Abracemos a los leprosos de hoy: Ahí está Cristo, de verdad.
“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia
el Reino que les fue preparado desde el comienzo
del mundo, porque tuve hambre, y ustedes
me dieron de comer …”
Mt. 25,34-35
Al atardecer de nuestra vida, cuando el Señor separe las ovejas de los cabritos, no nos preguntará a cuántas Misas fuimos; cuántas novenas rezamos; cuántos rosarios meditamos, o si fuimos devotos de éste u otro santo de moda. No. El nos preguntará si fuimos capaces de dilatar tanto el corazón, de tal manera que llegara a ser tan grande, tan descentrado de sí mismo y salvífico como el del Crucificado que amó dando la vida por los demás.
Aquí nos encontramos, estimados amigos y amigas, con la clave fundamental en nuestro intento por ser discípulos de Jesús. Quien quiera seguir a Jesús por los senderos que El nos marcó, tiene que atreverse a vivir en carne propia desde la lógica de Mateo 25 y asumir este evangelio desde toda la radicalidad y urgencia que él nos señala.
Si uno contempla este texto, podemos decir que el amor se mide por el hacer y no por los sentimientos ni por las intenciones. “Tuve hambre y me diste de comer”, se señala. Hay ahí una acción eficaz frente a un problema puntual. Y es el camino que tenemos que impulsar hoy en nuestro mundo. Acciones eficaces y coherentes que apunten a la solución de los problemas que sufren los más pobres.
El amor que se pide es a “los más pequeños”. Y pequeño aquí es el frágil, física y espiritualmente, es decir es un amor hacia todos aquellos que necesitan cualquier tipo de apoyo. Los ancianos, los niños, los enfermos, los indígenas, los campesinos, las prostitutas, los angustiados, los solos, los abandonados, los tristes, en fin, éstos y muchos otros son “los más pequeños” que muchas veces se caracterizan por su invisibilidad social porque no los vemos y por lo tanto no cuentan en nuestro mundo.
Y el mismo Jesús se identifica con los “pequeños” a quienes llama “hermanos míos”. Hay una presencia sacramental de Jesús en ellos y con mayor fuerza porque son sus hermanos en el sufrimiento. En ellos, nos pide Jesús, que lo busquemos, lo honremos y lo sirvamos.
Es de esperar que al atardecer de nuestra vida, podamos aprobar el examen final, teniendo en cuenta que ya sabemos los contenidos sobre lo cual versará dicha prueba final.
Y así poder recibir esa palabra mágica de parte del Señor: “Vengan, benditos de mi Padre y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo”.