¿Cuántas veces nos experimentamos cansados,
fatigados, agotados, no sólo física, sino también anímicamente? ¿Cuántas veces
hemos experimentado situaciones en la vida que nos agobian, es decir, que se
convierten en un peso demasiado grande, difícil de cargar, un peso que
parece hundirnos y aplastarnos? Una larga y dura enfermedad; el inmenso vacío y
soledad interior que me produce la pérdida de un ser querido; un problema que
se prolonga y parece insoluble; un fracaso duro de asimilar; la pérdida del
trabajo; una dura
prueba espiritual que se prolonga por meses o años; las continuas y repetidas
caídas –“siempre en lo mismo” – que desaniman y desesperanzan; la soledad que me agobia; un pecado muy
fuerte que no me puedo perdonar; una responsabilidad que me sobrepasa; alguien
que me hace la vida imposible; la partida de un hijo a horizontes insospechados, la noche oscura de la fe, el "silencio" de Dios que aparentemente me ha abandonado, etc. ¡En cuántas situaciones como éstas el
espíritu puede flaquear, llevándonos a experimentar ese “ya no puedo más”!
Es claro que hoy día por el frenesí de la
vida, es muy probable que muchos podamos caer en un cansancio existencial que
agobie el corazón. Sin saber para dónde marchar, en quién sujetarnos, a qué
recursos echar mano, podemos sentir que estamos en un callejón sin salida, en
un túnel en el cual todo es sombrío y oscuro. Es la realidad que muchos hombres
y mujeres viven hoy día, en esta sociedad de la tecnología, el impersonalismo y
el aislamiento.
Al experimentarnos cansados y agobiados, lo
primero que quisiéramos es encontrar el descanso del corazón, tener paz, hallar
a alguien en quien apoyarnos, alguien cuya compañía sea un fuerte aliento para
perseverar en la lucha, alguien en cuya presencia vea renacer mi vigor, alguien que me devuelva la fuerza para levantarme y caminar.
¡Qué enorme bendición y tesoro son los
verdaderos amigos, en los que podemos hallar el apoyo y descanso para el
espíritu agobiado! ¡Pero cuántas veces
sentimos que nos hace tanta falta ese apoyo, cuántas veces buscamos consuelos
de momento que luego nos dejan más vacíos y agobiados, o cuántas veces
preferimos encerrarnos en nuestra soledad haciendo que nuestra carga en vez de
aligerarse se torne cada vez más pesada, imposible de cargar!
“¡Ven a Mí!”, te dice el Señor cuando te
experimentes fatigado(a), agobiado(a), invitándote a salir de ti mismo(a), a
buscar en Él ese apoyo, ese consuelo, esa fortaleza que hace ligera la carga.
Él, que experimentó en su propia carne y espíritu la fatiga, el cansancio, la
angustia, la pesada carga de la cruz, nos comprende bien y sabe cómo aligerar
nuestra propia fatiga y el peso de la cruz que nos agobia. Si buscas al Señor,
en Él encontrarás el descanso del corazón, el consuelo, la fortaleza en tu
fragilidad. Y aunque el Señor no te libere del yugo de la cruz, te promete
aliviar su peso haciéndose Él mismo tu cireneo.
De cualquier modo, la fuerza que necesitamos
permanentemente para hacer frente a los desafíos de la vida, del trabajo, de
las relaciones interpersonales, de las relaciones afectivas, en fin, para
llevar adelante el enorme y lindo desafío de SABER VIVIR, vamos a encontrar una
energía suprema en el contacto con Dios y en la mirada compasiva hacia nuestro
propio corazón.
Por eso, con el salmista podemos decir con
toda propiedad y convicción: ¡SOLO EN DIOS DESCANSA MI ALMA! Y se hace evidente
que la invitación de Jesús de dejar en él nuestro cansancio será el mejor
antídoto para esos momentos de estrés, depresión, abulia, inconformismos,
tristezas y soledades. En el Señor, descansará nuestro corazón. A él le
presentaremos nuestra historia para que la redima, la sane y la purifique.
Vengan todos … los que adhieren a mí, los que me han encontrado y son felices a
mi lado, los que buscan valores más profundos, los que tienen el corazón roto,
los que todavía no me encuentran, en fin, vengan todos, porque mi corazón es
manso y mi yugo llevadero.
En suma, porque en el corazón de Jesús
cabemos todos, sin excepción y no sobra nadie, en especial, a quienes la vida
los ha tratado con dureza y rigurosidad.
VENGAN A MI ….. les espero. Jesús.
2 comentarios:
Qué interesante el paralelo que haces fray Mario en esta reflexión, Mateo y Juan dan a entender de modo distinto pero con el mismo sentido que es en el Señor Jesús donde es posible encontrar el solaz, el descanso a las tantas y muchas cosas que nos afligen, de cualquier tipo que sea. El agua viva refrezca, lava, alegra, sana, y el alivio que ofrece Jesús para llevar mis dolencias es tan verdadero que me hace pensar y reconocer todas las veces en que he reposado en Él.
Al escuchar el Evangelio de hoy domingo, la multiplicación de los panes, he estado pensando que nuevamente Jesús ha colocado su hombro para llevar el dolor de la humanidad, ahora, satisfaciendo la necesidad de alimento, comida material pero que representa también su cuerpo que nos dejará como alimento espirutual.
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