“Todos quedaron llenos del Espíritu Santo,
y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el
Espíritu
les permitía expresarse … cada uno los oía hablar en
su
propia lengua”
Pentecostés era, en Israel, la fiesta de la recolección (cf. Ex 23, 16;
34,22). De agraria se convierte más tarde en fiesta histórica, en ella se
recordaba la promulgación de la ley sobre el Sinaí. En ese día la ciudad de
Jerusalén se llenaba de creyentes venidos a la festividad desde diferentes
lugares. Los discípulos, temerosos, se hallaban reunidos, sin saber bien qué
hacer; el don del Espíritu hará que proclamen la buena nueva a todos aquellos
que se encontraban en la ciudad.
Al irrumpir el Espíritu Santo en este Pentecostés, algo nuevo comienza a
nacer y a suceder. Atrás queda el miedo, nace la audacia evangélica, los
discípulos salen en misión, hablando distintos idiomas son capaces de
entenderse, un viento fuerte sopla sobre ellos, se echa a andar una inigualable
aventura que desafiaría después las mismas bases del Imperio de aquella época.
Ese soplo divino, provoca que aquellos hombres temerosos, logren dar testimonio
coherente de su fe con el martirio mismo. Son perseguidos, martirizados,
acallados, pero jamás derrotados. Irrumpió sobre ellos esa FUERZA QUE VIENE DE
LO ALTO que los llevará a ser testigos en “Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8).
Es el Espíritu Santo que da vida nueva, que provoca la desinstalación,
que renueva y dinamiza, Espíritu que provoca la unidad en la diversidad y que
llena el corazón con el Amor primero. Espíritu que pone las palabras adecuadas
en los predicadores y testigos, para decir la palabra adecuada y el gesto oportuno.
Espíritu que provoca, compromete y fecunda toda acción hecha con buena
voluntad. Espíritu que promueve los cambios, que genera una criatura nueva y
que hace todas las cosas de nuevo.
La irrupción del Espíritu hace libre al discípulo y fortalece en la
misión al testigo. Espíritu que sopla donde quiere y que nos hace hablar, nos
ayuda a recordar y nos enseña todo aquello que Jesús nos ha dejado en su
Palabra y su Vida. El Espíritu es la memoria viviente de la Iglesia, el cual le
ayuda para que ésta no se mundanice viviendo las mismas categorías que el mundo
pregona. El Espíritu nos permite comunicarnos con el Padre y pone en nuestra boca
y labios lo que de verdad debemos pedir y suplicar.
Cuando irrumpe el Espíritu en las personas y Comunidades y éste se queda
en ellas, hay lugar para la esperanza y el amor. Los corazones se llenan de
amor y fluye en ellas la creatividad, la audacia, la vida, la originalidad, el
retorno a las fuentes inspiradoras y el Evangelio se hace norma de vida. Se
instala en ella una dinámica de búsqueda permanente, hay capacidad para leer y
discernir los signos de los tiempos, se encuentra espacio para el compromiso
renovador y no se teme al futuro, más aún, se lo adelanta y se lo busca con
ahínco y esmero. Cuando el Espíritu hace su estreno en personas y Comunidades,
hay espacio para la crítica, el disentir y la búsqueda compartida de la verdad.
Hay lugar para el diálogo y el respeto a la diversidad y el pluralismo es una
riqueza que se valora en cuanto tal.
Si el Espíritu sopla en las personas y las Comunidades, se vence la
rutina, la pasividad y la inercia. Siempre hay espacio para la búsqueda
conjunta y nadie tiene el monopolio de la verdad. Se vive en un espíritu
ecuménico y hay respeto por la persona en cuanto ella es una originalidad
querida por Dios. Con el Espíritu nos hacemos fuertes y comprendemos al débil y
caído. Vamos en misión para anunciar el Evangelio de la misericordia y el
perdón. Se comienzan proyectos liberadores que tienen que ver con el dinamismo
intrínseco que emana del mismo Evangelio interpelador del Maestro.
Si irrumpe el Espíritu en las personas y Comunidades, los pobres tienen
razón para tener esperanza y la solidaridad se hace camino habitual de vida. La
autoridad se hace servicio y los últimos son los primeros. Se comparte el pan,
nadie pasa hambre y la vida se hace llevadera. Con el Espíritu, hay vida nueva,
los corazones rebosan de alegría y cada cual vive su ministerio y su carisma en
beneficio del bien común. La liturgia se transforma en fiesta, profecía y
encuentro y los templos se llenan de un nuevo dinamismo y brota de ellos un
agua pura que dará vida a quienes participen de él.
Cuando irrumpe el Espíritu, por cierto una primavera se instala en la
Iglesia, en la sociedad y en el mundo. Algo brota, mucho se renueva, todo
cambia. Algo se transforma, nacen nuevas intuiciones, el hombre se hace más
humano y solidario. Es que el Espíritu es vivificador y da vida por doquier.
¿Necesitaremos invocar y suplicar que el Espíritu irrumpa sobre nosotros?
Por cierto que si. Es mi convicción y súplica de cada día.
Pidámoslo de continuo, cada día. Si él llega con abundancia de dones,
entonces otro Pentecostés estará acaeciendo entre nosotros. Así lo esperamos y
así lo deseamos y añoramos.
1 comentario:
Espíritu Santo, ven sobre mí, lléname, sálvame, fortaléceme, renuévame. Espíritu, ven sobre mí. Espíritu De Amor, ven sobre nosotros, sobre cada hijo de Dios para quedarte y darnos tu valor, la fuerza que necesitamos para proclamar a Jesucristo Rey y Señor.
Publicar un comentario