martes, 22 de enero de 2013

NO TIENEN VINO


“Se acabó el vino de las bodas y se quedaron sin vino.
Entonces la madre de Jesús le dijo: No tienen vino”
 
Jn. 2,3


Jesús es presentado por el evangelio de Juan, iniciando su ministerio público en el marco de una fiesta, más precisamente en el contexto de una fiesta matrimonial, en lo que se ha denominado las bodas de Caná. Seguramente este hecho ya de por sí no deja de llamar la atención, quizás porque uno podría pensar que Jesús habría optado por dar por inaugurado su ministerio en una sinagoga, en el templo o en un lugar más propiamente “religioso”, sin embargo al estar presente en una fiesta manifestó su gloria y provocó que los discípulos creyeran al ver el signo elocuente que había realizado el Señor, cambiando el agua en vino para alegría de esos esposos que estaban viendo como colapsada su tan preciada fiesta matrimonial.


A la luz de este episodio bíblico, ¿qué lecciones o mensajes podemos extraer para aplicarlas a nuestra vida? Se me ocurren algunos, como por ejemplo:


Saber profundizar y descubrir el sentido de fiesta y celebración que ha tener nuestra vida cotidiana y nuestras liturgias dominicales. El mismo Jesús sabe compartir desde la gratuidad y la cotidianidad junto a unos esposos que vivían la alegría de su alianza nupcial. Vivir la vida bien, en profundidad, potenciando momentos gratuitos y recuperar la alegría por vivir (a pesar y con los problemas que tengamos) cada instante con la  mayor intensidad y energía.

 
Este mismo sentido de fiesta y de celebración, me parece muy oportuno redescubrirlo y vivirlo en nuestras liturgias dominicales. De repente somos muy parcos e inexpresivos para demostrar que estamos viviendo una fiesta con el Señor y con los hermanos. Muchos rostros serios, compungidos, hiératicos darían cuenta de una fiesta que no es tal, que es más bien un rito vacío que estamos celebrando donde la vida se queda colgada en la puerta de nuestra casa.

 
El vino en la Biblia es signo de alegría y símbolo del amor, por lo tanto Jesús sabe bien que si en esa fiesta falta la alegría y faltara el amor esa fiesta puede terminar muy mal, por eso se apresura, a instancia de su Madre, a cambiar el agua en vino para que esa fiesta acabe bien y los esposos sellen para siempre su unión matrimonial.

Poner nuevo vino en nuestros corazones, es otro elemento que podríamos meditar. ¿Qué vino estará faltando en nuestras mesas? ¿Se nos acaba el vino y ya ni siquiera nos damos cuenta? ¿Tenemos conciencia que el vino mejor, el vino bueno es el mismo Jesús que se guarda para el final para que lo saboreemos con todo nuestro ser?

 
Muchas veces nos contentamos con otros “vinos” de muy mala o dudosa calidad. Invertimos mal y pensamos que el vino que tenemos es el mejor, cuando en definitiva el vino del Evangelio, el nuevo vino del Reino y de las bienaventuranzas nos harán que la fiesta de la vida no termine abruptamente y siga desarrollándose en toda su dimensión.


Jesús vino a hacer más humana y llevadera la vida de la gente por eso se preocupó de convertir el agua en vino.

Dejemos que hoy día también Jesús vaya a nuestras fiestas y a nuestras liturgias y nos regale vino mejor. Porque al final está lo mejor, el mismo Jesús.