Jn. 21,16
Al terminar un nuevo año y próximos a
comenzar uno nuevo, vale la pena dejarnos preguntar por Jesús sobre nuestro
amor por El.
¿Me
AMAS?, es la pregunta final que le hace Jesús a Pedro después que él había
resucitado. Esa pregunta caló hondo en el corazón de Pedro. Lo desinstaló, lo
hizo caer en la cuenta de su completa debilidad y de que el llamado y la
decisión de seguir a Jesús es pura gratuidad.
Pedro
pudo experimentar el triple proceso que todo discípulo al final del día le
tocará vivir. Al comienzo, a la orilla del lago Galilea, su respuesta al
llamado de Jesús se hace instantánea. Suelta las redes, deja su oficio de
pescador, deja su familia y parte detrás de Jesús. Parecía que el protagonista
de esa historia, era, fundamentalmente, él. En el camino fue conociendo a
Jesús, compartió con él, escuchó sus enseñanzas, fue testigo de sus milagros,
al final, HIZO CAMINO CON EL, pero no fue suficiente. En la hora de la prueba,
del desgaste, del compromiso, del martirio, LO NEGO: “No conozco a ese hombre”, habría dicho. Negó a su
Maestro, se negó a si mismo en sus convicciones. Quizás si no hay peor cosa,
que negarse uno mismo en su identidad, en sus
convicciones, en aquello que lo ha sostenido en la vida.
Tuvo
que resucitar su Señor para que Pedro cayera en la cuenta que el llamado y la
respuesta a esa invitación, tiene como protagonista absoluto al mismo Jesús, al
mismo Dios. El llamado es GRATUITO, no lo merecemos, es pura gracia,
simplemente. Recién en esa circunstancia, Pedro se hace consciente de esa
realidad. No mereció ser llamado, Jesús lo hizo sólo por amor gratuito.
Pedro, ¿me amas? Esta pregunta es como si quisiera decirle el Señor, “¿Pedro, todavía puedo contar contigo?”; “¿aún
hay en tu corazón amor por mí?”; “¿todavía quedan ilusiones en tu vida?”; “¿aún
recuerdas mis palabras, todavía tu corazón late por mí?”; “¿todavía crees en mi
proyecto de vida?”; “¿aún tu corazón guarda mis consejos, mis enseñanzas?”;
“¿todavía quieres irte conmigo a pesar que me dejaste solo?”; “Pedro, ¿todavía me crees?”; “¿aún
quedan sueños e ilusiones en tu vida?”; “todavía puedes amar aunque viviste el
desamor?”; “¿aún queda espacio en ti para nacer de nuevo?”; ¿todavía puedes
recuperar el amor primero, aquel que te animó a la orilla del lago Galilea?;
“¿sientes que YO soy la LUZ, el AGUA VIVA, el CAMINO de tu vida, el PAN que
saciará para siembre tu hambre?”; “¿me
amas, más que antes, mejor que antes, definitivamente más fuerte que antes?
El
amor es la energía más maravillosa que puede sentir un ser humano.
Cuando
uno ama todo florece, todo se hace diferente, el corazón está pletórico, los
caminos se andan con más energía, con más ilusiones. Vale la pena la vida. Se
amplían los horizontes. Amanece más temprano, la vida se hace luminosa, hay más
energías para enfrentar los desafíos de cada día. El amor, mueve, energiza,
provoca, crea y renueva los corazones.
Pues
bien, hacia allá nos quiere llevar Jesús en nuestra vida cristiana. La pregunta
en rigor, es la misma que le hizo a Pedro en la hora final de su estadía en
este mundo. Pon tu nombre ………………… y déjate preguntar por Jesús. ¿Me amas? ¿De verdad? ¿Con toda tu
historia? ¿Con lo que ahora mismo estás viviendo? ¿Me amas a pesar de tus
caídas? ¿Me amas con toda tu virtuosidad y también con todo tu pecado? ¿Me amas
a pesar que te pido más de lo que te crees capaz de dar?
¿Me amas más que a ti mismo, más que a
tus bienes, más que a tu propia comodidad? ¿Me amas aunque la vida a veces se
te dibuja como no quisieras y quizás pudieses estar en el Gólgota viviendo tu
propia pasión? ¿Todavía me amas, hermana, hermano querido?, podría preguntarnos
Jesús en este momento de nuestra vida.
Si
nuestras respuestas son afirmativas, entonces Jesús nos dirá como a Pedro: “Apacienta mis ovejas”, “preocúpate de
ellas, ámalas, cuídalas, protégelas, “ten olor a ellas” (Papa Francisco),
atiende a la que está caída, limpia sus heridas, entrégales amor, sostenlas,
consuélalas, camina con ellas, llévalas a pastos buenos, aliméntalas y si es
necesario MUERE por ellas”.
Hermanos
(as), la pregunta queda planteada por parte de Jesús, como un día se la hizo al
mismo Pedro: ¿Me amas?,
¿me amas lo suficiente como para decir que realmente estoy enamorado(a) del
Señor, que más allá de mis posibles desventuras o fragilidades, siento a Jesús
en mi corazón?
Este
diálogo recién comienza, ponte en disposición de escucha y apertura para seguir
madurando esta pregunta que toca las convicciones más hondas de nuestras vidas.
Hasta ahora Jesús siempre le había preguntado a la gente: “¿Tienes fe?”, pero nunca hasta ahora le preguntado a nadie: “¿Me amas?”. Ahora se la hace a Pedro
cuando había dado muestras de su amor muriendo en la cruz y nos la hace a
nosotros en este momento de manera
personal: ¿Me amas?, ¿qué le voy a responder?, en el diálogo sosegado
seguramente se la vamos a contestar y de acuerdo a la respuesta así será el
compromiso de vida que viviremos.
En este año que termina y al comenzar
uno nuevo, Jesús nos vuelve a preguntar: ¿ME AMAS? ¿Cuánto? … para meditarlo un
momento en el corazón.