“El banquete nupcial está
preparado, pero los invitados
no eran
dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que
encuentren”.
Mt. 22, 8-9
El
Rey había preparado meticulosamente el banquete de bodas de su hijo, sin
embargo, todos los invitados, indistintamente, por diversos motivos se
excusaron y no participaron del banquete que para ellos había sido preparado.
La
pasión de Jesús fue anunciar el Reino. Hacia allá se orientó siempre su
predicación y a las palabras le acompañaban gestos y actitudes concretas, que
lo verificaban y lo hacían realidad en todo su apostolado.
Para
hablarnos del Reino, Jesús toma la figura del banquete de bodas para
subrayarnos que todos estamos invitamos a pertenecer a él, buenos y malos, pues
este llamado es gratuito y es una oferta que Dios le hace a su pueblo y a cada
persona en particular.
No
habiendo comensales para el banquete (porque prefirieron otras cosas, su
negocio, el campo …), la orden es perentoria: “Salgan a los cruces de los
caminos e inviten a todos los que encuentren”. Es esta palabra la que
hoy ha de resonar en nuestros oídos y corazones para instalar entre nosotros,
lo que el Papa Francisco llama “una
Iglesia en salida”, una Iglesia desinstalada que no se conforma simplemente
con una cómoda situación de instalación, sino que sale a buscar “comensales”
que se interesen por hacer del Reino su causa última de vida.
Ante
la sorpresa del Rey, la sala se llena de convidados, son los pobres, los
marginados, los excluidos, los miserables, aquellos que no cuentan, quienes
sintonizan de verdad con la invitación a ser parte del Reino de Dios. Todos aquellos
que son parte de las “periferias existenciales” (Papa Francisco) del mundo y de
nuestros pueblos, siempre se mostrarán proclives a escuchar esta invitación y
hacerla suya.
Por
eso necesitamos como Iglesia hacer este tránsito. Esforzarnos sinceramente para que los últimos, los pobres, se sientan como en casa. Nos cabe como discípulos de
Jesús, ser los OIDOS que escuchan el clamor de los que sufren. Sus MANOS para
tocar leprosos y generar lazos de amistad y fraternidad. Ser su BOCA para
pronunciar palabras que lleven luz y una buena noticia a los desheredados. Sus
OJOS para mirar con ternura y cariño al que necesita amor y comprensión y ser
sus PIES para llegar al que está alejado y no tiene a nadie que lo consuele en su soledad, enfermedad o vejez.
El
banquete del Reino está preparado y sólo hace falta acceder a él asumiendo la
invitación que nos hace Jesús.
¿Cómo
no ser parte del banquete de la solidaridad y la fraternidad? ¿Cómo no asumir
en nuestra vida ser parte del banquete de la justicia y la paz entre hermanos,
pueblos y naciones?
¿Acaso
puede un verdadero cristiano excluirse, sin no poca responsabilidad personal, de
hacer suyo el proyecto del Reino predicado por Jesús, aferrándose a una
religión intimista, que te aleja y más encima no te permite ver la realidad que
te acompaña cada día?
La
invitación está extendida para todos. ¡Salgamos! En los cruces de los caminos
y en las plazas de nuestras ciudades, pueblos y campos, hay suficientes
potenciales invitados que esperan ser parte del banquete de bodas. Sólo hace
falta, SALIR, no tan sólo hacer un movimiento físico, geográfico (que no nos
haría nada de mal, dejar el “centro” e ir a los extremos), sino por sobre todo,
SALIR presupone vaciarnos de nuestra seguridades y costumbres y relaciones
habituales, para ir al encuentro del “desconocido”, del que está “fuera” de
nuestro círculo habitual, hacer una salida “afectiva” en la cual puedan entrar
otros rostros en nuestros corazones. Si la sala se llena de todos, "buenos y
malos”, quiere decir que la tarea de la evangelización andará por caminos
correctos y estará en la dirección que nos plantea el Señor en su evangelio.
¡Vayamos, pues, a los cruces de los
caminos, más de alguien espera por nosotros!
1 comentario:
Parece difícil pensar en salir a invitar personas por el camino, y con tanta agudeza que nos permita hacernos el propio Jesús que nos lleva al Padre Bueno, sin embargo, las maneras y estilos están muy cerca, reconociendo que hay veces que nuestra comodidad nos inhibe postergarnos y atrevernos, comenzando por justificar la desidia hasta convencerse que eso está bien. La gente del camino está a la espera, al lado mío en mi colegio, en mi trabajo, entre mis vecinos y aquellos que casualmente podrían cruzarse por donde voy, y quién sabe que tal vez los mandó el Señor. Si somos conscientes y atentos a esos signos, nos acercamos a ser parte de los que ayudan a la llegada del Reino de Dios.
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