jueves, 18 de marzo de 2010

TERREMOTO EN CHILE

Levantemos Chile, con unidad y solidaridad.








"A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo"
Salmo 122


En la madrugada del sábado 27 de febrero, a eso de las 3,34 A.M., fuimos despertados abruptamente por un fuerte terremoto que asoló a nuestro país, con posterior maremoto, el cual ha traído muerte, dolor, pánico, sufrimiento, desolación, tristeza y mucha angustia en muchos chilenos y chilenas que hemos vivido esta indescriptible experiencia.

La tierra habló y ¡de que manera!

Nos hemos sentido vulnerables, pequeños, frágiles, minúsculos, apenas una pequeña hormiga que deambula por este planeta tierra del cual nos hemos creído dueños y señores.

La devastación ha sido evidente, la percibimos con nuestros ojos por la televisión en diferentes lugares y también nos hemos asomado a ella en nuestra propia realidad de nuestros pueblos y ciudades. A la devastación material, se ha unido la devastación de nuestro corazón. Pareciera que la catástrofe nos supera y se va instalando entre nosotros la desesperanza, el hastío y la perplejidad.

En estas condiciones, ¿Hacia dónde mirar? ¿A quién implorar? ¿Dónde colocar nuestra mirada y elevar nuestros ojos, humedecidos por las lágrimas y la tristeza?

Esa noche fatídica del terremoto, seguramente muchos rezamos y nos abandonamos en Dios. Es que solamente en El podemos encontrar la fuerza moral y espiritual para volvernos a levantar. El, que quiere la vida plena de sus hijos, no nos ha abandonado. De hecho nunca nos abandona. Tampoco lo hizo en el terremoto, aunque parezca contradictorio decirlo o creerlo.

Los quejidos y lamentos de la tierra son expresión de su misma naturaleza, mas, nuestros quejidos y lamentos no pueden, sino, depositarse en Dios porque así podemos sacudirnos del polvo, las ruinas, la marejada y el impacto, para levantarnos y crecer en humanidad, solidaridad, cariño y afecto, como tantos lo han demostrado, comenzando por tantas cruzadas de solidaridad que se han verificado en estos días, más allá de la cara oscura que algunos han demostrado.

El terremoto y maremoto vivido, podrán acabar con casas, puertos, vidas humanas incluso, pero no acabarán con nuestra esperanza activa, en donde caemos en la cuenta que después de la tormenta viene la calma.

Queridos amigos y amigas, viene la hora de la esperanza, del amor solidario y la unión de los corazones. Viene, sin duda, la hora de Dios.

La hora de mirar el horizonte con esperanza y sentir que nuestros corazones no se han desmoronado, a pesar de que la escala Richter nos diga que la tierra se sacudió en 8,8 grados.

Transformemos estos 8,8 grados, ahora y aquí, en 8,8 grados de experiencias nuevas, experiencias de mayor humanidad y dejemos aflorar lo mejor que cada uno guarda en su corazón para que así este terremoto no consuma la esperanza y el amor entre nosotros.

Se los deseo de corazón.

Su hermano.