La fe yace dormida y escondida en la furia de la ley.
La esperanza se bate en retirada y quedan pocos espacios para el desparpajo.
El amor lo hemos ultrajado. Nos duele el Amor no amado.
Háblame, Francisco. Aunque no te escuche, háblame.
Mírame aunque mis ojos estén perdidos en el horizonte.
Tómame Francisco, sí, tómame, necesito estrechar tu mano cálida y generosa.
Háblame, Francisco, sólo háblame.
Con tu mirada. Con tus ojos llenos de ternura.
Con tu corazón henchido de amor.
Háblame, Francisco, con todo tu ser y originalidad.
Con tu libertad y osadía. Con tu simplicidad y radicalidad.
Háblame, Francisco, háblame.
Ahora y aquí.
A este corazón.
En esta hora.
En este tiempo.
En esta Iglesia.
En este mundo.
Háblame, Francisco, pequeño juglar de Dios.
¡Háblame, Francisco!.
Entonces la fe, la esperanza y el amor
se alojarán por siempre en mi corazón.
Si, Francisco, sólo háblame.
Amén.
fray Mario.
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