“Tuve hambre
y me diste de comer ….”
Mt. 25,35
Cuando
un estudiante se enfrenta al examen final, no desearía más que saber de
antemano los contenidos sobre los cuáles será interrogado, de saberlo, el
pronóstico de un buen examen final, no admitiría ninguna duda. Es el “sueño del
pibe”, podríamos decir, actuar sobre seguro conociendo las preguntas del examen
final. En la práctica esto no se da.
En
la vida cristiana, paradojalmente, ya sabemos en qué consistirá el “juicio
final” al cual serán sometidas todas las naciones, todos los pueblos, de razas
y culturas distintas, sin distinción de ninguna especie. Simplemente el “test”
final, la “prueba de la blancura”, en términos sencillos, será cómo fue nuestro
comportamiento con el hambriento, el sediento, el forastero, el desnudo, el
enfermo y el encarcelado. El “test” final de la vida cristiana pasa por la
compasión efectiva que el discípulo tuvo en su vida concreta, con esos “rostros
de hermanos pequeños” en los cuales se identifica y se proyectó el mismo Jesús.
“Les aseguro que cada vez que lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mt. 25,40).
Aquí
no se trata de una religión específica que pude haber practicado o de una fe
específica que haya profesado. O de tal culto u otro. Aquí tampoco Jesús
pronuncia grandes palabras que hoy suenan en nuestro vocabulario, como
justicia, solidaridad, democracia, ni siquiera amor. Se habla simplemente de si
tuviste o no compasión con el hambriento y diste de comer, con el sediento y le
diste de beber. O con el inmigrante
(aquel que sale a conquistar nuevas tierras porque en la suya se muere) y lo
acogiste. O diste vestido al desnudo, visitaste al enfermo y le llevaste calor
humano y afecto en la hora de la prueba, o fuiste a ver al preso abandonado en
el tiempo, incluso por su familia y que vive ese “sub mundo” espeluznante que
es la misma cárcel.
Simplemente
eso, nada más que eso.
Por
ahí va el “test final” al cual será sometido todo ser humano, partiendo,
indudablemente por quienes hemos creído en el mensaje de Jesús y hemos sentido
su llamado en la “orillla del lago Galilea”, o en las distintas horas del día
cuando el Señor nos invitó a trabajar en su viña.
Es la compasión lo que define la vida
del cristiano. Sobre ella seremos
juzgados al final de los tiempos. Quienes vivieron con su corazón puesto en los
“miserables”, los “pequeños de Jesús”, que son, a la vez, sus hermanos,
recibirán una BENDICION de parte de Dios porque vivieron su vida de cara al
caído y al abandonado. Los otros, que han vivido indiferentes al sufrimiento de
los demás, sencillamente son invitados a APARTARSE porque han vivido
indiferentes al sufrimiento de los demás. Porque en este sentido Jesús es
taxativo: “Les aseguro que cada vez que
NO lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt. 25,44).
Es
una página bíblica tremendamente desafiante e interpeladora que requiere de
nosotros una lectura atenta, pero sobre todo, tener la luz suficiente y la
sabiduría pertinente para llevarla a la práctica cada día.
Hay
muchos hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y presos
(desgraciadamente) que esperan por nosotros en cuanto seamos capaces de hacer
esa síntesis vital que la verdadera religión que más agrada a Dios Padre es
aquella que se identifica con el que sufre. Por eso muchas Comunidades
Cristianas, grupos bíblicos, creyentes de “a pie” que viven insertos en
poblaciones, barrios marginales, sectores rurales, han hecho de esta narración
una página emblemática que ha sostenido y dado orientación y caudal evangélico
a su caminata creyente.
Estos
hermanos y hermanas han comprendido lo que nos decía Puebla, en cuanto que “los
pobres nos evangelizan” y han asumido el camino de la compasión como la
identidad más honda de un creyente que ha sabido escuchar las palabras de su
Maestro.
Parafraseando
a un poeta (Pedro Casaldáliga) podríamos decir que: “Al final del camino te
preguntarán: ¿Has tenido compasión? Y yo no diré nada. Mostraré las manos
vacías y el corazón lleno de nombres llamados hambrientos, sedientos, desnudos,
forasteros, enfermos y encarcelados”.
El
test final está planteado, sólo falta que no te equivoques en su respuesta.
1 comentario:
rUna de mis pasiones en la niñez y en mis etapas de escolar, fue tener las mejores notas, me esmeraba por tenr el primer lugar entre mis compañeros de curso y lo logré tantas veces, era para mí un logro que me provacaba grandes alegrías, aunque confieso, con cierta presunción de ser mejor que el resto. Pero eso era por algo muy terrenal, claro que hay que ser brillante en los estudios y en la vida en general, al menos con los méritos que hemos recibido. Y, ahora, cuando ya no debo estudiar por una nota, sino más que eso, cumplir una tarea, la que el Señor Jesucristo nos ha dado, viene entonces mi cuestionamiento, no estoy tan segura que podré nuevamente sacarme las mejores notas. Claro que creo o al menos he intentado acercarme a lo que debo hacer con el Señor cuando se me presenta en el pobre, desnudo, hambriento, preso, enfermo o carente de cualquier cosa, sin embargo, me doy cuenta de lo débil que ha sido mi respuesta, no sé por qué, será tal vez porque tengo resistencia al mal olor? o me da vergúenza que me vean junto a los menesterosos? o, ir a la cárcel es cosa de otros? me cuesta renunciar a mi bienestar y comprometerme a servir, acompañar, atender al caído. Este pasaje me lleva a pensar en el Buen Samaritano, que tampoco lo soy. Por Dios, que poco coherente ha sido mi vida. Voy a pedir al Señor que me ilumine ante el que pida mi ayuda, que venza mis trabas, que sirva, y que lo que pueda hacer sea en forma libre, sin repugnancia ni reservas. Se lo pediré con sinceridad y con fuerza.
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