“Se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en
tierra,
dándole gracias”
Mientras Jesús se dirige a Jerusalén, cumpliendo, así, meticulosamente
con su itinerario que al final de cuentas lo llevará a la crucifixión y muerte
violenta, se le interpone en el camino un grupo de diez leprosos que le gritan
desde lo más hondo del corazón: “¡Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros! Es el grito angustioso de diez hombres
que se saben profundamente marginados y discriminados de la comunidad y de la
sociedad en sí misma. Son un lastre para todos. Se sienten excluidos y
solamente Jesús, a través de su palabra y gesto liberador, podrá devolverles la
salud.
Siguiendo la costumbre de aquel tiempo, Jesús manda que los leprosos
vayan a presentarse donde los sacerdotes
para que sean éstos los que certifiquen que estos leprosos están sanos.
En el camino, quedaron purificados.
Advertido de semejante realidad un leproso (samaritano, extranjero)
vuelve alabando a Dios en voz alta y se arroja a los pies de Jesús para darle
las gracias. Había caído en la cuenta que su nueva condición humana era
producto del poder salvífico que emanó del mismo Jesús.
Saber dar gracias cada día, en cada momento, a toda persona, en
cualquier circunstancia puede cambiar profundamente la tonalidad de nuestra
vida. También nosotros, necesitamos gritarle a Dios por nuestras lepras que nos
asfixian y degradan. Necesitamos sacudirnos esos lastres que nos provocan dolor
y tristeza. Sentimos que el peso de nuestras lepras, sólo las puede sanar
definitivamente nuestro Señor. Y por eso, experimentada dicha realidad, no cabe
más que postrarnos en tierra cada vez y dar gracias infinitamente.
Con todo, es fácilmente constatable que a partir de la realidad que nos
toca vivir, pareciera que la gratitud está desapareciendo del “paisaje
afectivo” de nuestra vida moderna. Casi se ha hecho dogma de fe que nadie puede
dar nada, si no es porque espera algo a cambio. Se pueden sospechar intenciones
poco claras u ocultas cuando alguien tiene la osadía de dar o de darse.
Es claro que en la actual
civilización que estamos viviendo, marcadamente mercantilista, egoísta e
individualista (con matices, por cierto), cada vez hay menos espacio para lo
gratuito. Todo se tiende a comprar y vender. Todo se transa, se intercambia, se
presta, se debe, se exige, se merece … en esta lógica del mercado, obviamente
que no hay espacio para saber dar gracias.
Bueno desde este punto de vista, algo parecido puede ocurrir en la
vivencia de nuestra fe. De alguna manera, uno puede decir: “Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y tú me aseguras tu protección.
Yo cumplo lo estipulado y tú me recompensas” (Pagola).
Pero debemos dejar en claro de una vez, que delante de Dios solamente
podemos vivir dando gracias. Nada merecemos, todo lo recibimos. No me gano el
favor de Dios con una lista de acciones buenas (cf. El fariseo y el publicano
que van al templo a orar, Lc. 18, 9-14), sino que Dios en su infinita bondad y
de manera gratuita, nos hace partícipes de su poder sanador.
Este mismo hecho hace que la persona misma tenga otra mirada respecto de
sí misma (es una mirada más compasiva e integradora), una forma distinta de
relacionarse con las cosas (ellas son mis hermanas, de ellas necesito) y otra
forma de convivir con los demás (esa persona es mi hermano, lo respeto, le
reconozco su estatura de hijo de Dios).
Vayamos, pues, de regreso al encuentro de Jesús, para postrarnos en
tierra y dar gracias por todas aquellas oportunidades en que nos hemos sanado
en el corazón de aquellas lepras que nos oprimían profundamente y que nos
tenían excluidos y marginados de la vida en todas sus dimensiones.
Sepamos, además, ser agradecidos en todo momento y en toda circunstancia
de la vida, porque nada merecemos y todo se nos regala. Saber dar gracias, es la lección que nos da este leproso sanado.
3 comentarios:
Nunca sabremos ni daremos suficientes gracias a Dios Padre por tanto Amor hacia sus hijos queridos ni a Jesús por habernos dado la Vida Eterna con su cruz. ¿Seremos capaces de agradecer a otros si nuestro egoísmo es mayor?
Te pido Señor que aumentes en m´´i y en cada cristiano ese don.
Agradezco a Dios Padre - Madre, Hijo y Espíritu Santo el don de la vida, la fe, su Palabra y la Santa Eucaristía, sus sacerdotes y religiosas, la familia, el trabajo, la salud y la enfermedad que al igual que los leprosos nos acercan a Él, los amigos y amigas, la creación, el alimento diario, las alegrías, las penas y la Vida Eterna. Tanto y mucho mas tenemos que agradecer como lo hizo el único leproso. Pero es verdad, no siempre lo hacemos. Hoy doy gracias que me lo recuerden para tenerlo mas presente y dar gracias al Señor Jesucristo en toda situación de vida, a las personas que nos favorecen con gestos de generosidad, abnegación y renuncias con el deseo de donarse. Hay personas altruistas, pero otras dan por puro amor de Dios y a Dios. Dar sangre, donar órganos, acompañar al que está solo, ceder el asiento, sonreír a un bebé, saludar a quienes vamos encontrando en el camino, a las personas que trabajan en los voluntariados, a los que colaboran en las colectas. Mucho para agradecer. No hagamos interpretación de sus intenciones, podemos fácilmente juzgar equivocadamente. Como coronamiento, no olvidemos dar gracias.
Además de la infinidad de cosas por las que tengo que dar gracias al Señor es por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales y en forma muy especial por los 25 años de Vida Sacerdotal de tres de nuestros frailes, una vida entregada por Amor a Dios y a nosotros. Somos desagradecidos cuando no nos acordamos de quienes nos guían como pastores en el camino de la fe. Gracias a Dios por fray Mario, por Fray Guido y Fray José. Que el señor que los llamó los reconforte cada para seguir sus Huellas a la manera de Francisco.
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