lunes, 25 de agosto de 2014

LA TRAVESIA DE LA VIDA



La vida humana, nuestra existencia cotidiana, se parece, muchas veces, a esa travesía que hacemos cuando nos internamos mar adentro y de repente se produce una enorme tempestad y la barca comienza a sacudirse violentamente. Entra el pánico, cunde el miedo, se acaban las seguridades, quedamos a la deriva.

¿A quién no le ha pasado alguna vez vivir esta experiencia límite de una barca (su vida) que se hunde o es fuertemente zarandeada por el fuerte oleaje de una sociedad que cambia vertiginosamente, de ciertas convicciones que se caen, o sencillamente, de un proyecto de vida que se viene al suelo? ¿Cuántas veces sentimos que la marea es demasiado grande que nuestra barca va a sucumbir y sencillamente se va a hundir?

Nos podemos preguntar: ¿Cómo está la barca de nuestra vida? ¿Amenaza hundirse en el fragor de la lucha cotidiana o de una experiencia relevante que me ha colapsado? ¿La siento con viento en contra porque todo aparentemente se desarrolla precisamente en la dirección contraria a lo que pienso y espero? O, por el contrario, ¿mi barca está tranquila, vive una cierta bonanza, con el ímpetu intacto para remar mar adentro y salir a conquistar otros mares y otras latitudes?

La barca donde iban los apóstoles estaba siendo sacudida fuertemente porque tenían viento en contra. Aparentemente estaban solos, porque Jesús se había quedado en tierra segura, en la montaña, solo, orando a su Padre. En eso están, cuando Jesús viene sobre ellos caminando sobre las aguas. Creen ver un fantasma y se asustan. Jesús los tranquiliza, pero no es suficiente, Pedro lo desafía a ir donde él caminando sobre las aguas, ante lo cual Jesús le anima a iniciar la travesía.

En eso está Pedro, cuando de repente le invade la sensación que el desafío es enorme, que el viento es demasiado contrario y tuvo miedo. Y comenzó a hundirse. Esa fue su sensación y experiencia.

Puede ser la experiencia tuya o mía en este momento.

Desafíos enormes, viento contrario, miedo que nos paraliza, sensación que nos hundimos. Es la realidad de muchos, que simplemente colapsan ante la vida que siempre es apuesta, aventura y desafío.

Nos hundimos, como Pedro, cuando quitamos la mirada a Jesús y comenzamos a centrarnos en nosotros mismos. Nos hundimos porque quedamos pegados en el mar de nuestras dudas y fragilidades, problemáticas y oscuridades. A veces inmersos, en demasía, en nuestros problemas y angustias. No caemos en la cuenta, que Alguien nos va a prestar su mano para sostenernos, cuando gritemos desde el fondo del alma: “Señor, sálvame”.

No cabe duda, para quienes hemos recibido el don de la fe, que Alguien nos tiende la mano e impide que nos hundamos. Nos sostiene y nos capacita de continuo para hacer frente a los mares turbulentos que la sociedad actual nos puede presentar. La fe nos permite sortear y enfrentar con una luz distinta los desafíos de la vida. Ella seguirá siendo una montaña alta que deberemos escalar, o, a veces, un mar que nos sacude de un lado para el otro, pero, indefectiblemente, en la hora de las turbulencias, esa MANO se hará evidente en nuestra existencia y nos capacitará para internarnos mar adentro en la búsqueda de lo nuevo y desconocido.

La fe nos permite caminar, aún cuando, nuevamente la barca sufra otros oleajes. Así es la vida: Camino por andar, experiencias por vivir, sentidos y horizontes por descubrir. Al final, en el acto de fe, el viento se calmará y nos postraremos delante de Jesús para realizar el acto de adoración final, en la perspectiva que nuestra adhesión a él, nos permitirá y facultará para proseguir la travesía de la vida.

Una y otra vez, en la travesía de la vida, a pesar que sintamos que nos hundimos, Alguien nos pasará su mano y sortearemos el viento en contra.

Esa es nuestra convicción y nuestra fe.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando los Apóstoles vieron al Señor caminar, su miedo fue mayor o menor que cuando se hundía la barca? Seguro que ambos temores fueron de gran magnitud, pero de las dos situaciones ellos salen ganadores, se calma la agitación del mar y tienen a su lado al Maestro. En la vida nuestra creo que toda vez que sentimos que tocamos fondo, que se acaban las posibilidades, nos ocurre lo mismo que a los discípulos, si es que conocemos y reconocemos al Señor socorriéndonos. Primero nos levanta, nos salva, y luego, queda en y con nosotros. Aquí vale tener fe, darse cuenta de su visita y no dejarlo ir.

Anónimo dijo...

Una experiencia puedo contar que ae relaciona con el mar intranquilo y la aparición de Jesús sobre el agua. La vida es como el mar, a veces en la calma total, otras no tanto muchas veces tremendamente alborotado, a veces pasamos por tiempos planos, serenos, nada altera la tranquilidad, otras se alternan momentos inciertos, de ansiedad por lo que puede avecinarse e inevitablemente días, semanas, meses o años de tormentas. Yo me veo atravesando un largo puente, mi vida sobre ese puente, con todos los instantes que he vivido, y los que viviré, y, al cruzarlo siento a mi lado un soporte firme, seguro, que no me suelta si yo no me alejo. Ese es mi Señor Jesucristo, el mismo que se apareció a Pedro y a los Apóstoles, y que solo quiere FE. Pido a Dios que mi fe crezca tanto que no me separe de Él nunca mientras vaya sobre el puente de mi vida.

Anónimo dijo...

En mi travesía por esta vida también he encontrado esa variedad de mares, alborotados y serenos, que me han llevado a flaquear en mi fe pero en otras, a madurarla. Si me detengo hoy, veo con perfecta claridad que aún cruzando ya una tormenta se me viene otra, tan o mas fuerte que la primera y me sorprendo, porque tambaleando en las dos, muy seguro sentí como el Señor Jesucristo me tomó mis manos y me abrazó para no sucumbir, me entregó una fuerza desconocida para no hundirme, al revés, sentir que en Él he sido confortado, fuerte y me mantuve en calma. Gracias Padre Mario, a veces leo estas reflexiones y entro en mi casa interior para leer mi experiencia de fe.