¡Con los oídos y el corazón bien abiertos!
El domingo recién pasado, en el texto de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, (Mt. 17, 1-9), una voz que venía desde lo alto decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Se trata, pues, de saber conjugar el verbo ESCUCHAR en nuestra vida espiritual para que la Palabra de Dios, llegue y entre en nuestros corazones.
Pero para saber escuchar, me parece que tenemos que crear algunas condiciones o disposiciones previas, que nos permitan ejercitarnos con propiedad en este arte de saber escuchar a Dios en las diversas circunstancias de la vida.
Por de pronto, debemos ser capaces de ACALLAR OTRAS VOCES disonantes, aturdidoras y estridentes que no nos permiten crear un espacio dentro de nosotros de tranquilidad y sosegamiento. Esas voces que nos hablan de mil maneras y que son voces que se disputan nuestra atención y esmero.
Para escuchar hay que SILENCIAR EL CORAZON, porque “nada en este mundo se parece tanto a Dios como el silencio”. Si silenciamos el corazón, no es para que quede vacío y desnudo, sino para prepararlo a recibir a ese HUESPED que toca la puerta y quiere entrar a conversar con cada uno.
La escucha también trae consigo riesgos, por eso debemos prepararnos para ESCUCHAR AUN AQUELLO QUE NO NOS CONVIENE. A veces por no querer escuchar algo que nos desagrada o que nos desafía, acallamos esa VOZ de Dios y nos entregamos al ruido incesante de las actividades sin frenos, del ir y venir sin ponderación, de la búsqueda de escondites que nos permitan sortear esa voz que nos desnuda y nos interpela.
La escucha nos debe llevar a la obediencia, tal como nos cuenta Gén. 12,1-4 al narrarnos la vocación de Abrahám. “Sal de tu tierra y ve al lugar que Yo te mostraré”, le dice Dios y la escucha activa de nuestro padre en la fe, le supuso partir, dejar familia, propiedades y embarcarse con rumbo desconocido hacia la tierra prometida. También para nosotros la escucha es como “salir de la tierra”, obedecer la Palabra y comenzar una nueva vida.
Se trataría de escuchar de manera ACTIVA y COMPROMETIDAMENTE, es decir, haciéndome cargo de aquello que estoy oyendo para proyectarlo en un compromiso de vida y de cambio y renovación. No es una escucha pasiva para quedar en el mismo punto del comienzo, sino una escucha que te lleva al camino, a salir, marchar hacia lo nuevo y quizás lo desconocido y que se ha de descubrir mientras se peregrina.
Tratemos de AFINAR EL OIDO, sobre todo el oído del corazón, para ESCUCHAR al Señor que nos habla de muchas maneras, incluso cuando nos debatimos en la noche del dolor y la desesperanza.
Saber escuchar, la tarea de esta cuaresma. Escuchar al Señor en cada circunstancia y acontecimiento de nuestra vida, de la misma realidad eclesial (dolorosa, compleja) y de los vaivenes sobre los cuales se mueve hoy nuestro mundo.
¡HABLAME, SEÑOR, QUE TE ESCUCHO!
El domingo recién pasado, en el texto de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, (Mt. 17, 1-9), una voz que venía desde lo alto decía: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Se trata, pues, de saber conjugar el verbo ESCUCHAR en nuestra vida espiritual para que la Palabra de Dios, llegue y entre en nuestros corazones.
Pero para saber escuchar, me parece que tenemos que crear algunas condiciones o disposiciones previas, que nos permitan ejercitarnos con propiedad en este arte de saber escuchar a Dios en las diversas circunstancias de la vida.
Por de pronto, debemos ser capaces de ACALLAR OTRAS VOCES disonantes, aturdidoras y estridentes que no nos permiten crear un espacio dentro de nosotros de tranquilidad y sosegamiento. Esas voces que nos hablan de mil maneras y que son voces que se disputan nuestra atención y esmero.
Para escuchar hay que SILENCIAR EL CORAZON, porque “nada en este mundo se parece tanto a Dios como el silencio”. Si silenciamos el corazón, no es para que quede vacío y desnudo, sino para prepararlo a recibir a ese HUESPED que toca la puerta y quiere entrar a conversar con cada uno.
La escucha también trae consigo riesgos, por eso debemos prepararnos para ESCUCHAR AUN AQUELLO QUE NO NOS CONVIENE. A veces por no querer escuchar algo que nos desagrada o que nos desafía, acallamos esa VOZ de Dios y nos entregamos al ruido incesante de las actividades sin frenos, del ir y venir sin ponderación, de la búsqueda de escondites que nos permitan sortear esa voz que nos desnuda y nos interpela.
La escucha nos debe llevar a la obediencia, tal como nos cuenta Gén. 12,1-4 al narrarnos la vocación de Abrahám. “Sal de tu tierra y ve al lugar que Yo te mostraré”, le dice Dios y la escucha activa de nuestro padre en la fe, le supuso partir, dejar familia, propiedades y embarcarse con rumbo desconocido hacia la tierra prometida. También para nosotros la escucha es como “salir de la tierra”, obedecer la Palabra y comenzar una nueva vida.
Se trataría de escuchar de manera ACTIVA y COMPROMETIDAMENTE, es decir, haciéndome cargo de aquello que estoy oyendo para proyectarlo en un compromiso de vida y de cambio y renovación. No es una escucha pasiva para quedar en el mismo punto del comienzo, sino una escucha que te lleva al camino, a salir, marchar hacia lo nuevo y quizás lo desconocido y que se ha de descubrir mientras se peregrina.
Tratemos de AFINAR EL OIDO, sobre todo el oído del corazón, para ESCUCHAR al Señor que nos habla de muchas maneras, incluso cuando nos debatimos en la noche del dolor y la desesperanza.
Saber escuchar, la tarea de esta cuaresma. Escuchar al Señor en cada circunstancia y acontecimiento de nuestra vida, de la misma realidad eclesial (dolorosa, compleja) y de los vaivenes sobre los cuales se mueve hoy nuestro mundo.
¡HABLAME, SEÑOR, QUE TE ESCUCHO!
1 comentario:
Si, aprender a escuchar como lo hizo el discipulo amado de Jesus en la Ultima Cena,`reclino su cabeza sobre el pecho del Maestro,escuchar los latidos de su corazon, y en perfecta sintonia e intimidad,entregar al mundo lo que hemos oido. ¿Porque buscar lejos a quien te roza la piel? ¿Porque buscar afuera lo que esta dentro? Nosotros somos ese discipulo amado y necesitamos escucharlo a El.No es mas importante quien tiene un cargo, o quien es la autoridad, Jesus escucha a los que El ama.
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