Quizás si lo más importante sea preparar tu corazón.
Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino
del Señor, como dijo el profeta Isaías".
Jn, 1, 22-23
Juan Bautista da testimonio del Señor, es el precursor, quien prepara el camino al Mesías de quien él es su testigo y la voz que clama en el desierto. El tiene clara su identidad, sabe que no es la luz, sino el testigo de la luz. Ante las preguntas recurrentes de los sacerdotes y levitas, enviados por los judíos, para inquirir detalles sobre su persona y misión, Juan Bautista sabe cuál es su misión y de qué forma a él le corresponde preparar el camino, convocar a las multitudes, para que se dispongan a recibir al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
De la persona de Juan y su misión, se desprenden algunas enseñanzas que hemos de tener en cuenta a la hora de vivir nuestro discipulado de Jesús:
NECESIDAD DE TENER UNA IDENTIDAD CLARA:
Juan no es la LUZ, pero es testigo de la LUZ. No es el Mesías, pero prepara el camino del Mesías. Bautiza con agua, pero Jesús bautizará con Espíritu Santo. No ha nacido hombre más grande que él, pero él ni siquiera es digno de desatarle la correa de la sandalia al Maestro.
En un mundo pluricultural, diverso, con un conjunto de estilos de vida, marcadamente secularista y en donde los sentidos de vida pasan por diversos parámetros, se hace del todo útil y necesario, que los cristianos tengamos una IDENTIDAD cada vez más clara y definida. Una identidad que le de sentido y oriente nuestros estilos de vida, las opciones que vamos tomando cada vez y la forma como nos enfrentamos a los diversos escenarios con que nos vamos encontrando cada día en el mundo.
Si esto es así, el cristiano no estará, necesariamente, expuesto a los vaivenes o corrientes de pensamiento que se van enfatizando hoy día. Y ningún ambiente le será extraño para poder vivir con nitidez y transparencia su vocación cristiana. Y esta identidad no estará dada por formalidades externas (una cruz, un rosario en el cuello, un hábito religioso, o algo por el estilo), o por prácticas religiosas que a veces pueden estar vacías y sin un compromiso real con la vida de cada día, sino por la apertura permanente a la Palabra, al Espíritu Santo y al frecuente discernimiento de todo para quedarnos con lo bueno, como nos recuerda el apóstol Pablo.
NECESIDAD DE SER TESTIGOS DE LA LUZ:
Juan Bautista se sabe testigo y una voz que clama en el desierto. Viene a dar testimonio de la luz para que todos puedan creer a partir de su testimonio.
El testigo es alguien que ha visto o escuchado a alguien. Ha sido co-protagonista de un acontecimiento, en el fondo ha sido parte de una experiencia.
También los cristianos tenemos necesidad de ser cada vez más elocuentes como testigos de la LUZ que es Cristo. Ser testigos de la buena nueva (“el Señor me ha ungido, El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos …” nos dirá el profeta Isaías). No profetas de desventuras sino portadores de una NOTICIA que satisface el corazón, que lo ensancha y lo hace prorrumpir en gritos de alegría y gozo en el encuentro cercano con el Dios Emmanuel.
Ser una voz que clama en el desierto de este mundo complejo y de nuestra Iglesia y Comunidades, donde faltan los testigos y profetas y muchas veces sobran los funcionarios religiosos. Una voz que clama en el desierto para no cansarnos a pesar que vayamos contra la corriente, en una sociedad que parece darle la espalda a aquellos valores humanos y evangélicos que nos trajo Jesús.
Vayamos, pues, por este mundo, afirmando cada vez nuestra identidad como discípulos y viviendo el testimonio alegre de la LUZ que nos trae Jesús en Belén. Así le preparamos mejor el camino a Jesús, como lo hiciera un día Juan Bautista.
De la persona de Juan y su misión, se desprenden algunas enseñanzas que hemos de tener en cuenta a la hora de vivir nuestro discipulado de Jesús:
NECESIDAD DE TENER UNA IDENTIDAD CLARA:
Juan no es la LUZ, pero es testigo de la LUZ. No es el Mesías, pero prepara el camino del Mesías. Bautiza con agua, pero Jesús bautizará con Espíritu Santo. No ha nacido hombre más grande que él, pero él ni siquiera es digno de desatarle la correa de la sandalia al Maestro.
En un mundo pluricultural, diverso, con un conjunto de estilos de vida, marcadamente secularista y en donde los sentidos de vida pasan por diversos parámetros, se hace del todo útil y necesario, que los cristianos tengamos una IDENTIDAD cada vez más clara y definida. Una identidad que le de sentido y oriente nuestros estilos de vida, las opciones que vamos tomando cada vez y la forma como nos enfrentamos a los diversos escenarios con que nos vamos encontrando cada día en el mundo.
Si esto es así, el cristiano no estará, necesariamente, expuesto a los vaivenes o corrientes de pensamiento que se van enfatizando hoy día. Y ningún ambiente le será extraño para poder vivir con nitidez y transparencia su vocación cristiana. Y esta identidad no estará dada por formalidades externas (una cruz, un rosario en el cuello, un hábito religioso, o algo por el estilo), o por prácticas religiosas que a veces pueden estar vacías y sin un compromiso real con la vida de cada día, sino por la apertura permanente a la Palabra, al Espíritu Santo y al frecuente discernimiento de todo para quedarnos con lo bueno, como nos recuerda el apóstol Pablo.
NECESIDAD DE SER TESTIGOS DE LA LUZ:
Juan Bautista se sabe testigo y una voz que clama en el desierto. Viene a dar testimonio de la luz para que todos puedan creer a partir de su testimonio.
El testigo es alguien que ha visto o escuchado a alguien. Ha sido co-protagonista de un acontecimiento, en el fondo ha sido parte de una experiencia.
También los cristianos tenemos necesidad de ser cada vez más elocuentes como testigos de la LUZ que es Cristo. Ser testigos de la buena nueva (“el Señor me ha ungido, El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos …” nos dirá el profeta Isaías). No profetas de desventuras sino portadores de una NOTICIA que satisface el corazón, que lo ensancha y lo hace prorrumpir en gritos de alegría y gozo en el encuentro cercano con el Dios Emmanuel.
Ser una voz que clama en el desierto de este mundo complejo y de nuestra Iglesia y Comunidades, donde faltan los testigos y profetas y muchas veces sobran los funcionarios religiosos. Una voz que clama en el desierto para no cansarnos a pesar que vayamos contra la corriente, en una sociedad que parece darle la espalda a aquellos valores humanos y evangélicos que nos trajo Jesús.
Vayamos, pues, por este mundo, afirmando cada vez nuestra identidad como discípulos y viviendo el testimonio alegre de la LUZ que nos trae Jesús en Belén. Así le preparamos mejor el camino a Jesús, como lo hiciera un día Juan Bautista.
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