domingo, 10 de agosto de 2008

CON NUESTRAS BARCAS MAR ADENTRO





"Entre tanto, la barca estaba ya muy lejos de tierra,
sacudida fuertemente por las olas,
porque soplaba viento en contra"
(Mt. 14, 24)
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¡SALVAME, SEÑOR, QUE ME HUNDO!
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Pedro, vivió la experiencia de sentir que se hundía en las aguas movedizas y crispadas en ese mar en donde poco antes había caminado el mismo Jesús. Su miedo, casi endémico, lo hizo dudar del poder del Señor y por eso la sensación de estar hundiéndose. Ante tamaña experiencia, no le queda más que reconocer su fragilidad y absoluta indigencia, diciendo esa oración, breve y bella, que jamás nunca se haya escrito: ¡SEÑOR, SALVAME!

La experiencia de Pedro es por supuesto también nuestra experiencia.

La barca se interna mar adentro, el oleaje se hace sostenido he intenso y comienza a hacer agua nuestra expedición. El viento sopla fuerte y precisamente lo hace en contra nuestra. La sensación de que vamos a naufragar es evidente. Sólo se avizora en el horizonte que la barca se hunde y vamos camino al exterminio.

Nos hundimos de muchas maneras.

Algunos en el alcohol, otros en la droga, los de allá en la miseria y el hacinamiento, algunos en la prostitución, aquéllos en la soledad más abismante y los otros en la enfermedad que debilita y corroe nuestra seguridad y bienestar físico.

Otros se hunden cuando se hacen parte de una cultura hedonista y algunos experimentan la sensación de que nada vale, que todo es relativo y que en definitiva, la vida es una cruz pesada que tenemos que cargar a regañadientes cada día.

Nos hundimos en la búsqueda del poder desenfrenado, en la lógica individualista del poseer y alcanzamos el abismo cada vez que cerramos los ojos y el corazón al susurro del cantar de un pájaro, a la mirada cándida de un niño o a la búsqueda de cariño de un anciano que se encuentra acorralado en la soledad de su pieza o del hogar que lo ha cobijado.

Claro que sí, sentimos la experiencia de que nos hundimos cuando los esfuerzos que hicimos por construir una familia sólida no se dio como esperábamos. Cuando le fallé a un amigo en la lealtad que le debía. Cuando me fui haciendo consciente que solo con mis fuerzas y miedos no podía caminar por las aguas movedizas de la vida. En fin, el listado se hace largo e interminable. Lo concreto es que experiencias en donde la barca se tambalea de lado a lado han sido muchas a lo largo de la vida.

Y frente a esta realidad, ¿qué hacer?

De estas experiencias no podemos arrancar, ni las podemos soslayar, como también de los miedos nada fructífero puede salir. Sólo nos resta esperar, confiar, abandonarnos. Los vientos en contra podrán ser muy fuertes, pero no terminarán por destruir nuestra barca. Sólo cabe el abandono y la confianza.

Desde este punto de vista, podremos decir que estas experiencias se verán redimensionadas, cuando sea capaz de exclamar desde el fondo del corazón: “¡SALVAME, SEÑOR!”, es decir, cuando sea capaz de abrir una puerta o una ventana, al asombro que significa dejar que Dios se haga evidente en nuestra vida. Será su mano, la que se extenderá, para recibirme y acogerme y al igual que un niño dejarme sostener por El para dar la batalla de cada día y seguir navegando mar adentro por esas aguas crispadas, desafiantes y profundas que, en definitiva, es la realidad que hoy nos toca vivir.

Mientras tanto la barca seguirá internándose mar adentro, sacudida por las olas porque sopla viento en contra, pero ahora con la confianza que no nos hundiremos porque Jesús navega con nosotros.

¡Sigue navegando mar adentro! ¡Esa es tu vocación!


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