martes, 10 de febrero de 2009

JESUS PREDICA, JESUS SANA, JESUS ORA.

ORANTES Y APOSTOLICOS.


"Todos te buscan. Y les contestó: Sigamos más allá y vamos a los
pueblecitos vecinos, y yo predicaré también allí.
He salido para esto precisamente".
Mc. 1, 38-39

Si analizamos un día cualquiera en la intensa agenda que vive Jesús, nos vamos a dar cuenta que el Señor realiza un apostolado intensísimo, donde se da tiempo para visitar enfermos y curar sus enfermedades, se retira a lugares solitarios para orar y se ejercita en una “pastoral dinámica” yendo siempre a otros lugares porque “he salido para esto precisamente”, nos señala en su evangelio.

De la figura del Maestro, como apóstol incansable, nosotros sus discípulos, tenemos que aprender y mirarnos de continuo en El, a la hora de estructurar nuestra propia agenda apostólica.

Veamos.

Jesús predica la Buena Noticia del Reino de Dios de manera incansable. Su misión es llevar el Evangelio a todas las multitudes para que, escuchándolo con admiración y apertura del corazón, puedan orientar sus vidas en la senda del Evangelio. No se queda callado, sino que con particular entereza y dedicación anuncia la Palabra a las multitudes que con admiración lo escuchan y lo siguen. Es también nuestra tarea. De la Iglesia y de cada uno: ser misionero incansables en la huella dejada por Jesús que no se cansa de anunciar la Buena Noticia.

Jesús sana enfermos y expulsa demonios. Su misión tiene como objetivo la derrota de las diversas formas del mal que empobrecen y esclavizan la vida humana. Una muestra palpable de ello es su visita a la suegra de Pedro para sanarla de la fiebre que ella tenía. A través de ese triple gesto a dicha mujer: a saber, acercarse, tomarla de la mano y levantarla, provoca la respuesta de fe que en ella se expresa a través del servicio que inmediatamente lleva a cabo en el seno de la familia. Levantar los corazones, curar heridas, restaurar lo fracturado, será otra expresión del apostolado incesante al cual nos convoca Jesús.

Jesús ora al Padre, por eso de madrugada, se retira a un lugar solitario para tener ese espacio íntimo que le dará sentido y plenitud a su intenso apostolado. Sin esos momentos íntimos de diálogo con el Padre, cualquier apostolado, derivará en mero activismo que no tendrá los frutos esperados. Hay que saber integrar en la vida la misión intensa con la intensa oración, como lo hace Jesús.

Jesús parte a otros pueblos para seguir predicando incesantemente el Evangelio. No se deja “atrapar” por la popularidad o la fama que despierta en sus oyentes, sino que tiene conciencia que también otros esperan por El y su Mensaje. Es también el desafío de los cristianos en esta hora de nuestra vida eclesial. Crear instancias dinámicas de apostolado misionero, de tal manera de ser capaces de salir de nuestro círculo vital donde nos estacionamos (a veces los mismos de siempre) y caer en la cuenta que existen muchos ambientes y sectores de nuestro pueblo que todavía no conocen a Jesús y nos han oído su Evangelio.

Aprendamos, pues, de Jesús, y seamos capaces de articular en nuestra vida esta trilogía que tan bien el Señor desarrolló en su vida.
Predicar, sanar y orar.

Y después partir a otros lugares, pues muchos esperan por Jesús.



No hay comentarios: