Que la LUZ, que es Cristo, ilumine por siempre tu camino.
"El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría,
y la gracia de Dios estaba con él".
Lc. 2,40
Seguramente hoy hablaremos de diversos modelos de familia (más allá del modelo clásico y del más auténtico y verdadero, por lo demás, en donde convive el padre, la madre y los hijos) por las diversas circunstancias y realidades culturales que se han ido imponiendo en la humanidad. Pero más allá de esta diversificación, que por cierto ha de tener sus límites, los cristianos encontramos en la Sagrada Familia, el modelo y el paradigma perfecto en donde mirarnos de continuo, ha objeto de construir y proyectar la familia como célula básica de la humanidad.
Cuando Jesús asumió en la encarnación nuestra condición humana, lo hizo con todas sus consecuencias, de modo que también él “tuvo” necesidad de tener una familia concreta, un padre adoptivo, no biológico, y una madre que lo trajo a este mundo. El supo lo que era una familia, sintió el calor de un hogar, aprendió a obedecer, se interesó por las cosas domésticas, en suma, también recibió de sus padres lo que de ellos se puede esperar: educación, formación, cuidado, protección, disciplina, orientación, diálogo, escucha, etc.
Teniendo en cuenta el sentido paradigmático que tiene la figura del Niño Jesús, María y José en la formación y proyección de nuestras familias, me detengo en algunos conceptos que nos podrían ayudar a potenciar esta realidad que a veces se ve a maltraer en la sociedad actual:
En efecto, nuestras familias deben considerar la INDIVIDUALIDAD de sus integrantes. Aunque corra la misma sangre por las venas, no somos hechos en serie, ni somos iguales. Cada integrante, debiera ser respetado en lo que es, con sus grandezas y con sus límites. Todos juntos, formarán la familia ideal. En la diversidad de colores, encontraremos la riqueza y maravilla de nuestra propia familia.
Seamos capaces de crear una cultura permanente del DIALOGO y la comunicación, de corazón a corazón, de manera fluida y permanente, dentro del seno del hogar. Si no somos capaces de abrir los corazones, iremos creando progresivamente muros insalvables que nos llevarán al rompimiento de la familia. Y un diálogo que no es monólogo, sino escucha atenta de las experiencias del otro.
¡Vivamos de continuo el PERDON entre los distintos integrantes de la familia! Perdonar hace bien. Tanto al que pide perdón como al que perdona. Es una terapia reconocidamente válida que elimina, de raíz, todo intento de autodefensa, de repliegue excesivo hacia uno mismo y que permite zanjar las rivalidades y odiosidades que se pueden ir incubando de manera solapada y oculta en el hogar. Y que es un virus que destruye silenciosamente a quienes conforman la familia.
Seamos capaces de tener MOMENTOS GRATUITOS entre todos. Hacer fiesta, ser más lúdicos, “perder” tiempo en los demás. Apagar la T.V. para conversar. Relatarnos historias, hacer memoria de lo vivido. En fin, tiempo para los demás, y no tan sólo, trabajo, mecanización, rutina, etc.
Y por último, y como eje de todo, asumamos una ESPIRITUALIDAD dentro del hogar. Que Cristo sea la ROCA sobre la cual vayamos construyendo la familia. En sus valores que nos reflejemos y nos dejemos cuestionar permanentemente. Pueden venir tempestades y vientos fuertes, pero la “casa” estará firme porque los integrantes del hogar han ido alimentando su corazón y su vida con la sabiduría de la SAGRADA FAMILIA.
Protejamos, pues, esta institución, la más HUMANA y DIVINA a la vez.