viernes, 31 de diciembre de 2010

DIOS CON NOSOTROS






¡FELIZ NAVIDAD!

¡FELIZ Y FECUNDO AÑO NUEVO!



Estimado amigo, estimada amiga, a través de este blog, nos hemos relacionado durante este año, y a través de este mismo medio, te deseo hayas vivido una hermosa FIESTA DE NAVIDAD y desearte los mejores augurios para el año nuevo que vamos a iniciar.

Espero que esta Navidad la hayas vivido en el contexto y sentido que esta fiesta cristiana supone. De rodillas y en silencio, para contemplar el MISTERIO de Dios que se hace Frágil, Pequeño, Pobre y Marginal. De un Dios Pequeño, que viene a compartir nuestra estructura humana para humanizarnos y darle dignidad a nuestro ser. De un Dios que se hace EMMANUEL, Dios con nosotros, y apuesta por caminar siempre al lado de su pueblo y de todo aquel que se hace su discípulo.

Te invito a abrir las puertas de tu corazón a Dios Niño, para que El siempre encuentre un lugar de tu ser, en donde establecer su morada y así se haga HUESPED permanente de tu camino de vida.

Anda amigo, amiga, a sentarte a los pies del PESEBRE DE BELEN para abrir los ojos y mirar distinto. Para agudizar el oído y sentir el silencio que te habla. Para tomar en tus manos a Dios Niño y regalarle un hogar, el de tu corazón y tu familia, donde El se sienta realmente en casa.

Amigo, amiga, ¡haz la experiencia de Belén! y tu corazón se regocijará de profunda alegría. Quedarás extasiado y anonadado al contemplar a Dios que habita entre nosotros.

Y haciendo esta experiencia, entonces te sentirás interpelado para salir al encuentro de los demás, como lo hace Dios Niño, y encarnarse, zambullirse con todo en la historia y en el suelo que habitamos, porque nada humano le es ajeno al cristiano después de experimentar al mismo Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Salir al encuentro del frágil, del pequeño, y meternos en el barro, en esta tierra, construyendo así una espiritualidad de la inserción en el estilo de la encarnación del mismo Jesús.

Necesitamos hacer la “experiencia de Belén” para llevar el evangelio al corazón de nuestros pueblos. Insertarnos en la cultura para que la BUENA NOTICIA de Jesús adquiera relevancia y sentido de vida para quienes buscan la LUZ para sus vidas.

Que la LUZ DE BELEN te acompañe por siempre. Te lo deseo de corazón.

viernes, 17 de diciembre de 2010

CAMBIO DE PARADIGMA

Una Iglesia que cure, que consuele, que levante.
No una Iglesia que estigmatiza o lejana.
Como la quiere Jesús.

A veces se hace necesario RE-ORIENTAR nuestros pasos.
Ponerlos en dirección a Jesús, Mesías.


“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven
y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos
oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada
a los pobres”.

Mt. 11, 4-6
Parece que el Mesías que esperaba Juan Bautista, del cual él mismo fue su precursor, no estaba en sintonía con su mentalidad, de ahí que, estando preso en la cárcel, decide enviar a dos de sus discípulos para que le pregunten al mismo Jesús sobre si él es o no el Mesías esperado.

Jesús que no es un teórico, responde con hechos y con la experiencia. OIGAN Y VEAN, les dice. Escuchen a quiénes se les proclama la Buena Noticia y vean quiénes son los destinatarios principales de esta predicación. Y saquen sus conclusiones, sobre el tipo de mesianismo que el mismo Jesús ha venido a traer a este mundo.

Nada de revoluciones violentas. Nada de poder económico o militar. Nada de ostentaciones y acciones exuberantes. Nada de nada, de aquello que algunos imaginaban y que el mismo Juan, quizás, en su fuero interno, también esperaba.

Jesús vino a curar y liberar, no a juzgar ni condenar. Le importa sobre manera levantar, salvar, redimir, proponer un camino nuevo, abrir horizontes, sembrar esperanza, humanizar la vida, poner luz y vida nueva donde no hay mas que oscuridad y muerte. Y esto se refleja en ese lenguaje simbólico, en cuanto que los ciegos ven, los sordos oyen, los paralíticos caminan …., es decir, hay nueva vida en el contacto personal con el Maestro

Esa es nuestra tarea como comunidad de discípulos y creyentes. Porque si alguien nos pregunta si somos seguidores del Mesías Jesús o deben esperar a otros. ¿Qué les diremos? ¿Qué obras les podemos mostrar? ¿Qué “buena noticia” nos pueden escuchar? La comunidad de los discípulos, junto con iniciarnos en la fe y ser un espacio de celebración, tiene que ser un lugar donde hay vida más sana, un lugar del consuelo y la acogida, una casa para quien necesita hogar. Una comunidad curadora, que sana y libera, en el estilo de Jesús.

Frente a esta realidad, Juan Bautista, el más grande de todos, tuvo que revisar y cambiar su imagen de Jesús, el paradigma sobre el cual había construido todo el mesianismo que espera, con cuanta más razón, nosotros debemos ser capaces de cambiar y aprender de Jesús, de lo que él realmente es, de su figura, de su predicación, del sello que le imprimió a su mesianismo, de los destinatarios fundamentales de su predicación y de las expectativas que nos podemos hacer de él.

En suma, ESCUCHAR Y VER de manera distinta, con la luz del Espíritu, para hacer el cambio de paradigma que nos permita hacer más lozana nuestra fe.




lunes, 22 de noviembre de 2010

JESUS Y LA PASION POR EL REINO




El domingo recién pasado, hemos celebrado la fiesta de Jesucristo Rey del Universo y con ello hemos cerrado un nuevo ciclo litúrgico, iniciando el próximo domingo, con el primer domingo de adviento, un nuevo año litúrgico, un tiempo de cuatro semanas como preparación para celebrar el misterio de la Encarnación de Jesús en Navidad.

En el contexto de esta fiesta, nos podemos preguntar: ¿Y qué significa celebrar a Cristo Rey? ¿Nos dice algo hoy la palabra “rey”? ¿Con qué lo asimilamos este concepto? Cuándo hablamos de “Reino de Dios, ¿qué entendemos?

Me figuro que estos son conceptos equívocos para nuestra mentalidad moderna. O no nos dicen mucho, o pensamos en los reyes de este mundo y en sus reinados. Por eso es bueno que nos adentremos un momento en el sentido de esta fiesta ha objeto de comprender un poco mejor el mensaje que ella nos quiere dejar.

De partida, tenemos que decir que Jesús cuando irrumpió en esta historia, lo hizo de una manera tan original y novedosa que toda su predicación, gestos y actitudes, tenían como horizonte plantear la instauración del REINO DE DIOS. El tema de su predicación no fue ni él mismo ni la Iglesia, sino el anuncio de que con la llegada del Reino se haría realidad esa utopía humana de la liberación total de la realidad humana y cósmica. Se podría decir que “el Reino de Dios significa una revolución absoluta, global y estructural, del viejo orden, llevada a efecto única y exclusivamente por Dios” (Boff, Jesucristo el Liberador, p. 77).

Su predicación, sus gestos, sus milagros, sus actitudes, todo, tenía como horizonte de vida, anunciar un nuevo orden. Una nueva humanidad. Esta semilla él la sembró en el corazón de la humanidad, en el corazón de los hombres y mujeres que lo escuchaban y quiso hacerla patente en el mismo seno de la sociedad de su tiempo. Y como era una verdadera revolución, que ponía el orden establecido en cuestión, fue que comenzó a ser un personaje molesto del cual había que desprenderse a como diera lugar.

En este horizonte debemos comprender esta fiesta. El reina desde la cruz, el servicio y la consecuencia de vida. Este nuevo orden se inició con él y está ahora entre nosotros, lo que cabe a cada uno de sus discípulos es aceptarlo y dejar que siga germinando en cada corazón. El Reino no puede ser reducido a algún aspecto en particular, pues lo abarca todo: el mundo, el hombre y la sociedad; la realidad toda debe ser transformada por Dios.

Así, pues, decir que Cristo es Rey, supone decir, que él está en el centro mismo del corazón de cada hombre y mujer que lo sigue como a su Maestro. Asumir el Reino de Dios, pasión de vida de Jesús, es asumir que esta semilla ya está germinando en medio nuestro y que ahora nos cabe hacerla nuestra y dejar que ella de abundantes frutos en el mundo, en la sociedad, en cada ser humano.

Por eso, hoy con mayor razón, decimos: VENGA A NOSOTROS TU REINO.

domingo, 31 de octubre de 2010

JESUS Y ZAQUEO

Ver con los ojos del corazón, que son los ojos del amor.


Jesús entra en mi casa y dame tu salvación.


“Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que quedarme en tu casa”

Lc. 19, 5



Jesús era un hombre libre. No se mueve por consideraciones humanas ni por falsos respetos, ni tiene un actuar políticamente correcto, como sucede a veces con nosotros.

Tanto es así, que no tiene empacho en ir a alojar a la casa de Zaqueo.

Zaqueo tenía un currículum de miedo. Era jefe de publicanos, por lo tanto hombre de mala fama, asociado a los intereses imperiales. Muy rico, lo cual lo pone objetivamente lejos del Reino (es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos, había enseñado Jesús, Lc. 19,24). Es un pecador, dice la gente. Parece que lo tienen fichado en su falso proceder. Había defraudado a muchos, tanto es así que él mismo promete devolver la mitad de los bienes a los pobres y cuatro veces más a quien haya defraudado, y era un hombre “perdido”, según las mismas palabras de Jesús.

Es decir, irremediablemente lejos de Jesús.

A pesar de ello, algo bueno queda en su corazón. Quiere VER a Jesús, no le basta escucharlo, sino quiere tener una experiencia visual, quizás, la experiencia del corazón que sabe ver más profundamente. En eso está. Se sube a un sicómoro porque era de baja estatura y espera que pase el Señor.

Y el Señor pasó por su vida. La mirada penetrante de Jesús que ha conquistado a muchos, ahora pone sus ojos en este hombre ansioso de libertad y vida nueva, pues, de no ser así, ¿por qué esa necesidad de VER pasar al Maestro?

Y comenzó a desencadenarse un proceso lleno de intensidad. Baja, le dice Jesús, hoy quiero quedarme en tu casa. Y él lo recibió con mucha alegría y como fruto de ese encuentro personal con el Señor, Zaqueo comenzó a compartir sus bienes con los pobres y con quienes había defraudado.

Desde la perspectiva del Reino y de Jesús, NADIE está perdido para siempre. No podemos creer que una persona esté inexorablemente fuera del seguimiento del Maestro. Cada cual, desde su indigencia, puede recibir hoy día esta llamada “QUIERO QUEDARME EN TU CASA”, porque Jesús ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, y esa es por siempre la pedagogía evangelizadora del Señor.

A la iniciativa de Jesús, abramos la puerta de nuestra casa, la puerta del corazón, para que algo nuevo suceda en nuestra vida.

No estamos perdidos inexorablemente.

Podemos comenzar de nuevo, a condición que Jesús se aloje en nuestra casa y nosotros lo recibamos con alegría. Como quien recibe al amigo, al huésped esperado, al confidente soñado, a aquel que cambiará para siempre mi vida.

martes, 19 de octubre de 2010

MINEROS Y LA FUERZA POR VIVIR







“Los mineros salieron de la mina calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar, creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba, saben subir mirando para abajo”

César Vallejo, poeta peruano.


Ese día bajaron a la mina como lo habían hecho otras tantas veces. Es su trabajo, su vocación, el oficio que mamaron de sus padres y abuelos. Lo hacían con la certeza que así se hacían dueños de su destino ganando el pan para los suyos. Estaban acostumbrados a convivir con el peligro y la aventura. Pero son osados y son corajudos. No les paraliza el miedo, puede más su aliento interior que les lleva a desafiar la roca dura que les espera para ser explotada y devorada.

Nada hacía presagiar la tragedia que se desencadenaría después. Miles de toneladas se les vinieron encima y comenzó la noche eterna. La noche de la angustia y el desencanto. De la desesperanza y la muerte.

La turbación y el descontrol se apoderó en ellos. Cada cual quería acometer un desafío distinto. Es que el anhelo de la libertad y la supervivencia son más poderosos que entregarse mansito a la infausta tarde que les tocaba vivir.

No veían nada, por varias horas, luego vino lo que todos más o menos intuimos. Llantos de impotencia, epítetos de grueso calibre, que buscaban desahogar esos corazones apretados. Algunos miraron al cielo, buscando una explicación, o simplemente, elevando una plegaria. Otros se acordaron de aquellos que amaban, otros guardaron silencio profundo, más de alguien se preguntó: ¿Y por qué esto? ¡Si sabíamos del peligro que se cernía sobre esta mina! Y comenzó la lucha y la aventura.

Todo aquello que puede vivir un ser humano se hizo evidente en esa lucha encarnizada por sobrevivir: Amor, desesperanza, esperanza, separación, muerte, vida, desastre, renacer, solidaridad, catarsis, sacrificio, memoria.

A pesar de la situación inhumana en la que los mineros sobrevivieron esos 70 días, no se entregaron. Debajo de la tierra se puede estar enterrado y minado en lo más íntimo del ser, pero nadie pudo quitarles la fuerza para la lucha. Es lo que dice Victor Frankl cuando nos señala que: “El hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo” (El hombre en busca de sentido, p. 179).

Afuera el drama era evidente. Sin embargo, en el Campamento “Esperanza” NUNCA decayó la esperanza. Increíble. Mujeres hechas de madera indestructibles. Acrisoladas en la vida dura y la batalla del día a día, no podían claudicar. En realidad, las mujeres nunca claudican. Muchos se dieron al trabajo de rescate, con sinceridad y sacrificio. Con el corazón en la mano. Solidaridad y trabajo en equipo por doquier. Energía e inteligencia conjugadas. Plegarias y cánticos, unidos.

Hasta que llegó el día bendito. ¡Los mineros fueron rescatados en su totalidad, sanos y salvos!, en una bendita cápsula que era como entrar en el vientre materno para nacer de nuevo. Todo Chile lloró. Yo también. El mundo se extasió. Este hecho marcará un punto de inflexión en el devenir de nuestra patria. Eso espero.

Ahora viene procesar toda esta gesta épica y dejarla para siempre en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad.

Los mineros no eran ni son ni serán modelos de vida, pero SI son modelos de sobrevivencia y de fuerza para vivir, a pesar que la mina quería retenerlos para siempre. Eso aprendamos de ellos. Aprendamos que nunca tenemos que entregarnos ante las vicisitudes de la vida, por duras que éstas sean.

Pues, quien se entrega, muere.

Los mineros lucharon, por eso están VIVOS.

domingo, 3 de octubre de 2010

HABLAME, FRANCISCO





La fe yace dormida y escondida en la furia de la ley.
La esperanza se bate en retirada y quedan pocos espacios para el desparpajo.
El amor lo hemos ultrajado. Nos duele el Amor no amado.

Háblame, Francisco. Aunque no te escuche, háblame.
Mírame aunque mis ojos estén perdidos en el horizonte.
Tómame Francisco, sí, tómame, necesito estrechar tu mano cálida y generosa.

Háblame, Francisco, sólo háblame.
Con tu mirada. Con tus ojos llenos de ternura.
Con tu corazón henchido de amor.

Háblame, Francisco, con todo tu ser y originalidad.
Con tu libertad y osadía. Con tu simplicidad y radicalidad.

Háblame, Francisco, háblame.

Ahora y aquí.
A este corazón.
En esta hora.
En este tiempo.
En esta Iglesia.
En este mundo.

Háblame, Francisco, pequeño juglar de Dios.

¡Háblame, Francisco!.
Entonces la fe, la esperanza y el amor
se alojarán por siempre en mi corazón.

Si, Francisco, sólo háblame.

Amén.
fray Mario.

martes, 28 de septiembre de 2010

DESEANDO COMER MIGAJAS ... AL MENOS




"Había un hombre rico ... y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta ... yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba
saciarse con lo que caía de la mesa del rico"


Lc. 16, 19-21


Las paradojas de la vida, de ahora y de siempre, en la que unos tienen mucho y otros tienen poco o nada, se ve meridianamente bien retratada, en esta parábola que Jesús le cuenta a los fariseos y que ahora nos la propone a nosotros el evangelio de Lucas.

Se trata de un hombre rico, que no tiene nombre, pero que lleva una vida fastuosa y regalada y la de un pobre llamado Lázaro, que si tiene nombre, el cual yace postrado en la puerta de este hombre rico, queriendo saciar su hambre con lo que cae de la mesa de este hombre derrochador y banquetero.

La parábola de Lázaro y el rico, es la reproducción fiel de lo que pasa muchas veces en nuestra sociedad contemporánea: Unos llevan una vida plácida y llena de bienes materiales y lujos, y otros, que apenas tienen lo suficiente para vivir e incluso muchas veces se tienen que contentar con sobrevivir conformándose con las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es la fiel reproducción de una realidad acuciante, que toca el corazón de los cristianos y de todos aquellos que desearían ver que la mesa estuviera distribuida de tal manera, que todos los comensales pudieran sentarse en ella y vivir dignamente.

Es la fiel expresión de una sociedad que no ha sabido encontrar caminos adecuados para estrechar esa enorme brecha y distancia que hay entre los grupos humanos que habitan nuestro mundo y que habla de una injusta distribución de los bienes, que el Creador, se supone, nos ha entregado a nosotros para que los administremos rectamente y no nos adueñemos de ellos, menos para que los usemos sólo en beneficio personal y en desmedro de los que generalmente quedan a la vera del camino y llevan sobre sus hombros el peso de la vida que los abruma enormemente.

Es una parábola que desafía nuestra fe, el tipo de compromiso cristiano que tenemos y la creatividad que deberíamos tener para morigerar o erradicar en un tiempo no muy lejano, el escenario anti evangélico que nos presenta el estilo de vida del rico derrochador y gozador y el pobre Lázaro que yace postrado en la puerta de su amo.

Es la parábola que nos provoca en orden a saber botar todas aquellas murallas que hemos levantado y que nos hacen vivir de espaldas a la realidad de empobrecimiento en la que vastos grupos humanos se ven inmersos.

Botar murallas (ideológicas, culturales, sociales, religiosas) para ver y escuchar el gemido del pobre. Dar recto uso a los bienes materiales. Somos administradores, no dueños. Llevar un estilo de vida sobrio y austero y no marcadamente aparatoso y consumista. Son tareas ineludibles para los cristianos que imperiosamente debemos acoger e implementar, si no queremos que esta parábola se siga repitiendo una y otra vez en nuestro mundo.

Duro desafío nos espera por delante. De cómo lo habremos enfrentado, daremos cuenta en la vida futura.

domingo, 12 de septiembre de 2010

EL REGRESO DEL HIJO A LA CASA PATERNA




El corazón del Padre, es el corazón de la misericordia.


¡Haz el camino del retorno! Dios te espera.


Al final encontrarás la LUZ.




"Se marchó a un lugar lejano"

Lc. 15, 13



El capítulo 15 de Lucas, nos muestra como es el corazón de Dios, es el evangelio de la misericordia y la compasión infinita que Dios tiene para con sus hijos.

Se trata de 3 parábolas que nos cuenta Jesús, a propósito de las murmuraciones de los fariseos y maestros de la ley que contemplan cómo publicanos y pecadores se agolpan en torno al Maestro para escuchar su enseñanza. En el criterio farisaico y de los escribas, era inaudito que El se juntara con pecadores y comiera con ellos.

Aparece entonces la parábola de la oveja perdida, de la moneda que extravía una mujer y la famosa y emblemática parábola del Padre misericordioso, más conocida como la parábola del hijo pródigo.
En estas tres parábolas, aparece el mismo esquema: la pérdida (de algo, una oveja, una moneda y de alguien, un hijo), el encuentro y el festejo que se suscita producto del encuentro.

Me detengo un momento en la última parábola.

El hijo menor queriéndose emancipar y vivir su libertad de manera plena, le pide a su padre que le de la herencia que le corresponde. Y parte a un país lejano. Este hijo hizo, así, un corte drástico con su padre a tal punto que cortó con todo, con su forma de vivir, de pensar y de actuar. Dejó el hogar, negó su vínculo con su padre y fue en busca de nuevos horizontes. Pero en el camino se gastó todo, comenzó a convivir con la miseria y el hambre, perdió radicalmente su dignidad y acabó en el abismo. Frente a tal situación no le quedaba otra que volver a la casa, al hogar donde se había criado y era hijo y no esclavo. El padre apenas lo ve de vuelta a la casa, se conmueve profundamente (como el buen samaritano), se abalanza sobre él, lo abraza y ordena que hagan fiesta porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.

Esta es la experiencia de cada uno de nosotros que, de tanto en tanto, nos vamos una y otra vez de la casa del Padre. Con la pretensión de querer construir nuestra propia vida, abandonamos el hogar, queremos la parte de la herencia que nos corresponde y cortamos radicalmente con aquellos principios o valores orientadores que alguna vez fueron parte de nuestra existencia. Nos vamos de la casa para vivir “a nuestro aire”, en una pretendida libertad plena que no tendríamos en la casa y cortamos todo vínculo espiritual que nos pueda coaccionar en nuestro libre albedrío. Esos “hijos pródigos” que andan por ahí, enfrascados en un ambiente secularista y de abandono a todo arraigo religioso, dan cuenta que esta parábola se sigue viviendo en nuestros días.
Es la realidad de muchos de nosotros que un día nos fuimos a un “país lejano” porque ya no queríamos estar sujetos a una forma de vida que nos podía quitar el aire que necesitábamos para respirar y ser libres. Y en esta opción no nos ha ido bien.

Pero podemos hacer el camino del regreso a casa. Y en esta parábola aparece con nitidez la “verdadera cara de Dios”. La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que SALE A BUSCARME y que no descansará hasta que me haya encontrado. Dios siempre te buscará. Irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama y te quiere en casa y no descansará hasta que estés con El. "
La cuestión entonces no es: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? sino ¿cómo puedo dejar que Dios me encuentre? La cuestión no es: ¿Cómo puedo conocer a Dios? sino ¿Cómo puedo dejar que Dios me conozca? Y la cuestión no es: ¿Cómo voy a amar a Dios? sino ¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?" (El Regreso del Hijo Pródigo, H. Nouwen).

Dios nunca ha retirado sus manos y por eso nos puede volver a abrazar y ponernos el vestido nuevo, el anillo en el dedo y zapatos en los pies (signo de la nueva dignidad de hijos) y hacer fiesta a condición de que haga el camino del retorno redescubriendo mi yo más profundo: TODAVIA SIGO SIENDO HIJO DE MI PADRE.

miércoles, 18 de agosto de 2010

HURTADO, SOLIDARIO


"La justicia es una virtud fundamental, pero impopular.
Hay muchos que están dispuestos a hacer la caridad, pero no se
resignan a cumplir con la justicia.
La verdadera caridad termina donde comienza la justicia"


San Alberto Hurtado



El 18 de agosto de 1952, moría Alberto Hurtado con fama de santidad, después de haber sufrido un cáncer al páncrea por el cual partió de este mundo a la Casa del Padre.

Apóstol incansable de Jesucristo. Educador, predicador, creador del Hogar de Cristo, hombre de intensa vida de oración, director espiritual, confesor. Siempre al lado de los pobres y apostando por ellos y su dignidad de vida. Apreciado en su tiempo y vilipendiado fuertemente. Querido y rechazado. Admirado y cuestionado. Sin duda, un verdadero discípulo de Jesucristo que transitó por las calles de Santiago y que hizo presente el Evangelio del Señor a la Iglesia y la sociedad en los años que le tocó vivir su ministerio sacerdotal y su vida religiosa como jesuita.

Bajo su figura se ha denominado a agosto el MES DE LA SOLIDARIDAD y hoy 18 de agosto se celebra el DIA NACIONAL de la solidaridad para llamar la atención a toda la sociedad chilena sobre este particular valor que cada vez nos cuestiona, nos interpela y nos hace reflexionar de cómo hoy recreamos en nuestros ambientes esa parábola del buen samaritano que tan magistralmente nos contara Jesús en el evangelio de Lucas.

Parafraseando a Alberto Hurtado, nos podemos preguntar: ¿Es Chile un país solidario? ¿Es Chile un país suficientemente justo y equitativo? ¿Hay tareas pendientes entre nosotros para crear una sociedad que se construya a escala humana, con respeto por los derechos de los más débiles y marginados?

La última encuesta Casen nos ha dicho que la brecha entre ricos y pobres no sólo no ha disminuido, sino que ha aumentado en los últimos años en nuestro país. Nos ha señalado que en este minuto hay más cesantes (del orden de los 600 mil en total) en el país que no tienen acceso al trabajo.

Esos 33 mineros que yacen enterrados en el fondo de la mina “San José” (¡qué ironía el nombre!), dan cuenta del nivel de inseguridad en el cual laboran muchos chilenos y chilenas en el país con tal de ganarse el pan de cada día, importándoles poco los peligros reales o latentes que puedan sufrir.

Y así suma y sigue. Un día serán los temporeros, en otro momento pueden ser pescadores, o mineros o personal de la construcción.

¿Qué nos dice esos edificios nuevos que colapsaron en el último terremoto acaecido en nuestra patria, siendo que muchos otras construcciones si pudieron aguantar bien el inmenso movimiento telúrico de febrero pasado.

Los chilenos tenemos mala memoria y pronto se nos olvidan las tragedias como la de los 33 mineros de Copiapó.

Es de esperar que no se nos olvide comenzar a practicar la justicia entre nosotros y a vivir en clave solidaria la vida de cada día. A pesar que sea más fácil vivir la caridad, pongámonos a vivir la justicia como una demanda inequívoca del verdadero creyente en Jesús.
Como "Hurtado, solidario".

MAGNIFICAT








"El Señor hizo en mí maravillas"
Lc. 1,49


Cuando María visita a su prima Isabel, prorrumpe en un canto de alabanza y acción de gracias, más conocido como el Magníficat, en el cual reconoce toda la grandeza de Dios Salvador y da cuenta de las inmensas maravillas que El ha hecho en ella al ver su pequeñez y pleno abandono en la voluntad del Padre.

Al respecto, creo que sería bueno que cada uno de nosotros pudiera reconocer, delante de Dios y con humildad verdadera, todas las maravillas que continuamente Dios ha hecho con nosotros.

Desde que nos fuimos gestando en el vientre materno hasta nuestros días, podemos reconocer la “mano” poderosa y misericordiosa de un Dios que nos ha amado primero y gratuitamente y que nos ha dotado de muchos privilegios y dones que debemos ser capaces de descubrir.

Ha hecho maravillas a lo largo de nuestra vida “porque Santo es su Nombre”. Ha hecho maravillas porque nos desea ver como personas de bien que transitamos por este mundo proyectando el rostro de un Dios amable, acogedor y cercano.

Reconozcamos delante de Dios, todo lo bueno que ha salido de nosotros en nuestra vida y todo aquello que todavía puede salir de nuestra entrañas a favor de quienes viven a nuestro lado. No somos tan “poca cosa”, no estamos hechos para andar arrastrándonos en la tierra como gallinas que comen del trigo que le lanzan en sus gallineros. Estamos llamados a emprender el vuelo, a abrir nuestras alas, surcar los aires y alcanzar el horizonte para hacernos partícipes del mundo nuevo que anhelamos.

Maravillas que no son para envanecernos en una mal entendida superioridad moral, sino para alcanzar todas nuestras potencialidades, de las cuales nos ha dotado Dios y de las cuales también se verán favorecidos los hermanos con quienes compartimos la vida de cada día.

Que siga, pues, el Señor haciendo maravillas en nuestras vidas, como un día lo hizo plenamente en nuestra Madre María.

lunes, 26 de julio de 2010

ORANTES EN EL CAMINO

A la escuela con Jesús para aprender a orar.

En tu casa está Dios, o sea en tu corazón.


Orar, un camino largo para contemplar al Creador.



"Señor, enséñanos a orar"


Lc. 11, 1


Señor, enséñanos a orar, fue el pedido que le hizo a Jesús uno de sus discípulos después que lo habían visto orar.

Los apóstoles eran hombres de oración. Seguramente, como todos los judíos, orarían en las sinagogas y a distintas horas del día, pero ahora querían aprender a orar de una manera diferente. Orar como lo hacía su Maestro, el mismo Jesús.

Jesús oraba en todo momento. En Lucas se le muestra orando en el bautismo en el Jordán, en la Transfiguración, en el envío de los Apóstoles, cuando regresan de la misión los Setenta, en la pasión (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, será su oración del final), por eso que de El dimanaba una fuerza tal, que para sus apóstoles fue difícil sustraerse al magnetismo y fuerza interior que de Jesús brotaba cuando se comunicaba con su Padre y no pedirle que les enseñara a orar.

¿Y qué les enseña Jesús? Básicamente, les enseña a decir: ¡PADRE!, así, con todas sus letras, ¡PADRE!, como queriendo decir, con Francisco, ¡MI DIOS Y MI TODO! Detrás de esta expresión de Jesús, está el contenido total de su oración y la relación que El tiene con su Dios. El no es más que ternura, compasión, misericordia, cariño, amor. Es su Padre y al padre se le habla con naturalidad y afecto y se le escucha con dedicación y agradecimiento.

Hay dos gestos potentes que los seres humanos podemos realizar con respecto al Padre en la oración: esto es, abrir nuestras manos vacías y ponernos de rodillas. Abriendo nuestras manos vacías en la oración, no hacemos más que ABANDONARNOS plenamente en Dios y AGRADECER de manera infinita todo lo que recibimos. Con respecto a Dios todo es gratuidad, nada podemos ofrecerle, por eso nuestras MANOS ABIERTAS y VACIAS. Nos abandonamos de corazón, porque todo lo esperamos de El y en El ponemos nuestra vida, nuestra historia, el camino de nuestro pueblo, la vida toda.

Y nos ponemos de rodillas. en un gesto potente de ADORACION máxima y de CONTEMPLACION. Solamente el ser humano se pone de rodillas delante de Dios y del pobre y en la oración lo que hacemos es doblar nuestras rodillas para adorar con todo el corazón a Aquel que es plenitud de amor.

Orar es entrar en una dinámica de diálogo con el Padre. Es entrar en la pieza, cerrar la puerta y orar a nuestro Padre que conoce todos nuestros secretos. La oración nos cualifica para un mejor apostolado y para una vida más intensa e integrada. Cuando oramos, entramos en nuestra casa y nos revelamos delante del Padre con toda desnudez en lo que somos, en nuestras luchas, esperanzas y heridas.

En la oración vamos alcanzando esa mirada contemplativa y sacramental que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos y mirar con ojos de fe a las personas, las criaturas (como San Francisco), los acontecimientos, la vida misma. Ella nos hace tener “un fondo interior”, una mayor consistencia en nuestra fe y una intensidad distinta para vivir. Nos lleva al CENTRO y nos saca de la periferia. Vamos al fondo y no merodeamos por la orilla de nuestra vida y de los acontecimientos.

En definitiva, en la oración son dos corazones que se unen para tratar en amistad y hablar el lenguaje del AMOR. El Corazón en nuestro corazón, nuestro corazón en el Padre. Y como esto no siempre es tan evidente en nosotros, es que necesitamos ir a la escuela de JESÚS todas las veces que sea necesario y volverle a decir:

"SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR".

martes, 13 de julio de 2010

SAMARITANOS PARA HOY




"Vete y haz tú lo mismo"


Lc. 10,37



Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y en el camino fue asaltado, apaleado, maltratado quedando mal herido y moribundo. Casualmente pasó un sacerdote, lo vio y pasó de largo. Un levita, lo mismo, lo vio y pasó de largo. Entre tanto pasó un samaritano que se detuvo en el camino, vio al caído, lo atendió, se esmeró por él, le curó sus heridas (o sea le entregó los primeros auxilios), luego lo llevó a un albergue, se encargó de cuidarlo y luego dejó dos denarios para que siguieran atendiendo al caído y pudiera recuperar la salud. A la vuelta de su viaje, pasaría a obtener más información por el caído para ver si hacía falta todavía destinar más tiempo y recursos en su recuperación.

Ante la pregunta del doctor de la ley a Jesús sobre quién era su prójimo, el Señor respondió con esta parábola emblemática que nos trae el evangelista Lucas. Una página clásica que ha quedado para siempre en la conciencia colectiva de la humanidad y de todos aquellos que de alguna forma han reconocido en Jesús a su Maestro y Camino de Vida.

¿Qué hizo en definitiva el samaritano? ¿Cuál fue su lógica? Veamos.

El samaritano VIO. Es decir, en primer lugar este hombre fue capaz de ampliar su mirada y ver la desgracia del hombre que estaba caído. A veces miramos, pero no vemos, necesariamente. No vemos porque sencillamente estamos enfrascados en nuestras propias problemáticas, en nuestro mundo interior, a veces bastante egoísta, que no nos permite salir del círculo en el cual nos movemos de continuo. Los que pasaron antes del samaritano, miraron, pero no vieron. Iban muy ocupados, tenían sus propios planes, actuaron sobre seguro, no quisieron correr ningún riesgo. Hace falta abrir los ojos profundamente para VER lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, para ver a los que están a la vera del camino esperando por alguien que se haga prójimo de su dolor y maltrato.

Con todo, el samaritano no sólo VIO, sino que también se COMPADECIO. Vivió un proceso de conmoción interior profundo hasta las mismas entrañas de su ser. Su corazón latió más fuerte, algo íntimo y profundo ocurrió en su vida que no pudo, sino detenerse ante el caído que yacía medio muerto en el camino. Lo mismo le ocurrió a Francisco de Asís en el beso al leproso que fue su camino de conversión. Y algo parecido vivió Teresa de Calcuta cuando encontró a una mujer moribunda en la calle que era carcomida por las ratas y las hormigas, llevándola al hospital para que muriera dignamente.

Este samaritano, que no tenía ninguna obligación de detenerse y sentir compasión, (ya que los samaritanos no se podían ver con los judíos, por lo tanto el caído no era “su prójimo”), hizo un salto cualitativo, derribó las murallas ideológicas y culturales, y dejó que en su corazón el caído del camino comenzara a existir, que fuera “su prójimo” haciéndose él mismo “prójimo” del caído. Así, su corazón se ensanchó y explotó donándose por completo.

Sin embargo, su lógica no quedó aquí. El samaritano también ACTUO, o sea hizo operativa la caridad y se las ingenió en concreto para hacer que su compasión no se quedara sólo en el terreno de la lástima y el lamento y puso en acto, con medidas concretas, específicas, creativas, la demanda que le venía a su corazón y a su mirada del hecho de encontrar a un hombre caído y medio muerto en el camino.

Se acercó y vendó sus heridas … lo puso sobre su propia montura …lo condujo a un albergue … lo cuidó … sacó dos denarios … y a la vuelta de su viaje preguntará si se debe algo por él.

Se trata de acciones concretas, que conllevan a hacer eficaz y creativa la manera de vivir la solidaridad entre nosotros. Poco o nada habría sacado el samaritano con preguntarle al caído, “¿tienes seguro médico?” “¿te pueden venir a buscar?” “lo siento mucho”, “¿qué le pasó”, “¿para dónde se fueron los bandidos?”, etc, todas preguntas o afirmaciones que no haría más que dilatar la solución al problema y claramente inoficiosas e inconducentes.

También nosotros hoy debemos ser capaces de reeditar esta página bíblica. Hoy ella nos interpela fuertemente y nos invita a ver, compadecernos y actuar en concreto. Hacer que los caídos se levanten y se incorporen nuevamente a la vida abundante que Jesús nos quiere dar. A hacer un salto cualitativo profundo de nuestra fe, más allá de consideraciones ideológicas, racistas, culturales, de religión, etc.

Cuando el doctor de la ley preguntado por Jesús por quién se había portado como prójimo dice: “El que tuvo compasión”, el mismo Señor le dirá, entonces: “ANDA Y HAZ TU LO MISMO”.

Entonces viviendo nuestra fe en esta CLAVE SAMARITANA (ver, compadecerse y actuar), estaremos cerca de heredar la Vida Eterna.

miércoles, 23 de junio de 2010

TOMANDOLE EL PULSO A NUESTRA FE




"Pero ustedes, les preguntó,
¿quién dicen que soy Yo?


Lc. 9,20



Esta pregunta de Jesús, hecha a sus discípulos mientras oraba y se prepara para subir a Jerusalén donde será crucificado, la han respondido muchos hombres y mujeres a lo largo de estos dos mil años.

Me imagino a un Pablo, un Agustín, una Sta. Teresa de Avila, un San Francisco, un Alberto Hurtado, una Teresa de Calcuta, un Obispo Romero, respondiendo esta acuciosa pregunta desde su particular situación de vida.

La han respondido hombres y mujeres sencillos, indígenas, obreros, artistas, intelectuales, miles de comunidades de base, obispos, sacerdotes y religiosas. Muchos laicos y laicas que a lo largo de nuestra historia se encontraron a quemarropa con esta pregunta y fueron obligados a responder desde su propia experiencia de vida.

Hoy te toca responder a ti.
Desde nuestra particular situación de vida, Jesús nos interpela y sale al encuentro de nuestra fe para que la podamos descifrar con mayor profundidad y generemos una suerte de introspección de aquello que creemos e intentamos vivir.

Ya no vale ser cristiano de “memoria” o por “costumbre” o por “tradición”. Ya se hace insostenible una fe espúria, anquilosada, pegada en algunas fórmulas vacías o una fe que se disocia de la vida cotidiana, vivida sólo como un acápite, un anexo o algo meramente formal que responde a una “cultura religiosa” de la que uno puede provenir por sus ancestros y antecedentes familiares.

Con razón, Aparecida, citando a Benedicto XVI, nos dice que: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Nº 243).

De eso se trata, me parece, la pregunta de Jesús. De que nos preguntemos por qué soy cristiano. ¿Qué raíz fundamental sostiene mi fe en Jesús? ¿De qué forma y en qué momento fui encontrado personalmente por Jesús?.

Y la respuesta a la pregunta de Jesús, junto con comprometerme existencialmente con la vida diaria, también irá siendo distinta de acuerdo a la realidad actual en la que esté inmerso.

Como le responda hoy a Jesús, así también será el nivel de vida cristiana que lleve. Si es una respuesta personal, vivencial, así tendrá incidencia la fe en mi vida. Si por el contrario, esta es una respuesta más bien vaga, teórica, o aprendida de memoria, entonces mi fe sólo será un dato anexo y formal a mí que no tendrá su correlato existencial en la vida misma.

Entonces, frente a esta pregunta de Jesús, ¿qué puedo decir al respecto hoy día?

martes, 8 de junio de 2010

INVITADOS A LA MESA





"Todos comieron hasta saciarse"

Lc. 9, 17




La mesa es el lugar del encuentro, de la intimidad y de la gratuidad.

Es el lugar de la memoria, de los relatos y el diálogo fluido y sereno. En la mesa, se está bien, hay lugar para la distensión, la entrega de afectos, el corazón se ensancha y el amor se muestra y se demuestra en toda su intensidad.

La mesa reúne a los amigos, a los que se aman, a los hijos con los padres, a los hermanos, a todos aquellos que de alguna u otra forma desean interactuar y vivir un momento de solaz, apertura y cercanía.

En torno a la mesa nos sentimos familia, nos asociamos en un proyecto común, compartimos experiencias, vislumbramos el presente, y el futuro se nos presenta no como amenaza sino como oportunidad y desafío.

Alrededor de una mesa abrimos el corazón, derramamos algunas lágrimas, nos hacemos solidarios y afectivos, apagamos los conflictos, sanamos las heridas, nos sentimos acogidos, queridos y tomados en cuenta en nuestra exclusividad e individualidad.

En la mesa no existe el tiempo, la eficacia o la eficiencia, el apuro o el activismo. Se apagan los celulares, no se abre la Internet, se deja por un momento el facebook, se escucha, se dialoga, se hace familia, se comunica, superamos el aislamiento, miramos en verdad a los ojos, se abre el corazón sin miedos, nadie se siente amenazado, hay lugar para ser lo que uno es porque caen las máscaras, porque nadie tiene que aparentar lo que no es, porque en la mesa, en definitiva, cada uno es lo que es y nada más.

Jesús, gustó de ir a compartir a muchas mesas. Y a todas las mesas.

Se sentó a compartir con publicanos, fariseos, escribas, pecadores y amigos. Estuvo con Marta y María sentado a la mesa, con Leví, el publicano, con Simón el fariseo y también se sentó a la mesa con multitudes como lo demuestra la multiplicación de los panes en el texto de Lucas.

En la mesa, el Señor escuchaba, enseñaba, intimaba con sus interlocutores, les predicaba la Buena Noticia del Reino, sanaba los corazones y se hacía cercano e íntimo con todos aquellos con quienes compartía la mesa. Hacía caso omiso de los comentarios mal intencionados que oponían el que él siendo el Señor se sentara con cualquiera a la mesa para compartir su vida.

Algo así debieran ser nuestras Eucaristías.

Un lugar donde nos sintamos invitados por Jesús a su mesa para lograr una íntima comunión con él y con los hermanos. Una mesa en la que caben todos, donde sólo hace falta tener el corazón y los oídos abiertos para escucharle con atención y esmero. Una mesa que nos desafía a crear otras mesas donde haya pan para todos y en donde los aspectos relacionales tan propios de los encuentros entre amigos también se logren vivir en nuestras celebraciones.

Acabamos de celebrar al Dios Uno y Trino, un Dios que se comunica, que crea comunión, que vence el aislamiento y la soledad. Ese mismo Dios, que ahora se nos muestra como un Dios que da pan en abundancia y que crea comunión, sea nuestro paradigma para vencer la soledad, el aislamiento, la incomunicación, la frialdad que a veces denota nuestra vida moderna.

Recuperemos, pues, la importancia de sentarnos en la mesa para ser más humanos y así ser más divinos.

Y también la mesa de la Eucaristía donde comeremos hasta saciarnos.

domingo, 23 de mayo de 2010

UN NUEVO PENTECOSTES


"Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Reciban el Espíritu Santo"


Jn. 20,22



Estando los discípulos con las puertas cerradas por temor a los judíos, irrumpe en ellos Cristo Resucitado para regalarles el don de la paz; enviarlos por el mundo a perdonar y sanar; y, sobre todo, para hacerlos partícipes de su mismo Espíritu. Tanto es así, que sopló sobre ellos y les llenó para siempre de la fuerza del Espíritu Santo. Con esta fuerza, que recibieron para la misión, los discípulos acabaron con el miedo, abrieron todas las puertas (las del corazón y de la mente, primordialmente), y comenzaron a vivir de manera distinta la aventura del Evangelio, predicándolo con la palabra y el testimonio al mundo entero.

Este Espíritu que es fuerza para la misión y es vida nueva para la criatura y la Comunidad, es el motor de la evangelización y de la historia. Es viento impetuoso que sopla donde quiere y que invita a la renovación constante de la vida. Es agua que da vida y que purifica los corazones. Es aceite que marca y consagra y capacita para llevar el Evangelio a todas partes. Es fuego que quema y llena de amor los corazones. Es paloma que trae la paz al corazón herido y que invita a ser portador de buenas noticias para los demás. Son manos que sanan y que cobijan y que acogen al que necesita de la misericordia y la compasión.

Este soplo divino es el que necesitamos recibir hoy día también en nuestros corazones y en el seno de nuestras Comunidades Cristianas. Este soplo de Dios, es el aliento que viene de lo Alto que nos transformará profundamente en nuestra praxis cristiana y que nos ayudará a recuperar el amor primero, el encanto por el Evangelio, la fidelidad creativa a la Palabra de Dios pronunciada por Jesús en la región de Galilea.

Este soplo de Dios es la fuerza que necesitamos para no desmayar y que nos fortalecerá para enfrentar los desafíos de esta hora. Es la fuerza que nos lanzará a la misión y que provocará la desinstalación necesaria para pasar de una vida cristiana sosegada y tranquila, a una vivencia comprometida en la solidaridad y el amor fraterno vivida en profundidad y vitalidad.

Es el soplo divino que HOY pedimos recibir con abundancia de dones en cada uno de nuestros corazones. Soplo que nos reanimará en la búsqueda incesante por hacer creíble el Evangelio y por compartir con otros el sueño de Dios por un mundo más humano y más fraterno.

Soplo de Dios, soplo de Jesús, sopla sobre nosotros. Sopla de nuevo, como un día en el Cenáculo, como un día en Pentecostés, para que todo alcance un nuevo dinamismo, una nueva dimensión, un nuevo reencantamiento.

Fatigados como podemos estar. Cansados por el arduo camino que nos toca recorrer. Desdibujados en nuestra vida creyente como a veces nos podemos sentir, el soplo de Dios lo pedimos con humildad e insistencia.

Sólo así, todo será renovado. Habrá espacio para el compromiso asumido, para la novedad vivida como realidad, para el nacimiento de una nueva criatura y una nueva Iglesia. Sopla de nuevo Señor, para que no nos venza el miedo y así poder tener coraje y sacudirnos de todo aquello que se torna mundano y estéril. Sopla Señor, para buscar con pasión y decisión el camino que hoy día nos toca recorrer en este nuevo milenio que hemos iniciado.

Soplo divino, sopla de nuevo, como un día en el Cenáculo y en Pentecostés. Nuestros corazones así lo esperan, así también lo anhelan nuestras Comunidades.

Sí, Señor, sopla de nuevo. Lo pedimos y lo esperamos de todo corazón.



martes, 11 de mayo de 2010

DISCERNIMIENTO CRISTIANO







"El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido ..."

Hech. 15,28



Se había suscitado una seria controversia en el seno de la Iglesia naciente, en el sentido de si un pagano podía ser cristiano sin pasar por la observancia de la ley judía, entre ella guardar la ley de la circuncisión como expresión de la alianza hecha a Dios, como se practicaba normalmente en el mundo judío y como lo establecía la ley de Moisés.

La controversia no era menor. Se trataba de dar un salto hacia delante en el sentido que el evangelio estaba siendo predicado fuera del ámbito judío y abriéndose campo entre el mundo pagano, con lo cual esos nuevos “creyentes”, venidos de otro ámbito cultural, debían recibir la Buena Noticia de Jesús a partir de otros códigos, haciendo más amplia la propuesta de Jesús.

En este contexto, Pablo, Bernabé, los “ancianos” y los apóstoles reunidos en la Comunidad Madre de Jerusalén, bajo la guía y la luz del Espíritu Santo, deciden que para ser cristiano sólo bastaba creer en Jesús y bautizarse, sin pasar previamente por los mandamientos y costumbres religiosas del mundo judío, entre las cuales la circuncisión era fundamental. Acuerdos que nacieron en lo que se llama el Concilio de Jerusalén.

Ante esta decisión pastoral, estamos frente a un acto propio de discernimiento cristiano. Los Apóstoles, escuchando en verdad al Espíritu Santo y dejándose iluminar por él, de acuerdo a su legítima potestad apostólica, zanjan una controversia fundamental para el futuro de todos aquellos paganos, que comenzaban a abrirse en la fe del Resucitado.

Este hecho de la primera hora del cristianismo, nos viene a recordar la necesidad perentoria que tenemos hoy día los cristianos de ejercitarnos de continuo en el discernimiento. No deberíamos tener miedo a preguntar de continuo al Espíritu Santo, ¿qué será lo que le agrada al Señor HOY y AQUÍ? Porque de eso se trata, que personal y comunitariamente, sepamos discernir los signos de los tiempos para hacer que nuestra fe sea una respuesta adecuada a las necesidades de hoy.

El discernimiento cristiano, ejercido de continuo en nuestras Comunidades Cristianas y en la Iglesia institucional, nos va a ayudar para mantener “la frescura” del Evangelio anunciado por Jesucristo y llevado a todo el mundo por la Iglesia naciente. Cuando nos ejercitamos en el discernimiento, nos hacemos co-protagonistas en la causa de la evangelización. Nos hacemos cargo de la fe que profesamos de una manera adulta y consciente.

El discernimiento nos ayuda a ser más libres de todas aquellas leyes, costumbres, ciertas “ramificaciones” que se van instalando en nuestro quehacer cristiano, que no necesariamente hoy día son una respuesta válida para la realidad que nos toca vivir.

Discernir, bajo la luz y la guía del Espíritu Santo, es reconocer que el Mensaje tiene mucho de novedad y que no siempre éste lo podemos encapsular en nuestras tradiciones, estilos de vida o formatos religiosos que para un cierto tiempo fueron una respuesta clara, pero que para hoy puede que estén obsoletos.

Discernir en clave cristiana es abrirnos con valentía a que el Espíritu Santo nos lleve a recorrer caminos insospechados como un día lo hicieron Teresa de Calcuta, Juan XXIII o el obispo Romero en San Salvador.

Discernir, en el fondo, para poder ser más fieles al espíritu del Evangelio en este siglo XXI que nos toca vivir.


lunes, 26 de abril de 2010

LIDERAZGO PARA HOY






"Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz.

Yo las conozco y ellas me siguen"

Jn. 10, 27



Todos los grupos humanos necesitan de líderes. Sean éstos clubes deportivos, partidos políticos, agrupaciones culturales, los gobiernos, etc., necesitan tener personas que encabecen sus procesos, los encaucen y los lideren en sus proyectos. En este sentido, también la Iglesia, necesita de líderes que sean pastores al estilo de Jesús, el Buen Pastor.


Pero ocurre que hoy en día asistimos a una evidente falta de líderes en el mundo entero, que se ve reflejado en la ausencia de verdaderos líderes que lleven a nuestros pueblos a vivir procesos auténticos de liberación y dignidad humana. ¿Los motivos?, no sabría precisarlos, quizás la caída de las ideologías, utopías que se desvanecen, la mirada cortoplacista de nuestras generaciones, la mirada “materialista” de la vida exacerbada por el consumismo y el dinero, en fin, interpretaciones pueden haber varias para asumir esta afirmación en cuanto los líderes no son precisamente los que sobran en nuestro mundo.

En nuestra Iglesia también asistimos a un tiempo difícil en el liderazgo que ha de suscitarse en nuestras Comunidades y en la Iglesia en términos generales. No sobran los profetas y místicos. O los mártires y los testigos. Buscamos a nuevos testigos y pastores que, con el estilo de Jesús, Buen Pastor por antonomasia, vayan delante de sus ovejas y las conduzcan a la vida abundante.

Siguiendo a Jesús, Buen Pastor, el líder es una persona (ya sea en el matrimonio, en la escuela, en el gobierno, o en la Iglesia) que depone sus intereses personales en función de las “ovejas” a las cuales les corresponde liderar. El se juega su vida por ellas. Va delante de ellas mostrándoles el horizonte. Las protege y les ayuda a desencadenar procesos y busca su maduración y plena realización.

El líder no mira el hoy, sino el mañana de sus ovejas. Hace suyas sus demandas y sale a protegerlas de quien les quiere hacer daño. El líder, pastor de los suyos, lleva a las ovejas a poner su mirada en lo más grande, en lo más hermoso. Se hace compañero de ruta y está siempre al lado de los suyos.

El líder, en definitiva, gasta su vida en bien de los demás, porque en definitiva el bien de las ovejas es la felicidad de su vida.

miércoles, 7 de abril de 2010

¡RESUCITO, ALELUYA!



"Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado"


Lc. 24, 5-6


La muerte no es el final del camino. No lo fue para Jesús, no lo será para nosotros.

Aparentemente la muerte, había sido el final de una linda historia que se había tejido desde Galilea por Jesús de Nazaret. Ella, disgregó a los discípulos, todos dejaron Jerusalén y volvieron a Galilea con la esperanza derrumbada y con los sueños destruidos. Todo se había acabado. Había sido una linda historia, mas, ahora había que volver a comenzar de nuevo.

En esto estaban los discípulos, las mujeres y los que habían seguido a Jesús, cuando ante sus ojos se fue haciendo evidente otra realidad: CRISTO HABIA RESUCITADO. Se les apareció en innumerables oportunidades y ellos simplemente hicieron el ejercicio de todo creyente: VIERON Y CREYERON.

Esta experiencia de la resurrección de Jesús, que la Iglesia celebra cada día, cada domingo, y en este tiempo de manera más intensa, es de suyo la experiencia fundamental que sostiene la caminata diaria de nuestras comunidades y de cada cristiano.

Con la resurrección de Jesús, todas aquellas experiencias humanas que nos acompañan cada día, como por ejemplo, el dolor, la soledad, las lágrimas, el abandono, la pobreza y las injusticias, ceden su espacio (o deberían hacerlo), a esta nueva experiencia de la VIDA NUEVA que Cristo Resucitado ha incorporado como dato fundamental y definitivo de lo que es nuestra realidad humana.

La resurrección del Señor, nos permite ponernos de pie, salir del sepulcro de nuestras muertes cotidianas, para enarbolar, ahora con esperanza cierta, las banderas de una vida con sentido y proyectada a una realidad que no se puede quedar entrampada en las expresiones de muerte que se dan en nuestro camino cotidiano.

La resurrección del Señor cambió la vida de los apóstoles, de las mujeres y de quienes lo seguían, tanto en cuanto, ellos se dejaron encontrar por el RESUCITADO e hicieron esta experiencia personal de la resurrección. VIERON Y CREYERON y por eso nuevamente fueron capaces de rearmar la comunidad y adquirió sentido la forma nueva de vida que Jesús había predicado en su Evangelio.

Para este tiempo, a veces oscuro y complejo, que nos toca vivir, los cristianos debemos volver a Galilea para encontrarnos ahí con el RESUCITADO y comenzar un camino nuevo, en el cual su Espíritu recorra al ambiente de nuestras comunidades y cada una de nuestras vidas.

Así, la muerte no será el final del camino, sino el penúltimo eslabón en este camino hacia la vida resucitada y resucitadora en la persona del mismo RESUCITADO.