miércoles, 30 de abril de 2008

¡QUEDATE CONMIGO, SEÑOR!

Cuando esté languideciendo mi esperanza y el cansancio se asome a mi ventana y el sol deje de brillar y las noches se hagan cada vez más heladas.

Cuando haga su estreno el amor egoísta y ensimismado y cuando mi corazón deje de latir por que el que sufre y llora.

Cuando vague por las calles del sin sentido y de la locura y mis pasos se hagan dubitativos y pesados. Cuando quiera recorrer el camino más corto, porque es más cómodo y placentero.

Quédate conmigo, Señor, para cuando la tarde comienza a caer y el día ceda su paso a la noche de mis lamentos y quejidos.

Cuando sienta que la batalla está perdida y el corazón se comience a entumecer. Cuando ya no pueda sonreír y gozar con lo trivial y doméstico de la vida. Cuando lo habitual de cada día no sea más que la automatización de alguien que se muere.

Quédate conmigo, Señor, para que me abras los ojos, me ensanches el corazón, me devuelvas la alegría de vivir y me regales energía para volver a Jerusalén lleno de encanto y gozo.

¡Quédate, Señor!

Sí, quédate en mi corazón.

¡Acompáñame cada día! Quiero que andes al lado mío para que me formes con la potencia de tu Palabra, la dulzura de tu mirada, la calidez de tus manos fraternas y el cariño de tus gestos y actitudes.

¡Sí, Señor, no quiero que pases de largo! ¡Ven entra a mi casa! Ella es sencilla, tiene pocas habitaciones, hay lugares oscuros y sucios y es sólo de barro y madera! Pero también tiene un lugar lindo, claro y luminoso. Ahí están mis sueños y recuerdos. Mi infancia y juventud. Los rostros, muchos, de quienes me han formado y a quienes también les he hecho llegar la luz, TU LUZ.

¡En ese rincón de mi casa quiero recibirte Señor! ¡Siéntete cómodo, es tu casa! Después te invitaré a pasar a otros lugares para que también ellos se hagan espaciosos, cálidos y luminosos.

Y después que estés en mi casa, ¡ya lo estás Señor! ¡No te vayas nunca más! e invítame a comer para alimentarme de Ti. De ese PAN VIVO que sacia el hambre para siempre. De ese PAN que hace realidad mis utopías y que me impulsa a caminar hacia las estrellas aunque, claro, sepa de antemano que apenas pueda que divise una y logre alcanzarla con mis manos.

O quizás cuando vaya caminando para allá, Tú me recuerdes que soy de barro y que te pertenezco y me llamas para estar para siempre contigo.

¡Quédate conmigo, Señor!

La tarde está cayendo y los niños están dejando de jugar.

Viene la hora del silencio y la gratuidad. Es la hora para dilatar el corazón, beber el buen vino de la amistad y amar con intensidad.

Sí, Señor, permíteme un privilegio ¡pongámonos a conversar! Quiero decirte algunas cosas, permíteme que te las digas porque yo sé que Tú me escuchas siempre.

¡Y así quedémonos hasta la eternidad!

Escuchándonos siempre.

M.A.P.V.


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