miércoles, 21 de diciembre de 2011

TOMA EN TUS BRAZOS AL NIÑO DIOS










Estamos a las puertas de celebrar el misterio de la Navidad de Jesús. Muchos celebrarán esta fiesta, aun cuando los sentidos y las motivaciones serán muy diversos e incluso bastante contrapuestos unos con otros.

¿Cómo te aprontas a celebrar esta fiesta del nacimiento de Jesús?

La Navidad es una fiesta que ha sido capturada por la sociedad de consumo y del materialismo que ha distorsionado esta fiesta que obviamente tiene una dimensión religiosa y espiritual.

Desde esta perspectiva, los sentidos de la Navidad para nuestra sociedad tienen diversos matices.

Para algunos es simplemente la fiesta del consumo indiscriminado en la cual todo el foco de atención queda puesto en la capacidad que se tiene para adquirir bienes que supuestamente te darán un momento de felicidad y bienestar

Para otros Navidad, es la fiesta en la cual afloran sentimientos de bondad que se hacen evidentes en este tiempo, pero que sólo alcanza para ser vividos de una manera superficial y momentánea. Se pretende tener buenos sentimientos por un momento pero que no tienen consonancia con la vida concreta.

En algunos grupos, la Navidad se tiende a folclorizar quedándose sólo en la contemplación emocional del Pesebre, cayéndose en el sentimiento de lamentar el cómo Jesús pudo haber nacido de manera tan pobre y marginal (lo mismo diríamos cuando contemplamos la cruz y nos lamentamos de Jesús de cómo pudo morir en esas circunstancias).

Estos sentidos y muchos otros que podemos detectar en la realidad actual, NO alcanzan a medir el verdadero sentido que tiene contemplar y celebrar el hecho macizo de la encarnación del Hijo de Dios en nuestra cultura y condición humana.

Dios vino a establecer su morada entre nosotros y con ello asume nuestra condición humana enalteciendo esta condición de una manera irreversible. Dios se hace hombre, para que el hombre pueda llenarse de su condición divina. Su apuesta es que cada ser humano sea considerado en toda su dignidad y rescatar la vocación de vivir a escala humana nuestra vida.

Te invito a hacer un giro sustancial en esta Navidad y acercarte al verdadero sentido que tiene esta fiesta. Toma en tus brazos a Jesús y hazle un lugar en tu corazón. Tómalo en tus brazos y acógelo para siempre en tu ser. Dile que tienes tus puertas abiertas para recibirlo. Que no pase de largo porque no hay morada en tu vida. Que se sienta que tu vida es un verdadero pesebre donde El pueda instalar su morada cada día.

Nos hace falta Dios en nuestra vida contemporánea. Nos hace falta tomar en nuestros brazos al Niño Jesús y acogerlo con nuestro ser.

Si lo haces, esta Navidad será un hecho relevante y ejemplarizador para tu vida. Te invito a hacerlo, nuevamente será Navidad para ti.

martes, 22 de noviembre de 2011

EL TEST FINAL







“Vengan benditos de mi Padre …” les ha dicho Jesús a sus discípulos de todos los tiempos “y reciban en herencia el Reino …”, por qué lo recibirán?, pues “porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed … era forastero … estaba desnudo … enfermo … preso y me vinieron a ver” y más adelante les añade Jesús cuando sus discípulos le preguntarán donde lo vieron hambriento, sediento, forastero …. les dirá con total convicción: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron CONMIGO”.

El test final de la vida cristiana sobre el cual vamos a ser interrogados, pasa por haber vivido esta página emblemática de Mateo 25 que ha dado forma y sentido a tantos proyectos humanizadores y solidarios que se han desplegado a lo largo de estos veinte siglos de vida cristiana en el mundo entero.

Tendrá que ver con el esfuerzo que cada creyente hizo mientras estuvo aquí en la tierra por adquirir NUEVOS OJOS y poder ver al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo y al que estaba preso en la cárcel. Seremos testeados e interpelados en nuestra vida cristiana por la capacidad que tuvimos de identificarnos con ellos, tanto en cuanto eran seres humanos, cuanto que también en ellos estaba el mismo Cristo que tomaba la forma de hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y preso. Podríamos decir que la mejor recapitulación del Evangelio lo encontramos en la vivencia del amor solidario como clave de vida cristiana.

Este será el test final. No sobre otra cosa.

“No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad” (Pagola)

A partir de esta página bíblica, el pobre se nos aparece como sacramento de Dios, en él está la misma presencia de Jesús, por lo tanto quien alivia a un hambriento y hace de su causa, su propia causa de vida, no está más que colocándose al lado de Jesús y propiamente puede llamarse su discípulo. Ha entendido el corazón del Evangelio.

Me pregunto: ¿De qué lado estamos nosotros en este momento? De los que se pusieron del lado de los hambrientos y sedientos o del lado de los que miraron para otro lado y no vieron nada más que sus propios intereses?

Recojamos esta Palabra y dejemos que ella nos interpele y nos movilice. Quizás así, al final del camino podremos escuchar
“VENGAN BENDITOS DE MI PADRE”.

viernes, 4 de noviembre de 2011

SER Y NO PARECER








Jesús continúa su polémica con los escribas y fariseos, ahora, para desenmascararlos derechamente sobre su comportamiento ambiguo e incoherente.

El Señor parte por reconocerle a este grupo religioso su puesto en el sentido de sentarse en la cátedra de Moisés para enseñar al pueblo, sin embargo, les hace una dura crítica a estos dirigentes de Israel porque ellos adulteran, distorsionan y se sirven de la religión para intereses despreciables. Manipulan a los demás, viven de apariencias engañosas que no corresponden a la realidad, no viven lo que enseñan (dicotomía entre la teoría y la praxis), utilizan la religión para amedrentar, en beneficio propio y en desmedro de la gente, se ponen por encima del pueblo pues se creen mejores, se adjudican títulos que sólo le pertenecen al Señor. En suma, no son lo que dicen que son. Incoherencia, inconsecuencia, doblez de vida, mucho de eso y más todavía.

Esta crítica de Jesús es también la crítica que nos hace a todos nosotros los cristianos, especialmente a quienes detentamos de alguna forma un ministerio en el seno de la Comunidad y de todo el Pueblo de Dios (obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y laicos con roles específicos). Pero creo que es también proyectable esta crítica a todos quienes de alguna u otra forma detentan algún poder en el seno de la misma sociedad y de nuestros pueblos. Es la crítica que puede surgir del Maestro cuando definitivamente no hay un trasfondo de verdad y sinceridad en lo que hacemos, sino, más bien, un afán acomodaticio y egoísta que sólo busca su bien personal a costa del sacrificio de los demás.

Mirando un poco más el texto, vamos sacando algunas luces para meditar:

“No hacen lo que dicen”: Nuestro mayor pecado es la INCOHERENCIA de vida. Solemos tener poder, pero, no, autoridad, por cuanto no vivimos lo que decimos. Nuestra conducta o forma de ser nos desacredita. Muchas cosas cambiarían en nuestras Comunidades Cristianas, si asumiéramos de lleno las actitudes evangélicas que el mismo Jesús predicó e hizo suyas, por ejemplo, el servicio, la desclericalización, la transparencia económica, el afecto a los hermanos, etc.

“Atan cargas pesadas y difíciles …” Muchas veces somos duros y exigentes con los demás, pero con nosotros somos blandos, comprensivos y hasta laxos en muchas ocasiones. La parte más ancha para nosotros y la parte más angosta para los demás. Podemos poner pesadas cargas a la gente, pero sin embargo impedirles el acceso a Jesús.

“Todo lo hacen para que los vean …” Ay de aquel que sólo le mueva en la vida la búsqueda del prestigio y de quedar bien parado antes los demás, independientemente si eso corresponde a la realidad. Disfrazar la vida, maquillarla con algo que no corresponde. Las apariencias que al final no son nada.

“Les gusta ocupar los primeros puestos …” A veces buscamos ser tratados de manera especial en el seno de la Comunidad como que si fuéramos superiores, o más importantes, o más sabios. NO buscamos ser tratados como un hermano más, nos puede gustar de manera casi endémica buscar posiciones de privilegios. Y, esto, desgraciadamente no es tan raro encontrarlo en clérigos, religiosos, obispos o laicos. El puesto del creyente es el último y ahí será el primero.

“No se hagan llamar maestro …no tienen más que un MAESTRO …” Sería algo realmente profético y muy decidor que nos pudiéramos desprender de todos aquellos títulos que NO corresponden a nuestra dignidad de cristianos, títulos que vienen solamente a eclipsar al verdadero Maestro y Guía (Doctor) que es Jesús. Dejar de llamarnos: excelentísimo, reverendísimo, muy reverendo padre, eliminar prerrogativas o privilegios, honores, dignidades, muchas de estas cosas o todas, sencillamente, habría que eliminar para andar más cerca del espíritu de la enseñanza de Jesús.

“A nadie en el mundo llamen padre …” Para Jesús su experiencia de la paternidad de Dios Padre es tan profunda, grande, única, entrañable que para él no cabe otra posibilidad que usar el término PADRE sea solamente usado en relación al Padre Celestial y por nadie más en la Comunidad.

Pues bien, a partir de estas enseñanzas de Jesús, saquemos nosotros nuestras propias conclusiones en orden a estructurar un estilo de vida donde el SER sea más importante que el PARECER.


lunes, 3 de octubre de 2011

"ANDA Y REPARA MI IGLESIA"





Fue el mandato que recibió el hermano Francisco del Cristo de San Damián mientras vivía su proceso vocacional: “Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor, contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo y claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (Leyenda Tres Compañeros, 13).


Este encuentro con el Crucificado, marca un cambio efectivo en Francisco, aunque todavía transitorio, en cuanto lo indujo a reconstruir iglesias; transitorio porque todavía no había entendido el significado del mandato que había recibido (trabajar por el Reino desde la reconstrucción de la Iglesia), pero de gran valor porque se puso en evidencia su capacidad de obedecer con prontitud la voluntad de Dios para su vida. Todos sabemos que este fue el comienzo de una “reparación espiritual” profunda que Francisco obró en la Iglesia del siglo 13.

En esta hora nuestra, también pareciera que el Cristo de San Damián nos hablara a los cristianos de este tiempo y nos dijera lo mismo: “Anda y repara mi Iglesia”. Más aún, parecería que fuera urgente que nuevamente irrumpiera entre nosotros un OTRO FRANCISCO, que con su simplicidad, radicalidad y originalidad, nos volviera a hablar del Evangelio, nos transparentara el verdadero rostro de Cristo, el de Belén y el de la Cruz, y nos introdujera en el misterio amoroso del Padre que espera abundantes frutos de sus hijos e hijas.

Pero claro, Francisco ya pasó entre nosotros y ahora nos toca a nosotros proseguir con su intuición evangélica y hacernos cargo, especialmente quienes somos parte de la familia franciscana esparcida por el mundo entero, de los sueños y utopías que un día abrazó el HERMANO DE ASIS y también de re-encantarnos en nuestras propias utopías, sueños e ideales. Tanto es así, que el mismo Francisco le decía a sus hermanos en el ocaso de su vida: “Yo he concluido mi tarea, Cristo les enseñe a ustedes a realizar la suya”, como para graficar que cada hermano debía llevar adelante su vocación como él mismo la había vivido: con intensidad y plenitud hasta el final.

Esta “restauración” de la Iglesia a la cual nos convoca hoy el hermano Francisco, se hace del todo ineludible y urgente, toda vez que pareciera que estamos enfrascados en una larga siesta de la cual no podemos despertar. Una Iglesia nueva, seguramente pequeña, menor, desprovista de cualquier atisbo de mundanidad y de lógicas humanas que empañan y desfiguran nuestro quehacer. Una nueva Iglesia, que se impregne del Evangelio, lo lea y lo medite con corazón de discípulo y que lo transforme en “forma de vida” que impulse la evangelización y el testimonio vivo del Resucitado.

Condición indispensable será hacer el camino de la escucha, el discernimiento y la búsqueda, silenciosa, de la voluntad de Dios, como un día lo hizo el hermano Francisco. No podemos tapar los oídos y cerrar los ojos ante lo que es evidente y perentorio: O reparamos nuestra Iglesia o sencillamente cada vez más nos iremos deslegitimando en la misión que nos dejó Jesús, de ser los obreros del Reino que van a trabajar a su viña con prontitud.

San Francisco, fiel discípulo de Jesús, ven a ayudarnos, y contigo reconstruyamos la Iglesia que tú tanto amaste.

martes, 20 de septiembre de 2011

"VAYAN TAMBIEN USTEDES A MI VIÑA"








Jesús hablándoles del Reino de los Cielos a sus discípulos, les cuenta una parábola en donde un propietario de una viña sale a contratar obreros a distintas horas del día, desde la madrugada hasta la hora undécima, es decir, las 5 de la tarde. A los primeros los contrata por un denario y a todos los demás simplemente le hace la invitación perentoria de ir a la viña a trabajar, inclusive a los últimos que se habían quedado todo el día sin hacer nada. A la hora de la paga, todos reciben lo mismo, incluyendo aquellos que sólo trabajaron una hora en la viña.

En un sentido del texto, también hoy resuena fuertemente entre nosotros esta invitación que nos hace Jesús para ir a trabajar a su viña. Las distintas horas del día, pueden dar pie a pensar que cada cual es invitado en un momento determinado de su vida para ser obrero del Reino. Esta invitación puede ser hecha en la hora de la infancia, sea de la juventud, de la adultez o de la misma ancianidad. Ninguna hora de nuestra vida "per se" puede transformarse en un obstáculo para ser considerado en esta invitación para involucrarse como obrero del Señor en su viña.

En el contexto de las fiestas patrias que acabamos de celebrar, suena potente esta invitación del Señor. La viña es nuestro suelo patrio, nuestra tierra, su cultura, sus ciudadanos, sus estructuras, su historia. A esta viña nos envía el Señor y para ella nos contrata como sus obreros.

Y en esta viña, cada cual tiene su propia responsabilidad y misión. La viña es nuestro lugar donde nos toca vivir y en él se encarna la misma Patria que decimos querer y construir. Es a esta viña donde Jesús nos envía para que trabajemos afanosamente por los valores del Reino que El ha venido a predicar. Una Patria amable, habitable para sus ciudadanos, una “mesa para todos”, que se construye pensando en “los últimos” para que sean los primeros según la justicia de Dios.

¡Vayan a mi viña!, nos vuelve a repetir el Señor.

En esta hora de tu vida, Jesús sale a buscarte y te contrata como obrero del Reino. Acepta su invitación, e involúcrate de lleno para hacer cada día una Patria habitable, humana, inclusiva, fraterna y solidaria.

Anda a la viña y no te quedes parado sin hacer nada.

lunes, 29 de agosto de 2011

¡NO SEAS OBSTACULO!








En tu camino a Jerusalén, Pedro se opuso a tu camino. No comprendía tu misión, no pensaba como Dios, pensaba más bien como hombre.

¡Apártate de mí!, le dijiste y eso de seguro tiene que haber sido muy fuerte para el impulsivo Pedro. ¡El Señor lo llamaba nada menos que SATANAS!

Todavía Pedro no se había capacitado del todo como discípulo, debía ponerse detrás de ti para comprender mejor las claves de tu vida y del Reino que Tú anunciabas con palabras y obras.

Es que Pedro, cuando quiere obstaculizar tu camino, aparece como imagen del cristiano que está de acuerdo con el lado agradable del seguimiento de Jesús, pero rechaza el sufrimiento y vivir el lado difícil de este camino. El mismo que poco antes había confesado en Cesarea de Filipo que Tú eras el Hijo de Dios, el Mesías, a quien se le había confiado las llaves del Reino y el poder de atar y desatar, el mismo se muestra como un obstáculo en la misión del Señor, denotando así que le falta un largo camino por recorrer en el discipulado. Todavía debía seguir yendo a la escuela de su Maestro para aprender de él. Debía volver a ser discípulo.

Por eso caemos en la cuenta ¡que difícil es aprender los caminos de Dios!. Necesitamos vivir un proceso permanente de formación de nuestra fe para asomarnos en el camino de nuestra vida, de mejor forma, a la voluntad de Dios y poder recorrer este camino que nunca es fácil, especialmente en este tiempo. Formar la fe porque los tiempos cambian, vivimos nuevos escenarios, nuevas realidades y nuevas interrogantes que demandan de nosotros una fe más profunda y en línea con lo que nuestro Maestro vino a predicar.

No seas obstáculo de mi camino, le dice Jesús a Pedro y hoy también nos puede decir a nosotros lo mismo. No seas obstáculo para que mi Palabra descienda en tu corazón y germine. Obstáculo para que germinen proyectos buenos y humanos que son expresión del Reino que se abre entre nosotros. Obstáculo para que tu Rostro brille en toda su plenitud, cuando hemos pretendido ponernos delante de Ti y enmendarte la plana para hacer lo que nosotros pensamos es correcto.

Obstáculo para todos aquellos que buscan una Verdad y nosotros podemos estar ocultándola por conveniencia o comodidad. Tú, yo, podemos ser obstáculo cuando nos empecinamos en sacar adelante nuestros proyectos que muchas veces nada tienen que ver con el bien común y el bien de la Comunidad.


En fin, la lista puede ser larga de cuando hemos sido obstáculo para el Señor, tú puedes completarla.

Ahora solamente cabe decirle a Jesús: ¡Lejos de mí querer ser obstáculo de Ti! No queremos ser obstáculo ni con la palabra, ni con los gestos ni actitudes impropias para con los demás.

Nunca un obstáculo (Satanás), cada día un discípulo.

martes, 9 de agosto de 2011

HUNDIDOS EN EL MIEDO



¡ANIMO, SOY YO, NO TEMAN!



Había viento en contra y soplaba muy fuerte. La barca se zarandeaba de un lado para otro. Los apóstoles veían amenazada su seguridad e integridad física. Todo mal, más aún, su Maestro no estaba con ellos, pues se había quedado orando en la montaña, a solas con su Padre.

Ante esta realidad, se va incubando en ellos la experiencia del miedo, del susto y del temor. El miedo de sentirse solos, como a la deriva. A pesar que el Señor va a ellos, caminando por las aguas, su experiencia es evidentemente la de unos hombres frágiles, que se sienten casi a la intemperie y que en definitiva todavía han de crecer en su fe. Es el reproche de Jesús a Pedro, ¿por qué dudaste?, le dice cuando le tiende la mano para sostenerlo y evitar que se hunda.

De algún modo, esta escena del evangelio, también se repite entre nosotros hoy día. Sentimos que nuestra barca hace agua. El viento en contra sopla fuerte. La experiencia del desamparo se hace evidente. Tenemos miedo, o, a veces, nos inunda una sensación de estar viviendo tiempos difíciles, más movedizos e inestables que aquellos de antaño, donde parecía que la vida transcurría en mayor tranquilidad y equilibrio.

¿Y qué podemos hacer?

Tengo claro que el panorama no variará sustancialmente en el tiempo venidero. Al contrario, se profundizarán fenómenos culturales y sociales que darán cuenta de una forma de vida muy distinta a las conocidas y en las cuales nuestra barca (la familia, la Iglesia, nuestro hábitat) de alguna manera, se verán desinstalados más fuertemente.

Tengo claro también que el miedo como reacción a estos fenómenos no conduce a nada. El miedo sólo inmoviliza. Y nos hace perder dinamismo y creatividad. El miedo sólo nos lleva a hundirnos más.

De tal manera, siento que esta hora nos invita a los cristianos a hacer una nueva experiencia de fe, más honda, más profunda y de hecho más verdadera, también. Eso por una parte.

Y por otra parte, construir modelos de vida que amparen y cobijen a las personas. Muchos se hunden en sus soledades y resquemores. Hace falta “sentirnos” más. Tocarnos, expresarnos afectos, acompañarnos, ampararnos.

Y saber, pero sobre todo, experimentar, que el Maestro Jesús va en la barca todos los días de nuestra vida. Si no, seguiremos hundidos en el miedo de una barca zarandeada y de un viento en contra que nos azota.

martes, 19 de julio de 2011

SABER COMUNICAR







"Jesús propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos


se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo ..."



Mt. 13,24



En estos domingos del Tiempo Ordinario, hemos venido proclamando el capítulo 13 de San Mateo, el llamado discurso de las parábolas que nos hablan del Reino de Dios.

De una manera ágil y sencilla, Jesús va exponiendo, o mejor dicho, describiendo, en qué consiste el anuncio del Reino, de cómo éste se va gestando, cómo va aconteciendo en la vida de cada cual y qué opciones son necesarias de asumir para que el Reino se haga una realidad en cada uno.

Jesús se caracterizó por ser un gran pedagogo: Sabía acompañar adecuadamente, les hablaba a los suyos de la vida cotidiana y a partir de ahí de aquello que había escuchado a su Padre, tenía una gran capacidad para empatizar con sus interlocutores y tenía esa fuerza para llevar a un encuentro más íntimo y verdadero en quienes escuchaban su palabra. Desde su Corazón, les hablaba al corazón.

En el fondo era un GRAN COMUNICADOR. Su Palabra era viva y eficaz. Certera, sencilla y cautivadora. Nadie podía quedar indiferente hacia ella. Provocaba, movilizaba, entusiasmaba. Su persona era cautivadora, por lo tanto, no podía ser menos su mensaje.

Me pregunto: ¿Es así también nuestra forma de comunicar hoy el Mensaje? ¿Así también anunciamos la Palabra en nuestra Iglesia? ¿Es entendible lo que anunciamos? ¿Lo hacemos con el lenguaje del pueblo? ¿Nuestros discursos son vitales, cercanos, afectivos y movilizadores de corazones?

Tengo la impresión que no pocas veces nuestra manera de comunicarnos no se hace entendible a la gente. Sea homilías, escritos, comunicados, entrevistas, cartas pastorales, etc. Un lenguaje rebuscado, rimbombante, estrictamente “doctrinal”, abstracto, frío y distante, puede más bien confundir y exasperar a la gente, que cautivarlo y seducirlo como puede ser nuestro propósito.

Todo comunica: El discurso, la persona que lo emite, los gestos y actitudes, los lugares que tenemos, el modo que nos relacionamos, etc. Por eso, para saber comunicar bien hemos de mirar a Jesús, el gran comunicador. Si acaso queremos llegar al corazón de la gente.

Por eso, ¿cómo comunicar hoy?, ¿de qué manera hacerlo?, ¿con qué tipo de mensaje podemos cautivar a los demás?

Recetas pueden haber muchas, pero lo importante será que el Mensaje a comunicar entre en el corazón del oyente. Que este Mensaje movilice corazones y provoque preguntas y compromisos. Un Mensaje que nos haga descubrir nuestras mejores energías y apunte a una fuerza nueva que pueda nacer en cada uno.

Saber comunicar de manera sencilla, vital y profunda como lo hizo Jesús.

Aprendamos de él, el GRAN COMUNICADOR.

viernes, 1 de julio de 2011

PAN NUESTRO DE CADA DIA





“… Oh pan de cada boca, no te imploraremos, los hombres no somos mendigos de vagos dioses o de ángeles oscuros: del mar y de la tierra haremos pan, plantaremos de trigo la tierra y los planetas, el pan de cada boca, de cada hombre, en cada día, llegará porque fuimos a sembrarlo y a hacerlo, no para un hombre sino para todos, el pan, el pan para todos los pueblos y con él lo que tiene forma y sabor de pan repartiremos: la tierra, la belleza, el amor, todo eso tiene sabor de pan, forma de pan, germinación de harina, todo nació para ser compartido, para ser entregado, para multiplicarse …” (Oda al pan, Pablo Neruda).

El pan es el símbolo de la dignidad, del desarrollo y de la inventiva que tiene el ser humano. En el pan, el hombre encuentra el sujeto de su desarrollo y el esplendor de su vocación creadora. El pan se lo gana con el sudor de la frente y es sacramento del esfuerzo, el trajín de cada día y la disciplina del que trabaja con denuedo y perseverancia.

El pan es signo de amistad, compañerismo y hermandad. Se comparte el pan con los cercanos, se parte el pan con el caído y se distribuye el pan a manos llenas en aquellos corazones generosos y solidarios.

Jesús multiplicó los panes y se sentó a la mesa con sus amigos para partir el pan y dárnoslo por siempre, como signo fehaciente de su presencia verdadera para todos los días hasta el fin del mundo.

En la Eucaristía hacemos memoria de esta Ultima Cena y en ella actualizamos el reto de hacer que el PAN alcance para todas las mesas y que todos los comensales tengamos acceso a una justa distribución de lo que Dios hizo para todos.

Si la Eucaristía nos desafía cada vez a comprometernos para que haya pan en todas las mesas, entonces nuestras celebraciones, de verdad, serán un vivo recuerdo de esa Ultima Cena en donde Jesús se hizo PAN DE VIDA para todos y nos urgió a pedir con insistencia “danos el pan nuestro de cada día”.

Pedirlo con insistencia, no es esperar que de manera antojadiza y arbitraria el pan caiga del cielo y llegue sólo a unos pocos, sino es pedirlo actuando en concreto y luchando de verdad para que el pan sea un derecho y no un lujo de unos pocos.

¿Una utopía? ¿Un imposible?, no creo, del compromiso creyente de los cristianos, mucho puede resultar para que este ideal sea realidad en el mundo actual que nos toca vivir.

sábado, 18 de junio de 2011

PUERTAS CERRADAS

Riega y fecunda la tierra con tu Espíritu Señor.



El soplo del Señor, que fue capaz de romper esas herméticas puertas, cerradas por miedo, también ha de abrir todos los cerrojos y las puertas de nuestras vidas para que ese soplo divino se haga realidad en la cotidianidad de nuestra existencia.

El soplo del Resucitado, su Espíritu, condujo a los Apóstoles a constituirse en una verdadera comunidad de discípulos y testigos, de tal suerte que con su fuerza y dinamismo, lograron que el evangelio encontrara muchos corazones que se abrían a su novedad y se comprometieran en esta nueva forma de vida inspirada en Jesús de Nazaret.

Haciendo una analogía con el texto bíblico, pareciera que hoy también estamos con nuestras puertas cerradas. Herméticas y con cerrojo. El miedo nos inunda y nos persuade. Nos condiciona y nos oprime. Nos abstrae de la realidad y nos impulsa a escondernos de la avalancha que se nos viene encima.

Se han cerrado las puertas de nuestros corazones y de nuestras conciencias para vivir la misericordia y la empatía con el que sufre y fracasó en su vida. Se han cerrado las estructuras eclesiales cuando trastocamos los valores y ponemos el sábado por encima del hombre.

Estando cerradas estas puertas (tú puedes enumerar muchas otras que están cerradas), es evidente que el Espíritu no puede soplar. De ahí la necesidad de abrirlas de par en par, aún ante el temor de que su soplo sea tan potente que nos desestabilice y nos cuestione nuestra religiosidad y las apuestas de vida que hacemos a cada instante.

Sopla, Señor, sopla. Abre estas puertas cerradas y oxigena nuestra casa con ese viento suave y purificador que es tu Espíritu Santo. Así nuestra casa-aldea (nuestro mundo) adquirirá un nuevo colorido como la que tú construiste en Nazaret.

Sopla, Señor tu Espíritu para que estas puertas cerradas (todas las puertas) reciban este ímpetu de vida nueva que se genera con la irrupción de este fuego abrazador.

Lo necesitamos, qué duda cabe.

lunes, 30 de mayo de 2011

NO LOS DEJARE HUERFANOS






No sé si estaremos de acuerdo, pero tengo la impresión que vivimos en una sociedad con ciertas contradicciones vitales. Cuando más globalizado está el mundo, con más recursos de información, donde nos asomamos con particular rapidez a diversos acontecimientos que se suceden uno tras otro, al mismo tiempo, es cuando más nos sentimos viviendo experiencias fuertes de abandono, desamparo y soledad.

Los veo en muchos rostros que mastican su dolor, su orfandad o solitariedad dando muestras que algo pasa en el corazón humano que da cuenta de una experiencia dicotómica, es decir, como nunca entrelazados e interconectados unos con otros y como nunca, también, viviendo una experiencia de sentirse como a la intemperie, desarropados y desprovistos de alguien o de algo que nos llene de calidez y humanidad.

Me figuro una experiencia parecida la que estarían sintiendo los apóstoles ante la inminente partida de su Señor. “No se inquieten”, les dirá el Señor. Seguramente sentirían apretado el corazón porque lo vivido con su Señor, quedaría en la nada y sus fuerzas se tornarían absolutamente insuficientes para llevar adelante lo que el Maestro les había enseñado.

A veces también pasa entre nosotros que sentimos como que Dios nos abandonara. Como que su silencio fuera tan elocuente que traspasara nuestro ser y nos hiciera llenarnos de preguntas a veces sin respuestas. “¿Por qué me toca sufrir? ¿Por qué este dolor? ¿Por qué me siento solo? ¿Dónde está Dios que no me viene a consolar?”, son algunas preguntas que deambulan en nuestros corazones de continuo.

Pero no, Jesús nos dice: “No los dejaré huérfanos, me voy pero volveré”. Desde esta promesa del Señor, no es pensable, en la lógica de la paternidad y maternidad de Dios, que El pueda abandonar a la criatura humana. Nunca nos dará la espalda como si se desinteresara de nuestras problemáticas. No puede dejarnos solos o solas, pues este Dios Padre y Madre nos toma entre sus brazos y nos cobija en su misericordia y amor incondicional. No nos dejará huérfanos, porque Jesús nos envía su Espíritu el cual nos acompañará, hablará por nosotros, nos defenderá de las fuerzas del Maligno y nos abrirá a nuevos horizontes de vida.

Siente, pues, esta experiencia en tu vida personal y procura vivirla en el seno de tu comunidad y de tu familia. Nada más potente que poder establecer relaciones afectuosas y cálidas en un mundo muchas veces frío e impersonal. Desde la paternidad y maternidad de Dios, no te sientas solo(a) y al mismo tiempo lleva esta noticia a otros que a veces pasan por el desamparo, la soledad y el abandono.

martes, 10 de mayo de 2011

DE EMAUS A JERUSALEN: El camino del retorno a la vida.






Aturdidos por la desesperanza y por el sueño apagado y abruptamente terminado, caminan dos discípulos de Jesús, comentando lo que había ocurrido en Jerusalén y ahora de regreso a Emaús.


Son Cleofás y el otro discípulo. Que habían creído en el Maestro y ahora caminan desolados y tristes.


Estos dos discípulos hoy son María y Juan; Pedro y Rosa. Son de La Legua o La Victoria, de Las Condes o de Calama. Adultos o jóvenes, mujeres u hombres. Profesionales u obreros, empobrecidos o poderosos. Da lo mismo, muchas veces.


En verdad, Emaús, es la cuidad de la tristeza y el dolor. La ciudad de la tiniebla y de la muerte. El camino de la luz que se apaga y de la desesperanza que se anida en el fondo del corazón. Es el camino que nos paraliza y nos desconcierta.


La ciudad que nos atrapa y nos consume. No hay caso, también para nosotros a veces el horizonte de vida es Emaús.


Somos tentados por abandonar todo esfuerzo y nos abandonamos en un "gris pragmatismo" (Benedicto XVI) que todo lo sustenta en la racionalidad, el inmediatismo y la eficiencia momentánea. Para después quedar vacíos, cuando nos toque esperar y el silencio se haga evidente en nuestro camino. A veces, Emaús es fuerte y nos atrapa.

Pero no, hay otro camino mejor.


El camino a Jerusalén, del cual Jesús es el PEREGRINO por excelencia, que te acompaña y te seduce, es el camino que nos lleva a la ciudad de la vida y de la luz.


En Jerusalén está lo mejor que nos puede pasar, a cambio de rehacer el camino, desandar lo andado y tomar la dirección que nos lleva a Jerusalén.


Jerusalén no nos exime de abrir los ojos y dejarnos conducir por el Señor. En este camino, tendremos que luchar, volver a creer y hacernos verdaderamente discípulos.


De manera silenciosa, Dios nos interrogará por nuestra vida y nos preguntará de aquello que conversamos y ocupa nuestro corazón. Y con finura y claridad nos introducirá en la verdad plena para que comprendamos por dónde camina la vida de cada cual.


Junto a María y Juan; Pedro y Rosa, hagámos de nuevo el camino del retorno. Si hasta ahora de preferencia caminábamos a Emaús, ahora hagámoslo a Jerusalén en donde está la Vida y la Luz.





domingo, 24 de abril de 2011

"EL CRUCIFICADO ES EL RESUCITADO"

¡Está VIVO para siempre!


Que este cirio siga ardiendo para disipar la oscuridad de la noche.

Una nueva creación se hace evidente en el RESUCITADO.










"No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho"



Mt. 28, 5-6





Por todas partes, en todos los rincones de la tierra, en muchas catedrales, basílicas, templos y capillas, nuestras comunidades cristianas, han celebrado el hecho macizo, decisivo y fundamental como es la resurrección de Jesús.

Hay que decirlo desde un comienzo: En Cristo Crucificado y Resucitado, está el fundamento de nuestra vida cristiana. Su Misterio, su Palabra, su Causa, su Proyecto, su Utopía es lo que está VIVO con su resurrección. Nada de él ha muerto. Es, pues, el mismo Crucificado el que ha resucitado. Por eso la información de su resurrección provocó tanto desconcierto y desazón en quienes lo habían aniquilado. No era cualquier resucitado, ¡ERA EL MISMO CRUCIFICADO! y desde que ahí que su Causa no paró nunca más hasta nuestros días. ¡Y nosotros somos testigos de ello!

Desde este punto de vista, celebrar al Resucitado supone para nosotros creyentes caer en la cuenta que su Causa no ha sido derrotada, que ella está viva por siempre y que hacerse parte de esta fe en el Resucitado, presupone hacerla hoy parte de nuestra vida. Su Causa, (el Reino), su Proyecto, su Utopía, por estar vivos en su resurrección, han de definir nuestra fe creyente y el modo de relacionarnos en el mundo y en la Iglesia.

Lo verdaderamente importante será volver a descubrir al Jesús histórico y el sentido que ha de tener para nosotros la fe en la resurrección y así llegar a tener una fe lúcida. Es hacernos parte de las opciones que Jesús hizo: su actitud ante la historia, su opción por los pobres y excluidos, su propuesta de vida, su lucha decidida por liberar de esclavitudes, su Causa, en definitiva, de esta manera la resurrección no será sólo la contemplación pasiva de un dato del pasado o la celebración de una verdad teórica abstracta de un acontecimiento que no toca las bases de nuestra propia vida.

Con Cristo Resucitado tenemos derecho Y LA POSIBILIDAD, cierta, de levantarnos del sepulcro para mirar el horizonte desde la perspectiva del Crucificado y de la VIDA nueva que se nos ofrece. Con el Crucificado debe morir algo en nosotros. En los laicos, en la Jerarquía, en nuestras Comunidades. Con el Resucitado ha de hacerse evidente el mundo nuevo que anhelamos y también la necesidad de una Iglesia rejuvenecida, renovada, evangélica, espiritual y transformada.

Para ello, es preciso “volver a Galilea”, porque ahí encontraremos al Resucitado.

martes, 5 de abril de 2011

"ANTES ERA CIEGO, AHORA VEO"

¡Pon tus manos sobre mí, Jesús!


¡Abre mis ojos, Señor!

¡Ojos nuevos, ojos humanos, ojos del corazón!

¡Ojos para ver distinto! Como Tú ves.


Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento, el cual se pasaba el día pidiendo limosna en el templo. Era un hombre pobre, limitado, preso de su mal de nacimiento y por ende una persona herida en su dignidad como ser humano. Pero todo cambia para él, cuando Jesús pasa por su vida y se hizo cargo de su experiencia de dolor, abandono y marginalidad, cambiándole, así, para siempre su vida. Es la experiencia de un hombre que en el encuentro con Jesús tiene acceso a la luz la que había estado vedada para él desde su nacimiento.


Este hecho provoca el desconcierto de muchos. De su familia, de sus amigos, de la gente del pueblo, de los fariseos y de los poderosos. No atinan a comprender el cómo este hombre ha pasado ahora de la ceguera a la luz, se ha puesto de pie, ahora puede ver y ya no necesitará seguir esclavizado por ese mal que le atormentaba desde sus inicios.


De la ceguera física y espiritual, pasa a la visión de los ojos y del corazón. Recibe la luz de la fe, comienza a engendrarse en él un hombre nuevo. Del hombre atormentado, se proyecta un nuevo ser, un nuevo ser humano, alguien que se ha levantado de su esclavitud y ahora puede andar por la vida con una nueva visión, con nuevos ojos, en una nueva dimensión de vida. Ha recibido la luz de la fe y por eso se postra delante de Jesús para reconocerlo como a su Señor.


Esa experiencia necesitamos hacer nosotros también.


¡Qué duda cabe! Ciegos como podemos estar, necesitamos que Jesús nos abra los ojos para ver de forma distinta lo que pasa a nuestro alrededor. Necesitamos adquirir una nueva mirada para ver lo que nuestra materialidad como humanos no nos permite ver. Esta ceguera que sólo nos lleva a mirar nuestros pequeños intereses personales y corporativos (situación actual de la Iglesia), ceguera que no nos permite visualizar lo que nos conviene en los diversos planos de la vida. Un hombre que se gasta el dinero en alcohol y no en alimento para su familia, está ciego. Un consagrado que se asila en su condición para manipular y coaccionar a sus hermanos, está ciego. Alguien que pasa por la vida y no ve las demandas de los pequeños, también está ciego.


Mons. Romero, abrió los ojos cuando vio la realidad de miseria de su pueblo y fue mártir. Teresa de Calcuta, abrió los ojos cuando encontró a una mujer moribunda en las calles de Calcuta que era comida por ratas y hormigas y agonizaba. Francisco de Asís abrió los ojos cuando abrazó al leproso. Y así.


En esta hora necesitamos urgentemente ABRIR LOS OJOS y tener una fe madura y adulta. No más espejismos. No más infantilismos religiosos. Que Jesús nos pueda abrir los ojos para que se proyecte una nueva dimensión en nosotros. La del creyente. La del que, sabiéndose ciego, recibe la luz que Jesús nos puede dar.


De esta manera, podremos decir con el ciego de nacimiento: “Yo era ciego, pero ahora veo” (Jn. 9,25). Gracias a Jesús.




viernes, 25 de marzo de 2011

SABER ESCUCHAR

¡ESCUCHENLO!

¡Con los oídos y el corazón bien abiertos!



El domingo recién pasado, en el texto de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, (Mt. 17, 1-9), una voz que venía desde lo alto decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Se trata, pues, de saber conjugar el verbo ESCUCHAR en nuestra vida espiritual para que la Palabra de Dios, llegue y entre en nuestros corazones.

Pero para saber escuchar, me parece que tenemos que crear algunas condiciones o disposiciones previas, que nos permitan ejercitarnos con propiedad en este arte de saber escuchar a Dios en las diversas circunstancias de la vida.

Por de pronto, debemos ser capaces de ACALLAR OTRAS VOCES disonantes, aturdidoras y estridentes que no nos permiten crear un espacio dentro de nosotros de tranquilidad y sosegamiento. Esas voces que nos hablan de mil maneras y que son voces que se disputan nuestra atención y esmero.

Para escuchar hay que SILENCIAR EL CORAZON, porque “nada en este mundo se parece tanto a Dios como el silencio”. Si silenciamos el corazón, no es para que quede vacío y desnudo, sino para prepararlo a recibir a ese HUESPED que toca la puerta y quiere entrar a conversar con cada uno.

La escucha también trae consigo riesgos, por eso debemos prepararnos para ESCUCHAR AUN AQUELLO QUE NO NOS CONVIENE. A veces por no querer escuchar algo que nos desagrada o que nos desafía, acallamos esa VOZ de Dios y nos entregamos al ruido incesante de las actividades sin frenos, del ir y venir sin ponderación, de la búsqueda de escondites que nos permitan sortear esa voz que nos desnuda y nos interpela.

La escucha nos debe llevar a la obediencia, tal como nos cuenta Gén. 12,1-4 al narrarnos la vocación de Abrahám. “Sal de tu tierra y ve al lugar que Yo te mostraré”, le dice Dios y la escucha activa de nuestro padre en la fe, le supuso partir, dejar familia, propiedades y embarcarse con rumbo desconocido hacia la tierra prometida. También para nosotros la escucha es como “salir de la tierra”, obedecer la Palabra y comenzar una nueva vida.

Se trataría de escuchar de manera ACTIVA y COMPROMETIDAMENTE, es decir, haciéndome cargo de aquello que estoy oyendo para proyectarlo en un compromiso de vida y de cambio y renovación. No es una escucha pasiva para quedar en el mismo punto del comienzo, sino una escucha que te lleva al camino, a salir, marchar hacia lo nuevo y quizás lo desconocido y que se ha de descubrir mientras se peregrina.


Tratemos de AFINAR EL OIDO, sobre todo el oído del corazón, para ESCUCHAR al Señor que nos habla de muchas maneras, incluso cuando nos debatimos en la noche del dolor y la desesperanza.

Saber escuchar, la tarea de esta cuaresma. Escuchar al Señor en cada circunstancia y acontecimiento de nuestra vida, de la misma realidad eclesial (dolorosa, compleja) y de los vaivenes sobre los cuales se mueve hoy nuestro mundo.

¡HABLAME, SEÑOR, QUE TE ESCUCHO!

domingo, 13 de marzo de 2011

EDIFICANDO SOBRE ROCA




La solidez y firmeza de un edificio, de una casa o de cualquier construcción está dada por la calidad de su fundamento. Si el fundamento o la base son frágiles, ese edificio estará siempre expuesto a derrumbarse ante los embates de la naturaleza, sea un temblor, un desborde de un río o por el desgaste propio de los años. Por el contrario, si la base o el fundamento son verdaderamente sólidos, cualquier construcción enfrentará mejor los fuertes oleajes y los inconvenientes propios de la naturaleza.

En esta misma línea nos ha hablado Jesús en su Palabra el domingo recién pasado, al decirnos que el hombre sensato es aquel que escucha y practica la Palabra y de este modo se parece a aquel que construye la casa sobre roca. No así el hombre insensato, que escuchando la Palabra no la practica, es igual que aquel que construye sobre arena, todo se derrumba fácilmente porque los cimientos no son los adecuados.

Iniciando el tiempo de Cuaresma (cuarenta días de preparación a la Pascua), viene bien preguntarnos por el FUNDAMENTO o la BASE sobre la cual hemos venido construyendo la vida en este tiempo. Mirar sobre qué EJE fundamental gira nuestro quehacer. Ver cuáles son las motivaciones y las inspiraciones fundamentales que le van dando cuerpo a nuestra existencia, pues dependerá del fundamento que tengamos en el edificio de nuestra vida, para saber también qué consistencia tendrá el ejercicio siempre desafiante de vivir la vida con las distintas opciones que van apareciendo a diario.

En estas semanas, ante un hecho de evidente connotación pública, que tiene que ver con nuestra Iglesia, hemos sido testigos de personas que han declarado públicamente que fueron manipulados en sus conciencias, en la vivencia de su fe y en el modo de concebir la libertad y la autonomía que todo ser humano ha de conquistar y vivir. Ante esto, hemos de decir que nadie se puede erigir como “fundamento” de nuestra vida. No podemos entregarle a nadie las riendas de nuestro ser, de nuestras decisiones, ni tampoco dispensarnos de la ineludible tarea de enfrentar los desafíos que aparecen a diario en nuestra existencia y ser capaces de tomar opciones coherentes y razonables. Sólo Jesús puede ser la ROCA que de solidez y seguridad a nuestra vida. Ni un sacerdote, ni un obispo, o un teólogo, un amigo, un filósofo, o un político, nadie, puede ocupar el sitio que le corresponde al Señor.

No necesitamos gurúes, ni líderes manipuladores, ni fanáticos religiosos ni falsos mesías Fijémonos, pues, sobre qué fundamento estamos construyendo nuestra vida, no vaya a ser cosa que esta base sea frágil y movediza que terminemos por sucumbir ante las exigencias que la vida nos presente cada día.

Cuaresma puede ser un buen tiempo para hacer este ejercicio de discernimiento y colocar como FUNDAMENTO al mismo Señor que es la ROCA que nos salva.

lunes, 21 de febrero de 2011

¿EL MINIMO O EL MAXIMO?: La nueva ética cristiana



En estos últimos domingos hemos venido proclamando el Sermón de la Montaña (cap. 5 al 7 de San Mateo), en donde Jesús, al igual que Moisés en el Sinaí, nos ha ido entregando la nueva ley que viene a completar y darle pleno sentido a la ley antigua.


Esta nueva ley de Jesús, no es otra cosa que vivir el AMOR, ley nueva y definitiva que se proyecta en dos direcciones indisolubles: hacia Dios y hacia el prójimo.

Nueva ley que pone al discípulo en una nueva perspectiva de vida. En un nuevo horizonte. Ley que pone al discípulo de lleno en una nueva dimensión de vida, con altas exigencias, llamando a vivir en el máximo de sus capacidades.


Nosotros de ordinario nos hemos ido acostumbrando a vivir en el MINIMO o en lo básico de nuestro ser religioso, concibiendo así lo que podríamos llamar una “ética minimalista”. Sólo el mínimo o lo básico. Por eso nos contentamos y con suerte de “no matar”, “no ofender” “no adulterar” o nos mueve el “ojo por ojo, diente por diente”. Los “NOES” nos definen en nuestro actuar, pero me parece que eso es poco todavía para quedarnos satisfechos, quizás esto responde a una mentalidad “precristiana” donde me temo, muchos de nosotros todavía pertenecemos.


Jesús, en cambio, nos invita a vivir una “ética maximalista”, es decir, darle un giro al antiguo mandamiento y completarlo con la revelación del Maestro.


Si antes se dijo, Yo les digo, nos dirá el Señor. No basta no hacer el mal, es preciso saber hacer el bien. No basta vivir la vida cristiana desde el legalismo y la formalidad de lo que no hay que hacer, sino que es preciso ir más allá para hacer nuestras las exigencias del AMOR como ley fundamental de la vida cristiana.


Vivir la nueva ley de Jesús por cierto que es humanamente imposible o muy complejo. Hay excepciones, por ejemplo un Maximiliano Kolbe que dio la vida por otro prisionero, sin embargo la gracia de Dios hará que podamos ir en esta dirección y podamos asimilar la nueva ley del Sermón de la Montaña.


Es decir, superar el mínimo para aspirar al máximo, como nos pide Jesús.

martes, 8 de febrero de 2011

LOS CRISTIANOS, SAL Y LUZ PARA EL MUNDO







Siguiendo con el Sermón de la Montaña, que iniciamos con las bienaventuranzas el domingo recién pasado, Jesús insta a sus discípulos, a los de entonces y a los de ahora, a ser SAL de la tierra y LUZ para el mundo. Y les dice que si la sal se torna insípida, no sirve para nada y hay que botarla y que la luz no es para esconderla debajo de un cajón, sino para que brille e ilumine todo a su alrededor.

Con estos símbolos, (la sal y la luz) Jesús, nos está hablando de la IDENTIDAD que ha de tener el cristiano, del estilo de vida que cada creyente ha de suscitar y vivir en el mundo. “Ustedes son”, ha repetido el Señor. El ser tiene que ver con lo que uno es, con su fisonomía determinada, con su esencia, con su identidad. ¿Y qué somos los cristianos?, pues, SAL y LUZ, según las palabras del mismo Maestro. Se debe percibir con claridad esta presencia. ¿Se nota que somos cristianos en verdad? Quizás. A veces como que se notara más que construimos una religión anodina y convencional, en que tengamos esa conciencia de ser “sal y luz” para el mundo.

La sal ayuda a dar sabor a las comidas. Una cantidad justa y precisa, permite que el alimento preparado con una diversidad de ingredientes alcance su justa dimensión, pues la sal le da el “toque” distintivo a un plato en particular. También ayuda a preservar los alimentos para que éstos no se descompongan y se echen a perder. La sal es modesta en sí misma, una pequeña cantidad transforma todo. Pues bien, siguiendo esta analogía, el cristiano debe ser una persona que pueda dar un “sabor” distinto a la vida en el mundo en cual vivimos. Estamos hablando de una presencia significativa, de ser una presencia que “diga” algo a quienes no son creyentes y no conocen a Jesús y su Evangelio.

Desde esta perspectiva nos podemos preguntar: ¿Mi vida tiene un sabor especial? ¿Estoy en condiciones de darle un “toque” especial a mis relaciones habituales, al trabajo que realizo, a la vida matrimonial y familiar que construyo, a la relación con el vecindario? Ser sal de la tierra, supone abrirse espacio entre los demás para darle un sabor especial a lo que ocurre entre nosotros en la vida cotidiana, aportando aquello específico que el mismo Maestro nos ha predicado y hemos descubierto.

La luz es más fuerte que las tinieblas y la oscuridad. Basta encender un fósforo en una habitación a oscuras para que se haga la luz en medio de ella. Esta luz que es Cristo, es la que también se nos pide irradiar entre los hombres. Y cada cristiano será luz, en la medida que tenga al mismo Jesús dentro de sí, pues no es mi luz la que debe brillar, sino la luz que es el mismo Señor. En El cada discípulo podrá aportar la transparencia y la claridad de la luz a un mundo que deambula muchas veces en la oscuridad. Y el mejor termómetro para saber si somos luz para los demás, es cuando seamos capaces de compartir el pan con el hambriento, cobijemos al que no tiene techo, cuando atendamos al desnudo … como nos decía el profeta Isaías en la primera lectura de este domingo. En ese caso, tu vida se hará luminosa porque en definitiva habrás dado el salto de salir de tus intereses personales y a veces bastante egoístas, para ubicarte con tu corazón en el prójimo, particularmente en el de aquel a quien la vida no lo ha tratado bien. Seremos luz, también, cuando abramos todas las habitaciones de nuestra casa (nuestra vida) y dejemos que la luz de Cristo las ilumine y les de una nueva dimensión. Así seremos un poco más transparentes porque tendremos más luz en el corazón.

Pues, que no se nos olvide, ser SAL y LUZ, es nuestra identidad cristiana.

lunes, 24 de enero de 2011

RECORRIA TODA GALILEA

Jesús vio a dos hermanos.

Les dijo: Síganme.


Y ellos dejaron las redes y lo siguieron.



Estamos iniciando un nuevo año y con ello se instalan en nosotros, quiérase o no, diversos desafíos y metas para enfrentar y alcanzar en el próximo tiempo. Junto con ello, este el tiempo del descanso y las vacaciones para algunos; en nuestras Comunidades se suscitan campamentos, jornadas, talleres, misiones; otros no tienen la oportunidad de vacacionar, y, por el contrario, se entregan a un trabajo intenso y desgastante (me estoy acordando de los temporeros y temporeras trabajando en ocasiones a pleno sol) y mientras tanto, Jesús que sale al paso de nuestra vida para iluminarnos el camino y darle un sentido a nuestra vida creyente.

En el evangelio de ayer, que la Iglesia proclamó en todo el mundo, se nos muestra a Jesús iniciando su vida pública y desarrollando un intenso apostolado por toda la región de Galilea, específicamente yendo a Cafarnaún (para eso tuvo que dejar Nazaret, su pueblo natal) para anunciar el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y sanando las dolencias de la gente. Al mismo tiempo, se nos muestra conformando una comunidad llamando a sus primeros apóstoles Pedro, Andrés, Santiago y Juan para que dejen las redes y su antiguo oficio de pescadores y constituirlos en “pescadores de hombres”.

De los inicios de su vida pública, me llama la atención el intenso dinamismo que Jesús le imprime a su apostolado. Sin más, va a todas partes, visita a todos, entra a muchas casas, a todos les tiene un mensaje que predicar, un Evangelio que ofrecer. No se detiene en su marcha y pasa por la vida de muchos para sanar sus corazones y aliviar las dolencias, del cuerpo y del corazón, que les pueden estar oprimiendo y esclavizando. Es Jesús, el apóstol infatigable del Reino, que lleva Buenas Noticias a quienes quieran escucharle y abrirle su corazón.

Esta actitud dinámica y proactiva de Jesús, es un llamado para vencer la tentación de constituirnos en una Iglesia quieta, pasiva, estática y que en su labor evangelizadora puede caer en una cierta parsimonia e indolencia. No podemos esperar que los demás vengan a nosotros, visiten nuestros templos y capillas y adhieran sin más a una Persona y un Mensaje que no se les ofrece y predica. Debemos salir de nuestros círculos habituales, a veces bastante herméticos y cerrados, para recorrer las casas, llegar a todos los corazones y ofrecerles a los demás un Evangelio que sea una nueva luz para sus vidas.

Recorrer toda Galilea hoy, como lo hizo Jesús en su tiempo, nos interpela a construir una Iglesia abierta, dialogante, abierta y propositiva. Una Iglesia que ofrece, que escucha y que es capaz de seducir y encantar. No por Ella misma, sino a través de la Palabra y la Persona persuasiva y atrayente que es el mismo Jesús.



Cada creyente es un invitado hoy día a recorrer su propia Galilea, para hacernos partícipes de este llamado que Jesús hace a los suyos, como un día lo hizo con los primeros apóstoles. Supone dejar las redes (¿qué redes debería dejar hoy?), cambiar de oficio y de estilo de vida y comenzar una aventura de seguimiento y de vida comunitaria, pues seguir a Jesús es entrar a pertenecer a una Comunidad como tal, pues nadie puede seguir al Señor de manera solitaria e individualista.

Anda, pues, a recorrer toda Galilea como lo hacía Jesús en su tiempo, pues en la orilla de tu propio mar, Jesús te ha llamado para ser discípulo y llevar el Evangelio a todos.

No lo defraudes.