y los ojos de físico llorar, creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba, saben subir mirando para abajo”
César Vallejo, poeta peruano.
Ese día bajaron a la mina como lo habían hecho otras tantas veces. Es su trabajo, su vocación, el oficio que mamaron de sus padres y abuelos. Lo hacían con la certeza que así se hacían dueños de su destino ganando el pan para los suyos. Estaban acostumbrados a convivir con el peligro y la aventura. Pero son osados y son corajudos. No les paraliza el miedo, puede más su aliento interior que les lleva a desafiar la roca dura que les espera para ser explotada y devorada.
Nada hacía presagiar la tragedia que se desencadenaría después. Miles de toneladas se les vinieron encima y comenzó la noche eterna. La noche de la angustia y el desencanto. De la desesperanza y la muerte.
La turbación y el descontrol se apoderó en ellos. Cada cual quería acometer un desafío distinto. Es que el anhelo de la libertad y la supervivencia son más poderosos que entregarse mansito a la infausta tarde que les tocaba vivir.
No veían nada, por varias horas, luego vino lo que todos más o menos intuimos. Llantos de impotencia, epítetos de grueso calibre, que buscaban desahogar esos corazones apretados. Algunos miraron al cielo, buscando una explicación, o simplemente, elevando una plegaria. Otros se acordaron de aquellos que amaban, otros guardaron silencio profundo, más de alguien se preguntó: ¿Y por qué esto? ¡Si sabíamos del peligro que se cernía sobre esta mina! Y comenzó la lucha y la aventura.
Todo aquello que puede vivir un ser humano se hizo evidente en esa lucha encarnizada por sobrevivir: Amor, desesperanza, esperanza, separación, muerte, vida, desastre, renacer, solidaridad, catarsis, sacrificio, memoria.
A pesar de la situación inhumana en la que los mineros sobrevivieron esos 70 días, no se entregaron. Debajo de la tierra se puede estar enterrado y minado en lo más íntimo del ser, pero nadie pudo quitarles la fuerza para la lucha. Es lo que dice Victor Frankl cuando nos señala que: “El hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo” (El hombre en busca de sentido, p. 179).
Afuera el drama era evidente. Sin embargo, en el Campamento “Esperanza” NUNCA decayó la esperanza. Increíble. Mujeres hechas de madera indestructibles. Acrisoladas en la vida dura y la batalla del día a día, no podían claudicar. En realidad, las mujeres nunca claudican. Muchos se dieron al trabajo de rescate, con sinceridad y sacrificio. Con el corazón en la mano. Solidaridad y trabajo en equipo por doquier. Energía e inteligencia conjugadas. Plegarias y cánticos, unidos.
Hasta que llegó el día bendito. ¡Los mineros fueron rescatados en su totalidad, sanos y salvos!, en una bendita cápsula que era como entrar en el vientre materno para nacer de nuevo. Todo Chile lloró. Yo también. El mundo se extasió. Este hecho marcará un punto de inflexión en el devenir de nuestra patria. Eso espero.
Ahora viene procesar toda esta gesta épica y dejarla para siempre en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad.
Los mineros no eran ni son ni serán modelos de vida, pero SI son modelos de sobrevivencia y de fuerza para vivir, a pesar que la mina quería retenerlos para siempre. Eso aprendamos de ellos. Aprendamos que nunca tenemos que entregarnos ante las vicisitudes de la vida, por duras que éstas sean.
Pues, quien se entrega, muere.
Los mineros lucharon, por eso están VIVOS.
1 comentario:
ufff que buen comentario, como siempre hermano...es la pura verdad, cuantas veces en los problemas pequeños de la vida nos abatimos y nos dejamos estar, eso tambien es morir un poco...ojala todos reaccionaramos como los mineros que aun en la oscuridad de la tierra supieron dejarse guiar por la luz de la fe y la esperanza...
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