sábado, 10 de mayo de 2014

EN EL CAMINO DE EMAUS



“Quédate con nosotros Señor que la tarde está cayendo”

 Lc. 24, 29

 
En el trayecto que va de Jerusalén a Emaús, dos hombres van haciendo el camino del retorno con la cara triste, el corazón resquebrajado, la esperanza perdida y la fatiga del que camina sin horizonte y fracasado. Es el camino que dos discípulos, que habían sido testigos del drama acontecido en Jerusalén, donde había sido crucificado el Maestro, del cual esperaban tanto y habían puesta toda su confianza en él.
 
Trato de ponerme en los zapatos de esos hombres y auscultar su situación vital y no hago más que sentir que su experiencia es la realidad de muchos de nosotros en la actualidad. Cansados por el camino, quemados por la excesiva lucha a la que nos sometemos, desesperanzados porque nuestros ideales se esfuman, inquietos de que nuestros sueños y esperanzas no fuesen más que una quimera, algo infundado e irreal.
 
No es difícil sentir de repente el agobio de la vida. No es impensable sentir que las fuerzas se acaban, que la derrota se hace permanente y que el camino nos lleva ciertamente de regreso a Emaús, la ciudad de la muerte y de las tinieblas.
 
Puede ser la situación vital de distintos actores de la sociedad y de la Iglesia en la actualidad. De seguro que andan muchos “Cleofás” por ahí, angustiados, cabizbajos, con el corazón sin calor y cansados de ver que la caminata no se hace con la sonrisa de antaño, con el ideal del primer tiempo, con la energía de la juventud, o simplemente, con la convicción de quién sabe que sus pies no pisan tierra segura.
 
De seguro que para muchos de nosotros puede ser que la tarde esté cayendo y se haga tarde. Y nuevamente se haga necesario, decirle al Maestro desde el fondo del corazón: Señor, ¡quédate con nosotros!
 
Ciertamente, los discípulos de Emaús tenían cerrados los ojos y el corazón, por eso en un primer momento no captaron que ese “peregrino desconocido” que se puso a su lado, era el mismo Señor Resucitado. También hoy podemos vivir esa experiencia de que “otros peregrinos desconocidos”, si no, el mismo Cristo Resucitado, se coloca a nuestro lado y nos abre el horizonte yendo con nosotros al fondo de nuestro corazón, a redescubrir la esencia del camino cristiano como un permanente discipulado, en donde El mismo nos abre el entendimiento y provoca que arda el corazón cuando nos explica las Escrituras.
 
Tanto peregrinos de Emaús, como peregrinos de otros que caminan, esta página bíblica nos invita a mirar con otros ojos el devenir de nuestra historia, historia que se teje desde la presencia efectiva del Resucitado que a través de su Espíritu nos induce a caminar de otra manera y a volver a Jerusalén, para recuperar la esperanza y reconocerlo en la fracción del pan y contar a los demás TODO lo que nos ha dicho en el camino de nuestra vida diaria, muchas veces jalonada de innumerables acontecimientos en donde se vuelve a repetir esta maravillosa escena que nos relata Lucas.
 
Espero de todo corazón que quien pueda leer esta página, tenga la posibilidad real de vivir su propia experiencia de Emaús. La suerte no está echada, cuando aparentemente se instala en nosotros el agobio y el cansancio. En el camino de nuestras historias, envueltas de alegría y tristeza, de gozo y dolor, de expectativas y desesperanzas, más allá de cualquier situación vital, va con nosotros el PEREGRINO DE TODOS LOS TIEMPOS, el cual pedagogo y sabio acompañante nos preguntará primero: ¿De qué conversan ustedes?, tratando, en definitiva, que nos hagamos cargo de nuestras problemáticas y desde ahí comenzar a configurar un nuevo amanecer para la vida.
 
No perdamos el tiempo, más que ir de continuo a Emaús, volvamos a Jerusalén, ahí está la vida, la luz y la esperanza.
 
Será en ese camino, donde volverá a arder nuestro corazón y nos encontraremos con JESUS, el caminante de siempre.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jerusalén, es ahí a donde quise dirigirme una vez y quedé en el camino, justamente por las desilusiones que fui encontrando, y, buscaba con ansias al Señor Jesucristo, yo sabía que Él se acercaría como con los discípulos, pero yo no me daba cuenta porque sentía la amargura, la ausencia de esperanza, el diario vivir, tan lleno de frivolidades, Jesús, yo te esperaba. Y no sé cómo, de repente, sin imaginarlo, vino a mi lado, empezó a hablarme de su amor, de la misericordia de su Padre, de su Resurrección para mi salvación, y mi corazón se encendió como en tiempos idos, cuando el encanto y la emoción de haberlo conocido me cautivaba. Pero ahora, después de mi Emaús vibro con mayor fuerza porque lo he encontrado y VIVE en mí.

Anónimo dijo...

¡Tremenda reflexión Padre Mario! Mejor dicho hermosa homilía, cómo hacerles llegar a otros sacerdotes las palabras de Ud. cómo hacerles entender que la prédica no debe ser improvisada, cómo hacerles entender que los laicos no somos gente ignorante, cómo refrescarles la mente para que recuerden y tomen en serio que con la Palabra de Dios no se juega. Gracias Padre por anunciar el evangelio en forma seria y responsable.

Anónimo dijo...

Me pasa a veces que encuentro personas que están, sin saberlo, en busca del peregrino de Emaús, lo buscan en diversos lugares y diversos distractores, masivamente en la droga y el alcohol, y sin embargo, es su interior quieren encontrarse con Jesucristo, el Señor, lo que durante los intervalos de abstinencia son capaces de reconocerlo pero no de tener la voluntad para dejar lo que inevitablemente va destruyendo esas vidas. Jóvenes, adultos jóvenes y mayores, y cada vez más frecuente en mujeres. Lamentablemente no aceptan ayuda si se ofrece o de otro modo, no hay cerca quien le muestre a Cristo. ¿Por qué no hay más Cleofas o discípulos valientes que lleven la noticia de que son amados y que el mejor camino es el Señor Jesús?