana, hermano querido?, podría preguntarnos Jesús en este momento de nuestra vida.

Si nuestras respuestas son afirmativas, entonces Jesús nos dirá como a Pedro: “Apacienta mis ovejas”, “preocúpate de ellas, ámalas, cuídalas, protégelas, “ten olor a ellas” (Papa Francisco), atiende a la que está caída, limpia sus heridas, entrégales amor, sostenlas, consuélalas, camina con ellas, llévalas a pastos buenos, aliméntalas y si es necesario MUERE por ellas”.

Hermanos (as), la pregunta queda planteada por parte de Jesús, como un día se la hizo al mismo Pedro: ¿Me amas?, ¿me amas lo suficiente como para decir que realmente estoy enamorado(a) del Señor, que más allá de mis posibles desventuras o fragilidades, siento a Jesús en mi corazón?

Este diálogo recién comienza, ponte en disposición de escucha y apertura para seguir madurando esta pregunta que toca las convicciones más hondas de nuestras vidas. Hasta ahora Jesús siempre le había preguntado a la gente: “¿Tienes fe?”, pero nunca hasta ahora le preguntado a nadie: “¿Me amas?”. Ahora se la hace a Pedro cuando había dado muestras de su amor muriendo en la cruz y nos la hace a nosotros  en este momento de manera personal: ¿Me amas?, ¿qué le voy a responder?, en el diálogo sosegado seguramente se la vamos a contestar y de acuerdo a la respuesta así será el compromiso de vida que viviremos.

En este año que termina y al comenzar uno nuevo, Jesús nos vuelve a preguntar: ¿ME AMAS? ¿Cuánto? … para meditarlo un momento en el corazón.


jueves, 18 de diciembre de 2014

SOY JESUS


"EN TU CASA QUIERO ENTRAR"


Con mucha alegría y cariño, les saludo querida familia y les deseo toda clase de bendiciones para sus vidas.

Les escribo esta carta, porque necesito hablarles a su corazón. Necesito entrar en sus historias. Quisiera abrazarles en esta Navidad, para que se llenen de gozo y alegría.

Soy Jesús, el que nació en la periferia de Belén, hace ya más de dos mil años.

Quisiera visitarles  y que me abran las puertas de su casa. No importa que no esté del todo arreglada o preparada. No me interesa lo que haya pasado hasta ahora, sólo quiero que me ABRAN su corazón, para decirles que HOY he puesto mis ojos en ustedes, e invitarles para que sean mis discípulos ahí donde les toca vivir cada día.

¡Ábranme la puerta de su familia y de su corazón! Si lo hacen, yo entraré y podremos conversar de manera sencilla y fraterna sobre lo que les importa en sus vidas.

Quiero escuchar sus gritos y demandas. Quiero cicatrizar sus heridas y,  como el pastor con la oveja malherida, cuidarles y devolverles la vida y la esperanza. Quisiera unirme a sus sueños y esperanzas. Al fin, me gustaría que HOY me recibieran en su casa y que su hogar sea un verdadero PESEBRE, donde Yo pueda vivir entre ustedes.

No quiero ser un extraño en sus familias. Me duele si me marginan o se olvidan de Mí. Sólo quiero llevarles LUZ para sus vidas. Si me dejan entrar en su casa, todo se iluminará. Una nueva dimensión de vida se podrá gestar entre ustedes. Habrá espacio para el perdón y poder mirarse unos con otros con compasión y gratitud.

Si me dejan entrar, ALGO NUEVO podrá nacer en tu familia. Si me invitan a su casa, habrá espacio para sonreír y cantar. Espacio para mirarnos a los ojos y agradecer. Tiempo para estrechar nuestras manos y caminar juntos por la vida. Un momento para abrir el corazón y decirle a los demás: “TE AMO”. 

¿Me dejas entrar en tu casa querida familia?

Les bendice su amigo Jesús y quedo esperando su respuesta.

viernes, 28 de noviembre de 2014

EL TEST FINAL DEL CRISTIANO


“Tuve hambre y me diste de comer ….”

Mt. 25,35

Cuando un estudiante se enfrenta al examen final, no desearía más que saber de antemano los contenidos sobre los cuáles será interrogado, de saberlo, el pronóstico de un buen examen final, no admitiría ninguna duda. Es el “sueño del pibe”, podríamos decir, actuar sobre seguro conociendo las preguntas del examen final. En la práctica esto no se da.

En la vida cristiana, paradojalmente, ya sabemos en qué consistirá el “juicio final” al cual serán sometidas todas las naciones, todos los pueblos, de razas y culturas distintas, sin distinción de ninguna especie. Simplemente el “test” final, la “prueba de la blancura”, en términos sencillos, será cómo fue nuestro comportamiento con el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo y el encarcelado. El “test” final de la vida cristiana pasa por la compasión efectiva que el discípulo tuvo en su vida concreta, con esos “rostros de hermanos pequeños” en los cuales se identifica y se proyectó el mismo Jesús. “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mt. 25,40).

Aquí no se trata de una religión específica que pude haber practicado o de una fe específica que haya profesado. O de tal culto u otro. Aquí tampoco Jesús pronuncia grandes palabras que hoy suenan en nuestro vocabulario, como justicia, solidaridad, democracia, ni siquiera amor. Se habla simplemente de si tuviste o no compasión con el hambriento y diste de comer, con el sediento y le diste de beber. O con  el inmigrante (aquel que sale a conquistar nuevas tierras porque en la suya se muere) y lo acogiste. O diste vestido al desnudo, visitaste al enfermo y le llevaste calor humano y afecto en la hora de la prueba, o fuiste a ver al preso abandonado en el tiempo, incluso por su familia y que vive ese “sub mundo” espeluznante que es la misma cárcel.

Simplemente eso, nada más que eso.

Por ahí va el “test final” al cual será sometido todo ser humano, partiendo, indudablemente por quienes hemos creído en el mensaje de Jesús y hemos sentido su llamado en la “orillla del lago Galilea”, o en las distintas horas del día cuando el Señor nos invitó a trabajar en su viña.

Es la compasión lo que define la vida del cristiano. Sobre ella seremos juzgados al final de los tiempos. Quienes vivieron con su corazón puesto en los “miserables”, los “pequeños de Jesús”, que son, a la vez, sus hermanos, recibirán una BENDICION de parte de Dios porque vivieron su vida de cara al caído y al abandonado. Los otros, que han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás, sencillamente son invitados a APARTARSE porque han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás. Porque en este sentido Jesús es taxativo: “Les aseguro que cada vez que NO lo  hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt. 25,44).

Es una página bíblica tremendamente desafiante e interpeladora que requiere de nosotros una lectura atenta, pero sobre todo, tener la luz suficiente y la sabiduría pertinente para llevarla a la práctica cada día.

Hay muchos hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y presos (desgraciadamente) que esperan por nosotros en cuanto seamos capaces de hacer esa síntesis vital que la verdadera religión que más agrada a Dios Padre es aquella que se identifica con el que sufre. Por eso muchas Comunidades Cristianas, grupos bíblicos, creyentes de “a pie” que viven insertos en poblaciones, barrios marginales, sectores rurales, han hecho de esta narración una página emblemática que ha sostenido y dado orientación y caudal evangélico a su caminata creyente.

Estos hermanos y hermanas han comprendido lo que nos decía Puebla, en cuanto que “los pobres nos evangelizan” y han asumido el camino de la compasión como la identidad más honda de un creyente que ha sabido escuchar las palabras de su Maestro.

Parafraseando a un poeta (Pedro Casaldáliga) podríamos decir que: “Al final del camino te preguntarán: ¿Has tenido compasión? Y yo no diré nada. Mostraré las manos vacías y el corazón lleno de nombres llamados hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos y encarcelados”.

El test final está planteado, sólo falta que no te equivoques en su respuesta.


viernes, 31 de octubre de 2014

EL AMOR: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA



“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?.
Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande
y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Mt. 22, 36-39



Un doctor de la Ley, queriendo poner a prueba al Maestro, le pregunta por el mandamiento más grande de la Ley. Hemos de saber que los judíos tenían 613 preceptos, entre mandamientos y prohibiciones, que debían guardar con toda rigurosidad. Entonces desde esta perspectiva, la pregunta a Jesús no era fácil de resolver sin el peligro de dejar de lado muchos aspectos que seguramente a los observantes de la Ley les supondría de alto interés. Porque hay que tener en cuenta, que, por ejemplo, los fariseos daban suma importancia a las normas alimenticias, a las abluciones antes de comer, a la distancia que está permitido caminar en sábado, etc. Para ellos era ciertamente más importante observar el sábado que curar un enfermo y reprochan a Jesús que hiciera milagros en sábado.

Sin embargo, Jesús sabe distinguir y ver en dónde está la primacía de la vida de un cristiano y en ese sentido, él no se pierde ni un instante: “Amar a Dios y amar al prójimo”, es el resumen magistral que nos propone el Maestro, como síntesis de vida para vivir nuestro discipulado en el seguimiento de Jesús.

No cabe perderse ni un instante, ni ceder a una mentalidad escrupulosa y sofisticada en la que puede caer alguien cuando se deja enredar en una madeja que no le da la sabiduría verdadera para intuir por dónde va la Buena Noticia que nos ha traído Jesús.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

"Son dos mandamientos inseparables y complementarios ... dos caras de una misma medalla" ... Papa Francisco. La inseparabilidad y complementariedad le dan la riqueza y originalidad a este mandamiento. En Jesús, su llamado será: "Amense los unos a los otros como Yo lo he amado" No se pueden separar, sin caer en el peligro de diluirlos y distorsionarlos y, al mismo tiempo, se enriquecen mutuamente: Amando a Dios amo más intensamente al prójimo y viceverza.

Aquí encontramos la síntesis perfecta en la vida de un cristiano.

Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu es reconocer que El es la FUENTE de todo, el fundamento de la vida, el CENTRO vital sobre el cual se ha de tejer la vida humana. Y, al mismo tiempo, para que este amor no sea una especie de escape de la realidad y de la historia, nos manda amar al prójimo como a ti mismo, pues no es posible construir la vida cristiana de “espaldas” a los que sufren, a los desposeídos, los cansados, los marginados. Amar a “rostros” concretos, aquellos que caminan a nuestro lado, que son parte de nuestra vida cotidiana y que esperan de un creyente que se manifieste en ellos el “rostro materno” de nuestro Dios.

Hagamos de este amor, en su doble dimensión, el “estandarte” de nuestra vida. Hagamos esta síntesis vital cada día. Pidamos esta gracia para no “aguar” el amor a Dios en una opción que no se identifica con los rostros concretos que tenemos a nuestro lado y hagamos del amor al prójimo  la expresión verdadera de que amamos a Dios con todo nuestro corazón.

Al final de la vida sólo te preguntarán: ¿Amaste?

Es de esperar que podamos decir: “Sí, intenté amar. Quise amar. Me movió el amor. Amé hasta más no poder a mi Dios y a mi prójimo. Amé como sólo pude y como sólo me enseñó mi Jesús”.



miércoles, 15 de octubre de 2014

SALIR A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS



“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.

Mt. 22, 8-9

El Rey había preparado meticulosamente el banquete de bodas de su hijo, sin embargo, todos los invitados, indistintamente, por diversos motivos se excusaron y no participaron del banquete que para ellos había sido preparado.

La pasión de Jesús fue anunciar el Reino. Hacia allá se orientó siempre su predicación y a las palabras le acompañaban gestos y actitudes concretas, que lo verificaban y lo hacían realidad en todo su apostolado.

Para hablarnos del Reino, Jesús toma la figura del banquete de bodas para subrayarnos que todos estamos invitamos a pertenecer a él, buenos y malos, pues este llamado es gratuito y es una oferta que Dios le hace a su pueblo y a cada persona en particular.

No habiendo comensales para el banquete (porque prefirieron otras cosas, su negocio, el campo …), la orden es perentoria: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Es esta palabra la que hoy ha de resonar en nuestros oídos y corazones para instalar entre nosotros, lo que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”, una Iglesia desinstalada que no se conforma simplemente con una cómoda situación de instalación, sino que sale a buscar “comensales” que se interesen por hacer del Reino su causa última de vida.

Ante la sorpresa del Rey, la sala se llena de convidados, son los pobres, los marginados, los excluidos, los miserables, aquellos que no cuentan, quienes sintonizan de verdad con la invitación a ser parte del Reino de Dios. Todos aquellos que son parte de las “periferias existenciales” (Papa Francisco) del mundo y de nuestros pueblos, siempre se mostrarán proclives a escuchar esta invitación y hacerla suya.

Por eso necesitamos como Iglesia hacer este tránsito. Esforzarnos sinceramente para que  los últimos, los pobres, se sientan como en casa. Nos cabe como discípulos de Jesús, ser los OIDOS que escuchan el clamor de los que sufren. Sus MANOS para tocar leprosos y generar lazos de amistad y fraternidad. Ser su BOCA para pronunciar palabras que lleven luz y una buena noticia a los desheredados. Sus OJOS para mirar con ternura y cariño al que necesita amor y comprensión y ser sus PIES para llegar al que está alejado y no tiene a nadie que lo  consuele en su soledad, enfermedad o vejez.

El banquete del Reino está preparado y sólo hace falta acceder a él asumiendo la invitación que nos hace Jesús.

¿Cómo no ser parte del banquete de la solidaridad y la fraternidad? ¿Cómo no asumir en nuestra vida ser parte del banquete de la justicia y la paz entre hermanos, pueblos y naciones?

¿Acaso puede un verdadero cristiano excluirse, sin no poca responsabilidad personal, de hacer suyo el proyecto del Reino predicado por Jesús, aferrándose a una religión intimista, que te aleja y más encima no te permite ver la realidad que te acompaña cada día?

La invitación está extendida para todos. ¡Salgamos! En los cruces de los caminos y en las plazas de nuestras ciudades, pueblos y campos, hay suficientes potenciales invitados que esperan ser parte del banquete de bodas. Sólo hace falta, SALIR, no tan sólo hacer un movimiento físico, geográfico (que no nos haría nada de mal, dejar el “centro” e ir a los extremos), sino por sobre todo, SALIR presupone vaciarnos de nuestra seguridades y costumbres y relaciones habituales, para ir al encuentro del “desconocido”, del que está “fuera” de nuestro círculo habitual, hacer una salida “afectiva” en la cual puedan entrar otros rostros en nuestros corazones. Si la sala se llena de todos, "buenos y malos”, quiere decir que la tarea de la evangelización andará por caminos correctos y estará en la dirección que nos plantea el Señor en su evangelio.

¡Vayamos, pues, a los cruces de los caminos, más de alguien espera por nosotros!





miércoles, 24 de septiembre de 2014

DESACTIVANDO BOMBAS


“¿Cuántas veces deberé perdonar?”
“No guardes rencor a tu prójimo”


Hace unas semanas, una bomba, que detonó en una estación del Metro en Santiago, sembró el pánico entre la población, además de algunos heridos que trajo como consecuencia la explosión de dicho artefacto. Dicha bomba, según un movimiento anarquista que se la adjudicó, no buscaba atentar contra las personas inocentes que transitaban a esa hora por dicha estación, sino un acto en contra del poder establecido y de la clase dominante que oprime y se vale de los más desposeídos y excluidos de la sociedad.

Sin duda, todavía queda mucho por investigar y llegar a los responsables y conocer su método de actuar y descubrir su móvil e inspiración. La justicia deberá hacer su trabajo y la ciudadanía confía que aquello ocurrirá en cuanto llegar a los culpables, conocer de sus pruebas acusatorias, realizar el juicio en cuestión y, en definitiva, castigar dicha acción temeraria que tanto daño provoca a la sociedad en su conjunto. Porque es claro que cualquier bomba que sea colocada en el corazón de la sociedad, nada bueno puede traer y más aún, provocará que el miedo se instale en los ciudadanos y merme la sana convivencia entre los mismos. Una bomba nada bueno puede traer, aunque para algunos sea un método atendible a sus objetivos e inspiraciones.

Haciendo un parangón con este acto violentista, podemos decir que también hay ciertas bombas en nuestro corazón que necesitamos desactivar con urgencia. Nadie puede vivir cohabitando con sentimientos malos o negativos que no hacen más que horadar y destruir a la misma persona que los va incubando en su interior.

A este respecto una página bíblica del A.T. (Eclesiástico, 27,30 – 28,7), nos señalaba que “el rencor y la ira son abominables … perdona el agravio a tu prójimo … acuérdate del fin, y deja de odiar … acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo … piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa …” El odio, el rencor, el ánimo de venganza, la ira, el enojo, la ofensa, son verdaderas bombas que a veces se instalan dentro de nosotros y que imperiosamente necesitamos desactivar para que nuestra vida irradie luz y tengamos paz en el corazón. Nadie puede vivir –si no es a un precio muy alto de deshumanización- vivir con estos sentimientos y actitudes que van mutilando nuestro interior y nos pueden dañar hasta la misma muerte.

El perdón, que está en el ADN del cristianismo y es uno de los aportes esenciales al mundo occidental, es una expresión clara del mandamiento del amor que nos ha dejado como legado de su apostolado y anuncio evangélico el mismo Jesús. Perdonar y pedir perdón hace bien al corazón y la vida de cada ser humano que ha entendido el corazón mismo del evangelio. Es un ejercicio tremendamente liberador, que si bien es cierto es un camino difícil y complejo, que requiere de mucho coraje y valentía por quien lo vive, es una experiencia que ciertamente devuelve a la persona su dignidad y luminosidad. Porque cuando el alma se llena de sentimientos malos, ciertamente la vida se torna oscura y mezquina. Porque: ¿acaso el odio, el rencor, la venganza pueden ser una fuerza movilizadora para una  persona bien inspirada? Me temo que no.

¿Cuántas veces debo perdonar?, pregunta Pedro a Jesús (cf Mt. 18, 21-35) queriendo cuantificar la experiencia del perdón que ha de vivirse en el seno de la Comunidad de los discípulos. El perdón no tiene límites, dice el Señor, debe ser “setenta veces, siete”, siempre, y realizado con todo el corazón. Al perdón sin límites de Dios para con la criatura, equivale el perdón que ha de ofrecer el discípulo a quien lo ha ofendido.

Debemos profundizar esta experiencia del perdón en nuestra vida cotidiana. No es sólo un tema de fe (sin bien es cierto lo exige Jesús a quienes lo siguen y lo tienen como su Maestro para vivirlo en la Comunidad), sino también es una experiencia que hace bien vivirla en las relaciones humanas cotidianas, pues el perdón es capaz de romper el círculo vicioso que puede darse cuando se anidan sentimientos de rencor, venganza y odio como a veces nos toca experimentar.

Los padres deberían enseñar de continuo a sus hijos a vivir la doble y noble experiencia de PERDONAR y PEDIR PERDON. Perdonar cuando dos hermanos se han atacado y han tenido malos entendidos, de manera permanente y continua. Y  pedir perdón cuando uno ha ofendido al otro en un acto de coraje y audacia. Este mero ejercicio cotidiano, me parece puede construir en la persona una estructura humana que lo puede capacitar mejor para luego insertarse en la sociedad y vivir en esta dimensión la vida de cada día.

Hace falta desactivar esas “bombas existenciales negativas” que a veces se pueden incrustar en nuestro ser para que la vida tenga una dimensión más luminosa y plena. El odio, la venganza, el rencor, nada aportan, sólo limitan y llevan muerte a la persona.  En cambio el camino del perdón, aun cuando siendo complejo y difícil, siempre traerá algo mejor para la persona y su red de relaciones, sea la familia, la sociedad o la misma comunidad cristiana.


Vivamos esta dimensión de la vida, con la intensidad y la originalidad, con la que nos la pide el mismo Jesús: setenta veces siete. Y de seguro que muchas experiencias hermosas podrán nacer en nuestros corazones.

lunes, 25 de agosto de 2014

LA TRAVESIA DE LA VIDA



La vida humana, nuestra existencia cotidiana, se parece, muchas veces, a esa travesía que hacemos cuando nos internamos mar adentro y de repente se produce una enorme tempestad y la barca comienza a sacudirse violentamente. Entra el pánico, cunde el miedo, se acaban las seguridades, quedamos a la deriva.

¿A quién no le ha pasado alguna vez vivir esta experiencia límite de una barca (su vida) que se hunde o es fuertemente zarandeada por el fuerte oleaje de una sociedad que cambia vertiginosamente, de ciertas convicciones que se caen, o sencillamente, de un proyecto de vida que se viene al suelo? ¿Cuántas veces sentimos que la marea es demasiado grande que nuestra barca va a sucumbir y sencillamente se va a hundir?

Nos podemos preguntar: ¿Cómo está la barca de nuestra vida? ¿Amenaza hundirse en el fragor de la lucha cotidiana o de una experiencia relevante que me ha colapsado? ¿La siento con viento en contra porque todo aparentemente se desarrolla precisamente en la dirección contraria a lo que pienso y espero? O, por el contrario, ¿mi barca está tranquila, vive una cierta bonanza, con el ímpetu intacto para remar mar adentro y salir a conquistar otros mares y otras latitudes?

La barca donde iban los apóstoles estaba siendo sacudida fuertemente porque tenían viento en contra. Aparentemente estaban solos, porque Jesús se había quedado en tierra segura, en la montaña, solo, orando a su Padre. En eso están, cuando Jesús viene sobre ellos caminando sobre las aguas. Creen ver un fantasma y se asustan. Jesús los tranquiliza, pero no es suficiente, Pedro lo desafía a ir donde él caminando sobre las aguas, ante lo cual Jesús le anima a iniciar la travesía.

En eso está Pedro, cuando de repente le invade la sensación que el desafío es enorme, que el viento es demasiado contrario y tuvo miedo. Y comenzó a hundirse. Esa fue su sensación y experiencia.

Puede ser la experiencia tuya o mía en este momento.

Desafíos enormes, viento contrario, miedo que nos paraliza, sensación que nos hundimos. Es la realidad de muchos, que simplemente colapsan ante la vida que siempre es apuesta, aventura y desafío.

Nos hundimos, como Pedro, cuando quitamos la mirada a Jesús y comenzamos a centrarnos en nosotros mismos. Nos hundimos porque quedamos pegados en el mar de nuestras dudas y fragilidades, problemáticas y oscuridades. A veces inmersos, en demasía, en nuestros problemas y angustias. No caemos en la cuenta, que Alguien nos va a prestar su mano para sostenernos, cuando gritemos desde el fondo del alma: “Señor, sálvame”.

No cabe duda, para quienes hemos recibido el don de la fe, que Alguien nos tiende la mano e impide que nos hundamos. Nos sostiene y nos capacita de continuo para hacer frente a los mares turbulentos que la sociedad actual nos puede presentar. La fe nos permite sortear y enfrentar con una luz distinta los desafíos de la vida. Ella seguirá siendo una montaña alta que deberemos escalar, o, a veces, un mar que nos sacude de un lado para el otro, pero, indefectiblemente, en la hora de las turbulencias, esa MANO se hará evidente en nuestra existencia y nos capacitará para internarnos mar adentro en la búsqueda de lo nuevo y desconocido.

La fe nos permite caminar, aún cuando, nuevamente la barca sufra otros oleajes. Así es la vida: Camino por andar, experiencias por vivir, sentidos y horizontes por descubrir. Al final, en el acto de fe, el viento se calmará y nos postraremos delante de Jesús para realizar el acto de adoración final, en la perspectiva que nuestra adhesión a él, nos permitirá y facultará para proseguir la travesía de la vida.

Una y otra vez, en la travesía de la vida, a pesar que sintamos que nos hundimos, Alguien nos pasará su mano y sortearemos el viento en contra.

Esa es nuestra convicción y nuestra fe.


jueves, 31 de julio de 2014

JESUS Y EL REINO



En tres domingos consecutivos, a través del Evangelio de Mateo 13, Jesús nos ha venido hablando del Reino, haciéndolo de manera creativa, original y novedosa, a través de siete parábolas, lo que da cuenta de su pedagogía para transmitir un mensaje de manera sencilla y profunda a la vez, que tanto la multitud como los discípulos pueden comprender cabalmente.

Las parábolas han sido la del sembrador; el trigo y la cizaña; el grano de mostaza; la levadura en la masa; el tesoro escondido en el campo; la perla preciosa y la red que se echa al mar. En ellas, Jesús no define taxativamente lo qué es el Reino, sino que lo va describiendo: Se parece a … nos dice, a través de las cuales nos va mostrando la fisonomía que tiene el Reino que él está anunciando.

El Reino, es una semilla que se siembra en todos, nadie de antemano está vedado o exento de él, sino que dependerá del nivel de respuesta y acogida que se tenga a la semilla sembrada, así será también el fruto que se obtenga.

El Reino es un llamado a la paciencia y a la tolerancia (trigo y cizaña) evitando caer en la clasificación de buenos y malos, sin más, como si hubieran algunos que son puro trigo y otros pura cizaña (y no tuviéramos de ambos en nuestra vida), guardando la paciencia necesaria hasta la cosecha final donde se separen verdaderamente el trigo de la cizaña.

El Reino crece en lo pequeño, lo insignificante, lo minúsculo y lo sencillo (grano de mostaza). En él brilla la fuerza de la debilidad, para la cual no podemos apoyarnos en el recurso del poder para llevar adelante el cometido de la evangelización. El Reino crece de manera oculta y silenciosa y CRECE a pesar que nosotros no advirtamos dicho proceso.

El Reino conlleva por dentro un germen de transformación profunda, hasta tal punto que su poder puede fermentar toda la masa (la levadura) creando una realidad nueva sin injusticia, opresión e idolatría. De igual forma, todo discípulo ha de ser presencia transformadora en el mundo. Ir contracorriente, proponer algo nuevo y alternativo al modelo de sociedad que se basan en el dinero, el mercado, la insolidaridad, la competencia o el individualismo.

Estas parábolas (el sembrador, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura), son una invitación a la fe y la esperanza en la fuerza que se encierra en el Reino de Dios. Un cristiano no debería perder la fe y la esperanza a pesar de la aparente impotencia del Evangelio en el que a simple vista nada cambia, todo sigue igual o incluso peor en algunas situaciones. Fe y esperanza aunque se torne todo oscuro a nuestro alrededor.

Ha de ser nuestra convicción que con Cristo ha entrado una levadura y un grano de mostaza en el mundo capaz de renovarlo todo.

Con las parábolas del tesoro y la perla preciosa, estamos al frente de alguien que ha descubierto el proyecto del Padre, que no es otra cosa que conducir a la humanidad a un mundo más justo, fraterno y dichoso encaminándolo hacia su salvación definitiva. Y esto provoca un gran gozo y alegría, pues la persona ha encontrado un sentido nuevo para su vida, transformándose el Reino en algo paradigmático sobre el cual se construye todo el edificio de la existencia.

Ser cristiano no significa vivir de ritualismos o moralismos, sino identificarse y experimentar lo que Jesús HIZO  y DIJO en su vida pública. Comportarse como él, tener sus actitudes, realizar sus gestos, asumir a los excluidos, tender la mano al caído, ejercer la misericordia con el que ha sido maltratado y asaltado en el camino.

Jesús nos habla del Reino, o sea de él mismo y de su mensaje. El Reino es lo fundamental y lo único necesario. Lo que vale la pena. Lo definitivo. Lo que hay que comprar, vendiendo todo lo demás. Quien hace esto, entonces es un apasionado del Reino, por cuanto es capaz de relativizar todo lo demás y poner como absoluto el proyecto del Padre diseñado y anunciado por Jesús.


Que venga su Reino sobre nosotros y que él crezca cada día en nuestros corazones. 

miércoles, 23 de julio de 2014

VENGAN A MI LOS QUE ESTAN CANSADOS



¿Cuántas veces nos experimentamos cansados, fatigados, agotados, no sólo física, sino también anímicamente? ¿Cuántas veces hemos experimentado situaciones en la vida que nos agobian, es decir, que se convierten en un peso demasiado grande, difícil de cargar, un peso que parece hundirnos y aplastarnos? Una larga y dura enfermedad; el inmenso vacío y soledad interior que me produce la pérdida de un ser querido; un problema que se prolonga y parece insoluble; un fracaso duro de asimilar; la pérdida del trabajo; una dura prueba espiritual que se prolonga por meses o años; las continuas y repetidas caídas –“siempre en lo mismo” – que desaniman y desesperanzan; la soledad que me agobia; un pecado muy fuerte que no me puedo perdonar; una responsabilidad que me sobrepasa; alguien que me hace la vida imposible; la partida de un  hijo a horizontes insospechados, la noche oscura de la fe, el "silencio" de Dios que aparentemente me ha abandonado, etc. ¡En cuántas situaciones como éstas el espíritu puede flaquear, llevándonos a experimentar ese “ya no puedo más”!

Es claro que hoy día por el frenesí de la vida, es muy probable que muchos podamos caer en un cansancio existencial que agobie el corazón. Sin saber para dónde marchar, en quién sujetarnos, a qué recursos echar mano, podemos sentir que estamos en un callejón sin salida, en un túnel en el cual todo es sombrío y oscuro. Es la realidad que muchos hombres y mujeres viven hoy día, en esta sociedad de la tecnología, el impersonalismo y el aislamiento.

Al experimentarnos cansados y agobiados, lo primero que quisiéramos es encontrar el descanso del corazón, tener paz, hallar a alguien en quien apoyarnos, alguien cuya compañía sea un fuerte aliento para perseverar en la lucha, alguien en cuya presencia vea renacer mi vigor, alguien que me devuelva la fuerza para levantarme y caminar.

¡Qué enorme bendición y tesoro son los verdaderos amigos, en los que podemos hallar el apoyo y descanso para el espíritu agobiado! ¡Pero cuántas veces sentimos que nos hace tanta falta ese apoyo, cuántas veces buscamos consuelos de momento que luego nos dejan más vacíos y agobiados, o cuántas veces preferimos encerrarnos en nuestra soledad haciendo que nuestra carga en vez de aligerarse se torne cada vez más pesada, imposible de cargar!

“¡Ven a Mí!”, te dice el Señor cuando te experimentes fatigado(a), agobiado(a), invitándote a salir de ti mismo(a), a buscar en Él ese apoyo, ese consuelo, esa fortaleza que hace ligera la carga. Él, que experimentó en su propia carne y espíritu la fatiga, el cansancio, la angustia, la pesada carga de la cruz, nos comprende bien y sabe cómo aligerar nuestra propia fatiga y el peso de la cruz que nos agobia. Si buscas al Señor, en Él encontrarás el descanso del corazón, el consuelo, la fortaleza en tu fragilidad. Y aunque el Señor no te libere del yugo de la cruz, te promete aliviar su peso haciéndose Él mismo tu cireneo.

De cualquier modo, la fuerza que necesitamos permanentemente para hacer frente a los desafíos de la vida, del trabajo, de las relaciones interpersonales, de las relaciones afectivas, en fin, para llevar adelante el enorme y lindo desafío de SABER VIVIR, vamos a encontrar una energía suprema en el contacto con Dios y en la mirada compasiva hacia nuestro propio corazón.

Por eso, con el salmista podemos decir con toda propiedad y convicción: ¡SOLO EN DIOS DESCANSA MI ALMA! Y se hace evidente que la invitación de Jesús de dejar en él nuestro cansancio será el mejor antídoto para esos momentos de estrés, depresión, abulia, inconformismos, tristezas y soledades. En el Señor, descansará nuestro corazón. A él le presentaremos nuestra historia para que la redima, la sane y la purifique. Vengan todos … los que adhieren a mí, los que me han encontrado y son felices a mi lado, los que buscan valores más profundos, los que tienen el corazón roto, los que todavía no me encuentran, en fin, vengan todos, porque mi corazón es manso y mi yugo llevadero.

En suma, porque en el corazón de Jesús cabemos todos, sin excepción y no sobra nadie, en especial, a quienes la vida los ha tratado con dureza y rigurosidad.


VENGAN A MI ….. les espero. Jesús. 

lunes, 30 de junio de 2014

PEDRO Y PABLO: DOS VOCACIONES, DOS MISIONES


El domingo 29 de junio, hemos celebrado la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, dos columnas básicas sobre las cuales se forjó la Comunidad Cristiana en torno a la figura de Cristo Resucitado.

¿Qué representan Pedro y Pablo? ¿Qué nos dicen sus figuras a nosotros hoy día?

Ambos tuvieron la gracia de haberse encontrado “personalmente” con el mismo Jesús, claro que de modo diverso como lo vamos a ver.

Pedro, en la orilla del lago Galilea, mientras ejercía su oficio de pescador, recibió el llamado de Jesús para ser “pescador de hombres”. Pablo, camino a Damasco, mientras perseguía ferozmente a los cristianos, recibe la revelación de ser llamado para ser apóstol de Jesucristo. El primero, Pedro, compartió con Jesús esos tres años donde el Maestro se dedicó a predicar la Buena Noticia del Evangelio. Pablo, si bien no conoció a Jesús, ni tuvo, por lo mismo, trato directo con El, legítimamente se hace llamar APOSTOL, en la misma condición de Cefas, Juan, Santiago, Andrés, por cuanto se sabe depositario de una llamada personal y de una misión insoslayable que lo constituye “verdaderamente” en Apóstol como él mismo lo consigna en sus escritos (1Co 9,1 ; 1Co 15, 5-8), en donde Pablo dice que también él tuvo una visión del Señor resucitado “y después de que el Señor se apareció a Cefas, los Doce, a más de quinientos hermanos … en último término se apareció a mí, como a un abortivo”, llega a decir.

Pedro y Pablo representan dos vocaciones, dos carismas, dos tareas, dos “sensibilidades” dentro de la Comunidad fundada por el Señor Resucitado. Son dos misiones que se complementan y se enriquecen. Pedro, tiene el carisma de crear la comunión y la unidad dentro de la Comunidad y ser el primero entre iguales. En él se consolida la Comunidad, porque es la piedra sobre la cual el Señor funda SU Iglesia. Tiene la misión de lograr la cohesión, que fluyan los carismas dentro de la Iglesia y de darle el sostén que ella necesita para llevar a cabo su misión. Pedro, hoy Francisco, es quien tiene la misión de asegurar que la Comunidad esté cohesionada en torno a la PIEDRA ANGULAR que es Cristo, en la diversidad de carismas y ministerios que el mismo Señor va suscitando.  

Pablo, ese fariseo empedernido y fanático, es el prototipo de una Iglesia que está llamada a evangelizar por todos los confines de la tierra. Una Iglesia en “salida” como la quiere Francisco, de tal manera que lleve a todos los rincones de la humanidad, de manera humilde y sencilla, la ALEGRIA DEL EVANGELIO, en particular a los pobres de este mundo. En Pablo, nos vemos reflejados todos nosotros, para tomar las “banderas” del Evangelio y compartirlas con todos aquellos que buscan sentido para sus vidas. En Pablo, somos interpelados hoy día para buscar nuevos “aerópagos” en donde se proclame el Evangelio de las bienaventuranzas que el nuevo Moisés, Jesús, nos dejó desde la Montaña santa.

Un aspecto relativo al llamado y la vocación me parece útil destacar en Pedro y Pablo. En ambos, sobresale la gratuidad del llamado que les hace el Señor. Pedro, después de su decisión generosa de dejar las redes, niega al Señor en la pasión, será al final, cuando declare su amor intenso por Jesús, cuando sea confirmado para apacentar las ovejas que se le confían. Al final, Pedro sabrá que será la gracia, solamente ella, la que le sostendrá en su respuesta al llamado de Jesús. Pablo, con mayor razón, tiene conciencia de la gratuidad de su llamado por cuanto en él operó simplemente la libre elección del Señor en una persona que precisamente estaba en la otra trinchera, persiguiendo tenazmente a los primeros cristianos.

Estas vocaciones, nos dejan una hermosa lección para nosotros. Somos llamados por pura gracia, no por méritos y nuestra fidelidad se sustenta, sólo y exclusivamente, en que el Señor NUNCA retira su llamado y predilección por cada uno de nosotros.

Ambos, nos recuerdan la necesidad de construir la unidad y la comunión sin sofocar la diversidad, y la imperiosa necesidad de “salir” con el Evangelio en la mano, a proclamar buenas noticias a todos aquellos que las quieran escuchar.


Pedro y Pablo, dos llamados y dos misiones que necesitamos recrear y profundizar hoy día entre nosotros.

miércoles, 11 de junio de 2014

LA IRRUPCION DEL ESPIRITU




“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu
les permitía expresarse … cada uno los oía hablar en su
propia lengua”

 Hech 2, 1.-11

 
Pentecostés era, en Israel, la fiesta de la recolección (cf. Ex 23, 16; 34,22). De agraria se convierte más tarde en fiesta histórica, en ella se recordaba la promulgación de la ley sobre el Sinaí. En ese día la ciudad de Jerusalén se llenaba de creyentes venidos a la festividad desde diferentes lugares. Los discípulos, temerosos, se hallaban reunidos, sin saber bien qué hacer; el don del Espíritu hará que proclamen la buena nueva a todos aquellos que se encontraban en la ciudad.
 
Al irrumpir el Espíritu Santo en este Pentecostés, algo nuevo comienza a nacer y a suceder. Atrás queda el miedo, nace la audacia evangélica, los discípulos salen en misión, hablando distintos idiomas son capaces de entenderse, un viento fuerte sopla sobre ellos, se echa a andar una inigualable aventura que desafiaría después las mismas bases del Imperio de aquella época. Ese soplo divino, provoca que aquellos hombres temerosos, logren dar testimonio coherente de su fe con el martirio mismo. Son perseguidos, martirizados, acallados, pero jamás derrotados. Irrumpió sobre ellos esa FUERZA QUE VIENE DE LO ALTO que los llevará a ser testigos en “Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8).
 
Es el Espíritu Santo que da vida nueva, que provoca la desinstalación, que renueva y dinamiza, Espíritu que provoca la unidad en la diversidad y que llena el corazón con el Amor primero. Espíritu que pone las palabras adecuadas en los predicadores y testigos, para decir la palabra adecuada y el gesto oportuno. Espíritu que provoca, compromete y fecunda toda acción hecha con buena voluntad. Espíritu que promueve los cambios, que genera una criatura nueva y que hace todas las cosas de nuevo.
 
La irrupción del Espíritu hace libre al discípulo y fortalece en la misión al testigo. Espíritu que sopla donde quiere y que nos hace hablar, nos ayuda a recordar y nos enseña todo aquello que Jesús nos ha dejado en su Palabra y su Vida. El Espíritu es la memoria viviente de la Iglesia, el cual le ayuda para que ésta no se mundanice viviendo las mismas categorías que el mundo pregona. El Espíritu nos permite comunicarnos con el Padre y pone en nuestra boca y labios lo que de verdad debemos pedir y suplicar.
 
Cuando irrumpe el Espíritu en las personas y Comunidades y éste se queda en ellas, hay lugar para la esperanza y el amor. Los corazones se llenan de amor y fluye en ellas la creatividad, la audacia, la vida, la originalidad, el retorno a las fuentes inspiradoras y el Evangelio se hace norma de vida. Se instala en ella una dinámica de búsqueda permanente, hay capacidad para leer y discernir los signos de los tiempos, se encuentra espacio para el compromiso renovador y no se teme al futuro, más aún, se lo adelanta y se lo busca con ahínco y esmero. Cuando el Espíritu hace su estreno en personas y Comunidades, hay espacio para la crítica, el disentir y la búsqueda compartida de la verdad. Hay lugar para el diálogo y el respeto a la diversidad y el pluralismo es una riqueza que se valora en cuanto tal.
 
Si el Espíritu sopla en las personas y las Comunidades, se vence la rutina, la pasividad y la inercia. Siempre hay espacio para la búsqueda conjunta y nadie tiene el monopolio de la verdad. Se vive en un espíritu ecuménico y hay respeto por la persona en cuanto ella es una originalidad querida por Dios. Con el Espíritu nos hacemos fuertes y comprendemos al débil y caído. Vamos en misión para anunciar el Evangelio de la misericordia y el perdón. Se comienzan proyectos liberadores que tienen que ver con el dinamismo intrínseco que emana del mismo Evangelio interpelador del Maestro.
 
Si irrumpe el Espíritu en las personas y Comunidades, los pobres tienen razón para tener esperanza y la solidaridad se hace camino habitual de vida. La autoridad se hace servicio y los últimos son los primeros. Se comparte el pan, nadie pasa hambre y la vida se hace llevadera. Con el Espíritu, hay vida nueva, los corazones rebosan de alegría y cada cual vive su ministerio y su carisma en beneficio del bien común. La liturgia se transforma en fiesta, profecía y encuentro y los templos se llenan de un nuevo dinamismo y brota de ellos un agua pura que dará vida a quienes participen de él.
 
Cuando irrumpe el Espíritu, por cierto una primavera se instala en la Iglesia, en la sociedad y en el mundo. Algo brota, mucho se renueva, todo cambia. Algo se transforma, nacen nuevas intuiciones, el hombre se hace más humano y solidario. Es que el Espíritu es vivificador y da vida por doquier.
 
¿Necesitaremos invocar y suplicar que el Espíritu irrumpa sobre nosotros? Por cierto que si. Es mi convicción y súplica de cada día.
 
Pidámoslo de continuo, cada día. Si él llega con abundancia de dones, entonces otro Pentecostés estará acaeciendo entre nosotros. Así lo esperamos y así lo deseamos y añoramos.
 
¡Irrumpe sobre nosotros, Santo Espíritu de Dios!
 

sábado, 10 de mayo de 2014

EN EL CAMINO DE EMAUS



“Quédate con nosotros Señor que la tarde está cayendo”

 Lc. 24, 29

 
En el trayecto que va de Jerusalén a Emaús, dos hombres van haciendo el camino del retorno con la cara triste, el corazón resquebrajado, la esperanza perdida y la fatiga del que camina sin horizonte y fracasado. Es el camino que dos discípulos, que habían sido testigos del drama acontecido en Jerusalén, donde había sido crucificado el Maestro, del cual esperaban tanto y habían puesta toda su confianza en él.
 
Trato de ponerme en los zapatos de esos hombres y auscultar su situación vital y no hago más que sentir que su experiencia es la realidad de muchos de nosotros en la actualidad. Cansados por el camino, quemados por la excesiva lucha a la que nos sometemos, desesperanzados porque nuestros ideales se esfuman, inquietos de que nuestros sueños y esperanzas no fuesen más que una quimera, algo infundado e irreal.
 
No es difícil sentir de repente el agobio de la vida. No es impensable sentir que las fuerzas se acaban, que la derrota se hace permanente y que el camino nos lleva ciertamente de regreso a Emaús, la ciudad de la muerte y de las tinieblas.
 
Puede ser la situación vital de distintos actores de la sociedad y de la Iglesia en la actualidad. De seguro que andan muchos “Cleofás” por ahí, angustiados, cabizbajos, con el corazón sin calor y cansados de ver que la caminata no se hace con la sonrisa de antaño, con el ideal del primer tiempo, con la energía de la juventud, o simplemente, con la convicción de quién sabe que sus pies no pisan tierra segura.
 
De seguro que para muchos de nosotros puede ser que la tarde esté cayendo y se haga tarde. Y nuevamente se haga necesario, decirle al Maestro desde el fondo del corazón: Señor, ¡quédate con nosotros!
 
Ciertamente, los discípulos de Emaús tenían cerrados los ojos y el corazón, por eso en un primer momento no captaron que ese “peregrino desconocido” que se puso a su lado, era el mismo Señor Resucitado. También hoy podemos vivir esa experiencia de que “otros peregrinos desconocidos”, si no, el mismo Cristo Resucitado, se coloca a nuestro lado y nos abre el horizonte yendo con nosotros al fondo de nuestro corazón, a redescubrir la esencia del camino cristiano como un permanente discipulado, en donde El mismo nos abre el entendimiento y provoca que arda el corazón cuando nos explica las Escrituras.
 
Tanto peregrinos de Emaús, como peregrinos de otros que caminan, esta página bíblica nos invita a mirar con otros ojos el devenir de nuestra historia, historia que se teje desde la presencia efectiva del Resucitado que a través de su Espíritu nos induce a caminar de otra manera y a volver a Jerusalén, para recuperar la esperanza y reconocerlo en la fracción del pan y contar a los demás TODO lo que nos ha dicho en el camino de nuestra vida diaria, muchas veces jalonada de innumerables acontecimientos en donde se vuelve a repetir esta maravillosa escena que nos relata Lucas.
 
Espero de todo corazón que quien pueda leer esta página, tenga la posibilidad real de vivir su propia experiencia de Emaús. La suerte no está echada, cuando aparentemente se instala en nosotros el agobio y el cansancio. En el camino de nuestras historias, envueltas de alegría y tristeza, de gozo y dolor, de expectativas y desesperanzas, más allá de cualquier situación vital, va con nosotros el PEREGRINO DE TODOS LOS TIEMPOS, el cual pedagogo y sabio acompañante nos preguntará primero: ¿De qué conversan ustedes?, tratando, en definitiva, que nos hagamos cargo de nuestras problemáticas y desde ahí comenzar a configurar un nuevo amanecer para la vida.
 
No perdamos el tiempo, más que ir de continuo a Emaús, volvamos a Jerusalén, ahí está la vida, la luz y la esperanza.
 
Será en ese camino, donde volverá a arder nuestro corazón y nos encontraremos con JESUS, el caminante de siempre.