Son las manos de Jesús.
“La niña no está muerta, sino que duerme … La tomó de la mano
y le dijo: Talita kum, que significa: Niña, yo te lo ordeno,
levántate. En seguida la niña, que ya tenía doce años,
se levantó y comenzó a caminar”
Mc. 5, 39.41-42
y le dijo: Talita kum, que significa: Niña, yo te lo ordeno,
levántate. En seguida la niña, que ya tenía doce años,
se levantó y comenzó a caminar”
Mc. 5, 39.41-42
Un padre, jefe de la sinagoga, llamado Jairo, acude compungido al encuentro del Señor para pedirle que vaya a su casa a imponerle las manos a su hija que se está muriendo.
Gesto tierno, que cualquier padre, consciente de su misión de saber cuidar la integridad de sus hijos, haría si estuviera en la circunstancia de Jairo.
Jairo, puede ser el nombre de cualquier padre, de cualquiera de nosotros, que atormentados por el dolor de uno de los nuestros, no sabe más que volver sus ojos a Dios para implorarle su misericordia. Jairo es el nombre de cualquier ser humano, que hoy día puede estar padeciendo el sufrimiento del cuerpo y del alma, que sólo puede encontrar abandono y paz para su corazón en las MANOS DEL SEÑOR.
Claro que sí, las manos del Señor siempre se extendieron para acoger, perdonar, bendecir, sanar. Son manos solidarias, fraternas, misericordiosas. Sus manos están puestas para hacer sentir el calor divino en el corazón del ser humano. Son manos que aprietan, pero no ahogan. Son manos cálidas de las cuales brotan la salvación y la paz. Son manos abiertas y acogedoras para atraer hacia El a todos los que se sienten cansados y agobiados. Jairo algo sabía de esto, por eso con fe se pone de rodillas delante del Señor y le suplica que vaya a imponerle las manos a su hija.
Es el gesto permanente que nuestra Iglesia realiza hoy día cuando bendice a sus hijos en la celebración de los sacramentos, cuando, sobre todo, administra el sacramento de la reconciliación y opera la sanación del corazón de aquel que ha sido perdonado. Hoy también se siguen imponiendo las manos, al niño que será bautizado, al enfermo que está postrado en cama, al joven que es ordenado sacerdote, al penitente que es absuelto de su falta.
Hoy también las manos de Jesús se prolongan en las manos de todos aquellos que bendicen, santifican, acogen, perdonan, entregan misericordia.
Y esas manos del Señor fueron a la casa de Jairo a pesar de la noticia que había recibido de que su hija estaba muerta. Muerta no estaba, sólo dormida, dice Jesús, por eso, sólo hace falta fe, el milagro ocurrirá por la fuerza de Dios.
Talita kum, levántate, es la palabra liberadora que el Señor pronuncia sobre esa adolescente de 12 años que yacía moribunda en su lecho.
LEVANTATE, es el grito potente que hoy día Jesús quiere pronunciar sobre todos nuestros queridos jóvenes que a veces se sienten menoscabados, aturdidos, indefensos, subyugados u oprimidos por tantos males que les pueden acechar.
JOVEN, A TI TE DIGO: LEVANTATE. Escucha querido joven, querida joven, esta palabra sanadora de tu amigo Jesús y ponte a convivir nuevamente con la vida, con las nuevas ilusiones, con las nuevas perspectivas que pueden despuntar del encuentro personal con Jesús.
Talita kum, levántate, tú también que no siendo joven, también necesitas que Jesús te imponga las manos y te restituya a la vida plena.
En Jesús deja atrás la muerte. No estás muerto, estás dormido, en Jesús todo será una nueva vida.
Como lo fue para esa pequeña niña de 12 años. Y para alegría de su papá, Jairo.
Gesto tierno, que cualquier padre, consciente de su misión de saber cuidar la integridad de sus hijos, haría si estuviera en la circunstancia de Jairo.
Jairo, puede ser el nombre de cualquier padre, de cualquiera de nosotros, que atormentados por el dolor de uno de los nuestros, no sabe más que volver sus ojos a Dios para implorarle su misericordia. Jairo es el nombre de cualquier ser humano, que hoy día puede estar padeciendo el sufrimiento del cuerpo y del alma, que sólo puede encontrar abandono y paz para su corazón en las MANOS DEL SEÑOR.
Claro que sí, las manos del Señor siempre se extendieron para acoger, perdonar, bendecir, sanar. Son manos solidarias, fraternas, misericordiosas. Sus manos están puestas para hacer sentir el calor divino en el corazón del ser humano. Son manos que aprietan, pero no ahogan. Son manos cálidas de las cuales brotan la salvación y la paz. Son manos abiertas y acogedoras para atraer hacia El a todos los que se sienten cansados y agobiados. Jairo algo sabía de esto, por eso con fe se pone de rodillas delante del Señor y le suplica que vaya a imponerle las manos a su hija.
Es el gesto permanente que nuestra Iglesia realiza hoy día cuando bendice a sus hijos en la celebración de los sacramentos, cuando, sobre todo, administra el sacramento de la reconciliación y opera la sanación del corazón de aquel que ha sido perdonado. Hoy también se siguen imponiendo las manos, al niño que será bautizado, al enfermo que está postrado en cama, al joven que es ordenado sacerdote, al penitente que es absuelto de su falta.
Hoy también las manos de Jesús se prolongan en las manos de todos aquellos que bendicen, santifican, acogen, perdonan, entregan misericordia.
Y esas manos del Señor fueron a la casa de Jairo a pesar de la noticia que había recibido de que su hija estaba muerta. Muerta no estaba, sólo dormida, dice Jesús, por eso, sólo hace falta fe, el milagro ocurrirá por la fuerza de Dios.
Talita kum, levántate, es la palabra liberadora que el Señor pronuncia sobre esa adolescente de 12 años que yacía moribunda en su lecho.
LEVANTATE, es el grito potente que hoy día Jesús quiere pronunciar sobre todos nuestros queridos jóvenes que a veces se sienten menoscabados, aturdidos, indefensos, subyugados u oprimidos por tantos males que les pueden acechar.
JOVEN, A TI TE DIGO: LEVANTATE. Escucha querido joven, querida joven, esta palabra sanadora de tu amigo Jesús y ponte a convivir nuevamente con la vida, con las nuevas ilusiones, con las nuevas perspectivas que pueden despuntar del encuentro personal con Jesús.
Talita kum, levántate, tú también que no siendo joven, también necesitas que Jesús te imponga las manos y te restituya a la vida plena.
En Jesús deja atrás la muerte. No estás muerto, estás dormido, en Jesús todo será una nueva vida.
Como lo fue para esa pequeña niña de 12 años. Y para alegría de su papá, Jairo.
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