lunes, 1 de diciembre de 2008

¡SURSUM CORDAM! ¡ARRIBA LOS CORAZONES!

Tu mirada Jesús, nos contagie en una esperanza activa.
Deja que en tu corazón habite por siempre la esperanza.
Con la fuerza y candidez de una flor, construimos esperanza.


“Estén preparados y vigilando, ya que no saben
cuál será el momento … Lo que les digo a
ustedes, se lo digo a todos: estén despiertos”.

Mc. 13, 33.37



Un encuentro de empresarios del país, titulaba así su encuentro anual: ¡SURSUM CORDAM! ¡ARRIBA LOS CORAZONES! Este lema, que estaba relacionado con el análisis de la coyuntura económica de Chile y el mundo (realidad compleja y difícil en este momento), me ha parecido sugerente colocarlo como punto de fondo para este comentario, ahora que estamos iniciando un nuevo tiempo litúrgico, como es el adviento que inauguramos el domingo recién pasado.

El adviento es el tiempo de la esperanza, de la espera activa del Mesías que anhelamos venga a instalarse en el corazón del mundo y de la historia. Que ya vino, en el misterio de la encarnación que celebramos el 25 de diciembre, que viene cada día a nosotros, rodeado de fragilidad, pobreza y periferia, y que esperamos al final de los tiempos en el momento de la parusía y de su manifestación gloriosa como Rey y Señor del mundo y de la historia.

De hecho, el cristiano, es el hombre, la mujer, que indefectiblemente vive de esperanza. Anhelamos y soñamos un mundo mejor. Esperamos, a veces, contra toda esperanza. Cuando nada hace suponer lo contrario y creemos que ya todo se ha acabado, la fe en Jesús nos dice: ¡arriba los corazones! No se amilanen ante los obstáculos y las adversidades. No dejen caer sus sueños y utopías. No cedan a las tentaciones de una vida mediocre y de bajo vuelo. No. Absolutamente, no.

Adviento es el tiempo para la vigilancia, para estar atentos y despiertos y para no dejarse adormecer por las tentaciones de este mundo y por las sutilezas del Maligno que nos puede tentar con llevar una vida, religiosa y espiritual, cómoda, aburguesada e instalada. Seguros de que el Señor tardará, nos entretengamos en las metas inmediatistas, de una vida pequeña y de poca monta.

Estén prevenidos, nos dice el Señor, porque no saben ni el día ni la hora. Mientras me voy a un largo viaje, les confío mi casa, a cada cual le encomiendo una misión y no se queden dormidos, tranquilos y refugiados en la seguridad de los honores que están recibiendo, de los títulos que han adquirido, de las imágenes que han tratado de proyectar o en la seguridad que no tendremos que dar cuenta de qué hemos hecho con la misión encomendada.

Adviento es el tiempo para leer y escrutar los signos de los tiempos y discernir la voluntad de Dios y poder descubrir el paso de Dios por nuestra historia personal y comunitaria. El discípulo no se puede instalar en una vida cristiana llevada de manera mecánica y de algo que ha adquirido de una vez para siempre. No. El cristiano siempre pregunta a su Señor por lo que tiene que hacer, por lo que tiene que cambiar, por aquello que hoy debe realizar. No se es cristiano, laico, religioso, sacerdote, de una vez para siempre.

Vamos a estar prevenidos, atentos, vigilantes, despiertos y cantando la esperanza de un mundo más pleno y divino, en la medida que estemos viviendo nuestro compromiso cristiano las veinticuatro horas del día. Siempre con las botas puestas, listos para dar razón de nuestra esperanza.

Por eso, ¡SURSUM CORDAM! ¡ARRIBA LOS CORAZONES!

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