"El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido ..."
Hech. 15,28
Se había suscitado una seria controversia en el seno de la Iglesia naciente, en el sentido de si un pagano podía ser cristiano sin pasar por la observancia de la ley judía, entre ella guardar la ley de la circuncisión como expresión de la alianza hecha a Dios, como se practicaba normalmente en el mundo judío y como lo establecía la ley de Moisés.
La controversia no era menor. Se trataba de dar un salto hacia delante en el sentido que el evangelio estaba siendo predicado fuera del ámbito judío y abriéndose campo entre el mundo pagano, con lo cual esos nuevos “creyentes”, venidos de otro ámbito cultural, debían recibir la Buena Noticia de Jesús a partir de otros códigos, haciendo más amplia la propuesta de Jesús.
En este contexto, Pablo, Bernabé, los “ancianos” y los apóstoles reunidos en la Comunidad Madre de Jerusalén, bajo la guía y la luz del Espíritu Santo, deciden que para ser cristiano sólo bastaba creer en Jesús y bautizarse, sin pasar previamente por los mandamientos y costumbres religiosas del mundo judío, entre las cuales la circuncisión era fundamental. Acuerdos que nacieron en lo que se llama el Concilio de Jerusalén.
Ante esta decisión pastoral, estamos frente a un acto propio de discernimiento cristiano. Los Apóstoles, escuchando en verdad al Espíritu Santo y dejándose iluminar por él, de acuerdo a su legítima potestad apostólica, zanjan una controversia fundamental para el futuro de todos aquellos paganos, que comenzaban a abrirse en la fe del Resucitado.
Este hecho de la primera hora del cristianismo, nos viene a recordar la necesidad perentoria que tenemos hoy día los cristianos de ejercitarnos de continuo en el discernimiento. No deberíamos tener miedo a preguntar de continuo al Espíritu Santo, ¿qué será lo que le agrada al Señor HOY y AQUÍ? Porque de eso se trata, que personal y comunitariamente, sepamos discernir los signos de los tiempos para hacer que nuestra fe sea una respuesta adecuada a las necesidades de hoy.
El discernimiento cristiano, ejercido de continuo en nuestras Comunidades Cristianas y en la Iglesia institucional, nos va a ayudar para mantener “la frescura” del Evangelio anunciado por Jesucristo y llevado a todo el mundo por la Iglesia naciente. Cuando nos ejercitamos en el discernimiento, nos hacemos co-protagonistas en la causa de la evangelización. Nos hacemos cargo de la fe que profesamos de una manera adulta y consciente.
El discernimiento nos ayuda a ser más libres de todas aquellas leyes, costumbres, ciertas “ramificaciones” que se van instalando en nuestro quehacer cristiano, que no necesariamente hoy día son una respuesta válida para la realidad que nos toca vivir.
Discernir, bajo la luz y la guía del Espíritu Santo, es reconocer que el Mensaje tiene mucho de novedad y que no siempre éste lo podemos encapsular en nuestras tradiciones, estilos de vida o formatos religiosos que para un cierto tiempo fueron una respuesta clara, pero que para hoy puede que estén obsoletos.
Discernir en clave cristiana es abrirnos con valentía a que el Espíritu Santo nos lleve a recorrer caminos insospechados como un día lo hicieron Teresa de Calcuta, Juan XXIII o el obispo Romero en San Salvador.
Discernir, en el fondo, para poder ser más fieles al espíritu del Evangelio en este siglo XXI que nos toca vivir.
La controversia no era menor. Se trataba de dar un salto hacia delante en el sentido que el evangelio estaba siendo predicado fuera del ámbito judío y abriéndose campo entre el mundo pagano, con lo cual esos nuevos “creyentes”, venidos de otro ámbito cultural, debían recibir la Buena Noticia de Jesús a partir de otros códigos, haciendo más amplia la propuesta de Jesús.
En este contexto, Pablo, Bernabé, los “ancianos” y los apóstoles reunidos en la Comunidad Madre de Jerusalén, bajo la guía y la luz del Espíritu Santo, deciden que para ser cristiano sólo bastaba creer en Jesús y bautizarse, sin pasar previamente por los mandamientos y costumbres religiosas del mundo judío, entre las cuales la circuncisión era fundamental. Acuerdos que nacieron en lo que se llama el Concilio de Jerusalén.
Ante esta decisión pastoral, estamos frente a un acto propio de discernimiento cristiano. Los Apóstoles, escuchando en verdad al Espíritu Santo y dejándose iluminar por él, de acuerdo a su legítima potestad apostólica, zanjan una controversia fundamental para el futuro de todos aquellos paganos, que comenzaban a abrirse en la fe del Resucitado.
Este hecho de la primera hora del cristianismo, nos viene a recordar la necesidad perentoria que tenemos hoy día los cristianos de ejercitarnos de continuo en el discernimiento. No deberíamos tener miedo a preguntar de continuo al Espíritu Santo, ¿qué será lo que le agrada al Señor HOY y AQUÍ? Porque de eso se trata, que personal y comunitariamente, sepamos discernir los signos de los tiempos para hacer que nuestra fe sea una respuesta adecuada a las necesidades de hoy.
El discernimiento cristiano, ejercido de continuo en nuestras Comunidades Cristianas y en la Iglesia institucional, nos va a ayudar para mantener “la frescura” del Evangelio anunciado por Jesucristo y llevado a todo el mundo por la Iglesia naciente. Cuando nos ejercitamos en el discernimiento, nos hacemos co-protagonistas en la causa de la evangelización. Nos hacemos cargo de la fe que profesamos de una manera adulta y consciente.
El discernimiento nos ayuda a ser más libres de todas aquellas leyes, costumbres, ciertas “ramificaciones” que se van instalando en nuestro quehacer cristiano, que no necesariamente hoy día son una respuesta válida para la realidad que nos toca vivir.
Discernir, bajo la luz y la guía del Espíritu Santo, es reconocer que el Mensaje tiene mucho de novedad y que no siempre éste lo podemos encapsular en nuestras tradiciones, estilos de vida o formatos religiosos que para un cierto tiempo fueron una respuesta clara, pero que para hoy puede que estén obsoletos.
Discernir en clave cristiana es abrirnos con valentía a que el Espíritu Santo nos lleve a recorrer caminos insospechados como un día lo hicieron Teresa de Calcuta, Juan XXIII o el obispo Romero en San Salvador.
Discernir, en el fondo, para poder ser más fieles al espíritu del Evangelio en este siglo XXI que nos toca vivir.
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