El corazón del Padre, es el corazón de la misericordia.
¡Haz el camino del retorno! Dios te espera.
Al final encontrarás la LUZ.
¡Haz el camino del retorno! Dios te espera.
Al final encontrarás la LUZ.
"Se marchó a un lugar lejano"
Lc. 15, 13
El capítulo 15 de Lucas, nos muestra como es el corazón de Dios, es el evangelio de la misericordia y la compasión infinita que Dios tiene para con sus hijos.
Se trata de 3 parábolas que nos cuenta Jesús, a propósito de las murmuraciones de los fariseos y maestros de la ley que contemplan cómo publicanos y pecadores se agolpan en torno al Maestro para escuchar su enseñanza. En el criterio farisaico y de los escribas, era inaudito que El se juntara con pecadores y comiera con ellos.
Aparece entonces la parábola de la oveja perdida, de la moneda que extravía una mujer y la famosa y emblemática parábola del Padre misericordioso, más conocida como la parábola del hijo pródigo. En estas tres parábolas, aparece el mismo esquema: la pérdida (de algo, una oveja, una moneda y de alguien, un hijo), el encuentro y el festejo que se suscita producto del encuentro.
Me detengo un momento en la última parábola.
El hijo menor queriéndose emancipar y vivir su libertad de manera plena, le pide a su padre que le de la herencia que le corresponde. Y parte a un país lejano. Este hijo hizo, así, un corte drástico con su padre a tal punto que cortó con todo, con su forma de vivir, de pensar y de actuar. Dejó el hogar, negó su vínculo con su padre y fue en busca de nuevos horizontes. Pero en el camino se gastó todo, comenzó a convivir con la miseria y el hambre, perdió radicalmente su dignidad y acabó en el abismo. Frente a tal situación no le quedaba otra que volver a la casa, al hogar donde se había criado y era hijo y no esclavo. El padre apenas lo ve de vuelta a la casa, se conmueve profundamente (como el buen samaritano), se abalanza sobre él, lo abraza y ordena que hagan fiesta porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.
Esta es la experiencia de cada uno de nosotros que, de tanto en tanto, nos vamos una y otra vez de la casa del Padre. Con la pretensión de querer construir nuestra propia vida, abandonamos el hogar, queremos la parte de la herencia que nos corresponde y cortamos radicalmente con aquellos principios o valores orientadores que alguna vez fueron parte de nuestra existencia. Nos vamos de la casa para vivir “a nuestro aire”, en una pretendida libertad plena que no tendríamos en la casa y cortamos todo vínculo espiritual que nos pueda coaccionar en nuestro libre albedrío. Esos “hijos pródigos” que andan por ahí, enfrascados en un ambiente secularista y de abandono a todo arraigo religioso, dan cuenta que esta parábola se sigue viviendo en nuestros días. Es la realidad de muchos de nosotros que un día nos fuimos a un “país lejano” porque ya no queríamos estar sujetos a una forma de vida que nos podía quitar el aire que necesitábamos para respirar y ser libres. Y en esta opción no nos ha ido bien.
Pero podemos hacer el camino del regreso a casa. Y en esta parábola aparece con nitidez la “verdadera cara de Dios”. La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que SALE A BUSCARME y que no descansará hasta que me haya encontrado. Dios siempre te buscará. Irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama y te quiere en casa y no descansará hasta que estés con El. "La cuestión entonces no es: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? sino ¿cómo puedo dejar que Dios me encuentre? La cuestión no es: ¿Cómo puedo conocer a Dios? sino ¿Cómo puedo dejar que Dios me conozca? Y la cuestión no es: ¿Cómo voy a amar a Dios? sino ¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?" (El Regreso del Hijo Pródigo, H. Nouwen).
Dios nunca ha retirado sus manos y por eso nos puede volver a abrazar y ponernos el vestido nuevo, el anillo en el dedo y zapatos en los pies (signo de la nueva dignidad de hijos) y hacer fiesta a condición de que haga el camino del retorno redescubriendo mi yo más profundo: TODAVIA SIGO SIENDO HIJO DE MI PADRE.
Se trata de 3 parábolas que nos cuenta Jesús, a propósito de las murmuraciones de los fariseos y maestros de la ley que contemplan cómo publicanos y pecadores se agolpan en torno al Maestro para escuchar su enseñanza. En el criterio farisaico y de los escribas, era inaudito que El se juntara con pecadores y comiera con ellos.
Aparece entonces la parábola de la oveja perdida, de la moneda que extravía una mujer y la famosa y emblemática parábola del Padre misericordioso, más conocida como la parábola del hijo pródigo. En estas tres parábolas, aparece el mismo esquema: la pérdida (de algo, una oveja, una moneda y de alguien, un hijo), el encuentro y el festejo que se suscita producto del encuentro.
Me detengo un momento en la última parábola.
El hijo menor queriéndose emancipar y vivir su libertad de manera plena, le pide a su padre que le de la herencia que le corresponde. Y parte a un país lejano. Este hijo hizo, así, un corte drástico con su padre a tal punto que cortó con todo, con su forma de vivir, de pensar y de actuar. Dejó el hogar, negó su vínculo con su padre y fue en busca de nuevos horizontes. Pero en el camino se gastó todo, comenzó a convivir con la miseria y el hambre, perdió radicalmente su dignidad y acabó en el abismo. Frente a tal situación no le quedaba otra que volver a la casa, al hogar donde se había criado y era hijo y no esclavo. El padre apenas lo ve de vuelta a la casa, se conmueve profundamente (como el buen samaritano), se abalanza sobre él, lo abraza y ordena que hagan fiesta porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.
Esta es la experiencia de cada uno de nosotros que, de tanto en tanto, nos vamos una y otra vez de la casa del Padre. Con la pretensión de querer construir nuestra propia vida, abandonamos el hogar, queremos la parte de la herencia que nos corresponde y cortamos radicalmente con aquellos principios o valores orientadores que alguna vez fueron parte de nuestra existencia. Nos vamos de la casa para vivir “a nuestro aire”, en una pretendida libertad plena que no tendríamos en la casa y cortamos todo vínculo espiritual que nos pueda coaccionar en nuestro libre albedrío. Esos “hijos pródigos” que andan por ahí, enfrascados en un ambiente secularista y de abandono a todo arraigo religioso, dan cuenta que esta parábola se sigue viviendo en nuestros días. Es la realidad de muchos de nosotros que un día nos fuimos a un “país lejano” porque ya no queríamos estar sujetos a una forma de vida que nos podía quitar el aire que necesitábamos para respirar y ser libres. Y en esta opción no nos ha ido bien.
Pero podemos hacer el camino del regreso a casa. Y en esta parábola aparece con nitidez la “verdadera cara de Dios”. La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que SALE A BUSCARME y que no descansará hasta que me haya encontrado. Dios siempre te buscará. Irá a cualquier parte para encontrarte. Te ama y te quiere en casa y no descansará hasta que estés con El. "La cuestión entonces no es: ¿Cómo puedo encontrar a Dios? sino ¿cómo puedo dejar que Dios me encuentre? La cuestión no es: ¿Cómo puedo conocer a Dios? sino ¿Cómo puedo dejar que Dios me conozca? Y la cuestión no es: ¿Cómo voy a amar a Dios? sino ¿Cómo voy a dejarme amar por Dios?" (El Regreso del Hijo Pródigo, H. Nouwen).
Dios nunca ha retirado sus manos y por eso nos puede volver a abrazar y ponernos el vestido nuevo, el anillo en el dedo y zapatos en los pies (signo de la nueva dignidad de hijos) y hacer fiesta a condición de que haga el camino del retorno redescubriendo mi yo más profundo: TODAVIA SIGO SIENDO HIJO DE MI PADRE.
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