En tu casa está Dios, o sea en tu corazón.
Orar, un camino largo para contemplar al Creador.
Señor, enséñanos a orar, fue el pedido que le hizo a Jesús uno de sus discípulos después que lo habían visto orar.
Los apóstoles eran hombres de oración. Seguramente, como todos los judíos, orarían en las sinagogas y a distintas horas del día, pero ahora querían aprender a orar de una manera diferente. Orar como lo hacía su Maestro, el mismo Jesús.
Jesús oraba en todo momento. En Lucas se le muestra orando en el bautismo en el Jordán, en la Transfiguración, en el envío de los Apóstoles, cuando regresan de la misión los Setenta, en la pasión (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, será su oración del final), por eso que de El dimanaba una fuerza tal, que para sus apóstoles fue difícil sustraerse al magnetismo y fuerza interior que de Jesús brotaba cuando se comunicaba con su Padre y no pedirle que les enseñara a orar.
¿Y qué les enseña Jesús? Básicamente, les enseña a decir: ¡PADRE!, así, con todas sus letras, ¡PADRE!, como queriendo decir, con Francisco, ¡MI DIOS Y MI TODO! Detrás de esta expresión de Jesús, está el contenido total de su oración y la relación que El tiene con su Dios. El no es más que ternura, compasión, misericordia, cariño, amor. Es su Padre y al padre se le habla con naturalidad y afecto y se le escucha con dedicación y agradecimiento.
Hay dos gestos potentes que los seres humanos podemos realizar con respecto al Padre en la oración: esto es, abrir nuestras manos vacías y ponernos de rodillas. Abriendo nuestras manos vacías en la oración, no hacemos más que ABANDONARNOS plenamente en Dios y AGRADECER de manera infinita todo lo que recibimos. Con respecto a Dios todo es gratuidad, nada podemos ofrecerle, por eso nuestras MANOS ABIERTAS y VACIAS. Nos abandonamos de corazón, porque todo lo esperamos de El y en El ponemos nuestra vida, nuestra historia, el camino de nuestro pueblo, la vida toda.
Y nos ponemos de rodillas. en un gesto potente de ADORACION máxima y de CONTEMPLACION. Solamente el ser humano se pone de rodillas delante de Dios y del pobre y en la oración lo que hacemos es doblar nuestras rodillas para adorar con todo el corazón a Aquel que es plenitud de amor.
Orar es entrar en una dinámica de diálogo con el Padre. Es entrar en la pieza, cerrar la puerta y orar a nuestro Padre que conoce todos nuestros secretos. La oración nos cualifica para un mejor apostolado y para una vida más intensa e integrada. Cuando oramos, entramos en nuestra casa y nos revelamos delante del Padre con toda desnudez en lo que somos, en nuestras luchas, esperanzas y heridas.
En la oración vamos alcanzando esa mirada contemplativa y sacramental que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos y mirar con ojos de fe a las personas, las criaturas (como San Francisco), los acontecimientos, la vida misma. Ella nos hace tener “un fondo interior”, una mayor consistencia en nuestra fe y una intensidad distinta para vivir. Nos lleva al CENTRO y nos saca de la periferia. Vamos al fondo y no merodeamos por la orilla de nuestra vida y de los acontecimientos.
En definitiva, en la oración son dos corazones que se unen para tratar en amistad y hablar el lenguaje del AMOR. El Corazón en nuestro corazón, nuestro corazón en el Padre. Y como esto no siempre es tan evidente en nosotros, es que necesitamos ir a la escuela de JESÚS todas las veces que sea necesario y volverle a decir:
"SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR".
Orar, un camino largo para contemplar al Creador.
"Señor, enséñanos a orar"
Lc. 11, 1
Señor, enséñanos a orar, fue el pedido que le hizo a Jesús uno de sus discípulos después que lo habían visto orar.
Los apóstoles eran hombres de oración. Seguramente, como todos los judíos, orarían en las sinagogas y a distintas horas del día, pero ahora querían aprender a orar de una manera diferente. Orar como lo hacía su Maestro, el mismo Jesús.
Jesús oraba en todo momento. En Lucas se le muestra orando en el bautismo en el Jordán, en la Transfiguración, en el envío de los Apóstoles, cuando regresan de la misión los Setenta, en la pasión (“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, será su oración del final), por eso que de El dimanaba una fuerza tal, que para sus apóstoles fue difícil sustraerse al magnetismo y fuerza interior que de Jesús brotaba cuando se comunicaba con su Padre y no pedirle que les enseñara a orar.
¿Y qué les enseña Jesús? Básicamente, les enseña a decir: ¡PADRE!, así, con todas sus letras, ¡PADRE!, como queriendo decir, con Francisco, ¡MI DIOS Y MI TODO! Detrás de esta expresión de Jesús, está el contenido total de su oración y la relación que El tiene con su Dios. El no es más que ternura, compasión, misericordia, cariño, amor. Es su Padre y al padre se le habla con naturalidad y afecto y se le escucha con dedicación y agradecimiento.
Hay dos gestos potentes que los seres humanos podemos realizar con respecto al Padre en la oración: esto es, abrir nuestras manos vacías y ponernos de rodillas. Abriendo nuestras manos vacías en la oración, no hacemos más que ABANDONARNOS plenamente en Dios y AGRADECER de manera infinita todo lo que recibimos. Con respecto a Dios todo es gratuidad, nada podemos ofrecerle, por eso nuestras MANOS ABIERTAS y VACIAS. Nos abandonamos de corazón, porque todo lo esperamos de El y en El ponemos nuestra vida, nuestra historia, el camino de nuestro pueblo, la vida toda.
Y nos ponemos de rodillas. en un gesto potente de ADORACION máxima y de CONTEMPLACION. Solamente el ser humano se pone de rodillas delante de Dios y del pobre y en la oración lo que hacemos es doblar nuestras rodillas para adorar con todo el corazón a Aquel que es plenitud de amor.
Orar es entrar en una dinámica de diálogo con el Padre. Es entrar en la pieza, cerrar la puerta y orar a nuestro Padre que conoce todos nuestros secretos. La oración nos cualifica para un mejor apostolado y para una vida más intensa e integrada. Cuando oramos, entramos en nuestra casa y nos revelamos delante del Padre con toda desnudez en lo que somos, en nuestras luchas, esperanzas y heridas.
En la oración vamos alcanzando esa mirada contemplativa y sacramental que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos y mirar con ojos de fe a las personas, las criaturas (como San Francisco), los acontecimientos, la vida misma. Ella nos hace tener “un fondo interior”, una mayor consistencia en nuestra fe y una intensidad distinta para vivir. Nos lleva al CENTRO y nos saca de la periferia. Vamos al fondo y no merodeamos por la orilla de nuestra vida y de los acontecimientos.
En definitiva, en la oración son dos corazones que se unen para tratar en amistad y hablar el lenguaje del AMOR. El Corazón en nuestro corazón, nuestro corazón en el Padre. Y como esto no siempre es tan evidente en nosotros, es que necesitamos ir a la escuela de JESÚS todas las veces que sea necesario y volverle a decir:
"SEÑOR, ENSEÑANOS A ORAR".
3 comentarios:
¡COMO NO REPETIR CADA DIA, SEÑOR ENSEÑANOS A ORAR! PARECE FACIL, PERO CUESTA ENTRAR EN INTIMIDAD CON DIOS. QUIZAS POR QUE PARA LOGRAR ESE ENCUENTRO DEBO DEJAR FUERA TODO LO QUE PUEDE SER UN OBSTACULO EN ESE MOMENTO ESPECIAL, PARA PODER ESTAR SOLO EL Y YO. ADEMAS, PARA APRENDER A ORAR SE NECESITA DISCIPLINA, PERSEVERANCIA Y PACIENCIA. QUE DIOS NOS REGALE EL DON DE LA ORACION. PAZ Y BIEN.
MI DIOS Y MI TODO. OJALA PUDIERAMOS REPETIR EN CADA MOMENTO ESA FRASE. OJALA PUDIERAMOS HACER VIDA LA ORACION Y PEDIRLE AL PADRE QUE NUESTRO CORAZON SEA SU CASA. QUE SIEMPRE ESTEMOS DISPUESTOS A ENCONTRARNOS CON EL EN NUESTRO SILENCIO, EN NUESTRA VIDA.
PAZ Y BIEN
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