miércoles, 31 de diciembre de 2014

JESUS NOS PREGUNTA: ¿ME AMAS?


Jn. 21,16


Al terminar un nuevo año y próximos a comenzar uno nuevo, vale la pena dejarnos preguntar por Jesús sobre nuestro amor por El.

¿Me AMAS?, es la pregunta final que le hace Jesús a Pedro después que él había resucitado. Esa pregunta caló hondo en el corazón de Pedro. Lo desinstaló, lo hizo caer en la cuenta de su completa debilidad y de que el llamado y la decisión de seguir a Jesús es pura gratuidad.

Pedro pudo experimentar el triple proceso que todo discípulo al final del día le tocará vivir. Al comienzo, a la orilla del lago Galilea, su respuesta al llamado de Jesús se hace instantánea. Suelta las redes, deja su oficio de pescador, deja su familia y parte detrás de Jesús. Parecía que el protagonista de esa historia, era, fundamentalmente, él. En el camino fue conociendo a Jesús, compartió con él, escuchó sus enseñanzas, fue testigo de sus milagros, al final, HIZO CAMINO CON EL, pero no fue suficiente. En la hora de la prueba, del desgaste, del compromiso, del martirio, LO NEGO: “No conozco a ese hombre”, habría dicho. Negó a su Maestro, se negó a si mismo en sus convicciones. Quizás si no hay peor cosa, que negarse uno mismo en su identidad, en sus  convicciones, en aquello que lo ha sostenido en la vida.

Tuvo que resucitar su Señor para que Pedro cayera en la cuenta que el llamado y la respuesta a esa invitación, tiene como protagonista absoluto al mismo Jesús, al mismo Dios. El llamado es GRATUITO, no lo merecemos, es pura gracia, simplemente. Recién en esa circunstancia, Pedro se hace consciente de esa realidad. No mereció ser llamado, Jesús lo hizo sólo por amor gratuito.

Pedro, ¿me amas? Esta pregunta es como si quisiera decirle el Señor, “¿Pedro, todavía puedo contar contigo?”; “¿aún hay en tu corazón amor por mí?”; “¿todavía quedan ilusiones en tu vida?”; “¿aún recuerdas mis palabras, todavía tu corazón late por mí?”; “¿todavía crees en mi proyecto de vida?”; “¿aún tu corazón guarda mis consejos, mis enseñanzas?”; “¿todavía quieres irte conmigo a pesar que me dejaste solo?”; “Pedro, ¿todavía me crees?”; “¿aún quedan sueños e ilusiones en tu vida?”; “todavía puedes amar aunque viviste el desamor?”; “¿aún queda espacio en ti para nacer de nuevo?”; ¿todavía puedes recuperar el amor primero, aquel que te animó a la orilla del lago Galilea?; “¿sientes que YO soy la LUZ, el AGUA VIVA, el CAMINO de tu vida, el PAN que saciará para siembre tu hambre?”; “¿me amas, más que antes, mejor que antes, definitivamente más fuerte que antes?

El amor es la energía más maravillosa que puede sentir un ser humano.

Cuando uno ama todo florece, todo se hace diferente, el corazón está pletórico, los caminos se andan con más energía, con más ilusiones. Vale la pena la vida. Se amplían los horizontes. Amanece más temprano, la vida se hace luminosa, hay más energías para enfrentar los desafíos de cada día. El amor, mueve, energiza, provoca, crea y renueva los corazones.

Pues bien, hacia allá nos quiere llevar Jesús en nuestra vida cristiana. La pregunta en rigor, es la misma que le hizo a Pedro en la hora final de su estadía en este mundo. Pon tu nombre ………………… y déjate preguntar por Jesús. ¿Me amas? ¿De verdad? ¿Con toda tu historia? ¿Con lo que ahora mismo estás viviendo? ¿Me amas a pesar de tus caídas? ¿Me amas con toda tu virtuosidad y también con todo tu pecado? ¿Me amas a pesar que te pido más de lo que te crees capaz de dar?
¿Me amas más que a ti mismo, más que a tus bienes, más que a tu propia comodidad? ¿Me amas aunque la vida a veces se te dibuja como no quisieras y quizás pudieses estar en el Gólgota viviendo tu propia pasión? ¿Todavía me amas, hermana, hermano querido?, podría preguntarnos Jesús en este momento de nuestra vida.

Si nuestras respuestas son afirmativas, entonces Jesús nos dirá como a Pedro: “Apacienta mis ovejas”, “preocúpate de ellas, ámalas, cuídalas, protégelas, “ten olor a ellas” (Papa Francisco), atiende a la que está caída, limpia sus heridas, entrégales amor, sostenlas, consuélalas, camina con ellas, llévalas a pastos buenos, aliméntalas y si es necesario MUERE por ellas”.

Hermanos (as), la pregunta queda planteada por parte de Jesús, como un día se la hizo al mismo Pedro: ¿Me amas?, ¿me amas lo suficiente como para decir que realmente estoy enamorado(a) del Señor, que más allá de mis posibles desventuras o fragilidades, siento a Jesús en mi corazón?

Este diálogo recién comienza, ponte en disposición de escucha y apertura para seguir madurando esta pregunta que toca las convicciones más hondas de nuestras vidas. Hasta ahora Jesús siempre le había preguntado a la gente: “¿Tienes fe?”, pero nunca hasta ahora le preguntado a nadie: “¿Me amas?”. Ahora se la hace a Pedro cuando había dado muestras de su amor muriendo en la cruz y nos la hace a nosotros  en este momento de manera personal: ¿Me amas?, ¿qué le voy a responder?, en el diálogo sosegado seguramente se la vamos a contestar y de acuerdo a la respuesta así será el compromiso de vida que viviremos.

En este año que termina y al comenzar uno nuevo, Jesús nos vuelve a preguntar: ¿ME AMAS? ¿Cuánto? … para meditarlo un momento en el corazón.


jueves, 18 de diciembre de 2014

SOY JESUS


"EN TU CASA QUIERO ENTRAR"


Con mucha alegría y cariño, les saludo querida familia y les deseo toda clase de bendiciones para sus vidas.

Les escribo esta carta, porque necesito hablarles a su corazón. Necesito entrar en sus historias. Quisiera abrazarles en esta Navidad, para que se llenen de gozo y alegría.

Soy Jesús, el que nació en la periferia de Belén, hace ya más de dos mil años.

Quisiera visitarles  y que me abran las puertas de su casa. No importa que no esté del todo arreglada o preparada. No me interesa lo que haya pasado hasta ahora, sólo quiero que me ABRAN su corazón, para decirles que HOY he puesto mis ojos en ustedes, e invitarles para que sean mis discípulos ahí donde les toca vivir cada día.

¡Ábranme la puerta de su familia y de su corazón! Si lo hacen, yo entraré y podremos conversar de manera sencilla y fraterna sobre lo que les importa en sus vidas.

Quiero escuchar sus gritos y demandas. Quiero cicatrizar sus heridas y,  como el pastor con la oveja malherida, cuidarles y devolverles la vida y la esperanza. Quisiera unirme a sus sueños y esperanzas. Al fin, me gustaría que HOY me recibieran en su casa y que su hogar sea un verdadero PESEBRE, donde Yo pueda vivir entre ustedes.

No quiero ser un extraño en sus familias. Me duele si me marginan o se olvidan de Mí. Sólo quiero llevarles LUZ para sus vidas. Si me dejan entrar en su casa, todo se iluminará. Una nueva dimensión de vida se podrá gestar entre ustedes. Habrá espacio para el perdón y poder mirarse unos con otros con compasión y gratitud.

Si me dejan entrar, ALGO NUEVO podrá nacer en tu familia. Si me invitan a su casa, habrá espacio para sonreír y cantar. Espacio para mirarnos a los ojos y agradecer. Tiempo para estrechar nuestras manos y caminar juntos por la vida. Un momento para abrir el corazón y decirle a los demás: “TE AMO”. 

¿Me dejas entrar en tu casa querida familia?

Les bendice su amigo Jesús y quedo esperando su respuesta.

viernes, 28 de noviembre de 2014

EL TEST FINAL DEL CRISTIANO


“Tuve hambre y me diste de comer ….”

Mt. 25,35

Cuando un estudiante se enfrenta al examen final, no desearía más que saber de antemano los contenidos sobre los cuáles será interrogado, de saberlo, el pronóstico de un buen examen final, no admitiría ninguna duda. Es el “sueño del pibe”, podríamos decir, actuar sobre seguro conociendo las preguntas del examen final. En la práctica esto no se da.

En la vida cristiana, paradojalmente, ya sabemos en qué consistirá el “juicio final” al cual serán sometidas todas las naciones, todos los pueblos, de razas y culturas distintas, sin distinción de ninguna especie. Simplemente el “test” final, la “prueba de la blancura”, en términos sencillos, será cómo fue nuestro comportamiento con el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo y el encarcelado. El “test” final de la vida cristiana pasa por la compasión efectiva que el discípulo tuvo en su vida concreta, con esos “rostros de hermanos pequeños” en los cuales se identifica y se proyectó el mismo Jesús. “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mt. 25,40).

Aquí no se trata de una religión específica que pude haber practicado o de una fe específica que haya profesado. O de tal culto u otro. Aquí tampoco Jesús pronuncia grandes palabras que hoy suenan en nuestro vocabulario, como justicia, solidaridad, democracia, ni siquiera amor. Se habla simplemente de si tuviste o no compasión con el hambriento y diste de comer, con el sediento y le diste de beber. O con  el inmigrante (aquel que sale a conquistar nuevas tierras porque en la suya se muere) y lo acogiste. O diste vestido al desnudo, visitaste al enfermo y le llevaste calor humano y afecto en la hora de la prueba, o fuiste a ver al preso abandonado en el tiempo, incluso por su familia y que vive ese “sub mundo” espeluznante que es la misma cárcel.

Simplemente eso, nada más que eso.

Por ahí va el “test final” al cual será sometido todo ser humano, partiendo, indudablemente por quienes hemos creído en el mensaje de Jesús y hemos sentido su llamado en la “orillla del lago Galilea”, o en las distintas horas del día cuando el Señor nos invitó a trabajar en su viña.

Es la compasión lo que define la vida del cristiano. Sobre ella seremos juzgados al final de los tiempos. Quienes vivieron con su corazón puesto en los “miserables”, los “pequeños de Jesús”, que son, a la vez, sus hermanos, recibirán una BENDICION de parte de Dios porque vivieron su vida de cara al caído y al abandonado. Los otros, que han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás, sencillamente son invitados a APARTARSE porque han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás. Porque en este sentido Jesús es taxativo: “Les aseguro que cada vez que NO lo  hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt. 25,44).

Es una página bíblica tremendamente desafiante e interpeladora que requiere de nosotros una lectura atenta, pero sobre todo, tener la luz suficiente y la sabiduría pertinente para llevarla a la práctica cada día.

Hay muchos hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y presos (desgraciadamente) que esperan por nosotros en cuanto seamos capaces de hacer esa síntesis vital que la verdadera religión que más agrada a Dios Padre es aquella que se identifica con el que sufre. Por eso muchas Comunidades Cristianas, grupos bíblicos, creyentes de “a pie” que viven insertos en poblaciones, barrios marginales, sectores rurales, han hecho de esta narración una página emblemática que ha sostenido y dado orientación y caudal evangélico a su caminata creyente.

Estos hermanos y hermanas han comprendido lo que nos decía Puebla, en cuanto que “los pobres nos evangelizan” y han asumido el camino de la compasión como la identidad más honda de un creyente que ha sabido escuchar las palabras de su Maestro.

Parafraseando a un poeta (Pedro Casaldáliga) podríamos decir que: “Al final del camino te preguntarán: ¿Has tenido compasión? Y yo no diré nada. Mostraré las manos vacías y el corazón lleno de nombres llamados hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos y encarcelados”.

El test final está planteado, sólo falta que no te equivoques en su respuesta.


viernes, 31 de octubre de 2014

EL AMOR: DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA



“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?.
Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande
y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Mt. 22, 36-39



Un doctor de la Ley, queriendo poner a prueba al Maestro, le pregunta por el mandamiento más grande de la Ley. Hemos de saber que los judíos tenían 613 preceptos, entre mandamientos y prohibiciones, que debían guardar con toda rigurosidad. Entonces desde esta perspectiva, la pregunta a Jesús no era fácil de resolver sin el peligro de dejar de lado muchos aspectos que seguramente a los observantes de la Ley les supondría de alto interés. Porque hay que tener en cuenta, que, por ejemplo, los fariseos daban suma importancia a las normas alimenticias, a las abluciones antes de comer, a la distancia que está permitido caminar en sábado, etc. Para ellos era ciertamente más importante observar el sábado que curar un enfermo y reprochan a Jesús que hiciera milagros en sábado.

Sin embargo, Jesús sabe distinguir y ver en dónde está la primacía de la vida de un cristiano y en ese sentido, él no se pierde ni un instante: “Amar a Dios y amar al prójimo”, es el resumen magistral que nos propone el Maestro, como síntesis de vida para vivir nuestro discipulado en el seguimiento de Jesús.

No cabe perderse ni un instante, ni ceder a una mentalidad escrupulosa y sofisticada en la que puede caer alguien cuando se deja enredar en una madeja que no le da la sabiduría verdadera para intuir por dónde va la Buena Noticia que nos ha traído Jesús.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

"Son dos mandamientos inseparables y complementarios ... dos caras de una misma medalla" ... Papa Francisco. La inseparabilidad y complementariedad le dan la riqueza y originalidad a este mandamiento. En Jesús, su llamado será: "Amense los unos a los otros como Yo lo he amado" No se pueden separar, sin caer en el peligro de diluirlos y distorsionarlos y, al mismo tiempo, se enriquecen mutuamente: Amando a Dios amo más intensamente al prójimo y viceverza.

Aquí encontramos la síntesis perfecta en la vida de un cristiano.

Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu es reconocer que El es la FUENTE de todo, el fundamento de la vida, el CENTRO vital sobre el cual se ha de tejer la vida humana. Y, al mismo tiempo, para que este amor no sea una especie de escape de la realidad y de la historia, nos manda amar al prójimo como a ti mismo, pues no es posible construir la vida cristiana de “espaldas” a los que sufren, a los desposeídos, los cansados, los marginados. Amar a “rostros” concretos, aquellos que caminan a nuestro lado, que son parte de nuestra vida cotidiana y que esperan de un creyente que se manifieste en ellos el “rostro materno” de nuestro Dios.

Hagamos de este amor, en su doble dimensión, el “estandarte” de nuestra vida. Hagamos esta síntesis vital cada día. Pidamos esta gracia para no “aguar” el amor a Dios en una opción que no se identifica con los rostros concretos que tenemos a nuestro lado y hagamos del amor al prójimo  la expresión verdadera de que amamos a Dios con todo nuestro corazón.

Al final de la vida sólo te preguntarán: ¿Amaste?

Es de esperar que podamos decir: “Sí, intenté amar. Quise amar. Me movió el amor. Amé hasta más no poder a mi Dios y a mi prójimo. Amé como sólo pude y como sólo me enseñó mi Jesús”.



miércoles, 15 de octubre de 2014

SALIR A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS



“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados
no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.

Mt. 22, 8-9

El Rey había preparado meticulosamente el banquete de bodas de su hijo, sin embargo, todos los invitados, indistintamente, por diversos motivos se excusaron y no participaron del banquete que para ellos había sido preparado.

La pasión de Jesús fue anunciar el Reino. Hacia allá se orientó siempre su predicación y a las palabras le acompañaban gestos y actitudes concretas, que lo verificaban y lo hacían realidad en todo su apostolado.

Para hablarnos del Reino, Jesús toma la figura del banquete de bodas para subrayarnos que todos estamos invitamos a pertenecer a él, buenos y malos, pues este llamado es gratuito y es una oferta que Dios le hace a su pueblo y a cada persona en particular.

No habiendo comensales para el banquete (porque prefirieron otras cosas, su negocio, el campo …), la orden es perentoria: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. Es esta palabra la que hoy ha de resonar en nuestros oídos y corazones para instalar entre nosotros, lo que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”, una Iglesia desinstalada que no se conforma simplemente con una cómoda situación de instalación, sino que sale a buscar “comensales” que se interesen por hacer del Reino su causa última de vida.

Ante la sorpresa del Rey, la sala se llena de convidados, son los pobres, los marginados, los excluidos, los miserables, aquellos que no cuentan, quienes sintonizan de verdad con la invitación a ser parte del Reino de Dios. Todos aquellos que son parte de las “periferias existenciales” (Papa Francisco) del mundo y de nuestros pueblos, siempre se mostrarán proclives a escuchar esta invitación y hacerla suya.

Por eso necesitamos como Iglesia hacer este tránsito. Esforzarnos sinceramente para que  los últimos, los pobres, se sientan como en casa. Nos cabe como discípulos de Jesús, ser los OIDOS que escuchan el clamor de los que sufren. Sus MANOS para tocar leprosos y generar lazos de amistad y fraternidad. Ser su BOCA para pronunciar palabras que lleven luz y una buena noticia a los desheredados. Sus OJOS para mirar con ternura y cariño al que necesita amor y comprensión y ser sus PIES para llegar al que está alejado y no tiene a nadie que lo  consuele en su soledad, enfermedad o vejez.

El banquete del Reino está preparado y sólo hace falta acceder a él asumiendo la invitación que nos hace Jesús.

¿Cómo no ser parte del banquete de la solidaridad y la fraternidad? ¿Cómo no asumir en nuestra vida ser parte del banquete de la justicia y la paz entre hermanos, pueblos y naciones?

¿Acaso puede un verdadero cristiano excluirse, sin no poca responsabilidad personal, de hacer suyo el proyecto del Reino predicado por Jesús, aferrándose a una religión intimista, que te aleja y más encima no te permite ver la realidad que te acompaña cada día?

La invitación está extendida para todos. ¡Salgamos! En los cruces de los caminos y en las plazas de nuestras ciudades, pueblos y campos, hay suficientes potenciales invitados que esperan ser parte del banquete de bodas. Sólo hace falta, SALIR, no tan sólo hacer un movimiento físico, geográfico (que no nos haría nada de mal, dejar el “centro” e ir a los extremos), sino por sobre todo, SALIR presupone vaciarnos de nuestra seguridades y costumbres y relaciones habituales, para ir al encuentro del “desconocido”, del que está “fuera” de nuestro círculo habitual, hacer una salida “afectiva” en la cual puedan entrar otros rostros en nuestros corazones. Si la sala se llena de todos, "buenos y malos”, quiere decir que la tarea de la evangelización andará por caminos correctos y estará en la dirección que nos plantea el Señor en su evangelio.

¡Vayamos, pues, a los cruces de los caminos, más de alguien espera por nosotros!





miércoles, 24 de septiembre de 2014

DESACTIVANDO BOMBAS


“¿Cuántas veces deberé perdonar?”
“No guardes rencor a tu prójimo”


Hace unas semanas, una bomba, que detonó en una estación del Metro en Santiago, sembró el pánico entre la población, además de algunos heridos que trajo como consecuencia la explosión de dicho artefacto. Dicha bomba, según un movimiento anarquista que se la adjudicó, no buscaba atentar contra las personas inocentes que transitaban a esa hora por dicha estación, sino un acto en contra del poder establecido y de la clase dominante que oprime y se vale de los más desposeídos y excluidos de la sociedad.

Sin duda, todavía queda mucho por investigar y llegar a los responsables y conocer su método de actuar y descubrir su móvil e inspiración. La justicia deberá hacer su trabajo y la ciudadanía confía que aquello ocurrirá en cuanto llegar a los culpables, conocer de sus pruebas acusatorias, realizar el juicio en cuestión y, en definitiva, castigar dicha acción temeraria que tanto daño provoca a la sociedad en su conjunto. Porque es claro que cualquier bomba que sea colocada en el corazón de la sociedad, nada bueno puede traer y más aún, provocará que el miedo se instale en los ciudadanos y merme la sana convivencia entre los mismos. Una bomba nada bueno puede traer, aunque para algunos sea un método atendible a sus objetivos e inspiraciones.

Haciendo un parangón con este acto violentista, podemos decir que también hay ciertas bombas en nuestro corazón que necesitamos desactivar con urgencia. Nadie puede vivir cohabitando con sentimientos malos o negativos que no hacen más que horadar y destruir a la misma persona que los va incubando en su interior.

A este respecto una página bíblica del A.T. (Eclesiástico, 27,30 – 28,7), nos señalaba que “el rencor y la ira son abominables … perdona el agravio a tu prójimo … acuérdate del fin, y deja de odiar … acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo … piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa …” El odio, el rencor, el ánimo de venganza, la ira, el enojo, la ofensa, son verdaderas bombas que a veces se instalan dentro de nosotros y que imperiosamente necesitamos desactivar para que nuestra vida irradie luz y tengamos paz en el corazón. Nadie puede vivir –si no es a un precio muy alto de deshumanización- vivir con estos sentimientos y actitudes que van mutilando nuestro interior y nos pueden dañar hasta la misma muerte.

El perdón, que está en el ADN del cristianismo y es uno de los aportes esenciales al mundo occidental, es una expresión clara del mandamiento del amor que nos ha dejado como legado de su apostolado y anuncio evangélico el mismo Jesús. Perdonar y pedir perdón hace bien al corazón y la vida de cada ser humano que ha entendido el corazón mismo del evangelio. Es un ejercicio tremendamente liberador, que si bien es cierto es un camino difícil y complejo, que requiere de mucho coraje y valentía por quien lo vive, es una experiencia que ciertamente devuelve a la persona su dignidad y luminosidad. Porque cuando el alma se llena de sentimientos malos, ciertamente la vida se torna oscura y mezquina. Porque: ¿acaso el odio, el rencor, la venganza pueden ser una fuerza movilizadora para una  persona bien inspirada? Me temo que no.

¿Cuántas veces debo perdonar?, pregunta Pedro a Jesús (cf Mt. 18, 21-35) queriendo cuantificar la experiencia del perdón que ha de vivirse en el seno de la Comunidad de los discípulos. El perdón no tiene límites, dice el Señor, debe ser “setenta veces, siete”, siempre, y realizado con todo el corazón. Al perdón sin límites de Dios para con la criatura, equivale el perdón que ha de ofrecer el discípulo a quien lo ha ofendido.

Debemos profundizar esta experiencia del perdón en nuestra vida cotidiana. No es sólo un tema de fe (sin bien es cierto lo exige Jesús a quienes lo siguen y lo tienen como su Maestro para vivirlo en la Comunidad), sino también es una experiencia que hace bien vivirla en las relaciones humanas cotidianas, pues el perdón es capaz de romper el círculo vicioso que puede darse cuando se anidan sentimientos de rencor, venganza y odio como a veces nos toca experimentar.

Los padres deberían enseñar de continuo a sus hijos a vivir la doble y noble experiencia de PERDONAR y PEDIR PERDON. Perdonar cuando dos hermanos se han atacado y han tenido malos entendidos, de manera permanente y continua. Y  pedir perdón cuando uno ha ofendido al otro en un acto de coraje y audacia. Este mero ejercicio cotidiano, me parece puede construir en la persona una estructura humana que lo puede capacitar mejor para luego insertarse en la sociedad y vivir en esta dimensión la vida de cada día.

Hace falta desactivar esas “bombas existenciales negativas” que a veces se pueden incrustar en nuestro ser para que la vida tenga una dimensión más luminosa y plena. El odio, la venganza, el rencor, nada aportan, sólo limitan y llevan muerte a la persona.  En cambio el camino del perdón, aun cuando siendo complejo y difícil, siempre traerá algo mejor para la persona y su red de relaciones, sea la familia, la sociedad o la misma comunidad cristiana.


Vivamos esta dimensión de la vida, con la intensidad y la originalidad, con la que nos la pide el mismo Jesús: setenta veces siete. Y de seguro que muchas experiencias hermosas podrán nacer en nuestros corazones.

lunes, 25 de agosto de 2014

LA TRAVESIA DE LA VIDA



La vida humana, nuestra existencia cotidiana, se parece, muchas veces, a esa travesía que hacemos cuando nos internamos mar adentro y de repente se produce una enorme tempestad y la barca comienza a sacudirse violentamente. Entra el pánico, cunde el miedo, se acaban las seguridades, quedamos a la deriva.

¿A quién no le ha pasado alguna vez vivir esta experiencia límite de una barca (su vida) que se hunde o es fuertemente zarandeada por el fuerte oleaje de una sociedad que cambia vertiginosamente, de ciertas convicciones que se caen, o sencillamente, de un proyecto de vida que se viene al suelo? ¿Cuántas veces sentimos que la marea es demasiado grande que nuestra barca va a sucumbir y sencillamente se va a hundir?

Nos podemos preguntar: ¿Cómo está la barca de nuestra vida? ¿Amenaza hundirse en el fragor de la lucha cotidiana o de una experiencia relevante que me ha colapsado? ¿La siento con viento en contra porque todo aparentemente se desarrolla precisamente en la dirección contraria a lo que pienso y espero? O, por el contrario, ¿mi barca está tranquila, vive una cierta bonanza, con el ímpetu intacto para remar mar adentro y salir a conquistar otros mares y otras latitudes?

La barca donde iban los apóstoles estaba siendo sacudida fuertemente porque tenían viento en contra. Aparentemente estaban solos, porque Jesús se había quedado en tierra segura, en la montaña, solo, orando a su Padre. En eso están, cuando Jesús viene sobre ellos caminando sobre las aguas. Creen ver un fantasma y se asustan. Jesús los tranquiliza, pero no es suficiente, Pedro lo desafía a ir donde él caminando sobre las aguas, ante lo cual Jesús le anima a iniciar la travesía.

En eso está Pedro, cuando de repente le invade la sensación que el desafío es enorme, que el viento es demasiado contrario y tuvo miedo. Y comenzó a hundirse. Esa fue su sensación y experiencia.

Puede ser la experiencia tuya o mía en este momento.

Desafíos enormes, viento contrario, miedo que nos paraliza, sensación que nos hundimos. Es la realidad de muchos, que simplemente colapsan ante la vida que siempre es apuesta, aventura y desafío.

Nos hundimos, como Pedro, cuando quitamos la mirada a Jesús y comenzamos a centrarnos en nosotros mismos. Nos hundimos porque quedamos pegados en el mar de nuestras dudas y fragilidades, problemáticas y oscuridades. A veces inmersos, en demasía, en nuestros problemas y angustias. No caemos en la cuenta, que Alguien nos va a prestar su mano para sostenernos, cuando gritemos desde el fondo del alma: “Señor, sálvame”.

No cabe duda, para quienes hemos recibido el don de la fe, que Alguien nos tiende la mano e impide que nos hundamos. Nos sostiene y nos capacita de continuo para hacer frente a los mares turbulentos que la sociedad actual nos puede presentar. La fe nos permite sortear y enfrentar con una luz distinta los desafíos de la vida. Ella seguirá siendo una montaña alta que deberemos escalar, o, a veces, un mar que nos sacude de un lado para el otro, pero, indefectiblemente, en la hora de las turbulencias, esa MANO se hará evidente en nuestra existencia y nos capacitará para internarnos mar adentro en la búsqueda de lo nuevo y desconocido.

La fe nos permite caminar, aún cuando, nuevamente la barca sufra otros oleajes. Así es la vida: Camino por andar, experiencias por vivir, sentidos y horizontes por descubrir. Al final, en el acto de fe, el viento se calmará y nos postraremos delante de Jesús para realizar el acto de adoración final, en la perspectiva que nuestra adhesión a él, nos permitirá y facultará para proseguir la travesía de la vida.

Una y otra vez, en la travesía de la vida, a pesar que sintamos que nos hundimos, Alguien nos pasará su mano y sortearemos el viento en contra.

Esa es nuestra convicción y nuestra fe.