martes, 25 de marzo de 2014

SEÑOR, DAME DE ESA AGUA


 


En este Tercer Domingo de Cuaresma, la Iglesia proclama el evangelio del encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Es el encuentro de dos historias, de dos corazones. Jesús va al pozo de Jacob a buscar agua para beber. El calor del mediodía y el intenso ajetreo del apostolado le llevan a Jesús a buscar agua. Se siente cansado y necesita agua para saciar la sed. En eso está, cuando llega una mujer con su cántaro a cuestas. Como todos los días, mal que mal esa es su rutina de vida, esa mujer piensa que nada nuevo puede ocurrir ese día, pero grande será su sorpresa.
 
Jesús, como buen pedagogo, parte de un hecho trivial (como es pedirle de beber a la mujer) con el fin de llevarla a las profundidades de su vida. No se adelanta en quemar etapas, respeta el proceso de autocomprensión de la mujer para que ella por sí misma vaya haciendo más consciente la realidad de su vida.
 
Jesús respeta, pregunta, escucha, dialoga, se abre a la realidad de la mujer.
 
No enjuicia, pero lleva a la verdad (¿tienes marido? le pregunta), de tal manera que la mujer comience a hacer evidente la realidad que está viviendo. Con respeto, pero sin pausas, Jesús va entrando en la vida de esta mujer, hasta que ella cae en la evidencia que quien le había pedido de beber no es ni más ni menos que el Señor, el Mesías.
 
Ahora, entonces, no será Jesús quien pida agua para beber, si no que la misma mujer le suplicará que le de esa AGUA VIVA. De esa agua que apaga para siempre la sed y que hace transformar la vida por entero.
 
Y así fue. Jesús le dio AGUA VIVA a la mujer quien ahora liberada de todas sus ataduras, sanadas sus heridas, con el corazón rebosante de alegría, DEJA EL CANTARO, el mismo que había utilizado tantas veces en ir a buscar agua al pozo de Jacob, y parte presurosa a anunciar a sus coterráneos que había encontrado a “alguien que le ha dicho todo sobre ella”. Una vida ha entrado en otra. Jesús en la mujer. La mujer ha sido constituida en misionera.
 
Se ve que ese encuentro fue un momento particularmente liberador para la mujer, pues no se sostendría que alguien agobiado por su historia personal de vida, salga presurosa y contenta, como la mujer, a anunciar a los demás a Jesús. De aquí se desprende que todo encuentro verdadero con Jesús sana, compromete y envía a la misión. Es lo que hizo la mujer samaritana, es también lo que intentaremos hacer nosotros, cuando de verdad Jesús salga a nuestro encuentro y nos regale lo mejor de si mismo.
 
Tú eres esa mujer sedienta, ese hombre sediento. Tú necesitas beber AGUA VIVA, agua verdadera, agua limpia. Tú eres esa persona que carga con una rica, pero en ocasiones, pesada historia y ahora Jesús quiere unirse más de cerca contigo para liberarte de tu pasado que te hiere. Hoy Jesús quiere que nazcas de nuevo, del agua y del Espíritu para que dejes tu cántaro (esa vida habitual, rutinaria e inerte que muchas veces podemos llevar), para redimensionar tu existencia y lanzarte a conquistar nuevos desafíos.
 
Pidamos la gracia de hacer también nosotros esta experiencia como la mujer samaritana. Para Jesús todo es posible, para él no hay barreras ni condicionamientos de ninguna especie (basta saber que los judíos no se relacionaban con los samaritanos y que era impropio ver conversando a un varón con una mujer), de tal forma que si lo dejamos entrar en nuestro corazón, algo nuevo podrá nacer.
 
No sigamos bebiendo de aquellos pozos que no pueden darnos agua pura, ni agua viva. Al contrario, pidamos que el mismo Jesús nos de AGUA VIVA para saciarnos para siempre nuestra sed. De esta manera, la vida se hace novedad y puede comenzar algo nuevo, en una dimensión distinta, como le ocurrió a esa mujer samaritana.