domingo, 31 de octubre de 2010

JESUS Y ZAQUEO

Ver con los ojos del corazón, que son los ojos del amor.


Jesús entra en mi casa y dame tu salvación.


“Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que quedarme en tu casa”

Lc. 19, 5



Jesús era un hombre libre. No se mueve por consideraciones humanas ni por falsos respetos, ni tiene un actuar políticamente correcto, como sucede a veces con nosotros.

Tanto es así, que no tiene empacho en ir a alojar a la casa de Zaqueo.

Zaqueo tenía un currículum de miedo. Era jefe de publicanos, por lo tanto hombre de mala fama, asociado a los intereses imperiales. Muy rico, lo cual lo pone objetivamente lejos del Reino (es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos, había enseñado Jesús, Lc. 19,24). Es un pecador, dice la gente. Parece que lo tienen fichado en su falso proceder. Había defraudado a muchos, tanto es así que él mismo promete devolver la mitad de los bienes a los pobres y cuatro veces más a quien haya defraudado, y era un hombre “perdido”, según las mismas palabras de Jesús.

Es decir, irremediablemente lejos de Jesús.

A pesar de ello, algo bueno queda en su corazón. Quiere VER a Jesús, no le basta escucharlo, sino quiere tener una experiencia visual, quizás, la experiencia del corazón que sabe ver más profundamente. En eso está. Se sube a un sicómoro porque era de baja estatura y espera que pase el Señor.

Y el Señor pasó por su vida. La mirada penetrante de Jesús que ha conquistado a muchos, ahora pone sus ojos en este hombre ansioso de libertad y vida nueva, pues, de no ser así, ¿por qué esa necesidad de VER pasar al Maestro?

Y comenzó a desencadenarse un proceso lleno de intensidad. Baja, le dice Jesús, hoy quiero quedarme en tu casa. Y él lo recibió con mucha alegría y como fruto de ese encuentro personal con el Señor, Zaqueo comenzó a compartir sus bienes con los pobres y con quienes había defraudado.

Desde la perspectiva del Reino y de Jesús, NADIE está perdido para siempre. No podemos creer que una persona esté inexorablemente fuera del seguimiento del Maestro. Cada cual, desde su indigencia, puede recibir hoy día esta llamada “QUIERO QUEDARME EN TU CASA”, porque Jesús ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, y esa es por siempre la pedagogía evangelizadora del Señor.

A la iniciativa de Jesús, abramos la puerta de nuestra casa, la puerta del corazón, para que algo nuevo suceda en nuestra vida.

No estamos perdidos inexorablemente.

Podemos comenzar de nuevo, a condición que Jesús se aloje en nuestra casa y nosotros lo recibamos con alegría. Como quien recibe al amigo, al huésped esperado, al confidente soñado, a aquel que cambiará para siempre mi vida.

martes, 19 de octubre de 2010

MINEROS Y LA FUERZA POR VIVIR







“Los mineros salieron de la mina calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar, creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba, saben subir mirando para abajo”

César Vallejo, poeta peruano.


Ese día bajaron a la mina como lo habían hecho otras tantas veces. Es su trabajo, su vocación, el oficio que mamaron de sus padres y abuelos. Lo hacían con la certeza que así se hacían dueños de su destino ganando el pan para los suyos. Estaban acostumbrados a convivir con el peligro y la aventura. Pero son osados y son corajudos. No les paraliza el miedo, puede más su aliento interior que les lleva a desafiar la roca dura que les espera para ser explotada y devorada.

Nada hacía presagiar la tragedia que se desencadenaría después. Miles de toneladas se les vinieron encima y comenzó la noche eterna. La noche de la angustia y el desencanto. De la desesperanza y la muerte.

La turbación y el descontrol se apoderó en ellos. Cada cual quería acometer un desafío distinto. Es que el anhelo de la libertad y la supervivencia son más poderosos que entregarse mansito a la infausta tarde que les tocaba vivir.

No veían nada, por varias horas, luego vino lo que todos más o menos intuimos. Llantos de impotencia, epítetos de grueso calibre, que buscaban desahogar esos corazones apretados. Algunos miraron al cielo, buscando una explicación, o simplemente, elevando una plegaria. Otros se acordaron de aquellos que amaban, otros guardaron silencio profundo, más de alguien se preguntó: ¿Y por qué esto? ¡Si sabíamos del peligro que se cernía sobre esta mina! Y comenzó la lucha y la aventura.

Todo aquello que puede vivir un ser humano se hizo evidente en esa lucha encarnizada por sobrevivir: Amor, desesperanza, esperanza, separación, muerte, vida, desastre, renacer, solidaridad, catarsis, sacrificio, memoria.

A pesar de la situación inhumana en la que los mineros sobrevivieron esos 70 días, no se entregaron. Debajo de la tierra se puede estar enterrado y minado en lo más íntimo del ser, pero nadie pudo quitarles la fuerza para la lucha. Es lo que dice Victor Frankl cuando nos señala que: “El hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo” (El hombre en busca de sentido, p. 179).

Afuera el drama era evidente. Sin embargo, en el Campamento “Esperanza” NUNCA decayó la esperanza. Increíble. Mujeres hechas de madera indestructibles. Acrisoladas en la vida dura y la batalla del día a día, no podían claudicar. En realidad, las mujeres nunca claudican. Muchos se dieron al trabajo de rescate, con sinceridad y sacrificio. Con el corazón en la mano. Solidaridad y trabajo en equipo por doquier. Energía e inteligencia conjugadas. Plegarias y cánticos, unidos.

Hasta que llegó el día bendito. ¡Los mineros fueron rescatados en su totalidad, sanos y salvos!, en una bendita cápsula que era como entrar en el vientre materno para nacer de nuevo. Todo Chile lloró. Yo también. El mundo se extasió. Este hecho marcará un punto de inflexión en el devenir de nuestra patria. Eso espero.

Ahora viene procesar toda esta gesta épica y dejarla para siempre en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad.

Los mineros no eran ni son ni serán modelos de vida, pero SI son modelos de sobrevivencia y de fuerza para vivir, a pesar que la mina quería retenerlos para siempre. Eso aprendamos de ellos. Aprendamos que nunca tenemos que entregarnos ante las vicisitudes de la vida, por duras que éstas sean.

Pues, quien se entrega, muere.

Los mineros lucharon, por eso están VIVOS.

domingo, 3 de octubre de 2010

HABLAME, FRANCISCO





La fe yace dormida y escondida en la furia de la ley.
La esperanza se bate en retirada y quedan pocos espacios para el desparpajo.
El amor lo hemos ultrajado. Nos duele el Amor no amado.

Háblame, Francisco. Aunque no te escuche, háblame.
Mírame aunque mis ojos estén perdidos en el horizonte.
Tómame Francisco, sí, tómame, necesito estrechar tu mano cálida y generosa.

Háblame, Francisco, sólo háblame.
Con tu mirada. Con tus ojos llenos de ternura.
Con tu corazón henchido de amor.

Háblame, Francisco, con todo tu ser y originalidad.
Con tu libertad y osadía. Con tu simplicidad y radicalidad.

Háblame, Francisco, háblame.

Ahora y aquí.
A este corazón.
En esta hora.
En este tiempo.
En esta Iglesia.
En este mundo.

Háblame, Francisco, pequeño juglar de Dios.

¡Háblame, Francisco!.
Entonces la fe, la esperanza y el amor
se alojarán por siempre en mi corazón.

Si, Francisco, sólo háblame.

Amén.
fray Mario.