La fe debe ser EDUCADA Y FORMADA:
Un aspecto de primera
importancia, tiene que ver con el esfuerzo permanente que tiene que hacer el
creyente por profundizar aquello que se cree. La fe tiene que ser renovada
constantemente. Uno se tiene que hacer cargo de lo que cree y por lo mismo debe
encaminarse hacia una fe adulta. Si la fe no se educa y se renueva puede
apagarse y morir definitivamente. Es lo que le decía Jesús a Pedro:
“He pedido por ti,
para que tu fe no se apague” (Lc. 22,32).
Uno no puede quedarse en una fe básica, lo aprendido en el catecismo en la
primera hora de nuestra vida o simplemente aferrarse a cuestiones menores que
no tienen que ver con el corazón del mensaje cristiano.
Esta educación y formación de
la fe, debe trascender lo meramente teórico y abstracto (sin conexión con la
vida), sino que debe ser experiencial
y que tenga una directa relación con los quehaceres de la vida ordinaria. Una
formación desde la vida y para la vida. No se trata de acumular contenido en la
cabeza, sino de profundizar desde el corazón el Misterio de Dios y la Persona
de Jesús.
Si nosotros descuidamos la
formación de nuestra fe nos puede pasar
el peligro que advierte el Papa y que les decía a los jóvenes en Brasil: "Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí"
La fe se vive en COMUNIDAD:
Un peligro siempre presente
entre nosotros, es que hagamos de la fe un asunto privado, intimista e
individualista. Privatizar la fe, como se dice. Se trataría de vivir aislado de
los demás y no sentirse parte de una Comunidad de creyentes y esto no es así.
Jesús conformó un grupo de DOCE apóstoles, llamó a otros SETENTA discípulos y
en Pentecostés nos regaló su Espíritu para que conformáramos una Iglesia, el
grupo de los creyentes. Así lo demuestra el libro de los Hechos de los Apóstoles
(2,42) cuando nos señala que los creyentes acudían asiduamente a la enseñanza
de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones…
vivían unidos y compartían todo lo que tenían. Y esto lo reafirma el Concilio Vat. II en la Constitución “Lumen
Gentium”, cuando nos dice: “Fue voluntad
de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión
alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en
verdad y le sirviera santamente” (N° 9).
Vencer el aislamiento y el individualismo, será una tarea preponderante,
en particular cuando tenemos la tendencia de separar la fe de nuestra
pertenencia a la Iglesia-Comunidad-Pueblo de Dios. Y esto se hace más evidente
cuando se oyen voces que dicen: “Yo creo
en Dios, pero no en la Iglesia”, particularmente cuando esta Iglesia se ha
visto manchada por la conducta impropia de algunos de sus miembros.
La fe se CELEBRA:
Los seres humanos necesitamos
vivir ciertos ritos y rodearnos de algunos símbolos que le den una identidad a
nuestra vida comunitaria. Lo vivimos esto en nuestras familias, en nuestras
diversas culturas y pueblos que tienen sus fechas memorables, sus mártires y
sus propios héroes.
De la misma manera, para que la
fe no se apague o sencillamente se acabe, el creyente necesita alimentar este
don con la fuerza de los sacramentos, la Palabra y la oración, comunitaria y
personal. A través de los sacramentos recibimos la gracia de Dios que nos
permite levantar la mirada y caminar por los senderos de este mundo dando
testimonio alegre y convencido de Jesús y su Evangelio.
El sentido de la fiesta también
se tiene que expresar en la vivencia de nuestra fe y en este aspecto un lugar
preponderante lo alcanza el sacramento de la Eucaristía, que para la Iglesia es
fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Necesitamos descubrir o redescubrir
la Eucaristía como eje fundamental de nuestra vida de fe. Redescubrir el
sentido el domingo como día de descanso y día de fiesta para celebrar el paso
de Dios por nuestra historia personal y comunitaria.
Pienso que el acento marcado
por el consumismo, el materialismo y, sobre todo, el secularismo (desprendernos
de Dios y dejarlo en el patio trasero de la casa), ha conspirado fuertemente
para que esta DIMENSION FESTIVA
de la fe no se exprese en toda su intensidad. Mucho bien nos haría plantearnos
la posibilidad cierta de celebrar de continuo la eucaristía, especialmente el
día domingo o, al menos en las grandes fiestas de nuestra fe. La eucaristía más
que un rito vacío, se ha de constituir en una PROFECIA para nosotros. Debe ser
un reto, un desafío para vivir cada día.
La fe se debe TESTIMONIAR Y VIVIR:
El encuentro personal con
Jesús, cuando ha sido auténtico, conlleva la necesidad de anunciar el Evangelio
y vivirlo en un compromiso real en las situaciones variadas en la cual se ve
inserto el creyente. Ya lo dice el Papa Francisco en una catequesis reciente: “Todo encuentro con el Señor tiene un
carácter misionero. Por eso, los Sacramentos constituyen una invitación a
comunicar a los otros lo que hemos visto y oído, a llevar a los demás la
salvación que hemos recibido”.
Por eso la fe tiene esta DIMENSION
MISIONERA que nos hace ser sal de la tierra y luz del mundo y procurar ser como
la levadura en medio del mundo, siendo fermento en la masa. Aquí vale bien la
pena recordar, el texto bíblico en donde Jesús nos recuerda que: “La lámpara no se esconde en un tiesto,
sino se pone en un candelero para que alumbre a todos los de la casa” (Mt. 5, 15). Estamos llamados a proyectar y prolongar la fe en los diversos
ámbitos de la vida.
En este contexto se
hace necesario preguntarnos como estamos llegando a aquellos espacios que
requieren de la luz de la fe, como por ejemplo, el ámbito familiar, el ámbito
laboral, la búsqueda del bien común, la
inserción creativa y comprometida que los creyentes deberíamos hacer en
aquellos organismos como son sindicatos, juntas de vecinos, clubes deportivos,
grupos culturales, etc.
En la realidad
actual que vivimos, siento que los cristianos tenemos muchos retos que
enfrentar y de alguna manera iluminar con la luz del Evangelio. Hay una diversidad
de temas que requieren de nuestra atención, como por ejemplo: Fe y promoción
humana; fe y vida (desde su concepción hasta la muerte); fe y familia; fe y
trabajo; fe y política, etc.
En suma, la fe debe
iluminar TODOS LOS AMBITOS DE NUESTRA
VIDA, no puede quedar ninguna área fuera de la fuerza del evangelio y esa
tarea nos corresponde llevarla a cabo con sabiduría, en diálogo con los demás y
con total convicción que hemos abrazado una causa justa como es la que nos ha propuesto Jesús de Nazaret.
1 comentario:
La fe, término tan propio de los creyentes en Dios Amor, pocos en comparación a todos los hombres y mujeres, pues la gran mayoría en especial en países donde justamente los cristianos son perseguidos, abundan los que han puesto su fe en ideologías filosóficas o esotéricas, cosas, animales, personas humanas y otros.
Cuidemos esa fe que recibimos de nuestros antepasados, sobretodo la familia, pero para ello, no solo depende de mantenerla por sí sola, sino más bien abandonarse sin temor a que el Señor Jesucristo nos lleve por el sendero iluminando la oscuridad de cada persona según la disposición y la libertad de cada cual.
Fray Mario, ayúdanos a creer con más fuerza a través de tu apostolado, de tu persona y de tu actuar, ahora que la sociedad nos muestra el consumismo como lo prioritario en la Navidad.
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