martes, 9 de agosto de 2011

HUNDIDOS EN EL MIEDO



¡ANIMO, SOY YO, NO TEMAN!



Había viento en contra y soplaba muy fuerte. La barca se zarandeaba de un lado para otro. Los apóstoles veían amenazada su seguridad e integridad física. Todo mal, más aún, su Maestro no estaba con ellos, pues se había quedado orando en la montaña, a solas con su Padre.

Ante esta realidad, se va incubando en ellos la experiencia del miedo, del susto y del temor. El miedo de sentirse solos, como a la deriva. A pesar que el Señor va a ellos, caminando por las aguas, su experiencia es evidentemente la de unos hombres frágiles, que se sienten casi a la intemperie y que en definitiva todavía han de crecer en su fe. Es el reproche de Jesús a Pedro, ¿por qué dudaste?, le dice cuando le tiende la mano para sostenerlo y evitar que se hunda.

De algún modo, esta escena del evangelio, también se repite entre nosotros hoy día. Sentimos que nuestra barca hace agua. El viento en contra sopla fuerte. La experiencia del desamparo se hace evidente. Tenemos miedo, o, a veces, nos inunda una sensación de estar viviendo tiempos difíciles, más movedizos e inestables que aquellos de antaño, donde parecía que la vida transcurría en mayor tranquilidad y equilibrio.

¿Y qué podemos hacer?

Tengo claro que el panorama no variará sustancialmente en el tiempo venidero. Al contrario, se profundizarán fenómenos culturales y sociales que darán cuenta de una forma de vida muy distinta a las conocidas y en las cuales nuestra barca (la familia, la Iglesia, nuestro hábitat) de alguna manera, se verán desinstalados más fuertemente.

Tengo claro también que el miedo como reacción a estos fenómenos no conduce a nada. El miedo sólo inmoviliza. Y nos hace perder dinamismo y creatividad. El miedo sólo nos lleva a hundirnos más.

De tal manera, siento que esta hora nos invita a los cristianos a hacer una nueva experiencia de fe, más honda, más profunda y de hecho más verdadera, también. Eso por una parte.

Y por otra parte, construir modelos de vida que amparen y cobijen a las personas. Muchos se hunden en sus soledades y resquemores. Hace falta “sentirnos” más. Tocarnos, expresarnos afectos, acompañarnos, ampararnos.

Y saber, pero sobre todo, experimentar, que el Maestro Jesús va en la barca todos los días de nuestra vida. Si no, seguiremos hundidos en el miedo de una barca zarandeada y de un viento en contra que nos azota.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy cierto lo que nos compartes, en muchos momentos sentimos que estamos a la deriva. Tenemos que darnos el tiempo para estar juntos y buscar y darnos el espacio para estar con el Maestro, sólo El nos puede dar esa seguridad que necesitamos para no caer en la desesperación y en el miedo que nos paraliza. La Eucaristía y la Adoración al Santísimo son las instancias que nos ayudan mucho a reencontrarnos con Aquel que tanto nos ama. Un abrazo y gracias por comunicarnos la Palabra de Dios.

Anónimo dijo...

Una vez más siento que la interpretación que el Padre Mario hace del texto bíblico me interpreta mucho. Sólo en el Señor encontraremos la seguridad que se necesita en este mundo tan alborotado que nos toca vivir. En la actualidad se corren muchos riesgos, el mayor de todos será hundirnos cuando la tormenta arrecia y no nos hemos alcanzado a arrimar a la fe.
Padre Mario, me va a gustar mucho que usted un día escriba y publique algo relacionado con María, Madre de todos.