"Había un hombre rico ... y cada día hacía espléndidos banquetes.
Las paradojas de la vida, de ahora y de siempre, en la que unos tienen mucho y otros tienen poco o nada, se ve meridianamente bien retratada, en esta parábola que Jesús le cuenta a los fariseos y que ahora nos la propone a nosotros el evangelio de Lucas.
Se trata de un hombre rico, que no tiene nombre, pero que lleva una vida fastuosa y regalada y la de un pobre llamado Lázaro, que si tiene nombre, el cual yace postrado en la puerta de este hombre rico, queriendo saciar su hambre con lo que cae de la mesa de este hombre derrochador y banquetero.
La parábola de Lázaro y el rico, es la reproducción fiel de lo que pasa muchas veces en nuestra sociedad contemporánea: Unos llevan una vida plácida y llena de bienes materiales y lujos, y otros, que apenas tienen lo suficiente para vivir e incluso muchas veces se tienen que contentar con sobrevivir conformándose con las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es la fiel reproducción de una realidad acuciante, que toca el corazón de los cristianos y de todos aquellos que desearían ver que la mesa estuviera distribuida de tal manera, que todos los comensales pudieran sentarse en ella y vivir dignamente.
Es la fiel expresión de una sociedad que no ha sabido encontrar caminos adecuados para estrechar esa enorme brecha y distancia que hay entre los grupos humanos que habitan nuestro mundo y que habla de una injusta distribución de los bienes, que el Creador, se supone, nos ha entregado a nosotros para que los administremos rectamente y no nos adueñemos de ellos, menos para que los usemos sólo en beneficio personal y en desmedro de los que generalmente quedan a la vera del camino y llevan sobre sus hombros el peso de la vida que los abruma enormemente.
Es una parábola que desafía nuestra fe, el tipo de compromiso cristiano que tenemos y la creatividad que deberíamos tener para morigerar o erradicar en un tiempo no muy lejano, el escenario anti evangélico que nos presenta el estilo de vida del rico derrochador y gozador y el pobre Lázaro que yace postrado en la puerta de su amo.
Es la parábola que nos provoca en orden a saber botar todas aquellas murallas que hemos levantado y que nos hacen vivir de espaldas a la realidad de empobrecimiento en la que vastos grupos humanos se ven inmersos.
Botar murallas (ideológicas, culturales, sociales, religiosas) para ver y escuchar el gemido del pobre. Dar recto uso a los bienes materiales. Somos administradores, no dueños. Llevar un estilo de vida sobrio y austero y no marcadamente aparatoso y consumista. Son tareas ineludibles para los cristianos que imperiosamente debemos acoger e implementar, si no queremos que esta parábola se siga repitiendo una y otra vez en nuestro mundo.
Duro desafío nos espera por delante. De cómo lo habremos enfrentado, daremos cuenta en la vida futura.
1 comentario:
Gracias hno. Mario, Ud nos hace partícipes del Banquete de la Palabra, sus reflexiones son tan claras, pero también nos hace cuestionarnos de nuestras actitudes como discípulos misioneros de Jesús.¿Qué estoy haciendo? ¿Qué testimonio estoy entregando? ¿Cómo trato a los rechazados y excluídos? Gracias por hacernos reflexionar un poco.
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