“Quédate con nosotros Señor que la tarde está cayendo”
En el trayecto que va de Jerusalén a Emaús, dos hombres van haciendo el
camino del retorno con la cara triste, el corazón resquebrajado, la esperanza
perdida y la fatiga del que camina sin horizonte y fracasado. Es el camino que
dos discípulos, que habían sido testigos del drama acontecido en Jerusalén,
donde había sido crucificado el Maestro, del cual esperaban tanto y habían
puesta toda su confianza en él.
Trato de ponerme en los zapatos de esos hombres y auscultar su situación
vital y no hago más que sentir que su experiencia es la realidad de muchos de
nosotros en la actualidad. Cansados por el camino, quemados por la excesiva
lucha a la que nos sometemos, desesperanzados porque nuestros ideales se
esfuman, inquietos de que nuestros sueños y esperanzas no fuesen más que una
quimera, algo infundado e irreal.
No es difícil sentir de repente el agobio de la vida. No es impensable
sentir que las fuerzas se acaban, que la derrota se hace permanente y que el
camino nos lleva ciertamente de regreso a Emaús, la ciudad de la muerte y de
las tinieblas.
Puede ser la situación vital de distintos actores de la sociedad y de la
Iglesia en la actualidad. De seguro que andan muchos “Cleofás” por ahí, angustiados,
cabizbajos, con el corazón sin calor y cansados de ver que la caminata no se hace con
la sonrisa de antaño, con el ideal del primer tiempo, con la energía de la
juventud, o simplemente, con la convicción de quién sabe que sus pies no pisan
tierra segura.
De seguro que para muchos de nosotros puede ser que la tarde esté
cayendo y se haga tarde. Y nuevamente se haga necesario, decirle al Maestro
desde el fondo del corazón: Señor,
¡quédate con nosotros!
Ciertamente, los discípulos de Emaús tenían cerrados los ojos y el
corazón, por eso en un primer momento no captaron que ese “peregrino
desconocido” que se puso a su lado, era el mismo Señor Resucitado. También hoy
podemos vivir esa experiencia de que “otros peregrinos desconocidos”, si no, el
mismo Cristo Resucitado, se coloca a nuestro lado y nos abre el horizonte yendo
con nosotros al fondo de nuestro corazón, a redescubrir la esencia del camino
cristiano como un permanente discipulado, en donde El mismo nos abre el
entendimiento y provoca que arda el corazón cuando nos explica las Escrituras.
Tanto peregrinos de Emaús, como peregrinos de otros que caminan, esta
página bíblica nos invita a mirar con otros ojos el devenir de nuestra
historia, historia que se teje desde la presencia efectiva del Resucitado que a
través de su Espíritu nos induce a caminar de otra manera y a volver a
Jerusalén, para recuperar la esperanza y reconocerlo en la fracción del pan y
contar a los demás TODO lo que nos ha dicho en el camino de nuestra vida
diaria, muchas veces jalonada de innumerables acontecimientos en donde se
vuelve a repetir esta maravillosa escena que nos relata Lucas.
Espero de todo corazón que quien pueda leer esta página, tenga la
posibilidad real de vivir su propia experiencia de Emaús. La suerte no está
echada, cuando aparentemente se instala en nosotros el agobio y el cansancio. En
el camino de nuestras historias, envueltas de alegría y tristeza, de gozo y
dolor, de expectativas y desesperanzas, más allá de cualquier situación vital,
va con nosotros el PEREGRINO DE TODOS LOS TIEMPOS, el cual pedagogo y sabio
acompañante nos preguntará primero: ¿De qué conversan ustedes?, tratando, en
definitiva, que nos hagamos cargo de nuestras problemáticas y desde ahí
comenzar a configurar un nuevo amanecer para la vida.
No perdamos el tiempo, más que ir de continuo a Emaús, volvamos a
Jerusalén, ahí está la vida, la luz y la esperanza.
Será en ese camino, donde volverá
a arder nuestro corazón y nos encontraremos con JESUS, el caminante de siempre.